Presentación
Cuando juntos
habitamos la sombra
—6 de septiembre de 2024—
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YouTube.com/CasaMuseoOtraparte
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Juan Fernando Uribe Duque (Medellín, 1953) es médico, músico, poeta y narrador. En su calidad de tanguero y rockero integral conformó bandas y ensambles con los que recorrió diversos escenarios del país, ensalzando la música de The Beatles y cantando los tangos de Carlos Gardel, a quien rinde en su segunda obra un sentido homenaje. Su primer libro, «La tentación» (Editorial La Banda, 2018), es una recopilación de cuentos y relatos en los que ficciona experiencias de la niñez y anécdotas familiares. Otros trabajos suyos han sido publicados en revistas virtuales y en periódicos como «Universo Centro». Así mismo, en los últimos años ha publicado poemas y artículos de carácter político en «Momento Médico», medio de difusión de la Asociación Médica Sindical Colombiana (Asmedas), y en «El Pregonero del Darién» de Apartadó, Antioquia. Participante activo en grupos de estudio y tertulias literarias, tiene varias novelas inéditas y una obra poética siempre en construcción.
Presentación del autor y su obra
por Claudia Ivonne Giraldo.
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Hace ya muchos años conocí a Juan Fernando en Arboletes —un pueblo de la costa antioqueña—, mientras hacía su año rural. Allí nos enamoramos, y una noche en la playa, bajo una brisa de estrellas, hicimos la promesa de que nos casaríamos una vez me graduara en la universidad. Así lo hicimos casi seis años después, y todo este tiempo a su lado ha sido un baño de amor, aprendizaje y admiración.
Juan Fernando ejerció su medicina con la población más pobre y vulnerable, y mucho recuerdo su alegría cuando llegaba al hospital donde juntos trabajamos durante varios años por una feliz coincidencia. Yo me escondía tras las escaleras que bajaban al servicio de urgencias para verlo atender a los niños mientras les cantaba y los hacía reír. En los momentos de descanso, aprovechaba para leer y escribir. Ahí nacieron sus primeros cuentos, y una vez jubilado, sus novelas y su poesía, labor que siempre ha intercalado con la afición por la música y el deporte.
Nunca olvido la publicación de su primer libro La tentación —bajo la dirección editorial de Claudia Ivonne Giraldo, nuestra amiga— y sus presentaciones musicales como cantor de tangos («gardeliano hasta el bisturí»), también sus recitales y su esmero porque la banda tributo a Los Beatles que dirigió con tanto cariño, llevara un legado de amor y buen gusto por todo el país.
Estar al lado de este hombre maravilloso con el que he compartido lo mejor de mi vida, ha sido una hermosa experiencia de placer y asombro.
Disfruten este libro y recuerden que es el amor lo único que puede salvar el mundo.
Ana Catalina Pérez
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Juan Fernando y Katy
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Volar desde el palacio
~ Fragmento ~
Por Juan Fernando Uribe Duque
Las carcajadas y los empujones a su lado parecían no perturbarle; todo pasaba como si no existiera, como si su piel perteneciera a otro instante, a otro mundo. Hablaba y evadía con desdén, a veces sonreía, pero su cara no se alteraba, no había emoción en sus palabras, pronunciaba sólo las precisas para no sentirse ausente, para pactar con el entorno una presencia que ya no existía, un mundo aparte, otra realidad que lo empujaba a habitar un afuera de silencio, rotundo y fatal.
Las manos del compañero lo rozaban cuando era inevitable el contacto, el sudor en Educación Física no lo estremecía, ni los estrujones cuando el grupo decidía no querer estar en clase y Juan Miguel, su compañero, fingía un ataque arrojándose al piso convulsionando entre gritos y jadeos. Él miraba y se apartaba cuando el tumulto era pesado y la masa agitada quería involucrarlo en la baraúnda que abandonaba el aula, y salía a la cancha entre vítores de triunfo y la mirada exaltada del profesor. Luego se sentaba y permanecía solo en el salón, hasta que la farsa acababa y otra vez volvíamos a clase.
En las mañanas, el conductor de la familia lo dejaba en el colegio, casi nunca llegaba por sus propios medios, alguna vez su papá lo traía en el auto, otra su mamá, alguna vez lo vi en compañía de su hermana bajarse de un busecito que compartían con estudiantes de otros colegios. Siempre fue un muchacho callado, de una timidez tranquila, casi indiferente, me gustaba el olor de sus lociones y los colores de los empaques de las chocolatinas que destapaba en los recreos. Estas me las trajeron de Miami, decía, su ropa era importada, muy diferente a los bluyines, camisas y zapatos que todos usábamos; las veces cuando me invitaba a su casa en El Poblado, me abría la alcoba que tenía llena con los juguetes que sus papás le traían de los viajes, muchos de ellos todavía en cajas sin abrir, ni siquiera un rasguño; me decía que si quería fuera yo el primero en usarlos, pero a mí me gustaban más los aviones que tenía en el escritorio y otros que guardaba en un armario, tremenda flota tenés, pero él prefería los soldados, de los que creí hacía colección, pero, salvo dos o tres que mantenía sobre la cama, los demás reposaban en cajas con ilustraciones de colores llamativos, o en empaques con letras en inglés, otras en francés, o en portugués, cuando sus papás preferían las playas del Brasil en unas vacaciones que se prolongaban por meses y cuya ausencia, como me decía triste, trataban de llenar con mensajes, postales o llamadas de larga distancia que las empleadas anotaban en libretas y que José David, ya antes de cumplir los once, anotaba colgándolas con chinches en una cartelera que compartía con su hermana; pero su hermana casi nunca estaba, prefería permanecer en la casa de una tía, pues no soportaba la soledad de aquel caserón rodeado de jardines y silencios, empleadas de uniforme blanco, un conductor somnoliento, y una señora con aspecto de policía que los despedía cada mañana al salir para el colegio.
