Testimonio
Barcelona
Impresiones del desconsuelo
Conversación con Manel Dalmau
—25 de septiembre de 2012—
El desconsol de Josep Llimona
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Manel Dalmau es guionista y documentalista catalán de Barcelona, España. En los últimos años compaginó sus trabajos audiovisuales independientes con su colaboración en TVE y el programa documental «Gran Angular». Codirigió con Carlos Londoño el documental «A solas contigo» (España, 2007) sobre la ciudad de Medellín, trabajo inspirado en el texto homónimo del poeta nadaísta Gonzalo Arango. Otros documentales suyos son «Argonautas», «Tributo al espejo» y «El retablo de las bestias». Actualmente forma parte del equipo de la Corporación Otraparte.
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Esta es una ruta por la Barcelona de los mitos, la romana, la judía y la anarquista, que parte del Mons Iovis, de la Barcino Augusta, de las murallas que la protegían de las invasiones del norte, de iglesias levantadas contra el oleaje del Mare Nostrum, de barrios sacrificados por la derrota de una identidad.
De una Barcelona encañonada por los Borbones, del modernismo, de las tabernas clandestinas, de los parques abiertos a la modernidad, de callejones y plazoletas escondiendo secretos, de los obreros diezmados por la violencia de los patronos de las fábricas textiles.
La identidad de un pueblo, de una cultura, sobreviviendo, avanzando, luchando.
Barcelona es una polis de matices, hermanada con Medellín, que lleva consigo una rica infinidad de rutas alternativas para conocerla a fondo, para acariciar su historia y el latido que lleva dentro.
Impresiones y desconsuelos de la ciudad que ya ha dejado de ser lo que era: una rosa de fuego.
Manel Dalmau
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Manel Dalmau
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Mario Vargas Llosa vivió en Barcelona entre el verano de 1970 y mediados de 1974, primero en la Vía Augusta y más tarde en la calle Osio, en Sarrià. «Esos años los recuerdo con nostalgia y amor —dice el escritor, sentado en el modesto despacho que tiene en la Universidad de Princeton—, no porque eche de menos el franquismo, como dijo uno de mis monótonos detractores, sino porque fueron de veras estimulantes, llenos de ilusiones. Éramos jóvenes, ¿no es cierto? Y Barcelona me parecía no sólo bella y culta, sino, sobre todo, la ciudad más divertida del mundo».
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«Canto porque escribo y escribo porque canto. Si yo no escribiera mis canciones, tal vez, no hubiera iniciado este largo camino en la música», dijo Serrat, vestido de saco con delicadas rayas blancas y camisa negra, que llegó muy puntual a la cita con los medios de comunicación.
Serrat recordó que en 1970 fue su primera visita a Medellín, que son 35 años en los que el público local y colombiano ha podido conocer su forma de pensar y de interpretar la música.
El artista agradeció al público que haya agotado la boletería para el espectáculo, con casi dos semanas de anticipación. De paso, descartó para lo que resta del año una nueva presentación en la ciudad.
El catalán reconoció que la poesía es una de sus mayores fuentes de inspiración. «Hay textos que me suenan a música y caigo en la tentación de hacer canciones», dijo Serrat, ya recuperado de los quebrantos de salud que lo alejaron del escenario.
Frente a un cuestionamiento acerca de la aparición de nuevos cantautores y géneros musicales, el artista dijo que no era duro ni reacio frente a lo nuevo.
«Mi preocupación es hacer un buen trabajo. Al final todos hacemos música, cada uno de acuerdo con su estilo y preferencias. Estamos juntos, pero no revueltos», puntualizó el catalán, para quien su única obstinación en la vida es seguir vivo.
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Gabriel García Márquez
en Barcelona – Foto EFE
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De una entrevista
a García Márquez
Tengo un cuaderno donde voy enumerando y tomando notas de cuentos que se me ocurren. Ya tengo unos 60 y me imagino que llegaré a 100. Lo que es curioso es el proceso de elaboración interna. El cuento —que surge de una frase o de un episodio— o se me ocurre completo en una fracción de segundo, o no se me ocurre. No tiene un punto de partida y después entra o sale un personaje. Voy a contarte una anécdota para que te des cuenta por qué misteriosos caminos llego al cuento. En Barcelona, una noche, había gente en casa y se fue la luz. Como el daño era local llamamos a un electricista. Mientras él arreglaba el desperfecto, yo, que lo alumbraba con una vela, le pregunto: «¿Cómo diablos es este daño de la luz?». «La luz es como el agua —me dijo—, se abre un grifo, sale, y al pasar marca un contador». En esa fracción de segundo se me ocurrió, completito, completito, este cuento:
En una ciudad donde no hay mar —puede ser París, Madrid, Bogotá— viven en un quinto piso un matrimonio joven con dos niños de 10 y 7 años. Un día los niños piden a sus papás que les regalen un bote con remos. «¿Cómo vamos a regalarles un bote con remos?» —dice el padre—. «¿Qué van a hacer con él en esta ciudad? Cuando vayamos a la playa, en el verano, lo alquilamos». Los niños se emperran que quieren un bote con remos hasta que el padre les dice: «Si sacan el primer puesto en el colegio se los regalo». Los niños sacan el primer puesto, el padre compra el bote y cuando lo suben al quinto piso les pregunta: «¿Qué van hacer con esto?». «Nada —le contestan—, queríamos tenerlo. Lo meteremos allá en el cuarto». Una noche, cuando los padres se van al cine, los niños rompen un bombillo de la luz y la luz —como si fuese agua— empieza a chorrear llenando toda la casa hasta un metro de altura. Sacan el bote y empiezan a remar por los dormitorios y la cocina. Cuando ya es hora que regresen los papás lo guardan en el cuarto, abren los sumideros para dejar que la luz se vaya, reemplazan el bombillo y… aquí no ha pasado nada. Ese juego se les vuelve tan formidable que van dejando que el nivel de la luz llegue más alto, se ponen lentes oscuros, aletas y nadan por debajo de las camas, de las mesas, hacen pesca submarina… Una noche, la gente que pasa por la calle, al notar que por las ventanas está chorreando luz y que está inundando la calle, llaman a los bomberos. Cuando los bomberos abren la puerta encuentran a los niños —que distraídos con su juego habían dejado que la luz llegara hasta el techo— ahogados, flotando en la luz.
¿Dime, cómo este cuento completo, tal como lo conté, se me ocurrió en una fracción de segundo? Claro, como lo cuento mucho, cada vez le encuentro un ángulo nuevo —cambio una cosa por la otra o agrego un detalle—, pero la concepción es la misma. En todo esto no hay nada voluntario ni predecible, tampoco sé cuándo se me va a ocurrir. Estoy a merced de la imaginación que es la que me dice cuándo sí o no.
Fuente:
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«Barcelona Street at Night» por
Robert Warren Photography