Boletín n.º 208
14 de febrero de 2024

Fernando González

Homenaje a sesenta
años de su muerte

~ 1964 • 2024 ~

Fernando González - Foto © Guillermo Angulo (1959)

Fernando González Ochoa
Foto © Guillermo Angulo (1959)
(Color digital)

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En el sexagésimo aniversario de la muerte de Fernando González Ochoa, acaecida el 16 de febrero de 1964, la Corporación Otraparte invita a sus «lectores lejanos» a compartir una lectura cercana de algunos fragmentos de su obra para recordarlo y celebrar que todavía nos acompañan su pensamiento crítico y su estar en el mundo atisbando, padeciendo y meditando. En su homenaje programamos dos actividades para el viernes 16 de febrero: Visita guiada temática: «No se dirá “murió”, sino “lo recogió el Silencio”» (3:00 p.m.) y Fernando González, una lectura cercana: «Puesta en voz de varios fragmentos de la obra de Fernando González a 60 años de su muerte» (7:00 p.m.). Si te animas a la lectura, te esperamos para que compartas tu fragmento favorito. Será un momento de introspección y de acompañamiento en las voces y las presencias que habitan Otraparte.

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Falleció Fernando González

A las siete y treinta de la noche de ayer, en su residencia campestre de Envigado, murió el filósofo y escritor antioqueño Fernando González.

Un infarto precipitó su deceso, después de que hubo sufrido antes, durante el día, otro que lo debilitó físicamente.

Antes de morir, el notable filósofo antioqueño había pedido a sus familiares y allegados que lo enterrasen «sin flores, sin avisos en la prensa, en una caja sencilla, en Envigado».

Las exequias, en cumplimiento de sus deseos, se realizarán a las cuatro de la tarde, en la iglesia de Santa Gertrudis.

Fernando González era considerado como una de las mejores expresiones de la inteligencia antioqueña. Autor de numerosas obras, Viaje a pie, Mi Compadre, Santander, El Hermafrodita dormido, etc., ejerció con ellas una grande influencia sobre los intelectuales antioqueños. Fundó una revista, Antioquia, violento panfleto de crítica como no se ha vuelto a registrar.

Desde hace muchos años se encontraba recluido en su casa cercana a Envigado, donde se produjo su muerte.

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Fernando González fue
sepultado en Envigado

El cadáver del maestro Fernando González fue sepultado ayer en el vecino municipio de Envigado, donde había fallecido el domingo.

Una gran muchedumbre acompañó sus despojos mortales hasta el cementerio, en impresionante demostración de duelo del pueblo antioqueño por uno de sus más caracterizados exponentes.

La Academia Nacional de la Lengua formó una prestigiosa comisión que la representó en las exequias, de la cual hicieron parte el profesor Luis López de Mesa, el doctor Gonzalo Restrepo Jaramillo y el doctor Abel Naranjo Villegas.

En el recatado cementerio de la vecina urbe industrial de Envigado, «sin avisos de prensa», como lo había pedido para conservar la originalidad hasta el último momento, y con coronas —contra su voluntad— fue depositada ayer la envoltura carnal del maestro Fernando González, el hombre de «las presencias», el panfletario, filósofo y hombre de letras.

Autor de un gran libro, Viaje a pie —y editor de una revista que no lo fue tanto, Antioquia—, el maestro Fernando González fue, en sus comienzos, un gran rebelde. Pero nuestro trópico, que no permite las eternas posturas definitivas, lo fue moldeando y al final ya no lo era tanto.

Los antioqueños, a quienes fustigó muy duramente en sus comienzos, gozaban diciendo de él que era una cumbre y un gran filósofo, aunque no lo hubiesen leído, ni fuese muy visible la preocupación por desentrañar su mensaje. Simplemente sus paisanos vivieron orgullosos de él, como lo están de sus instalaciones fabriles, aunque en cada conversación hogareña estén listos a despotricar contra quienes las han hecho posibles.

«Se murió el maestro Fernando. ¡Qué vaina!», dirán ahora muchos. Y en ese tributo sincero, por lo espontáneo, se condensa el duelo de un pueblo por quien llegó a ser uno de sus más acabados exponentes.

El Correo

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Esta noche volví a leer de un tirón La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera. Qué humor, ironía, diabolismo y santidad encierran estas maravillosas páginas del maestro. Quería compenetrarme con él en esta noche de soledad y de paz del alma, para hacer un poco más fuerte el espíritu.

No creas que olvidé el 16 de febrero, me fue imposible escribir una letra para doña Margarita y sus hijos, y me negué a cumplir con un requisito convencional como usa la gente en los aniversarios y fechas así. Estaba abatido ese día por un silencio infinito, me había quedado sin palabras para recordar esa muerte, que para mí no es muerte. Era una sensación casi voluptuosa de impotencia, semejante a lo que sintió Regina [Mejía], pero ella al menos pudo expresar su impotencia y su silencio en palabras, yo no pude. Son cosas que me pasan y que me son invencibles… De pronto le enviaré unas palabras… cuando bajen del cielo. Hoy les mando a doña Margarita y al querido Fernando un par de cariñosos abrazos. Tómate el placer de entregárselos personalmente.

Gonzalo Arango

(Carta a Rosemary Smith,
«Rosa Girasol»,
16 de febrero de 1965).

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Gonzalo Arango y Rosemary Smith

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Días antes de escribirme su última carta, triste por mi ya próxima partida, me espetó: «Ud. que se va y yo que me muero», e inició el gesto de levantar sonriente su angelical mirada y su diestra a lo alto, y añadió: «Pero qué le hace…». Como polluelo asustado que busca la madre, yo le repuse: «Pero, doctor, no diga eso; nuestra amistad ha llegado en la Presencia a un punto que si uno se va —yo me iba entonces para Centro América— es como si no se fuera, y si uno de los dos muere es como si no muriera». Y me retiré también triste, muy triste, temiendo que aquella afirmación se hiciera realidad, como tantas veces que en su intuición devenían realidades sus profecías.

La mañana del 15 de febrero de 1964 emprendía yo mi viaje para Centro América, yendo antes a Cali para despedirme de un matrimonio joven cuya boda había bendecido como sacerdote. Aquella misma noche llamaron por teléfono desde Medellín. Cuando la señora colgó me dijo que al doctor Fernando González le había dado un infarto y que estaba muy grave. En la forma que me lo dijo le repliqué alarmado: «Ha muerto», y ella: «No, nooo, nooo…», y en los largos noes yo entendí el sí. Llamé inmediatamente a Beatriz Restrepo para preguntarle si el Mago había muerto y me contestó como su prima: «No, nooo, nooo, pero está muy mal». «¿No cree, Beatriz, que yo debería volver mañana?». Su afirmación me deparó una noche blanca, que era lo que aquellas buenas señoras trataron de evitarme con sus noes.

Muy de mañanita llegué al aeropuerto. Vi en el cielo al único avión que saldría aquella mañana, de la compañía SAM. Fui en busca de mi billete para el primero que saliera para Medellín y me dijeron que todos los aeropuertos del país estaban cerrados. Llovía a mares y le dije a mi amiga: «Colombia está llorando la muerte del Mago». Repetí la llamada a Beatriz, quien me dijo que el Arzobispo había autorizado que yo celebrara la misa «córpore insepulto» en Otraparte a la hora en que yo llegara aunque pasara la canónicamente autorizada.

A la 1 del mediodía salió mi avión. Cuando entré en Otraparte, doña Margarita me tendió los brazos y en el abrazo me dijo: «Su partida, padre Ripol, tiene que ver con la muerte de Fernando». Le conté tan sólo su profecía de días antes. Sus reliquias yacían directamente sobre el suelo de aquella tierra que él tanto contempló y amó, sobre la que con amor entrañable también filosofó justamente, anatematizando el mal y señalando siempre la Presencia en todas sus criaturas. Tras celebrar la misa, no recuerdo quién me ayudó a colocar su cuerpo en el sarcófago. En el mismo coche mortuorio le acompañé al Campo Santo.

En aquella viva, hiriente soledad, fui, todo terminado, a casa de Beatriz Restrepo y le dije: «Mire que no corra la noticia de que me albergo aquí, no sea que el prior arme jarana». Por la noche estábamos escuchando reunidos en familia la radio, que emitía música fúnebre interrumpida tan sólo para ofrecer reportajes sobre el Dr. Fernando González. Una voz de mujer se alzó súbitamente para decir: «Último reportaje sobre el Dr. Fernando González» que alguien, no recuerdo su nombre, le hizo antes de su muerte. Le pregunta el reportero: «¿Quiénes han sido sus amigos?». Con voz reposada, lentamente, los fue enumerando, contando vivas referencias sobre ellos. Interrumpió unos segundos y añadió: «Hay uno del que no me separa absolutamente nada: el padre Ripol. Ahora se va para Centro América y es como si no se fuera y si uno de los dos muere es como si no muriera. Amistad es absoluta sociedad en la Presencia…», y siguió la música fúnebre. Y siguió nuestro silencio, que interrumpió Beatriz para decirme: «¿Ya sabe, padre, que los muchachos del colegio en la Abadía están todos alborotados?». «¿Y por qué?», indagué. Resulta que llamaron por teléfono a la Abadía y dijeron que era el Dr. Fernando González, que quería hablar con el padre Ripol. Le contestaron que él sabía que el padre Ripol se había ido… Y no oyeron más. La extrañeza les hizo telefonear a Otraparte preguntando que cómo el doctor había llamado para hablar con el padre Ripol, sabiendo que él se había ido. Doña Margarita les contestó que no podía ser el doctor, porque se estaba muriendo o que ya había muerto (no recuerdo este final).

Al día siguiente reemprendí mi largo viaje hacia la soledad del exilio, esta vez en compañía del Mago, que desde su Fiesta Silenciosa, desde su silencio, vive instante a instante en mi mente.

Andrés Ripol

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Última carta de Fernando González
a Andrés Ripol Noble (fragmento).

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Febrero de 1964

Dom Andrés Ma. Ripol, OSB.

Anoche vi muy bien que con este irse usted, yo soy un viejo triste, con dolores por todo el cuerpo. Y como la virtud es no mentir, ¿qué es eso de «ser valiente, de no estar triste»? No, soy tristeza, soy soledad, soy Fernando González que se sentía joven con usted y que gozaba, por eso, con el nombre de «viejito», «mi viejito que me encontré»… y que ahora ya no aguanta que nadie le diga «viejito», porque ya sí es un viejito.

Claro que mental y sobre todo espiritualmente usted no se va y es eterno. Pero, como somos hombres, «cuerpo, mente y espíritu», y usted se va en cuerpo… ¡No somos como los ángeles!… Pues estoy triste y esa noche de anoche fue muy negra.

Y, al irse Ud., me queda vivir ya en Fe y Esperanza.

Fernando González

(Las cartas de Ripol, 1989)