Presentación

Alejandro de Humboldt

Del catálogo al paisaje

—5 de agosto de 2022—

Presentación del libro «Alejandro de Humboldt: del catálogo al paisaje» de Alberto Castrillón Aldana

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Alberto Castrillón Aldana es historiador de la Universidad Nacional de Colombia, magíster en Historia de la Biogeografía en Paris xii (Créteil) y doctor en Historia de las Ciencias de la Escuela de Altos Estudios en París. Actualmente se desempeña como profesor titular del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, y director del grupo de investigación «Narrativas modernas y crítica del presente». Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas y es autor de «Alejandro de Humboldt: del catálogo al paisaje».

Conversan Alberto Castrillón
y el biólogo Ricardo Callejas.

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Logo Editorial Universidad de Antioquia

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Alejandro de Humboldt (1769-1859) combinó investigación y expedición, estableciendo, de ahí en adelante, el puente necesario e indispensable entre viaje y conocimiento físico del planeta. Esto se tradujo en el reconocimiento de asociaciones dentro de la diversidad de la naturaleza. Resaltando la dinámica de los vegetales, Humboldt escribió el Ensayo sobre la geografía de las plantas, trabajo de una importancia capital para el conocimiento de las condiciones de existencia en las que crecen las plantas en cada región de la tierra. Así, encontró en la selva tropical la intensificación de la vida, posible en medio de asociaciones vegetales diversas, humedad, luminosidad y temperatura singulares, que devienen una región en la cual la fuerza de las mezclas permite comprender el funcionamiento fulgurante de la vida. Los libros de Humboldt producen una filosofía de la naturaleza tropical que es, al mismo tiempo, una filosofía del respeto a todas las formas de vida —absolutamente necesaria en estos tiempos de graves crisis en nuestra relación con el planeta— y, por este motivo, es decir, por su importancia en el presente actual, compartimos su fuerza bibliográfica para potenciar otras relaciones con el mundo y otros contactos con la diversidad de la vida.

El Autor

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Alberto Castrillón Aldana

Alberto Castrillón Aldana

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Alejandro de Humboldt

~ Introducción ~

El problema de la representación de la naturaleza ha estado atravesado, desde el Renacimiento europeo hasta finales del siglo xx, por la dicotomía catálogo-paisaje. Esta oposición se construye a partir de la diferencia en los dispositivos: el catálogo aísla el espécimen, extrayéndolo de la naturaleza, y representa así una naturaleza fragmentada, sin contexto. Por el contrario, el paisaje integra al viviente por medio de asociaciones coherentes con otros vivientes, haciendo visible una naturaleza natural que sigue las leyes de la perspectiva. Sin embargo, el asunto que aquí nos interesa no es solo el despliegue de esa polémica, sino, sobre todo, el descubrimiento de las condiciones que permitieron la emergencia tanto de la dicotomía fragmento-asociación como de su expresión iconográfica e iconológica. El problema de las condiciones de emergencia de la representación de la naturaleza y sus expresiones se ha planteado de una manera discontinua desde el Renacimiento hasta la actualidad, y ello tiene que ver, al mismo tiempo, con la «idea» de representar la naturaleza y con la función de esas representaciones cuando se superponen a lo que representan y lo sustituyen como imagen verdadera.

Vamos a hacer visible entonces tanto el catálogo como el paisaje mediante el artificio de su constitución histórica, pues consideramos que lo que llamamos catálogo y lo que denominamos paisaje están conformados por múltiples pliegues, cuyo desdoblamiento nos permitirá hacer aparecer paradigmas, formas simbólicas, determinismos geográfico-climáticos, procesos de expansión y dominación cultural, límites y posibilidades de la perspectiva, la fuerza de la ficción cuando naturaliza una naturaleza, procesos de humanización de lo natural y de naturalización de lo humano, la constitución de disciplinas, entre otros.

