Presentación

Crónicas de puebliadores

Turismo por las regiones

—15 de agosto de 2024—

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YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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J. Enrique Ríos Calderón (Estación Virginias, Puerto Berrío, Antioquia, 1940) inició su carrera periodística como corresponsal de deportes en el periódico «El Correo» en 1958. En su trayectoria profesional cubrió 14 ediciones de la Vuelta a Colombia y fue director de la revista «Vea Deportes», jefe de producción del diario «La República», corresponsal de la Agencia Española EFE, coordinador de la emisión matinal de Radio Sucesos RCN (Bogotá), gestor del Noticiero Radio Sucesos (Barranquilla), fundador de la Escuela de Periodistas (Barranquilla), fundador del Noticiero Económico Antioqueño (Medellín, 1975), redactor de las «Notas Económicas» en «El Colombiano» y redactor y presentador de «Las Chivas Económicas» en Teleantioquia Noticias. En su calidad de empresario del periodismo cubrió los más importantes certámenes económicos del mundo y creó «Notas Confidenciales», servicio de información empresarial privilegiada con suscripción. Participó además en numerosos seminarios económicos de instituciones como Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Mercosur y CEPAL. Entre otros reconocimientos, ha sido galardonado con el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, la Beca George Canning al Mejor Periodista Económico de Colombia, el Premio Bolsa de Bogotá, el premio El Colombiano Ejemplar, la Medalla al Mérito Cultural «Porfirio Barba Jacob» de la Alcaldía de Medellín, el Escudo de Antioquia – Categoría Plata, la Orden de la Democracia de la Cámara de Representantes, la Orden Ciudad de Medellín, el Premio CIPA a la excelencia periodística en la categoría a Una Vida y el Premio Cámara de Comercio de Medellín. Es autor de los libros biográficos «Vida conquistada», «El kínder de los cacaos», «La universidad de mi vida» y «La lupa de Jota», así como coautor y compilador de «Crónicas de puebliadores». Actualmente participa en el programa «Saberes de vida» para la Generación Joven por Siempre de la Universidad Eafit y dedica gran parte de su tiempo a la lectura y a su pasatiempo como aprendiz de escritor.

Conversación sobre la obra con la
moderación de Santiago Bernal Vélez.

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Clic en el logo para visitar la página web del Fondo Editorial de la Institución Universitaria de Envigado - IUE

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Desde hace cinco años a J. Enrique Ríos y a un grupo de setentones amigos suyos, todos profesionales destacados y jubilados, miembros del Club Rotario Medellín, les dio por cambiar definitivamente las oficinas y los computadores por los amaneceres, las trochas, las breñas, las cascadas y los parques pueblerinos; por el contacto con las gentes sencillas y por los pueblos y sus historias. De paso: ayudar y servir. Se fueron cada dos semanas a puebliar por distintas latitudes de la bella Antioquia.

Les pareció que de esas aventuras y experiencias tumba riñones —de los que no tiene compasión ni el mejor de los camperos— debía quedar constancia. J. Enrique se encargó de escribir las crónicas de cada puebliada, incluyendo apuntes y aportes del resto de compañeros puebliadores, crónicas que enviaban luego a sus abonados de correo electrónico.

En la primera semana de marzo de dos mil veinte, J. Enrique —principal gestor de esta obra— me entregó los textos originales de las crónicas de las cuarenta y cinco puebliadas, en las que recorrieron cerca de doce mil kilómetros. Era un mamotreto virtual de 978 páginas y 191.000 palabras, con el encargo de dar forma a un libro de unas cuatrocientas páginas. Crónicas de puebliadores es, pues, el resultado de haberle puesto columna vertebral a esa riqueza de letras que nace de las emociones y de los sentidos, aportada por ellos como producto de cada una de esas exhaustivas jornadas.

Fue necesario limitar al mínimo la cantidad original de fotografías, pasar y repasar, armar y desarmar muchas veces los contenidos para dar forma a esta obra de 507 páginas y ciento cincuenta mil palabras. Son cuarenta y cinco crónicas de reseñas, cuentos, historias pueblerinas, descripciones e impresiones que muestran mucha parte de la Antioquia desconocida. Las líneas dejan ver, además, el entrañable sentido de amistad entre los puebliadores.

Para todos es un inmenso honor contar con la pluma de Gustavo Álvarez Gardeazábal como prologuista de las Crónicas de puebliadores.

José Absalón Duque D.

