Ideas para que el
Informe Final de la
Comisión de la Verdad
no se quede engavetado
El mayor temor de quienes trabajaron en el informe «Hay futuro si hay verdad», que buscaba dar explicaciones sobre la persistencia de la guerra en Colombia y recomendaciones para salir de ese bucle de la violencia, era que no sucediera nada después de su publicación. Pero no ha sido así. Hay esfuerzos importantes de la sociedad, la academia y la institucionalidad, para difundir las verdades del conflicto armado que están allí y, así, poder actuar con conocimiento.
Por Carolina Gutiérrez Torres
El padre Francisco de Roux lucía traje negro, camisa blanca, el rostro cansado pero amable, la voz apacible, las palabras contundentes. «No teníamos por qué haber aceptado la barbarie como natural e inevitable ni haber continuado los negocios, la actividad académica, el culto religioso, las ferias y el fútbol como si nada estuviera pasando…», decía el presidente de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, desde el Teatro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá, mientras un silencio sepulcral inundaba al público. Era 28 de junio de 2022 y se estaba presentando oficialmente el Informe Final: un documento que debía darle luces al país sobre los motivos de la guerra incesante que ha vivido y el camino para salir de ella.
«¿Cómo nos atrevimos a dejar que pasara y a dejar que continúe?», decía el padre De Roux. Y el público, enmudecido. Ese reclamo a la indignación contenía, además, una pregunta esencial para el futuro: ¿qué vamos a hacer a partir de ahora? Ahora, que tenemos nuevas pistas para entender lo que pasó. Ahora, que tenemos una lista de recomendaciones que trazan la ruta para escribir otra historia. Ahora, que ya no existe la Comisión de la Verdad (el Acuerdo de Paz entre las FARC y el Gobierno le dio vida por un período limitado que ya se cumplió). ¿Va a pasar algo con esas 10 mil páginas de testimonios, análisis, reflexiones, cuestionamientos, propuestas, del Informe Final?
Sí. Ya está pasando.
Muy rápido empezaron las juntanzas para comprender colectivamente lo que contenían esas páginas. Clubes de lectura. Lecturas públicas. Podcasts. Círculos para estudiar, cuestionar y controvertir; para verse en ese espejo y preguntarse por la propia historia; para sanar; para protestar; para quitarse el velo; para salir de la burbuja; para activar la creatividad y la acción. Uniones para no dejar que esto siga sucediendo o, mejor, para comprender por qué sigue sucediendo y poder actuar con información, con conocimiento.
Estas tres experiencias en Antioquia ilustran esa unión.
5 de octubre de 2022. 6:00 p.m. Casa Museo Otraparte
En la sala principal de la casona que perteneció al filósofo y escritor Fernando González (1895-1964) —arquitectura republicana, techo alto, piso de madera, antigüedades en paredes y muebles— hay un círculo de sillas. En el medio, una especie de altar con una botella de tomaseca (licor de viche y hierbas del Pacífico), mambe (producto de hoja de coca), ambil (pasta de tabaco), conchas, piedras, gotas de «Rescate», aceite de manzanilla y una pequeña muñeca negra.
El sociólogo Daniel Villegas, quien trabajó con la Comisión de la Verdad en el Pacífico, va disponiendo los elementos mientras los asistentes empiezan a tomar asiento. Él está dirigiendo el club de lectura «Encuentros con el Legado», que nació a finales de julio de la unión de un grupo de organizaciones de Antioquia: Región, Confiar, Comfama, Otraparte y el Centro de Estudios Estanislao Zuleta. El club tiene tres sedes: Laureles, Centro y Envigado. Hoy estamos en la última.
En la primera sesión Daniel había explicado que los elementos que puso en el centro simbolizaban su paso por la Comisión. Ese altar era —de alguna manera— una invocación a las personas, los recorridos, los rituales, los dolores, los alivios, la alegría, el llanto, y ese listado largo de emociones y vivencias que acumuló allí. Una joven abre la botella de tomaseca y se sirve un trago. Empieza la conversación.
