Mi cuelga para Fernando Vallejo

Vallejo es un sentimental disfrazado
de verdugo nazi. Simula el desprecio.

Por Eduardo Escobar

Algunos creen que Fernando Vallejo continúa el escándalo espiritual de Fernando González, el poeta de Otraparte. Fueron vecinos, usan en sus obras el habla expresiva de su pueblo con inocente desfachatez, y suelen ser despiadados con las malicias de la vida. Pero ahí para la semejanza.

La obra de Fernando González expone el desarrollo de unas ideas en una personalidad. Vallejo es igual siempre. Si necesita antecedentes, ahí está Vargas Vila, que convirtió la contumelia en una fórmula de éxito aunque sus invectivas parezcan más de tanguería que de tragedia. González a veces apela al cinismo para señalar un alma alarmada, pero es uno en quien el cristianismo por primera vez en América dejó de ser huera liturgia para realizarse en una experiencia interior, en agonía existencial, en camino. Vallejo es un sentimental disfrazado de verdugo nazi. Simula el desprecio. Céline tropical, se me parece a Céline hasta en el perro de compañía.

Vallejo ultraja por el gusto de herir a veces sin pensar en las enormidades que dice. Al apostrofar al papado obvia la acción civilizadora de los monasterios del catolicismo que rescataron la cultura clásica a la caída del imperio romano. Llenos de sombras, hogueras y crímenes, pero de una terrible belleza también. Dicen que Vallejo es nadaísmo tardío. Una vez en Medellín, en una feria del libro, me dijo en mi cara, ante sus parientes y los míos, que yo había sido su maestro. Yo imaginaba que podía ser generoso si quería, pero no que tuviera esa capacidad para ser injusto consigo mismo. Si en algo puedo ser guía es de fracasos. El nadaísmo apeló a la herejía en sus primeras campañas. Porque éramos unos turbios adolescentes y nos aburríamos.

Vallejo es contradictorio. En sus libros se come crudos a sus prójimos. Pero en la realidad es vegetariano. Quienes lo conocemos apreciamos la dulzura de su bondad escondida. Es uno que clama contra las porquerías humanas y se consuela tocando a Chopin. Su defensa radical de la primera persona descalifica la gran novela burguesa. Pero se rinde ante el manierismo, falso barroco, de Mujica Laínez. Disfruta como el niño escupiendo desde un balcón sobre los paseantes. Dijo que en Colombia la libertad es un don mortal. Y ahí sigue dejándose querer, como si no le importara, a sus ochenta años, afilando improperios.

El país finge que lo irritan sus anatemas llenos de tanta gracia a veces. Finge no saber que la materia del humorista es el amargo equívoco de las cosas. Fernando González fue también un maestro del sarcasmo. Y es una sombra anónima en Los días azules, la novela de la infancia de Vallejo. Escrita antes de que lo agarrara la santísima ira que convirtió en estilo de vida. Y el irredimible botafuegos acaba canonizando a los castos hermanos Cuervo, los virginales gramáticos bogotanos, y fiscalizando con piedad contenida las cuentas de la quiebra de un dandi suicidado de ascendencia envigadeña. Vallejo también calibra sus admiraciones como Cioran se reservó el derecho de salvar a Bach de su negativismo radical. Su libro primerizo fue Logoi, una gramática del lenguaje literario, escrito para aprender a escribir según me dijo. Y dijo que su patria es la lengua española.

Vallejo sospecha que la trivialidad de este mundo atroz reside en el marchitamiento del habla, cuando a un hombre común según la estadística le bastan doscientas palabras para decirse todo y pocas más para no decir nada, y muchas personas salidas de las universidades no pueden entenderse con un texto más o menos complejo ni expresar un sentimiento con claridad. Enciendan la radio y oigan el destrozo. Escuchen las canciones de moda, los aullantes narcocorridos. Los discursos políticos de grima.

Asistan a una sesión del Senado. Para George Steiner toda degradación individual o nacional es anunciada por una degradación rigurosamente proporcional del lenguaje. Y es obvio que hay más inteligencia real en el aparato del televisor mondo y lirondo, con su cableado dispuesto en pares de colores, que en las aguamasas de la charlavana que sirve tantas veces.

Fuente:

Escobar, Eduardo. «Mi cuelga para Fernando Vallejo». El Tiempo, Bogotá, columna de opinión «Contravía», martes 1.º de noviembre de 2022.