Ahora bien, en la medida en que la naturaleza no es originaria, ninguna cultura sería más natural que otra por habitar más naturalmente el paisaje. El paisaje puede ser símbolo de lo primigenio, como el Jardín del Edén; puede ser un lugar de refugio y de lucha, como el bosque para Robin Hood; puede ser un lugar de seducción, para Caperucita, el lobo y la abuelita; un lugar de aislamiento, de soledad, de expresión de la intensidad de sentimientos, para los románticos y los natürphilosophen; un lugar privilegiado para la conservación de la naturaleza, para los ecólogos, y un lugar de producción económica para los ingenieros forestales. Es decir, los paisajes pueden ser inventariados según formas históricas que hacen visible que, con referencia al paisaje, no hay una sensibilidad ni general ni originaria. No se trata de la naturaleza y el paisaje, sino de formas paisaje producidas por ficciones, saberes, prácticas y tecnologías. Formas que también están plegadas a otros artificios que hacen posible su composición.

El paisaje no tiene ninguna relación con lo puro, con una naturaleza naturalizada, sino que está compuesto por un sinnúmero de pliegues que se han ido construyendo y se siguen construyendo, y que han realizado la infinidad de variaciones paisajísticas. En ese sentido, el paisaje sí está antes de toda cultura, pero no como naturaleza natural, sino como artificio natural y condición de posibilidad. El paisaje es espacio representado; es decir, reproduce una forma de pensar que es sentido y norma. Sin embargo, en ese proceso de reproducción, el paisaje se multiplica por medio de copias, de simulacros, de variaciones, de híbridos y de mutaciones que lo han ido disolviendo como representación o que han ido produciendo y manteniendo la forma jardín campo naturaleza paisaje; es decir, que han privilegiado la continuidad de la representación. Desplegar esos pliegues es deconstruir la idea de un paisaje idéntico a la naturaleza que representa y mostrar, así, que la constitución del paisaje en naturaleza ha sido posible a partir de discontinuidades fabricadas durante varios siglos, discontinuidades que producen una forma simbólica que hace visible la naturaleza como espectáculo mediante múltiples imágenes.

Es difícil pensar el paisaje como artificio porque ha estado ligado a demasiadas emociones, a excesivos gestos y a muchos sueños que tienen que ver con el origen del mundo, con la armonía y el equilibrio de una naturaleza en estado puro. Es también difícil admitir que el paisaje es una simple copia, insuficiente, de una naturaleza que tampoco es originaria, de una naturaleza que ha tenido momentos de emergencia, que ha sido fija, móvil, divina, humana, diabólica, natural y productiva. La condición de posibilidad de este trabajo, que vuelve problema la imagen-paisaje, ha sido la grieta que hemos encontrado en la naturalidad de la naturaleza cuando observamos que las múltiples variaciones paisajísticas tienen relación con una naturaleza que sería, al mismo tiempo, el telón de fondo de todas sus representaciones y la imagen fiel de todas sus expresiones.

Los viajeros naturalistas, desde el siglo xviii hasta finales del xix, trataron de poner en orden la naturaleza con el fin de abarcar la totalidad del universo natural. La botánica guio a la geografía en la elaboración de paisajes y permitió examinar muchas de las especies «distribuidas» sobre el globo. Los viajeros naturalistas determinaron que la repartición de floras por región estaba condicionada por las especificidades del suelo, del clima y de la luminosidad. Es decir, por las características propias de cada medio exterior. Esta repartición de las floras condicionaba a la vez la distribución de las faunas en el planeta. La repartición de los vegetales es entonces el principio de la dinámica de la vida, es ella quien produce la lógica de las migraciones de los animales. Para estos viajeros, las posibilidades de identificar la naturaleza según el orden de un paisaje pasan por la reinvención y la conceptualización del sentido de identidad entre las referencias, tomadas de la naturaleza, y la imagen-paisaje que se quiere construir. Pasar de la hoja a la planta, de la planta a un grupo de vegetales, del árbol al bosque, del estanque al océano, de una roca a un conjunto de piedras, por medio de la sutileza del color auténtico, reflejando las condiciones de existencia de los medios para construir paisajes, es dar un sentido de lectura, un orden, a nuestra percepción del paisaje. La naturaleza es también aquí artificio, puesto que está ligada a los gestos del naturalista que hace visibles las leyes de su funcionamiento, situando cada punto en el espacio geográfico, definiendo coordenadas con la ayuda de protocolos teóricos, de representaciones cartográficas, de observaciones astronómicas, y estableciendo relaciones entre estas informaciones científicas según un juego de combinaciones regulado por las observaciones de otros viajeros. Esas son condiciones para la expresión de las anotaciones de los viajeros naturalistas que recorrieron la América tropical durante el siglo xix y que, en su mayoría, conocieron los escritos de Alejandro de Humboldt, quien elaboró los modelos de viaje y de observación que sintetizan esas condiciones. Esta formación conceptual y este registro normativo no emanan de una creación puramente personal de Humboldt; son inseparables de un movimiento de pensamiento donde el naturalista prusiano se coloca de manera explícita y para el cual el «paisaje» es un todo que se percibe por los sentidos. Para Kant [1] el conocimiento comienza por los sentidos, pasa de allí al entendimiento y termina en la razón, por encima de la cual no hay en nosotros nada más elevado para elaborar la materia con la cual la intuición trabaja y para construir la unidad más alta del pensamiento. De las cosas, conocemos, en primer lugar, las impresiones que ellas nos producen; la sensibilidad retiene la diversidad de la naturaleza y la razón la ordena y la unifica para crear un conocimiento. La sensibilidad y la razón son principios del entendimiento. Se fundan en una simbiosis que, en este caso, hace posible la elaboración de una estética que combina las informaciones técnicas con la sorpresa producida por la primera impresión de un paisaje. La sensibilidad y la razón integran al hombre y a la naturaleza. Carl August Gosselman, quien recorrió la cuenca del río Magdalena, la Costa Atlántica, Cundinamarca y Antioquia en 1825 y 1826, dice, por ejemplo:

Estas formas montañosas permitían distinguir y apreciar la diferencia climática, que dependía de la altura por lo que iba variando desde lo más alto y frío hasta lo bajo y caluroso. De allí que pudiera notarse que las cimas de zonas heladas generalmente estaban peladas, cubiertas apenas por delgados y finos trozos de pasto, o adornadas con arbustos bajos y espinosos y algunos árboles parecidos a enanitos que extendían sus ramas torcidas. [2]

En este relato, el paisaje permite integrar observaciones múltiples. Desde esta perspectiva, podemos también leer a Auguste Le Moyne, en su Viaje y estancia en la Nueva Granada, cuando expresa:

A pesar de las picaduras intolerables de los mosquitos experimentamos ese bienestar, que solo el viajero puede comprender, que da el encontrarse en medio del desierto en agradable compañía con la copa en la mano hablando de las patrias lejanas y oyendo en lugar de los ruidos clásicos de todas las ciudades, el murmullo de los árboles de la selva, el ruido de la corriente del río, los rugidos de los tigres, los gritos de los monos, los graznidos roncos de las aves de rapiña y hasta vernos rodeados de centenares de hombres, negros o mulatos, cuyas fisonomías adustas, alumbradas por la claridad de la hogueras, armonizaban tan perfectamente con lo agreste del lugar. [3]

Los viajeros-naturalistas se alejan de la observación ascética y llegan a comprender cómo se articulan los componentes de la naturaleza en un espacio para producir un paisaje, donde se encuentran asociaciones de índole bien sea racial (sobre el estado de cultura o incultura de los autóctonos), sobre el predominio de la naturaleza en la voluntad del hombre, o acerca de la belleza del contraste florístico. Los viajeros que en el siglo xix recorren la América tropical construyen con sus discursos una vasta geografía de paisajes locales. Retratan con sus palabras, cuando no con sus pinceles, su imagen de la naturaleza tropical. Hoy en día, los ecólogos, al estudiar las cadenas tróficas de la zona tropical y entender su funcionamiento, representan paisajes donde sobresalen especies con complejidades nuevas y sistemas de interacción sorprendentes. Tanto a los antiguos naturalistas como a los modernos ecólogos, les es posible entender el paisaje por medio de la integración de informaciones topográficas, geológicas, botánicas, zoológicas, meteorológicas y edáficas, que deben concurrir con el fin de definir el corte inteligible donde se pueden situar los seres vivientes y el paisaje que los contiene. La concentración espaciotemporal de los vivientes es posible en virtud de una sintaxis de asociaciones específicas entre estos, que, en el caso de la ecología, es sistémica. Naturalistas y ecólogos reconstituyen paisajes desde procedimientos distintos y hacen visibles naturalezas diferentes.