Es la sexta vez que se reúnen. Esta vez el tema es «las insurgencias» del capítulo de «Hallazgos y recomendaciones»: sus orígenes en los años sesenta «ligados al campesinado y a los colonos que huían de la violencia partidista», su expansión territorial en los años ochenta y su rol en el escalonamiento del conflicto armado en los años noventa. Daniel retoma algunas ideas del texto, que todos debían leer, y lanza varias preguntas: ¿Era inevitable que aparecieran las insurgencias en un contexto de abandono estatal y desigualdad? ¿Las insurgencias hicieron lo suficiente para lograr una salida negociada antes de escalar el conflicto?
Una mujer de unos 50 años, camisa de rayas rosadas, pelo corto y gafas, dice que aunque «no es justificable sí es comprensible que algunos sectores, que vieron incumplidos unos pactos y unas deudas históricas, entraran a la lucha armada. Claro, esa lucha se fue distorsionando, descomponiendo». En el Informe Final se lee que entre 1996 y 2008 ocurrió un escalonamiento y degradación de la guerra entre guerrillas, paramilitares y Fuerza Pública, que generó cerca del 75% de las 9 millones de víctimas del conflicto armado. Se lee que las víctimas mortales entre 1985 y 2018 fueron 450.664 (cada día un promedio de 37 personas fueron asesinadas); que el 80% eran civiles; que los mayores responsables fueron los paramilitares (45%), después las guerrillas (27%) y los agentes estatales (12%.)
Esas dos palabras, «abandono estatal», quedan dando vueltas en el espacio. Un hombre delgado, de camisa de cuadros azules y jean, pide la palabra para decir que «las generaciones del 60 no tenemos una noción de Estado. Para nosotros el Estado no ha existido. Cuando la gente dice “soy orgullosamente colombiano”, me pregunto: ¿orgullosos de qué, si aquí no ha habido Estado? En cambio, sí había las condiciones para que surgieran estos grupos».
«Las guerras se prolongaron más de lo que la gente pensaba. Las guerrillas se desesperaron y degradaron los postulados que defendían. Algunas supieron parar a tiempo, como el M19», dice un hombre calvo, de unos 60 años, camiseta azul, sudadera. «Por todos los lados se degradó la guerra: guerrillas, paramilitares, militares. Cuando la guerrilla empezó secuestrar, a crear campos de concentración, fue terrible. Pero el Estado y los paramilitares también tenían métodos atroces. Somos muy ciegos ante la realidad que sigue pasando. Pero al menos estamos aquí, tratando de imaginarnos lo que debería ser este país», dice la mujer de camisa de rayas rosadas. Según el Informe Final la guerra dejó 50.770 víctimas de secuestro y toma de rehenes entre 1990 y 2018; las principales responsables fueron las FARC-EP con el 40% de los casos, seguida de los grupos paramilitares (24%) y el ELN (19%).
En medio de la conversación circulan vasos con café. Algunos le añaden tomaseca.
El señor de camisa de cuadros azules y blancos lanza una pregunta que deja mudo al grupo: «¿Habrá una nueva insurrección de la derecha para lograr el país que quieren? No sé…, es el sentimiento que tengo». Se escuchan susurros. Daniel toma la palabra para preguntar: «¿Eso es evitable? ¿Cómo logramos impedir un nuevo levantamiento armado?». La pregunta queda suspendida. Ya es hora de cerrar el encuentro.