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J. Enrique Ríos Calderón

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Crónicas de puebliadores

El gozo de ir de
pueblo en pueblo

Por Gustavo Álvarez Gardeazábal

Quienes por los ancestros antioqueños hemos oído desde niños sobre las rutas de arriería que los abuelos y bisabuelos fueron repisando sobre los caminos de los indígenas precolombinos, y que sus descendientes del último siglo fueron o pavimentando o cubriendo de rieles, nos encontramos gratamente a lo largo de varios años con los relatos pormenorizados, y personalizados obviamente, de Jota Enrique Ríos y un grupo de rotarios que se turnaron puebliando por la geografía antioqueña, recordando los aromas y los espacios de donde muchos salieron para no regresar y para añorar eternamente. Poderse volver a meter por entre los vericuetos que Tomás Carrasquilla debió haber recorrido en mula para ir de Yolombó a Santo Domingo, feo, frío y faldudo, lo permite este libro que trata de reconstruirnos en la memoria perdida el viejo camino hoy pavimentado o, al menos, afirmado.

Cada recorrido es una peregrinación religiosa, con metodología de café caliente al comenzar, chocolate con huevos y arepas para desayunar, chorizos y bofes al almuerzo, que nos lleva a la descripción del paisaje al tiempo que nos permite obviar las dificultades o ensueños fracasados por la guerra que fustigó buena parte de esos caminos y poblados que Jota Enrique Ríos y sus rotarios recorren en tiempos de paz o, al menos, de tregua prolongada.

A los lectores de Medellín —habitantes de una ciudad macro que creció como una gran colmena, donde los inmigrantes de los cuatro puntos cardinales de Antioquia se fueron agrupando inicialmente por barriadas de vecindad y después en comunas que reflejan la geografía antioqueña pueblo por pueblo, vereda por vereda—, este libro debe resultarles exultante para provocar la añoranza y remover el orgullo que cada quien siente hoy día en el valle de Aburrá o en el de Sajonia cuando le mientan pueblos y gentes sembrados en su recuerdo infantil o en su memoria familiar. Y lo logra porque cada quien en esa gran urbe o en cualquier lugar de Colombia donde la civilización antioqueña tumbó monte o sembró maíz posee templadas las cuerdas sensibles del anecdotario tradicional hogareño.

Pasar entonces por las páginas de Crónicas de puebliadores, que tiene usted en sus manos, es abrirle la opción a cantar en algún momento las estrofas del himno que a mí me hicieron aprender en Tuluá para que —cuando fuera por primera vez a atravesar el puente de Gabino, y nos trepáramos de Gómez Plata hasta Guadalupe, la tierra natal de mi padre, viendo allá, al otro lado del río el rastro de Amalfi y, en medio de la niebla arriba del filo de la cordillera, el caserío fantasma de Malabrigo donde nacieron los abuelos— pudiera recitar con sentimiento: «Oh libertad que perfumas las montañas de mi tierra, deja que aspiren mis hijos tus olorosas esencias».

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Puebliada 1

Santo Domingo, Alto Brasil,
Alejandría y Concepción.
09-10-2015/204 km

Por J. Enrique Ríos

Primer destino con pretextos

El pretexto (no el único) para este primer recorrido fue ir a escuelas rurales de Santo Domingo, entre ellas las de las veredas Montebello y Alto Brasil, más otras de San Roque y Cisneros, con el fin de revisar cómo estaban funcionando los filtros de agua que los rotarios habían instalado meses atrás con ayuda de Cornare. En este primer viaje, el grupo lo integrábamos ocho rotarios y un funcionario de Cornare. Seis iban en dos carros adelante de nosotros, que éramos solamente tres. Quedamos de juntarnos a las nueve de la mañana en Santo Domingo para desayunar e iniciar las visitas escolares. Nuestro grupo, que avanzaba unos treinta minutos detrás de los otros, se detuvo en Molino Viejo, balneario de renombre en la zona, ubicado a la entrada de la subida a Santo Domingo, famoso por los chorizos, a los que todos dieron buena calificación.

Emprendimos el ascenso cuando los otros estaban entrando al pueblo. A medida que subíamos el paisaje se extendía en nuestros ojos.

Abajo se veían el río y el avance panorámico de las obras de la nueva vía en construcción, el depósito de basuras o «relleno sanitario» de La Pradera y, más lejos, pero visible, el perfil del paso de La Quiebra. Toda la vía es un mirador espectacular. ¡Cómo es de gratificante otear el horizonte sin afanes y sin que haya obstáculos que atajen la vista! Llegamos a Santo Domingo y ubicamos a los otros viajeros cuando desayunaban en el balcón del mejor restaurante que mira al parque del pueblo.

Nos integramos, revisamos la logística y, terminado el desayuno, salimos para la primera escuela: la de Buenos Aires, vereda a unos 10 km del pueblo, ubicada en todo el filo de la cordillera, con un horizonte impactante hacia las vegas del río Porce. La maestra nos recibió y cada uno empezó a participar en labores relacionadas con los filtros. Carlos Eugenio dio una corta lección a los niños dibujando números y figuras en el tablero, que unidos después por una raya continua formaban un cerdo.

