Porfirio Barba Jacob
Entre el delirio
y el asombro
—Julio 29 de 2006—
Porfirio Barba Jacob
(1883 – 1942)
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La Casa de Poesía Porfirio Barba Jacob realizará el próximo sábado 29 de julio (5:00 p.m.) el coloquio “Entre el delirio y el asombro”, dedicado al poeta Porfirio Barba Jacob como homenaje a los 123 años de su natalicio. El acto constará de lectura y comentarios de algunos poemas de Barba Jacob. Se proyectarán además apartes del documental sobre su vida y obra realizado por la Universidad de Antioquia para la serie de escritores antioqueños, y la soprano Natalia Trejos interpretará algunos de sus poemas, musicalizados por ella misma.
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El espejo
¿Mi nombre? Tengo muchos: canción, locura, anhelo. ¿La síntesis? No se supo: un día fecundaré la era Una sombra inquietante y pasajera. ¡Oh desprecio, oh rencor, oh furia, oh rabia! Porfirio Barba Jacob |
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Hablando con
Porfirio Barba Jacob
La siguiente entrevista, atípica por tener sólo dos preguntas que desatan una inmensa repuesta de Porfirio Barba Jacob salpicada aquí y allá por las impresiones del reportero, fue la última que se le hizo al poeta Colombiano. La realizó Neftalí Beltrán a finales de diciembre de 1942, semanas antes de la muerte de Miguel Ángel Osorio —nombre con el que Porfirio quiso que se elevaran las oraciones por su alma—. (…) No sobra decir que la hoja amarillenta de “Noticia de Colombia” donde se publicó esta entrevista la encontramos (Rabodeaji.com) en un pequeño álbum de recortes acerca de la vida y la muerte de Barba Jacob, que apareció entre los papeles de la biblioteca personal de León De Greiff.
Por Neftalí Beltrán
Especial para Noticia de Colombia
Por insinuación del director de Noticia de Colombia, Germán Pardo García, me presenté alguno de estos días a ver a Porfirio Barba Jacob.
Germán Pardo García, que siempre ha tenido como una gran preocupación la situación cultural de su país dentro del Continente, tenía un interés muy especial en publicar en su revista una plática, una conversación con este colombiano ilustre que es sin discusión uno de los valores poéticos americanos.
—Porfirio Barba Jacob está muy enfermo, sería bueno que vaya usted a visitarlo.
No esperé más. Siempre he sentido una gran estimación por este poeta como hombre y como creador.
En el “Hotel Sevilla”, en la calle de Ayuntamiento, me encuentro con él. Confieso que me causó una extraña impresión verlo postrado en su lecho. Extraordinariamente delgado, con la voz apagada que parece salirle desde muy adentro.
—¿Cómo se siente usted poeta?
—Ya lo ve, me dice Barba Jacob, muy enfermito.
—¿Y moralmente?
—Muy mal. He sido siempre una persona que ha gustado de la vida a través de los sentidos, y ahora me siento incapacitado para todo. Me ha gustado comer, me ha gustado beber. Nada de eso puedo hacer ahora. El otro día, sabe usted, he vuelto a descubrir lo maravilloso de lo sencillo. Me trajeron, a la hora de la comida, un caldo, nada más que un caldo. Con zanahorias, con nabos. ¡Qué delicia! ¡Qué banquete extraordinario! Y es natural que haya sido así porque yo, en el fondo, soy nada más que un campesino. Mi infancia fue feliz en Antioquia viviendo en medio de rancheros, de hombres del campo que son, como usted sabe, gente sencilla y ruda pero de una bondad extraordinaria. Sí, de una gran sencillez y muy cercanos a la perfección evangélica. A pesar de esta felicidad, o quizás por ella, viví una vida de muchacho un poco en desacuerdo con lo que mis abuelos querían que yo fuera: agricultor. No vaya usted a pensar por esto que haya sido intelectualmente un niño precoz. Llegue a los catorce años inocente, quizá un poco retardado por la falta de escuelas, de maestros y mi afán de vagar por el campo. Aquí brillan los ojos de Barba Jacob y exclama incorporándose de su lecho: ¡Pero qué maravilla! Qué maravilla mis abuelos, otros dos nietos y yo. Allí no necesitábamos de nada. Todo lo teníamos a la mano. Los productos de aquellas tierras de mis abuelos iban a venderse en el mercado, los domingos. Era realmente extraordinario, créamelo.