En este club de lectura hay médicos, ingenieros, geólogos, arquitectos, diseñadores de moda, escritores, humanistas. Gente de orígenes muy diversos que se encuentran en algo: quieren entender mejor a este país, hablando y escuchando a desconocidos, a diferentes. Incluso, al hombre que llegó oponiéndose al Informe Final sin tener claridad de lo que contenía. «Sus prevenciones y sus preguntas las ha ido respondiendo el mismo informe con el tiempo», cuenta Daniel Villegas cuando los participantes ya se han ido. Daniel reconoce que digerir el informe completo puede ser una proeza, pero siente que en estos encuentros se están dando pasos importantes. «Se ha ido regando. No lo han dejado morir», dice mientras recoge los caracoles, las esencias…
11 de octubre de 2022. 4:00 p.m. Parque Educativo Élida del Conocimiento
En el televisor de pantalla grande, ubicado en un salón del Parque Educativo Élida del Conocimiento de Guarne, Antioquia, se ve una imagen de una revuelta de hombres, caballos, armas y muerte, en la Batalla de Boyacá (1819). Luego, un retrato de un grupo de soldados en La Guerra de los Mil Días (1899-1902).
Una señora de gafas, de unos 60 años, que hace parte de este club de lectura «Narrativas de la verdad» creado por la Corporación Cultural Tranvía y la Oficina del Enlace Municipal de Víctimas de Guarne, entrecierra los ojos y acerca la cabeza al televisor. «¿Son niños?», pregunta. «Ahhhhh, sí, son niños», responde ella misma. Niños, como los 16.238 menores de edad que fueron víctimas de reclutamiento forzado entre 1990 y 2018, según la Comisión de la Verdad.
Daniel Vélez Cuartas, uno de los líderes del club, vuelve a dar clic y siguen apareciendo imágenes que nos recuerdan lo que hemos sido: un país desangrado. La masacre de las bananeras (1928). El asesinato del caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán, su cuerpo sin vida en la Clínica Central, el cuerpo linchado de su asesino Juan Roa, Bogotá en llamas (1948). La violencia bipartidista resumida en una imagen: el «Cristo Campesino» (1962). Podríamos quedarnos aquí horas sin que se agote el material. Las doce personas que hay en el salón miran atentas, abren los ojos; algunas menean la cabeza como queriendo decir «no es posible». Pero sí lo es.
En el club de lectura de hoy se hablará de las tradiciones y estructurales culturales, que permitieron que el conflicto armado se arraigara en nosotros. Es la séptima sesión. La primera vez el salón se llenó con unas setenta personas. Daniel Vélez, Jhonatan Herrera Alzate y Vanessa Arroyo Ruiz, organizadores del club, se enorgullecen de ese logro (y de que el espacio se mantenga vivo después de tres meses) porque en Guarne, dicen, ha imperado un sector conservador y negacionista del conflicto armado. «No solo hay negacionismo, sino un ocultamiento, un “aquí no pasó nada”, que ha sido funcional a sectores políticos y económicos», dice Daniel. «A las élites les conviene el silencio, por ejemplo, frente al narcotráfico. No hablar de eso permite que se perpetúe», señala Jhonatan antes de comenzar la sesión.
Después de la proyección de las imágenes en el televisor, Jhonatan toma la palabra: «¿Qué creen ustedes que impulsó a esos colombianos, en diferentes momentos, a tomar las armas?», pregunta. La señora de gafas dice que «la ausencia del Estado», y la mayoría del grupo asiente (estado ausente: otra vez esas dos palabras). Luego empiezan a aparecer otras respuestas: «no sabemos tramitar los conflictos», «no somos capaces de respetar la diferencia», «no hay confianza en las instituciones, ni en los políticos, ni en el Estado», «las ansias de poder y dinero», «la no garantía de los derechos».
Los organizadores encaminan la conversación al tema puntual de hoy: la cultura. ¿Qué tradiciones o enseñanzas, que han recibido desde la niñez, han permitido y perpetuado las violencias?, pregunta Daniel. Alguien contesta que la educación ha sido definitiva: «Mañana (12 de octubre) supuestamente celebramos el descubrimiento de América, la llegada de Colón. Ya sabemos que esa historia no es cómo nos la enseñaron», dice un señor de unos 50 años, camisa blanca y blue jean. La señora de gafas señala que la educación colombiana ha sido, sobre todo, «un sistema competitivo que no nos enseñó a relacionarnos desde el respeto a la diferencia. La educación no nos ha servido para dialogar, para llegar a consensos».