Los rotarios subieron a la terraza donde estaban ubicados el tanque del agua y los filtros. Revisaron su funcionamiento y encontraron algunos inconvenientes, dieron instrucciones concretas y quedaron en proceso de solución.

Allí nos repartimos las otras escuelas a visitar. Unos irían hacia la zona de Cisneros y nosotros hacia el Alto Brasil, a unos 15 km en la vía a San Roque, para visitar la escuelita del lugar y, de paso, ir a la casa de Erick el «torcido», muy cerca de la escuela. Erick es un chico de dieciséis años con una pronunciada desviación de su columna.

Nuestro plan era devolvernos luego hacia Santo Domingo, para tomar la ruta a las poblaciones de Alejandría, Concepción y San Vicente, muy conocidas del ingeniero Carlos Eugenio.

Aquí está el segundo pretexto: yo, particularmente, tenía mucho interés en regresar a la escuelita de la vereda Alto Brasil, donde había estado unas semanas antes, con el fin de conocer a la familia de Erick. Como rotario me había empeñado en la solución de un grave problema de salud que angustiaba a esta familia, solución en la que me estaban ayudando ya otros rotarios.

A Erick lo había conocido unos dos meses antes en el pueblo, adonde había ido a reconocer calles, parque y templos que había frecuentado sesenta y ocho años atrás. Aparecí dictándoles una pequeña charla —no programada— sobre la importancia de la lectura, a un grupo de veintidós jóvenes campesinos de distintos municipios de la zona, participantes en un llamado «Semillero Dominical de Comunicaciones y Periodismo», impulsado por Dominicana Estéreo, la emisora comunal del pueblo, y promovido por su director, Franis Sánchez, con miras a proveer de locutores, programadores y redactores tanto a esa estación como a las demás radios comunales de los municipios de la zona: Cisneros, Maceo, Yolombó, San Roque, Santiago y Donmatías, de donde procedían los estudiantes. Para todos fue una novedad que un periodista veterano y conocido en el área de la economía les contara anécdotas de la profesión. Al final, todos querían tomar fotos del grupo y algunos de ellos solos conmigo.

Vi a uno ellos cuya timidez le creaba dificultades para expresarse. Me pareció extraño observarlo con el hombro derecho caído totalmente en referencia al izquierdo y su posición encorvada para caminar. Lo observé tan achicopalado que lo llamé para preguntarle si quería decirme algo. Le pedí que me hablara con confianza y con libertad. Le dio mucha dificultad soltar palabra hasta que finamente pudo decirme, casi tartamudeando, que él también quería tomarse una foto conmigo.

Tomaron la foto y le pregunté qué le había pasado que estaba tan torcido. «Es que tengo una desviación muy brava en la columna vertebral», me dijo. La desviación había empezado a afectar su crecimiento y los pulmones comenzaban a ser aprisionados por algunas costillas. ¿Qué te han hecho para eso?, le pregunté. Su respuesta fue la que desató todo un proyecto propio del espíritu rotario: buscar que lo enderecen. «Hace diez meses me vio el médico del Sisbén aquí y me dio un papel para ir a Medellín a que me viera un ortopedista especialista. No se ha podido conseguir esa cita… y llevamos diez meses intentándolo». Conté esta historia en el Club Rotario y de inmediato empezaron a surgir soluciones, lideradas por el médico rotario Germán González. Salió la cita, lo evaluó el especialista y le diagnosticó escoliosis severa, le fijó cirugía prioritaria, ordenó los exámenes prequirúrgicos indispensables, salieron rápidamente las citas para los mismos y en menos de dos meses después de haberlo conocido salía de una cirugía de siete horas, no ya como Erick el «torcido» sino como Erick el «derecho». Le dieron de alta después de un mes de revisiones y seguimiento de su evolución postoperatoria. La fotografía que ilustra esta crónica, autorizada su publicación por él y por su hermana Maricela que lo acompaña, muestra la dimensión de la operación.

Foto 1. Antes Erick el «torcido»
y ahora Erick el «derecho».

En este primer recorrido el plan incluía visitar la escuelita y después. aceptar la invitación a comer sancocho de gallina en la casa de Erick el «derecho», cuyos padres querían expresar su gratitud. Pasamos de carrera a saludar a la familia. No aceptamos la invitación a almorzar porque se nos hacía tarde para completar el recorrido que nos habíamos fijado, pero prometimos regresar dentro de poco tiempo para dejarnos atender en la casa de la familia Valencia.

Partimos rumbo a Alejandría y a la Concha, donde almorzaríamos. De regreso cruzamos nuevamente Santo Domingo y buscamos la salida a nuestro destino siguiente. Carretera destapada, pero en buen estado, conocida como la palma de su mano por nuestro ingeniero conductor, debido a todas las veces que trabajó en ella como funcionario de Obras Públicas del Departamento. El recorrido fue ameno y refrescante. El olor a monte predominaba. Las quebradas de aguas cristalinas invitaban a buscar sus charcos. La tentación de meternos quedaba atrás y el pecado visual de los bañistas desnudos estaba adelante, donde menos lo imaginaba alguien.