Luego me mandaron a Bogotá. Hasta los quince años comencé a leer poesía y mi primera lectura en este sentido fue Guillermo Valencia, a quien yo considero un grandísimo poeta y maestro de la forma, de quien he tenido una influencia decisiva. Por el mismo tiempo leía yo a Luis G. Urbina y a José Asunción Silva, que acababa de morir. A Darío no leí sino hasta los veinte años y fue más o menos a esa edad cuando sentí repentinamente el anhelo de escribir. Mi primer poema, lo recuerdo muy bien, es bellísimo, aun en medio de sus titubeos. Está publicado y se llama “La tristeza del camino”. He sacado la poesía de mí mismo y ha sido, durante toda mi vida, un ejercicio desinteresado no sólo en cuanto a lo económico sino que nunca me he preocupado siquiera de hacerme publicidad alguna. El hecho de haber llegado a los cincuenta años sin publicar un libro, lo demuestra. Y es que la poesía ha sido para mí la mejor recompensa. Recompensa de haber nacido, de tener que morir, de sufrir y de encontrarme dentro del mundo. Esa es la angustia humana, sabe usted, la eterna pregunta de Hamlet. ¿Soy? ¿No soy? ¿A dónde voy a ir? ¿Por qué he venido? Y sin embargo la poesía ha sido para mí la presea, la corona de todos mis esfuerzos, de todas mis luchas en la vida. Usted lo ve, estoy pobre, enfermo, y aún así, si en mi mano estuviera el poder volver a nacer y cambiar el panorama de mi vida, no lo haría.
Recuerdo que en una novelita de Unamuno, uno de los personajes decía que “Hay que aceptar la religión porque es opio”. Los místicos, también, resuelven este problema a su manera. Yo, en cambio, soy un epicúreo y además, católico. Católico por disciplina, y por elegancia.
Después, he vagado por aquí y por allá… Llegué a México en 1907, sin dinero y como un campesino asustado. Recuerdo que me causó pavor la metrópoli, un miedo extraño. Fui entonces a vivir a Monterrey y allí me hice periodista. México es un país extraordinario, me gusta muchísimo aunque, claro, tengo siempre la nostalgia de Colombia. Sigo siendo muy antioqueño en mi carácter, y hombre de ideas universales. Esto es, un hombre que, al fin y al cabo, es el elemento poético por excelencia, todo elemento estético reside allí, porque la poesía debe ser humana y el hombre ha sido y sigue siendo valor estético en todas las épocas. Lo mismo en Hegel que en Nietzsche, en los siglos góticos que en Renacimiento.
Y ahora, ya lo ve, la poesía está incapacitada, como todas la artes, para resolver en forma alguna los problemas del mundo actual. La poesía está inerme, incapacitada para oponer reacciones inmediatas al torrente de la muerte en la guerra. Sólo prácticamente pueden ser combatidos la violencia y el odio para restaurar las virtudes cristianas. Es angustioso, terrible y desolador.
¿Qué podemos hacer nosotros contra el bronce y la sangre? Sólo practicar el amor cristiano. Rectificar en nombre nuestro y en el de todos los equivocados. Tratar de ser interiormente lo más perfecto que se pueda.
