Presentación

Baila Sarah, baila

—Diciembre 6 de 2016—

“Baila Sarah, baila” de Orlando Arroyave

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Orlando Arroyave Álvarez (Andes, 1962) es psicólogo, magíster en Filosofía y candidato a doctor en Ciencias Sociales. Ha publicado artículos en El Mundo, El Colombiano, el Magazín de El Espectador, Universo Centro, Kinetoscopio y Revista Cronopio, entre otros medios, y en revistas académicas de literatura, psicología, ciencias sociales y filosofía. Una recopilación de ellos se encuentra en la antología “Artículos de segunda necesidad” (2005). También algunos de sus cuentos han aparecido en revistas y libros. Ha sido coautor en libros académicos como “Cartografías de Foucault” (2008), “Salud y Salud Pública, aproximaciones históricas y epistemológicas” (2013), “Rubén Jaramillo Vélez: argumentos para la ilustración contemporánea” (2014), “Imaginar la paz en Colombia: cavilaciones desde la academia” (2015). Ha sido profesor en las universidades EAFIT y Luis Amigó, y actualmente lo es en la Universidad de Antioquia. Esta es su primera novela.

Presentación del autor
por Jorge Iván Agudelo

Fondo Editorial Universidad Eafit

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Es de resaltar el humor que Orlando Arroyave Álvarez logra extraer de los personajes de Baila Sarah, baila. Fácil hubiera sido incurrir en patetismos maniqueístas cuando la tragedia irrumpe y cerca el relato. No ocurre así. Aunque no se esquivan las situaciones deprimentes, los personajes se visualizan en una dinámica vitalista que los exonera de la lágrima o de la debilidad, y cuando estas aparecen, son exageradas hasta el ridículo y la risa. La novela, que no nos sitúa en un momento político concreto, pero sí alegoriza la violencia colombiana, evade el panfleto, y, en su lógica interna, los aspectos políticos son tratados con rigor. Podríamos decir que el propio argumento de la novela le confiere a esta una belleza especial: un circo atraviesa los campos para presentarse en un pueblo lejano; en medio de la travesía, la muerte. Sin embargo, el circo permanece, como si el autor quisiera convencernos de que la esquiva muerte del arte equivale a su perennidad.

Jorge Iván Agudelo

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Baila Sarah, baila

La caravana

Una gitana
no es más que un palillo
cantándole a la nada,
mientras va caminando,
la alegre caravana.

Hay en el cielo un lucero
que alumbra con luz lozana,
y va alumbrando el sendero
de la sufrida y alegre caravana.

“Pronto llegaremos a Santa María de las Flores, antes de tomar la trocha para Villa Paradiso”, voceó don Ulises desde su megáfono a los otros carromatos y carros de la caravana. El cielo gris, un tanto muerto, acompañó el mensaje sin sobresaltos. El circo seguía su marcha por parajes cada vez más enlodados, que detenían los carros. Sus ocupantes se adormecían en el sofoco del calor húmedo entre las sabanas y las montañas con olor a tiempo lluvioso.

Al partir el circo se disipaba esa alegría súbita que daba a los habitantes del pueblo la presencia de un divertimento ya olvidado en estas tierras. Por muchos años ningún circo había venido a estos parajes, que agonizaban entre líquenes y masacres. Y de pronto, he ahí el Gran Carrusel, que no solo daba funciones gratis, pagadas por el Ministerio de las Artes y las Letras, sino que seguía su marcha hacia el puerto de su misión: Villa Paradiso, un mito, más que una zona concreta. Aunque quién no juraría que tenía parientes residiendo allí.

En una o dos semanas desplegaba el circo su castillo de lona en algún pueblo agónico, de habitantes dicharacheros, que disimulaban su tristeza con una algarabía melancólica. Los soldados y los artistas se permitían con los habitantes, en esos pocos días de encuentro, algunos escarceos amorosos. Luego, la marcha ponía a cada quien en su sino: la caravana circense, custodiada por dos pelotones, de seis cada uno, uno en la vanguardia, el otro en la retaguardia; la escuadra de artistas del circo, comandada por don Ulises, a sus carromatos y “camerinos”; las gentes de los pueblos a la rutina de sus desgracias, ahora acompañadas de nuevos hijos bastardos dejados por la caravana.

Los carromatos se balanceaban entre el fango y los cuerpos arrojados como piedras de carne por el camino. Los gallinazos ni se disputaban los cadáveres: cada uno tenía bien servido su bocado diario y algunos se reventaban en los caminos, ahítos de una dieta tan surtida y monótona. Los cadáveres, sin desconocer el gran poder alimenticio para los gallinazos, presentaban un inconveniente para la marcha de la caravana: atascaban las ruedas pesadas de los camiones y carromatos del circo. El cadáver y el gallinazo cebado por su presa se hundían delicadamente en el fango, al paso del cortejo circense. El sobresalto continuo dejaba una náusea que se mezclaba con el sofoco, y no dejaba de ser un estorbo para los viajeros de la caravana que esos mullidos cuerpos todavía tuvieran huesos fuertes y sanos.

La marcha era tortuosa. Los carros no avanzaban, pese a que la escuadra de soldados, que precedía la caravana, había recogido previamente algunos cadáveres o cuerpos agónicos, y hacía la caridad de arrojarlos a un lado del camino. Los soldados se entretenían, para sofocar en algo ese mortecino aburrimiento, cazando con el rifle gallinazos y ratas de monte, adormecidos por la hartura.

Sergio, soldado y fotógrafo oficial de la caravana, tomó una foto: varios caballos con sus jinetes pudriéndose junto al camino. Don Ulises proclamó desde el megáfono que se trataba de los jinetes del Apocalipsis. ¡À la vie, à la mort!

“Dios y sus fechorías”, dijo don Ulises dándole nombre a esa viñeta que contemplaban los artistas, el empresario poeta, los soldados y las bestias, e indicó con la mano que la troupe no se detuviera ante la belleza mortecina de los jinetes y caballos copulando en su miasma verdosa.

Fuente:

Arroyave Álvarez, Orlando. Baila Sarah, baila. Fondo Editorial Eafit, Medellín, 2016.