Humboldt y el paisaje

La exploración sistemática de América marcó el pensamiento de Alejandro de Humboldt. La visión de animales y plantas en nuevos escenarios, las observaciones geológicas de los suelos americanos y la comparación de estas observaciones con todo lo que conocía de Europa, lo llevaron a desarrollar una nueva disciplina: la geografía de las plantas. Sus trabajos sobre los yacimientos geológicos de Europa y América le permitieron alejarse de los conceptos universales sobre la conformación del planeta, conduciéndolo a buscar una vía más «regional». Estudió entonces las plantas en función del suelo donde se encuentran y de las condiciones climáticas en las cuales crecen, con el fin de comprender su manera de desarrollarse en un medio determinado y de asociarse con otros vegetales para producir paisajes.

Merced a sus conocimientos en orictognosia y a su experiencia en la explotación de minas, Humboldt supo relacionar la geología y la geografía de las plantas, introduciendo así la noción de tiempo en el estudio de la distribución de los vegetales sobre el planeta. Según esta asociación, el naturalista prusiano reubicó los vestigios de un bosque tropical primitivo en las regiones del norte de Europa, allí donde se encontraba en el pasado.

Esta nueva mirada sobre las plantas es posible a partir de la segunda mitad del siglo xviii, debido a los cambios en las políticas de colonización y a los nuevos modelos de viaje. Humboldt pudo así combinar investigación y expedición, estableciendo, de ahí en adelante, el puente necesario e indispensable entre viaje y conocimiento físico del globo. Esto se tradujo en el reconocimiento de asociaciones dentro de la diversidad de la naturaleza. Resaltando la dinámica de los vegetales, Humboldt escribió la Geografía de las plantas, trabajo de una importancia capital para el conocimiento de las condiciones de existencia en las que crecen las plantas en cada región de la tierra, lo que le permitió luego desarrollar el concepto de medio exterior.

A partir de estas consideraciones, nos hemos propuesto, en tres secciones, exponer las condiciones que hicieron posible el surgimiento del estudio de la distribución geográfica de los vegetales y los conceptos que emergen con este saber. Analizamos algunos viajes realizados en la segunda mitad del siglo xviii y el efecto que tuvieron para el conocimiento físico del globo, la descripción de los viajes de Byron, Carteret, Wallis, Cook-Banks y Bougainville, y el nuevo orden de la naturaleza que concibieron a partir de su experiencia como exploradores naturalistas. Dichos modelos de viaje fueron primordiales para Humboldt, como lo fueron también sus estudios con Werner en la Escuela de Minas de Freiberg. Estos estudios y estas formas de viajar le permitieron orientar su formación científica y determinarla con respecto a su deseo de realizar largas expediciones naturalistas. Los relatos de viaje registran las costumbres de los pueblos descubiertos y reconocen lugares, a partir de los cuales explotan nuevos recursos, pero también permiten describir y analizar la flora, la fauna, el paisaje y la organización social de las sociedades originarias, así como aumentar el conocimiento geográfico de la tierra para elaborar, desde allí, una nueva relación entre poder y saber. Se pasará entonces del discurso del cronista a uno mucho más complejo, basado en principios estéticos nuevos, teniendo en cuenta la «cientifización» de la experiencia cotidiana a partir del desplazamiento y de la observación.

Veremos de qué manera Alejandro de Humboldt elaboró un nuevo discurso sobre la naturaleza, eliminando los prejuicios anteriores e integrándose a los países visitados para comprender la especificidad de las costumbres de las sociedades originarias americanas tan diferentes a las de la sociedad berlinesa de la cual provenía.

En la primera parte, consagramos un capítulo al viaje de Humboldt con Aimé Bonpland en América entre 1799 y 1804; un viaje que comenzó en Cumaná y terminó en Filadelfia. Analizaremos su encuentro con los naturalistas José Celestino Mutis y Francisco José de Caldas; tendremos en cuenta la ascensión al Chimborazo —a partir de la cual Humboldt esboza el corte de distribución geográfica de las plantas—, el estudio de las especies de cinchona y su concepción estética de la práctica científica presentada en sus Cuadros de la naturaleza. Esta nueva manera de ser naturalista se alimenta de las ideas expresadas por Kant, desde el punto de vista filosófico, y por Goethe, desde el punto de vista científico-estético. A partir de sus observaciones sobre la complejidad paisajística de la montaña es posible entender de qué manera el viaje le permite a Humboldt trazar el camino hacia la comprensión de la diversidad en las formas vegetales, y también elaborar el concepto de fisonomía presente en toda su obra, aun si este concepto circulaba anteriormente en la psicología naciente.