Aquí calla barba Jacob, se ve el esfuerzo enorme que ha tenido que hacer para poder hablar conmigo, contarme sus cosas, sus impresiones. Un grupo de amigos suyos ha pretendido que vuelva a su país pero esto es imposible por el estado de gravedad en que se encuentra y no sólo eso sino que su condición económica es muy precaria.
Colombia vuelve a ser, para Barba Jacob, la tierra prometida. Pero su espíritu está allá en Antioquia, entre los campesinos tan cercanos, como él dice, a la perfección evangélica.
Fuente:
Rabodeaji.com
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www.rabodeaji.com
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Barba Jacob, Porfirio
Por Fernando Vallejo
Último y más famoso de los seudónimos del poeta y periodista antioqueño Miguel Ángel Osorio Benítez (Santa Rosa de Osos, 1883 – Ciudad de México, 1942). Con este seudónimo y con el de Ricardo Arenales firmó todos sus poemas. El de Ricardo Arenales lo adoptó en Barranquilla en 1906, al inicio de un largo peregrinaje que le llevó por múltiples ciudades de países de las tres Américas, y lo usó hasta 1922 cuando, en Guatemala, se lo cambió por el de Porfirio Barba Jacob, que conservó hasta su muerte. Sus artículos periodísticos, aparecidos en una veintena de publicaciones del continente, no llevan firma, o están firmados ocasionalmente con otros seudónimos: Juan Sin Miedo, Juan Sin Tierra, Juan Azteca, Junius, Cálifax, Almafuerte (que también usó el poeta argentino Pedro Palacios), El Corresponsal Viajero… En cuanto al de Maín Ximénez, más que un seudónimo fue el personaje de un gran poema o drama que se le quedó en proyecto. Estos cambios de nombre, al igual que su movilidad geográfica, son buen reflejo de su natural inconstancia y de su perenne ansia de renovación. Ya al final de su vida pensaba cambiarse el de Porfirio Barba-Jacob por el Juan Pedro Pablo, para borrarse en el nombre de todos con el nombre de nadie. Tras dejar Antioquia, donde había fundado una escuelita campesina, la “Escuela de la Iniciación”, Barba Jacob publicó en Barranquilla, en 1906 y 1907, en sendos folletos, dos largos poemas, “La tristeza del camino” y “Campaña florida”, y varios poemas en la prensa local, entre los cuales, la célebre “Parábola del retorno”, es muy popular en Colombia.
Con los trovadores colombianos Franco y Marín se embarcó en Barranquilla, y por Costa Rica, Jamaica y Cuba llegó a México. En Monterrey fundó la Revista Contemporánea, una de las más grandes revistas literarias mexicanas (de la que salieron catorce números y que tuvo por colaboradores, entre muchos, a Alfonso Reyes y los hermanos Max y Pedro Henríquez Ureña), y fue jefe de redacción del viejo y prestigioso diario El Espectador, con el que acabó quedándose. Por sus ataques a políticos porfiristas locales desde las columnas de ese periódico fue a dar seis meses a la cárcel, de la que lo sacó la revolución. Ya en la capital de México colaboró en El Imparcial, El Porvenir reyista y El Independiente, y fundó Churubuseo, de éxito resonante y efímera duración. Con el seudónimo de Emigdio S. Paniagua publicó en 1913, en folleto, el largo reportaje periodístico “El combate de la ciudadela narrado por un extranjero”, sobre los sangrientos sucesos que siguieron al asesinato del presidente Francisco Madero y que se conocen como la “Decena trágica”. Obligado a huir de México por su defensa del caído régimen porfirista y por sus ataques a la revolución triunfante de Venustiano Carranza y Pancho Villa, Barba Jacob fue a dar a Guatemala, donde habría de dejar honda huella. Allí, en 1914, su amigo el poeta y cuentista guatemalteco Rafael Arévalo Martínez escribió inspirándose en él, en Ricardo Arenales o el señor de Aretal, su mejor relato, “El hombre que parecía un caballo”, que le dio gran notoriedad a su autor y que empezó a forjar la leyenda del poeta colombiano. Por no plegarse a la voluntad del déspota de Guatemala, Manuel Estrada Cabrera, hubo de marcharse del país dejando a medio publicar su libro Tierras de Canaán, para volver, por segunda vez, a Cuba. En esta nueva estadía en la isla (1915) Barba Jacob compuso algunos de sus más bellos poemas: “Canción innominada”, “Elegía de septiembre”, “Lamentación de octubre”, “Soberbia” y “Canción de la vida profunda”, su más célebre poema. En 1916 andaba por Nueva York escribiendo en la prensa de lengua española. En Nueva York se embarcó para La Ceiba, pueblito de la zona bananera en la costa norte hondureña, en el cual fundó un pequeño diario, Ideas y Noticias, patrocinado por el comandante del puerto, general Augusto Monterroso. De Honduras pasó a El Salvador, a cuya capital llegó el 7 de junio de 1917, el mismo día del terremoto que destruyó a la pequeña ciudad, suceso sobre el que escribió un folleto de gran éxito, “El terremoto de San Salvador, narración de un sobreviviente”.