Un joven de gorra y saco negro opina que el Estado ha construido unas narrativas guerreristas que se quedaron insertadas en nosotros: «Pienso en el Gobierno de Uribe. En su elogio al héroe guerrero de las Fuerzas Armadas y su odio por el “enemigo infernal” que había que acabar. Eso cala mucho en la cultura, hace pensar de una manera polarizada, y ha permitido que aceptemos muchos crímenes bajo el precepto: “si no está conmigo, está contra mí”». Después toma la palabra una joven de camisa negra y falda para hablar de la familia; para decir que las ideas del «aguante» y de «los platos sucios se lavan en casa» han fomentado la violencia intrafamiliar. La conversación se queda girando en torno a las responsabilidades de las religiones, de la iglesia católica y de la sociedad antioqueña «machista y patriarcal», en las violencias contra las mujeres que no cesan.
En el capítulo de hallazgos y recomendaciones, la Comisión de la Verdad señala que «el conflicto armado se ha alimentado y a la vez ha influenciado la cultura». Que «desde hace siglos, nuestra cultura ha heredado una visión excluyente del otro, de los pueblos étnicos, del campesino pobre, del disidente, del contrario». Que «las sociedades que han sufrido conflictos armados de larga duración, hechos de violencia indiscriminada y graves violaciones sistemáticas a los derechos humanos» tienen mayores dificultades para establecer lazos sociales. Que esto ha llevado a esta sociedad a perder «la capacidad de distinguir entre los valores que la hacen crecer en su humanidad y los antivalores que la destruyen». Pero, sobre todo, que tenemos la oportunidad de cambiar esa verdad instalada «para que la guerra no sea una condena para Colombia».
«El logro de la paz requiere una reflexión sobre la cultura. De esa manera se podrá potenciar lo que nos hace mejores personas y comunidades, mejores ciudadanos y familias; y estimular los cambios de paradigmas, creencias, valores e imaginarios que nos impiden vivir en comunidad de manera armónica», señala el Informe Final.
13 de octubre de 2022. 7:00 p.m. La Piedra de Ayurá
Al lado de la escultura La Piedra de Ayurá, ubicada en un parque de Envigado, Antioquia, una mujer dice por megáfono que el conflicto armado impactó de manera diferencial —más cruel, más descarnada, más vehemente— a las mujeres y a la población LGBTI. Y necesitamos entender por qué. Luego hace un llamado a la escucha activa de lo que viene: la lectura pública de un fragmento del capítulo de género del Informe Final de la Comisión de la Verdad. La mujer, rubia, de pantalón negro y chaqueta fucsia, está sentada en un círculo junto a otras mujeres. En el medio, una bandera LGBTI con la frase «Hay futuro si hay verdad», el título del informe.
Sobre la bandera hay una vela «que nos acompaña abriendo el camino de la verdad»; un caracol, «símbolo de la escucha activa» y de la Comisión de la Verdad; un tarro con un líquido rojo «que nos recuerda que la sangre es un licor sagrado y que derramarlo es el último argumento»; y unas esencias «que nos permiten mantener presentes todos los sentidos», explican más tarde Suad Zaida Morad, de la iniciativa ciudadana El Derecho a No Obedecer, y Jennifer Giraldo, de la colectiva feminista Las Hijas de Débora, las dos organizaciones que se unieron para crear este espacio. Se citan todos los jueves en la noche en diferentes lugares públicos de Envigado. Y lo transmiten en vivo por la cuenta de Instagram de Las Hijas de Débora: lasdeboras_colectiva
También reposan sobre la bandera siluetas de hombres y mujeres en tela, que servirán para que las asistentes tejan, borden o escriban sobre ellas lo que deseen, lo que les produce escuchar estas líneas: «Las mujeres entrevistadas por la Comisión coincidieron… en que obligarlas a narrar lo que vivieron, en repetidas ocasiones, ante diferentes entidades o incluso dentro del mismo proceso penal, constituyó una forma de revictimización. El caso de Jineth Bedoya es un ejemplo de ello. En el año 2000, cuando trabajaba como periodista para El Espectador, fue víctima de violencia sexual por parte de paramilitares. Desde entonces, Jineth ha tenido que contar su historia doce veces ante distintas entidades», se lee en el capítulo «Mi cuerpo es la verdad».