En la segunda parte mostramos el proceso que llevó a Alejandro de Humboldt a esbozar su teoría general para designar los Cuadros de la naturaleza y definir los modelos de conocimiento que pueden ligar la naturaleza humana y la naturaleza física. Intervendrán entonces el concepto de economía de la naturaleza y el de medio exterior. Mencionamos también las ideas de Bernardin de Saint-Pierre sobre la vegetación, no solo porque ellas parecen ser muy importantes para la formación de los conceptos relativos a este estudio sobre la geografía de las plantas, sino porque Humboldt y Augustin Pyrame de Candolle las desarrollaron en sus trabajos respectivos sobre los vegetales en los Cuadros de la naturaleza. Humboldt mostró cómo la distribución de los vegetales copia el principio mismo de la dinámica de la vida en la fuerza de su diversidad, y cómo pasamos de la búsqueda de la armonía universal, en concordancia con una voluntad creadora divina, a la búsqueda de una naturaleza-materia palpable y modificable. De ahí nace el estudio de la distribución geográfica de las plantas como expresión de la relación de las plantas con la tierra. Humboldt propuso entonces la posibilidad de estudiar la naturaleza de acuerdo con el orden figurativo de un cuadro, y escogió la complejidad paisajística de la montaña como el lugar ideal para esbozarlo, considerando así la actividad artística como un medio para llegar a comprender la diferenciación y la diversidad inherentes a la naturaleza.

En la tercera parte, tratamos de hacer visible la manera como el estudio de la distribución geográfica de las plantas se apoyó en el reconocimiento de la diversidad de formas de los vegetales y en el equilibrio de funcionamiento que se establece entre estas. El concepto de equilibrio está asociado al de plantas sociales y asociales, sobre lo cual discurriremos ampliamente. Fue a partir del análisis geológico y del estudio fitogeográfico que Humboldt designó las regiones naturales, teniendo en cuenta las consideraciones sobre la influencia de agentes externos que guían la distribución de los vegetales, preocupación igualmente compartida por el naturalista De Candolle. Alejandro de Humboldt estableció que el calor y la humedad son las dos grandes causas que permitieron la creación del bosque tropical y que la flora tropical y la flora temperada derivan la una de la otra.

En esta tercera parte, nos ha parecido también fundamental aclarar los conceptos de región natural y de equilibrio natural, pues implican una aproximación nueva hacia la naturaleza y ubican a la empresa del viaje como condición indispensable para percibir las diferencias y la movilidad morfológica de los vegetales.

Finalmente, mostramos que las montañas tropicales fueron el laboratorio natural que permitió, por un lado, la formación de los conceptos determinantes para la existencia de la geografía de las plantas como disciplina y, por otro, la elaboración de un registro paisajístico comparativo que hizo posible la invención de múltiples paisajes.

Después de realizar un recorrido histórico en el cual hemos deconstruido el concepto de naturaleza, inscribiéndolo en una ruta discontinua donde el paisaje del siglo xix emerge como condición de posibilidad del nacimiento de la tropicalidad y se inscribe nuestra territorialidad colombiana, consideramos pertinente expresar que este trabajo también forma parte de una historicidad política que busca comprender lo que somos según nuestra diferencia y especificidad biológica, las cuales, estando inmersas en la diversidad, también están llenas de inconmensurables riquezas que hoy debemos celebrar, proteger y recrear.

Notas:

[1] Kant, Immanuel, Werke. In gemeinschaft mit Hermann Cohen, Berlín, Cassirer, 1912.
[2] Carl August Gosselman, Viaje por Colombia (1825-1826), Bogotá, Banco de la República, 1981, p. 119.
[3] Auguste Le Moyne, Viaje y estancia en la Nueva Granada, Bogotá, Ediciones Guadalupe, 1969, p. 79.

Fuente:

Castrillón Aldana, Alberto. Alejandro de Humboldt: del catálogo al paisaje – Expedición naturalista e invención de paisajes. Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 2021, pp. xixx. ISBN: 978-958-501-082-6