Este folleto se imprimió en las prensas semiderruidas del Diario del Salvador, para el cual escribió, durante varios meses, los editoriales. Al año siguiente estaba de regreso en la Ciudad de México escribiendo en El Pueblo, y en 1919, en Monterrey fundando El Porvenir (con el mismo nombre del efímero diario reyista de la capital en que había colaborado), que abandonó en pocas semanas pero que habría de convertirse por muchas décadas, en el gran diario del norte de México. Yendo y viniendo por Ciudad Juárez, El Paso y San Antonio y los desiertos de la frontera, tierra de aventura y bandidaje, compuso sus poemas “Los desposados de la muerte” y la “Nueva canción de la vida profunda”, y escribió una biografía de Pancho Villa glorificando al bandido, de la cual dice la leyenda que se vendieron veinte mil ejemplares, pero de los que no se conserva ni uno solo. En 1920 estaba de vuelta en la capital mexicana escribiendo crónicas espeluznantes y amarillistas para El Heraldo y El Demócrata, entre las cuales una serie de cinco reportajes titulados “Los fenómenos espíritas en el Palacio de la Nunciatura”, de los que era protagonista y que aparecían en primera plana ilustrados por dibujos macabros de calaveras y manos de esqueletos apresando un edificio: el Palacio de la Nunciatura justamente, que iba a ser la residencia del nuncio apostólico, pero que, invitado el nuncio a no venir a México por el gobierno anticlerical de Carranza, no lo fue, sino que se convirtió en la sede de las orgías del poeta colombiano, quien por entonces ejercía en el país azteca un alto ministerio de sumo sacerdote del culto de la Dama de los Cabellos Ardientes: la marihuana, la misma que lo inspiró, y que aparece de vez en cuando en ellos, algunos de sus más bellos poemas como “El son del viento”, escrito precisamente en ese alucinado ‘Palacio de la Nunciatura’. De estas fechas datan sus poemas “Balada de la loca alegría”, “Canción de la noche diamantina”, “Elegía de Sayula”, “Estancias”, “Canción de un azul imposible” y “Canción de la soledad”. Durante algunos meses de 1921 dirigió en Guadalajara la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, a la que fue a visitarlo el esperpéntico don Ramón del Valle Inclán, y que tuvo que dejar por sus escándalos. Al año siguiente sus violentos editoriales en Cronos contra el ministro de Gobernación, general Plutarco Elías Calles, y otros altos funcionarios del gobierno de Alvaro Obregón le valieron la expulsión de México y volvió a Guatemala. Entonces tomó bajo su dirección El Imparcial de ese país, recién fundado, lo modernizó y lo convirtió en el más importante diario centroamericano. De esta estancia en Guatemala es su poema “Futuro”.
