Anotaciones sobre
una primavera

Salomé (1934) de
Fernando González

Por Andrés Esteban Acosta Zapata

En una foto de 1933, Fernando González juega en una pequeña mesa de billar con su hermano Jorge y sus hijos Pilar y Álvaro. Un reflejo del sol francés domina la parte superior izquierda de la foto: la luz que deja ver el movimiento de Jorge calculando el golpe de la bola, la atención de Fernando con el taco en la mano en posición vertical, la observación erguida de Álvaro y la mirada de Pilar a la cámara. Toda la imagen es luz, motivo que le interesará a Fernando González en sus apuntes de estos años, en el contexto de su etapa como cónsul en Marsella.

La luz del mediterráneo francés tomará forma en parte de los apuntes de 1934, recogidos bajo el título Salomé [1]. Se trata de un libro sobre la primavera, dedicado al sol que nace, al sol apenas intenso que está siempre sobre el mar. También es un libro sobre la luz, sobre el asombro y el cansancio que esta causa, es decir, sobre cómo el paisaje se integra al deseo y la intimidad.

El primer apunte es del 14 de marzo y el último del 11 de abril, casi un mes de meditación sobre las sensaciones primaverales, de escritura diaria y de observación de Salomé [2], la gata hogareña de Pilar, que para Fernando González sirvió de objeto de estudio del deseo en su animalidad:

Esta mañana desperté con la sensación de Dios y de que pronto me iré del cuerpo. Medité sabrosamente.

Pensé en escribir mis confesiones para aligerarme. Siento mi niñez, juventud y edad madura.

El día es una gloria: seco, tibio, resplandeciente [Marzo 14; p. 21].

Con la expresión «medité sabrosamente», Fernando González alude al grado de intimidad que alcanza del análisis de la vida diaria. Luego del invierno, que es en tanto promesa de la vida, la naciente estación es una bienvenida seductora que merece una disposición filosófica para la narrativa y el pensamiento. El propósito es claro: «Voy a observar el llegar de la primavera» [Marzo 14; p. 22].

El mundo se abre para González, cronista de la primavera en Europa; mundo que se transforma en un ritmo «alocado» que parece no calcular la necesidad de la conversación del deseo, solo se percibe el gasto:

¡La primavera! En marzo, el sol está ya muy corrido para el norte; casi llega hasta el castillo de If. En diciembre, se ponía por allá al sur y salía al sur; hacia un pequeño arco sobre la Madraga […].

Pero todos andan alocados de alegría, como preguntando con sus actitudes y miradas: ¿dónde arrojo esta alegría? Se percibe, pues, a la muerte.

Desde el 12 comenzaron algunos arbustos a renovarse. En parque Borely vi unos que estaban como con aura blanca, como cubiertos de copos de nieve, y eran hojillas que comenzaban. Desde el 6 o el 7 las plantas que sirven para bordear las eras y que no botan las hojas, comenzaron a empujar, a echar cogollos [Marzo 15; pp. 22-23].

El panorama se integra en las notas del filósofo: el horizonte, las gentes, las plantas. Todo es un movimiento que se registra a través del paso de los días. Nada permanece, todo se abre a un nuevo estado: los flores que brotan, la alegría ciega que se adueña de los ánimos y la hora del sol. Las partes sumadas son un todo que invita a concebir el reinicio de la vida.

En el deseo de la gata Salomé está la posibilidad de dimensionar el deseo propio: ¿Qué deseo? ¿Por qué deseo? ¿Cómo contener el deseo o transformarlo en conocimiento? Los motivos de la escritura equivalen a los motivos de la observación, se encuentran en el hecho de ser expresiones similares para una finalidad común: la descripción del yo. En esa medida, el fin principal no se reduce al rastreo y la notación del deseo de Salomé, o al registro sin análisis del paso de los días o la vida exterior en las plazas de Marsella. Mucho más, el deseo importa como gran movilizador, como un impacto en el interior que suscita el análisis y el juicio sobre sus límites o su libertad.

Tal como se nombra, la observación pasa al apunte en un ejercicio de apropiación de la vida. Esta es la filosofía para Fernando González.

Los apuntes siguen un ritmo, la primavera abre, se forma en el paisaje. Las entradas del diario se leen como una proyección estacional. La primavera es fecundación, el deseo o potencia de la vida: «Parece bueno el día. Los plátanos ya tienen hojillas. También hay babosas en el jardín. Comienza el calor; ninguno lleva bufanda y la mayoría anda sin abrigo. Todo quiere ser fecundado». [Marzo 31; pp. 106-107].

De la primavera brota el pensamiento, más que como una consecuencia de la estación o al modo de un tiempo privilegiado o de unas semanas propicias, como la intimidad que obedece a los motivos del paisaje:

He venido piensa que piensa… El sol se va a poner en horizonte plomizo y hay un resplandor-estela rojo en la mar. Me descubro y alabo a Dios; cada vez aumenta más mi humildad; siento más y más que soy hechura; nada sé ni del pasado, ni del presente, ni del futuro; apenas capto un poco, poquísimo de mi presente. El espíritu me llevará de la mano, porque soy hechura, ajuntamiento de óvulo y espermatozoo, copulación de elementos positivo y negativo en una noche iluminada u oscura [Marzo 28; p. 100].

El diario de la primavera de 1934 no se simplifica en una descripción de una alegría temporal colectiva. Fernando González vive el tormento de las contradicciones que padece en una época destinada en apariencia solo al consumo de la belleza. No toda la belleza del exterior de estas semanas ocurre en el interior del filósofo, que ya siente el paso del tiempo, el cambio en el consulado de Marsella, el aprecio creciente de la soledad casi hasta el aislamiento, el pensamiento de la muerte.