A él parecía no importarle la ausencia de su hermana, había épocas en que ni siquiera preguntaba por ella; la veía de tarde en tarde cuando ésta llegaba con algunas amigas a tomar el algo, o a mostrarles la casa a las más nuevas. A veces coincidían en la mesa del comedor a solicitud de la cocinera, siguiendo las órdenes del ama de llaves que ya no sabía disimular ante los padres ausentes, la falta de filialidad entre los hermanos.
El colegio tampoco era su segundo hogar, allí se limitaba a asistir y a aprender de mala gana las lecciones que nunca le preguntaban, pues parecía que los profesores cumplían un pacto para no hacerlo responsable de nada, incluso me llamaba la atención que aprobara los años escolares sin estudiar. Muchas veces entregaba los exámenes con la hoja en blanco o con pedazos de poemas de unos «poetas malditos» —como los llamaba— que en los últimos tiempos leía con avidez y cuyos libros me invitó a leer, en especial Las flores del mal de Baudelaire que un día antes de clase de Educación Física me mostró junto a unas cápsulas moradas que una tía le había traído de Nueva York, y que decía eran unas vitaminas que le daban energía para hacer esos ejercicios que tanto le desagradaban, y para los que siempre estrenaba una ropa deportiva que por estos lados no se veía, así como las lociones que aprovechaba para aplicarse antes de empezar los calentamientos.
En clase, su silencio e indiferencia eran tales, que parecía como si sólo habitara en la punta del lápiz con que solía garabatear dibujos en el cuaderno. A menudo sacaba del bolsillo una lima con la que se limpiaba de las uñas los restos de tinta de una costosa pluma que no aprendió a usar y que me quiso regalar, pero que nunca acepté, pues creía que se la había robado al papá y eso no me gustó. No te preocupes, me dijo, que tengo otras tres más que me regaló un tío que le dio por visitarme, creo yo que más bien por disimular la pena de no vernos nunca, pues estoy seguro que mi papá lo llama de Europa para que vaya y me dé vueltecita…
¿Cómo a un carro que tuviera estacionado en un parqueadero?, pregunté, peor que eso, me respondió, al menos a los carros les echan gasolina o los brillan con cremas. A mí me regalan cosas de viejos, lociones y estos lapiceros, que lo que hacen es ensuciarme lo dedos… tomá llevátelo y después te doy otros… dáselos a otro, le decía, no, para qué, ¿para que empiecen a hablar bobadas?… que yo soy un mimao, que nada me importa, que ni siquiera los invito a la casa como a vos…
Desde que éramos niños nos conocimos en el colegio. José David y su hermana llegaban en las mañanas con el conductor o en el busecito, pero antes de terminar la primaria, a la hermana la retiraron del colegio pues prefería uno de niñas; decía que no se aguantaba el tierrero en las clases y esa brincadera de tanto muchachito gritón; yo creo que más bien fue porque no le gustaba compartir con su hermano, ni menos encontrárselo en los recreos, pues muchas veces vi al rector conversando con los papás y después veía como los separaban del curso y finalmente nunca más la volvimos a ver. Es que es muy rara, le gusta estar sola y no hablar con nadie, me decía José David cuando supe que ya se había salido del colegio y ni siquiera las mismas compañeras con las que se entendía mejor, volvieron a saber de ella. Parece que se fue para los Estados Unidos donde una tía que le consiguió cupo en un colegio de California… aunque un tiempo después la vimos en el bazar de ese año con el uniforme de La Enseñanza y muy contenta con un grupo de monjas que la consentían y le hablaban al oído. A José David le gustó que no estuviera tanto tiempo con él, es que me recuerda a mi mamá, tiene los mismos gestos y si me descuido me empieza a regañar y a decirme que no haga esto y lo otro… si vieras cómo es de cansona cuando salimos de la casa. Que por qué me puse esa ropa tan elegante, que esos zapatos no son para ir al colegio, que esa camiseta que me trajo mi mamá es para los fines de semana cuando vamos al club, que no me eche tanta loción, que me parezco a un viejo, que esto y lo otro, a veces me provoca pegarle un manazo, pero mejor me distraigo, porque en donde le cuenten a mi papá les daño el paseo y quién se los aguanta regañando y jodiendo después. Que se lo llevaran a uno a pasear con ellos… pero les estorbamos, para ellos mejor que los tíos (que tampoco es que nos quieran ver mucho), nos inviten de cuando en cuando a las fincas… o como la tía Mónica que nos vive invitando a que pasemos los fines de semana en Miami, que ella manda por nosotros en el avión de la compañía del marido, un gringo hasta lo más formal que se consiguió y al que le caímos bien. Claro que mi hermana no la quiere, a mí no me choca, es querida y no jode tanto como mi mamá; pero a quién se le ocurre invitarlo a uno a Miami, como si fuera allí cerquita. Un día me fui para allá y salimos temprano del aeropuerto pues habían mandao el avioncito el viernes por la tarde… el piloto nos llamó apenas llegó y nos preguntó que si queríamos salir de una, luego de que descansara un poquito y comiera alguna cosa, pero yo no quise viajar de noche y de afán, le dije que mejor madrugáramos y el sábado a las nueve estábamos arrancando en ese mini Jet… es que el gringo es el dueño de una compañía de bienes raíces y está enseñado a viajar también por todo el mundo, y para ellos como que es muy fácil poner hacer a la gente cosas muy raras… no es tan raro salir para la finca de Ayapel, con la tía Susana en la avionetica, esa sí de un sólo motor y más miedosa que un putas cuando la cogen esos vientos saliendo de Medellín, pero en ese Jet, eso ni se siente y son un poquito más de tres horas hasta Miami, y uno llega como si fuera a la casa, allá almorzamos, me acuerdo, y estuvimos montando en yate toda la tarde por la bahía y después mi hermana y Mónica mi tía se metieron a un centro comercial a comprar ropa y ya no los juguetes que antes ella me regalaba, muchos de los que te mostré allá en la casa…. ya no, ahora es ropa y lociones… y también quería regalarme más lapiceros y libros, que escogiera lo que quisiera, hasta yo creo que estaba cumpliendo los deseos de mi mamá de que nos regalara cosas para disimular que se estuvieran demorando tanto, pues antes no pasaban del mes, ahora ya casi son de a dos meses, y la disculpa es que no pueden regresar tan rápido porque los tiquetes estaban para tal fecha y sus amigos los habían invitado a un crucero, o que en el último safari que tenían programado con el amigo que vive en París, las cosas se demoraron más de lo previsto, y bla, bla, un montonón de disculpas… Yo ya me acostumbré a estar sólo con las sirvientas de la casa, con ellas me entretengo jugando cartas por la noche, incluso cuando estoy muy aburrido para hacer las tareas, también me ayudan y hasta una que tiene buena letra me pasaba las planas cuando nos ponían todos esos dictados ¿Te acordás? A mi hermana ya le dio por dormir donde las amigas y creo que se está consiguiendo un novio mucho mayor que ella, es como un señor, todo serio pero con cara de marica. Cuando lo conozca bien te digo, para que lo veamos juntos, a ver que me decís… yo creo que es cacorro y lo que quiere es embobar a mi hermana… Cuándo se dé cuenta mi mamá se va a armar el mierdero, pero yo no le voy a decir nada, meterse en esos chismes es muy aburridor, pues las mujeres son muy groseras y cuando están enamoradas se vuelven muy cansonas… por eso es que yo no he tenido novias y tampoco me he enamorado de ninguna, ni de las peladas en el club, de pronto una prima me gustaba un poquito, pero el tío se dio cuenta y nunca me volvió a invitar a la finca donde montábamos juntos a caballo y empezamos a piquiarnos al escondido… hasta que nos sapiaron y hasta ahí llegó el cuento… tampoco me hace falta, ella empezó a llamar a la casa, pero yo le colgaba para que no me jodiera más, yo mejor me ponía a ver televisión y la fui olvidando ahí mismo, más bien los besos me gustaban, aunque me babiaba mucho y terminaba oliendo a saliva; ella me decía que quiubo pues, pero a mí me gustaba de a raticos, no toda esa tocadera y ese afán que mantenía cuando nos íbamos en los caballos y descansábamos en una casita que tenía el mayordomo al lado de un sembrado de flores para comer… si vieras esas flores, dizque se comen y era grande el cultivo, a mí me gustaba más ver las flores que hacele caso a la prima, pero había días en que me gustaba que me tocara y me intentara besar, y me decía que tranquilo que nadie se iba a dar cuenta, que no fuera bobito, que eso era muy rico, pero qué va, muy cansona… y no creas que soy marica y no me gustan las mujeres, lo que pasa es que no soy tan arrecho como todos, y a mí las cosas me gustan despacio sin afán, conversaitas, con calma, mejor dicho ya no me gustaba en esa finca y a mi casa le prohibieron ir, de pronto uno sólo mejor, con más ánimo, sin tanto brujo por ahí…
Fuente:
Uribe Duque, Juan Fernando. Cuando juntos habitamos la sombra. Máscara Editores, Medellín, 2024, pp. 15-20.