Mientras Suad Zaida continúa leyendo, una joven de vestido azul de flores y chaqueta blanca amarrada en la cintura, inserta un hilo en una aguja, toma una de las siluetas y empiezan a bordar. Otra escribe en el suelo, con tiza blanca y azul:
Nuestros
cuerpos
NO son
territorio
de
guerra.
El pavimento empieza a llenarse de mensajes: «Envigado abraza la verdad»; «Las niñas y sus cuerpos no son botines de guerra»; «Que amar a quien quieras no te cueste la vida #VerdadParaLasVíctimas». El círculo de lectura está ubicado estratégicamente junto a un semáforo para llamar la atención de quienes transitan. En algunos momentos esa ocupación del espacio público ha sido problemática. En esos casos, cuenta Jennifer, «nos empoderamos del discurso de apropiación del espacio público para garantizar el derecho a la libre asociación y a la protesta, porque esto es una acción movilizadora».
La noche avanza y el frío se acentúa. No ha parado de llover por estos días en Envigado. Un hombre, con un casco en la mano, se detiene a entender lo que está pasando. Mira al suelo. Lee los mensaje escritos en tiza: «Somos seres de la tierra y a la tierra volveremos». Ahora el megáfono está en las manos de otra mujer, quien lee: «Lorna, mujer indígena de La Guajira, desplazada por la guerrilla de las FARC-EP en 2002, contó las dificultades para conseguir la subsistencia y garantizar el alimento. La pérdida de la tierra supone perderlo todo: “Quedar uno con las manos vacías, después de haber tenido sus animales. Porque uno vivía allá de las gallinas, de cambio de yuca, de plátano… ¡y quedarse sin nada! Eso no es justo, ¿sí ve?”».
Este espacio, dice Jennifer, les ha permitido «salirnos de la burbuja. Ver y sentir las vivencias de otras mujeres por fuera de Envigado. Son muy emotivos los encuentros y las lecturas cuando nos encontramos con el sufrimiento de otra mujer. Reconocer esas violencias para exigir que nunca se repitan. Y dejar de normalizarlas, dejar de verlas como un asunto de la guerra sino como un asunto que nos cobija a todas por ser mujeres».
Después de una hora y media de lectura se abre el círculo de la conversación. Una mujer dice que la impactaron profundamente los testimonios que escuchó. «No hemos visto nada hasta ahora, no sabemos nada», asegura. Otra de las asistentes dice que se queda con la frase «sonreír puede ser la máxima resistencia». Y una joven hace un llamado para seguir acompañándose: «Nos tenemos que nutrir entre nosotras». El único hombre del círculo dice que se vio mucho heroísmo y valentía en los relatos.
Este espacio es una propuesta de sanación de la «herida colectiva e histórica de nuestra Colombia, familia, ancestras e incluso propias», como dice Suad Zaida Morad. Sanar escuchando, ritualizando, nombrando, sacando la cabeza de la burbuja para reconocer la existencia de las otras.
Fuente:
Gutiérrez Torres, Carolina. «Ideas para que el Informe Final de la Comisión de la Verdad no se quede engavetado». Dejusticia.org, Bogotá, martes 8 de noviembre de 2022.