Lectura y Conversación
La novela no es
como la escritura
sino como
el pensamiento
—3 de septiembre de 2024—
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Lectura y conversación con la poeta chilena María Rosa Casanova a propósito de su libro «La novela no es como la escritura sino como el pensamiento» con la participación especial de la escritora y editora Eugenia Prado Bassi y la moderación de Marta Peláez Gaviria.
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María Rosa Casanova (Chile, 1986) es escritora y profesora de lengua castellana y comunicación con postítulos en diferentes áreas de la literatura y los estudios de género. Desde joven comenzó su camino en la poesía participando en talleres literarios y en lecturas poéticas en Santiago de Chile. Ha publicado «Murmuraciones» (2017), poemario que retrata la subjetividad femenina a partir de la meditación y el dolor, y «La novela no es como la escritura sino como el pensamiento» (2022), novela breve que propone un hibridaje literario. En 2019 fundó la escuela Escritura para Mujeres, comunidad dedicada a formar autoras emergentes que ha conformado una plataforma numerosa de mujeres de habla hispana en torno al estudio y el ejercicio de la escritura y la literatura. Por esta labor recibió en 2023 el Premio Impacto Social, otorgado por la Universidad Andrés Bello.
Eugenia Prado Bassi (Chile, 1962) (Eugeniapradobassi.cl) es escritora, editora y diseñadora gráfica, estudiante de la maestría en Estéticas Americanas de la Pontificia Universidad Católica de Chile y docente del diplomado en Periodismo Cultural y Edición de Libros de la Universidad de Chile. Dirige Palabra Editorial, espacio creado para la emancipación de la letra que invita a leer, sentir, pensar desde formas desajustadas y sensibles en un tejido de cruces y géneros, fronteras, transdisciplinas. El proyecto cuenta con un comité editorial para escrituras experimentales, literaturas contra-hegemónicas, pensamiento crítico, estudios culturales, pensamiento y filosofía feminista, estudios de género y disidencias sexuales para generar comunidades lectoras creativas, políticas, reflexivas hacia formas de convivencia más amables.
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La novela que María Rosa Casanova nos invita a explorar no es tarea fácil para el lector cómodo que rehúye asomarse al trasfondo de la existencia humana desde perspectiva de género, como tampoco para quien elude la interrogante del sentido de para qué escribir en la sociedad chilena actual. Esta obra aparece ante nosotros como un mar extenso y desafiante que se debe navegar con la decisión de un osado navegante, pero sin la ayuda de los antiguos mapas convencionales y esa característica es precisamente lo que hace que este texto sea un desafío y constituya un placer de leer.
Ingrid Córdova Bustos
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María Rosa Casanova
y Eugenia Prado Bassi
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La novela no es
como la escritura
sino como el pensamiento
~ Capítulos i, ii y iii ~
I
«Escribo como si fuese a salvar la vida de alguien. Probablemente mi propia vida».
Clarice Lispector
Dueña de una sensibilidad olvidada; bajo la silla que se caía a pedazos creaba su refugio. Estiraba la tierra esperando la tarde o la muerte, muerte de nota musical. Encima de los techos creció su melena para dar paso a la mujer. Entre risas de niños piojentos, entre tías explotadas y abuelas alrededor del fuego, a los pies de un laurel embrujado en el fondo de la casa y los tambores con trozos de pan, su imaginación se asomaba al mundo con ojos hambrientos. Cuando vio cruzar esa vela por los aires del patio, supo que su abuela tenía razón. Hay en el universo popular una mística, un vocabulario fantasmal que no necesita de códigos lingüísticos para comunicarse, a la cual podríamos llamar revelación o poética, y que portan en secreto algunas mujeres que han atravesado las situaciones materiales del dolor.
Eran los años noventa, y la casa se caía a pedazos entre la lluvia y la falta de alimentos para sus hermanos. Marchaba alrededor de sí misma aprendiendo con qué piezas se componía la realidad y el papel que le tocaba jugar a ella. El amor se aproximaba como la única estrategia para el sentido. Ella nunca olvidaría, hasta ese primer día frente a la hoja en blanco, que desde niña celebraba su muerte futura.
Ya sea que habitara el pasado o el presente. Un país fantasmal o despierto. Así como la realidad conlleva una cierta duda. Su cuerpo y, el de toda la larga franja de tierra, terminarían en las manos y el trabajo de Los recolectores, porque, sea que escribamos o no, la fuerza de gravedad se posa sobre todas las cabezas por igual, sobre los objetos de la materia y los cuerpos, no pudiendo escapar al destino que no ha arrojado el territorio.
La gravedad chilena ha seleccionado cuidadosamente los seres en pugna, situándolos en el espacio de forma escalonada. En un pedazo de tierra se deja sentir suave, al roce de las sábanas de algodón y la vista de la cordillera, y en otro trozo, fría; a los pies de los tambores donde alimentan el fuego, en el muro congelado de la memoria, en el trayecto deambulante de sus Recolectores.