Un aviso de «Se vende esta finca» hizo saltar de su asiento a Santiago, cuya afición principal de jubilado es este tipo de negocios. Pidió que paráramos mientras tomaba nota del teléfono del ofertante. «Hombre, ¡qué sitio tan bonito!, ¿cuánto valdrá?», anotó; él sabe tanto de esto como Carlos Eugenio de carreteras, puentes, trochas y derrumbes.

Pocos kilómetros adelante nos topamos, casi de improviso, con un primer espectáculo impactante a la vista: la cascada Velo de Novia, formada por las aguas del río Nare. Nos detuvimos para admirar su belleza y hacer el registro gráfico.

Los campesinos del lugar hicieron algunos comentarios del valor turístico que tiene este sitio casi sin descubrir por la denominada «industria sin chimenea». Sentíamos hambre y preguntamos si había algún restaurante cerca. Nos señalaron una casa adelante, como a quinientos metros. «Esos son los termales», nos dijo uno de ellos y agregó: «Allá hay restaurante».

De niño había oído hablar a mis padres de estos termales. Pascual Ríos, mi papá, era de la Concha (sin confiancitas, Concepción), y mi madre, Blanca Inés Calderón, de Santo Domingo.

Entramos al lugar y preguntamos por comida, sin imaginarnos el segundo espectáculo desconcertante que nos esperaba allí. Nos dijeron que no había nada listo, pero que si queríamos nos preparaban de lo que había disponible… que demoraría por lo menos una hora. Decidimos que no.

Preguntamos por los termales y nos informaron que estaban en la parte de atrás de la casa, que eran muy visitados los fines de semana y en los puentes. Era martes y solo había un camioncito estacionado cerca, cargado con algunos materiales de construcción. Además, no estábamos en fin de semana ni en puente.

Antes de dejar el lugar quisimos conocer los termales, sus instalaciones y atractivos. Para llegar a ellos había que atravesar el salón con tienda y descender unos cincuenta metros. Ninguno de nosotros imaginó nunca el tipo de sorpresas, y casi de sobresaltos, que paseantes desprevenidos como nosotros pueden encontrar en sitios como estos.

Carlos Eugenio bajaba adelante. Entró al lugar donde estaba la pequeña piscina de agua termal y salió casi al instante. Yo iba bajando cuando lo vi salir sin decirme nada. Entré al sitio y lo que vi me impactó tanto como a Carlos Eugenio. Salí de inmediato. Nos miramos y sonreímos. Mientras tanto Juan Santiago empezaba a descender. «¿Le contamos o no?», me preguntó el compañero ingeniero. Estuvimos de acuerdo en que no debíamos anticiparle nada. Yo había experimentado en la universidad de la vida que es más valioso lo que se aprende por experiencia propia que por cabeza ajena.

Santiago entró absolutamente desprevenido al sitio, vio lo que nosotros habíamos visto y salió rápidamente exclamando con sorna: «¡Eh, Ave María!, ¡qué cosas, Dios mío, las que uno ve a estas alturas de la vida y que le alborotan las ganas!».

Subimos al parqueadero y arrancamos, con el tema caliente como las aguas de los termales. Mientras tanto, el camionero y su pareja, metidos en la pequeña piscina azufrada como Dios los echó al mundo, seguían impávidos en su accionar. La historia, contada con toda la altura de las circunstancias, recorrió los corrillos rotarios.

Alejandría es un tesoro escondido

Llegamos a Alejandría siguiendo un buen trecho por la orilla de Nare. Todos estos pueblos distan uno del otro no más de 25 km, circunstancia que aprovechó Carlos Eugenio para enseñarnos que esa era la distancia que los arrieros alcanzaban a recorrer con sus recuas durante una jornada.

Almorzamos en Alejandría y seguimos hacia la Concha, cuya iglesia es toda una atracción. Después de «tanquear» nuestros estómagos emprendimos el recorrido hacia San Vicente, por donde pasamos de largo cuando empezaba a oscurecer. Salimos a la doble calzada y arribamos a Medellín cerca de las siete y treinta de la noche, cargados de buenos recuerdos y experiencias, entre las cuales predominaba la de los termales.

Fuente:

Crónicas de puebliadores: turismo por las regiones. J. Enrique Ríos Calderón, Carlos Eugenio González Echeverri, José Manuel Arango Martínez, Ligia Botero de Arango, José de los Ríos Osorio, Francisco Alberto Jaramillo Jaramillo, Jorge Mario Mejía Restrepo. Envigado, Institución Universitaria de Envigado IUE, septiembre de 2022.

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