El sentido de la belleza está en restaurar el deseo de la vida y devolverlo nuevo, aunque su efecto no sea continuo. La sensación de muerte, de que lo bello se va, sigue a la primavera. Morimos continuamente para volver a nacer en deseo. En tono de crónica, de anotación de paisaje como principio del pensamiento, Fernando González piensa en la muerte:

En la calle Paraíso vi el almacén de flores: las unas, moradas, morado hondo, como la muerte. Ya sé, a los treinta y ocho años, a qué huele la vida: a celo; es el mismo olor, allá en el fondo, que tienen los cadáveres. Hay un principio de cadáver en el niño y en el botón; en el polen hay ya un futuro muerto. Todos somos futuros muertos, hijos del Sol y de la Tierra; vamos haciéndonos cadáveres a medida que perfumamos, sonreímos, lloramos y amamos [Marzo 16; pp. 33-34].

La filosofía de González comparte el sentido primaveral de brote o nacimiento, pero no su progresión hasta el verano. El sostenimiento de una vida está en la comprensión de su deseo y en la intuición de su muerte. Esto es evidente en los días de falta de tiempo para la meditación. Fernando González describe sus sensaciones de lucha contra la inmensidad de la primavera en el ánimo, a la vez que los momentos de declive y ausencia de ideas: «No tengo ninguna idea, absolutamente ninguna» [Abril 8; p. 149].

El deseo se abre en una sensación que moviliza los cuerpos, el de Salomé, por ejemplo, como si un todo concentrara la sensación de renacer o de amar. Incluso las lluvias de abril también son renacimiento, no solo para la tierra, también para remover los estados del ánimo. En una de las últimas entradas del diario, se lee la convicción de pertenencia al todo:

¡Miserable casa de la desconfianza! Día lluvioso, terriblemente frío.

Salomé durmió fuera. Anda con su amante, muy excitada, lo araña.

Pero no hay ánimos para nada. Esta es la casa de la desconfianza.

* * *

Somos hijos de las plantas, de ellas y por ellas vivimos. Así es que tenemos que aceptar estas lluvias de abril que remojan la tierra para que renazcan las yerbas y revienten, también, los huevos de los animales [Abril 9; pp. 151-152].

La totalidad es una aspiración que debe formarse de a poco en las sensaciones, debe arraigarse como forma de vincularse con la vida. En Europa, Fernando González oscila entre el dolor de su patria y el deseo de retorno, entre una soledad aceptada y un regreso ansiado. Desde la distancia padece su país, las «malas pasiones» que emanan de Colombia: «Estoy deshecho; mi cerebro está adolorido. Siento que me envían odio de allá» [Marzo 15; p. 22]. La sensación contraria aparece pronto y contiene su dolor: «Mi sueño, el que me atajó y me sentó en esta banca, es ir a Colombia y organizar la juventud en un gran amor, en espíritu de sacrificio» [Marzo 20; p. 56].

Todo lo siente quien está en apertura, quien hace de su ánimo una primavera. La filosofía puede pensarse bajo esta imagen de lo que brota, lejos de que esto defina un optimismo estacional ingenuo. Incluso, Fernando González le da un lugar a los momentos de lamentación, que son estados donde la alegría exterior no compagina con el decaimiento interior: «Pero estoy nervioso. No tengo tiempo para meditar. La primavera pasa, me deja. Es una exhalación. Salomé está entregada a sus amores» [Abril 4; pp. 131-132].

La primavera es el deseo de sentir la vida en el interior, afirmando también las lamentaciones y la carencia de ideas. Los días que componen el libro Salomé marcan una transición entre escrituras: de la culminación de El Hermafrodita dormido al inicio de El remordimiento. El pequeño intervalo entre estos dos libros es la primavera como motivo de descripción del paisaje y del ánimo. Confirmación de este espíritu de época es el siguiente pasaje: «Las hojillas de las plantas tienen ya unos dos centímetros, y ya se ven como un reguero de frutas y ya comienzan a sombrear» [Abril 9; p. 154].

Vuelvo a una foto de 1933. Fernandito sostiene en sus brazos a la gata Salomé. Fernando González abraza a sus hijos [Fernandito y Simón]. Todo es luz en la imagen. La luz de Marsella acompañó a González en un periodo entre 1932 y 1934. El deseo se parece a esta luz: brota, se intensifica y se pierde para volver a nacer.

Notas:

[1] Los apuntes son de 1934, algunos publicados inicialmente con el título de La primavera en la revista Antioquia. Al comienzo del número 11 (1939) se anuncia su publicación, y después de los primeros artículos aparece la primera entrega de lo que denomina «una novela», que como libro apareció por primera vez en 1984, en la colección Ediciones de Autores Antioqueños. La versión más reciente es la edición de la Editorial Eafit y la Corporación Otraparte (2008), la cual tomo de referencia para estas notas.
[2] Se lee lo siguiente en el diario de Jorge González Ochoa, hermano de Fernando, quien estuvo en Marsella entre 1932 y 1933: «Regaló una vecina a Pilar un gatico angora, blanco. Ese es mi entretenimiento durante todo el día. Juega bellamente y me hace pensar en ti. Tú fueras feliz jugando con este gato. Tengo que sacarle unas fotos para que conozcas mi amigo de Marsella. Es gata, ahora que me acuerdo y se llama Salomé. El nombre fue puesto por Fernando».

Bibliografía

González, F. (2008). Salomé. Editorial Eafit / Corporación Otraparte, colección Biblioteca Fernando González.

González, J. Diario de Jorge González Ochoa 1932-1933. Archivo Corporación Otraparte.

Fuente:

Acosta Zapata, Andrés Esteban. «Anotaciones sobre una primavera: Salomé (1934) de Fernando González». Comunicación personal, lunes 9 de diciembre de 2024.