II
«De pronto los barrenderos de todas las calles hablan a la vez. Yo paso por entre sus gritos, por entre la espuma de sus voces, me quiebro, me precipito al abismo de los significados».
Herta Müller
Despertó de un sueño donde era escritora, pensó inmediatamente en la imposibilidad, no podría por haber nacido en La Cisterna, comuna sin librerías donde Los recolectores de objetos simbólicos proveen el papel de libros abandonados para hacer fogatas en los patios de invierno abrigando los hoyos por donde entra el frío. Fuego que se hace en tambores tiznados por la historia. Fuego de fonolas y neumáticos. Calor negro que comunica la hora del abrigo, del alimento.
No podría, también por el padre, eso le importa mucho a la nación. Ser persona es llevar a cuestas una serie de requisitos excluyentes. Ser persona es distinto de ser mujer. Para ser mujer era preciso tener un padre, como tener un dios y una patria afirmada en la tierra. Su madre no contaba como nación sino como deuda. Ella se encontraba al borde de la delgada línea entre la conciencia y la recolección. Entonces, se preguntó por la escritura de la pobreza. Tardó en comprender la interrogante porque ella la expuso a los peores encuentros y le regaló su dolor sin envoltorio, un objeto para ser mirado en días como estos en que asalta la muerte a los que nada poseen.
Lo cierto es que se accede al conocimiento de la realidad por una vía. Algunas lo hacen a través del intelecto y otras a través del cuerpo. Ella no sabía si esas construcciones de observación del mundo eran correctas para decir que algo se conoce, que a algo se tiene acceso más que a un profundo vacío que devora a su paso a ciertas comunas más al sur, más al norte del territorio. Hay lugares que se conocen a través del dolor. Gracias a él, el universo entra en el cuerpo. Una parte está vacía y otra se rebalsa de lo que recibe de la montaña. Por eso en algunos barrios hay librerías y en otros no. Por eso Los recolectores tienen un oficio cartográfico trazado desde que inició la historia. Cada uno de los días avanzan por las mismas calles en subida, porque no hay cambio, siempre lo que se debe recoger yace en el mismo lugar como desperdicio de otras vidas que miran por encima del hombro lo que ha sido desgastado.
No todo lo que recogen posee esa categoría. A veces hay cuerpos, una que otra esperanza comenzando a germinar entre los plásticos y las sobras de comida. Para esos encuentros ellos están entrenados en estrictos protocolos que no permiten espacio a la pérdida. El hambre es un motor que despierta la fuerza de su trabajo, recoger hasta saciar el no-cuerpo, la no-herida, porque sólo puede tenerse una herida si se posee un cuerpo material. A veces, sentir dolor es un privilegio. El privilegio de encontrar un cuerpo en la basura y poseerlo, y quién sabe, quizás construir una identidad. Los recolectores efectúan bien su función, son trabajadores ejemplares. En su labor pasan madrugadas y atardeceres sin distinguir el tiempo de las cosas y del pensamiento.
III
A las cinco de la mañana salió entre las piernas de su madre bajo la luna de Agosto. Le pusieron un nombre silvestre para dejar inscrito algo de la abuela y de la tía que partían de Chile en 1987. Veinticinco años después, una Machi, le revelaría que las mujeres que llevan nombres de flores están destinadas a ser dueñas de la tierra, poseen una mancha blanca en el muslo derecho, mancha que deja en luna llena el rose de la madre por su vientre.
Recién nacida traía demasiada información. Le habían puesto pruebas en el camino que llevaban a la muerte, conoció el amor y el miedo en los latidos de Carolina, también una voz lejana que después no escucharía. Nació en blanco y negro, la madre le regaló los colores, los primeros cuadernos y palabras como una forma de combatir la realidad oscura del sector y los gritos de un tío alcohólico que rondaba la casa.
Es que por capricho o ideal de la Autora, existe la concepción de que cuando se instala una Protagonista en escena —una Protagonista así— es necesario hacer primero el viaje simbólico hacia ella, preparar el terreno de forma emotiva y psíquica, presentándola aún sin cuerpo, sin objeto en el escenario. Es necesario porque en la mente de la Autora, existe el concepto como duda, de que antes de nacer en Chile —nuestra Protagonista— se encontraba con muchos obstáculos para llegar. Nunca ha sido sencilla la instalación de una tensión en el mundo, de un caos que configure una pequeña verdad. Nos adentramos en un camino de persecuciones voraces en todo sentido. En el sentido del dolor y la belleza como algo que se entrama, que se urde hasta componer una figura que enfrenta la existencia en forma de mujer.
Fuente:
Casanova, María Rosa. La novela no es como la escritura sino como el pensamiento. Taller Lukutuwe Encuadernación, Santiago, Chile, 2022.