Expulsado en 1924 de Guatemala por el general Ubico, ministro de Gobernación de Orellana, llegó por segunda vez a El Salvador, del que lo expulsó el presidente Alfonso Quiñones. Transformado en cura, anduvo predicando de campamento en campamento por las plantaciones bananeras de la costa norte hondureña. En 1925 llegaba de Honduras, vía Nueva Orleans, por tercera vez a Cuba. Anduvo entonces con Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena y demás jóvenes de la “cueva roja” revolucionaria, que fundaron por esas fechas el partido comunista cubano. Al año siguiente estaba en el Perú dirigiendo La Prensa de Lima, vocero del gobierno de Augusto Bernardino Leguía. Por una desavenencia con éste (motivada por la negativa del poeta a escribir la biografía del dictador “como si se tratara de la del Libertador Bolívar”, según se lo sugiriera) debió abandonar la lujosa mansión en que vivía y pasó medio año de tugurio en tugurio, hasta que el embajador colombiano en Lima lo repatrió a Colombia: por el puerto de Buenaventura regresó entonces a su patria tras veinte años de ausencia. Tres se quedó dando recitales por pueblos y ciudades colombianas, o trabajando como jefe de redacción de El Espectador de Bogotá. En Buenaventura, por donde había regresado, se embarcó, y cruzando el canal de Panamá llegó por cuarta vez a Cuba. En esta última estancia en la isla coincidió una noche en una cena y en el malecón con el joven poeta español Federico García Lorca. El embajador mexicano en Cuba, Adolfo Cienfuegos y Camus, le abrió las puertas de la república y volvió a México, en 1930, para quedarse hasta su muerte.
En 1936, en la capital mexicana, se fundó la edición vespertina de Excélsior, Últimas Noticias, en la que el poeta escribió por varios años, en una prosa magistral, sin rival en el periodismo de América, la columna “Perifonemas”. Ni estos, ni sus incontables artículos de tantas publicaciones del continente, han sido recogidos en volumen. Por lo demás, el poeta nunca tuvo en gran estima su labor periodística, que consideraba una simple forma de ganarse el pan y nada más. En cuanto a sus versos, nunca los publicó él, los publicaron otros. En vida del poeta las más prestigiosas revistas literarias americanas fueron dando a conocer sus poemas: Letras y El Fígaro de La Habana, El Ateneo de Honduras, Esfinge y Germinal de Tegucigalpa, los Cuadernos americanos de San José de Costa Rica, los suplementos literarios de El Espectador y El Tiempo de Bogotá… Un centenar escaso de poemas, de una poesía musical y conturbada, que el poeta pulió hasta su muerte, sin quedar nunca plenamente satisfecho de ninguno. Tres recopilaciones de sus versos le hicieron sus amigos en vida y una póstuma: Rosas negras, en 1932 y en Guatemala, bajo la dirección de Arévalo Martínez; Canciones y elegías, en 1933 y en México, al cuidado de Renato Leduc, Edmundo O’Gormann y Justino Fernández; La canción de la vida profunda y otros poemas, dirigida por Juan Bautista Jaramillo Meza, en 1937, en Manizales. Por todas ellas Barba Jacob sentía un impotente horror, imposibilitado de recogerlas y destruirlas. En cuanto a la póstuma, la hicieron Manuel Ayala Tejeda y otros amigos, en 1944, en una imprenta oficial y con papel regalado: los Poemas intemporales. Minado por la tuberculosis, el alcohol, la marihuana y la miseria, pocos días después de haber recibido al confesor y los últimos auxilios de la religión católica (la de sus abuelos, a quienes quiso más que a nadie), Barba Jacob moría en un apartamento sin calefacción ni muebles de la ciudad de México. Moría de acuerdo con su sino, como último exponente, fuera de tiempo, de los poetas malditos.
Esta biografía fue tomada de la Gran Enciclopedia de Colombia del Círculo de Lectores, tomo de biografías.
Fuente: