Fernando González
y «el hombre como
fuente de amargura»
«El payaso interior» es uno de esos hallazgos que se agradecen, pues de ellos se conocen los pormenores de un autor como Fernando González.
Por Andrés Osorio Guillott
Dice en el prólogo del libro El payaso interior, escrito por Ernesto Ochoa, que los apuntes que se recogieron de Fernando González estaban en una «libretica de apenas 15.5 por 11 cm, con tapas negras, del color de las tablas de los viejos ataúdes».
Hallazgo. El hallazgo de quienes dieron con los apuntes de Fernando González y que, de nuevo, como lo señalan en el libro editado por la Universidad EAFIT, hicieron parte de una obra que estaba escribiendo en 1916, año en el que se publicó Pensamientos de un viejo. Hallazgo de un lector que va a una librería para dejarse seducir por el azar del asombro, y que en esa especie de suerte descubre El payaso interior, de color amarillo y un tamaño similar a la libreta donde originalmente estuvieron alojados los manuscritos del pensador antioqueño.
Leer sus pensamientos y encontrar frases como «solo las personas lejanas están rodeadas de poesía». Imaginarlo a él distante, a varios kilómetros del ruido de la ciudad que tanto lo perturbaban. Elegir esa especie de aislamiento porque en el silencio se oyen mejor los pensamientos que provienen de la meditación que tanto defendía, de otorgarse ese espacio de cavilación y cultivar la razón con el espíritu. Hallarse satisfecho y decir: «Solo vivo, pero contento. Ni un amigo tengo para que conmigo se alegre y se entristezca: que siempre fueron los hombres, quizá por mi carácter, mi gran fuente de amarguras, cuando a ellos quise acercarme».
Decía en Pensamientos de un viejo, libro que se publicó mientras González escribía El payaso interior: «Quien huye de la vida es porque ama demasiado a la vida. Los hombres vulgares creen que un filósofo es un hombre de alma árida. Todo lo contrario. ¿Cómo puede analizar la vida el que no tiene el corazón repleto de vida? ¿Cómo puede conocer las pasiones, y los deseos, y los movimientos del alma, el que no tenga un alma atormentada?».
Amar la vida no es entonces concebirla como un idilio con la existencia, es pensarla con todas sus consecuencias e implicaciones. Y los tormentos o amarguras pasan a ser vistos como algo más que dolores y momentos insoportables, son también vías para entender justamente el peso de la libertad humana, para hacernos conscientes de lo compleja que puede ser la realidad. Realidad entendida como la más urgente, la que nos pertenece y la que creamos nosotros, y también como la realidad a la que fuimos arrojados y la que nos rodea y predetermina.
«La amargura de la vida se renueva cada vez más triste a medida que pasan por el corazón las ilusiones alegres. Más y más seco va quedando el corazón a medida que se gasta su cantidad de amor, su número de ilusiones. El único consuelo que resta al pensador es el análisis; el papel y la tinta son los grandes amigos del espíritu envejecido, desilusionado… Desde que nace el hombre principia a comprobar la falsedad de sus creencias y sus esperanzas. Es la vida no un conseguir verdades, sino un desbaratar sueños y un conocerse continúo de que la única verdad es el silencio de la muerte, del no ser».
Escribir para hacerle frente a las amarguras y a las muertes de las ilusiones. Habrá quienes lean a Fernando González y vean en sus textos la más profunda desilusión y escepticismo por la vida. No es así, por eso lo que dijo en Pensamientos de un viejo, y por eso dedicó tanto tiempo al pensamiento y la meditación, y la escritura, como bien lo cuenta en El payaso interior, se daba en los días en los que estaba «con disposición para el recogimiento. […] Y después, cuando tengo facilidad para escribir me siento a la mesa y poco a poco voy recordando y perfeccionando mis meditaciones de los días anteriores».
«El payaso interior se llama este libro. Porque es el espíritu algo tan delicado que hasta la más sencilla sensación lo modifica», escribió González. Y sus reflexiones así lo indicaban. Había pasado poco tiempo desde que lo echaron del colegio y su confrontación con la religión cristiana y su cuestionamiento sobre las libertades y la voluntad se expresan en este libro. «Nada más desastroso para el espíritu que la religión cristiana. Una doctrina que prohíbe dudar de ella. La gran verdad de Descartes es la primera verdad: para poder ser pensador es indispensable renunciar a toda creencia».
«Preguntad a un hombre si cree en su libertad, y si os contesta que sí, estad seguros que ni un solo instante se ha sentido a sí mismo. […] No creas que tu acto de hoy es algo desligado y solo tuyo. Él está íntimamente unido a los actos de los hombres anteriores y a las acciones de los futuros». Ecos del llamado existencialismo, de la idea de que la libertad se entiende cuando se asume y se es consciente de que nuestros actos son los de toda la humanidad, y que somos libres en tanto entendemos que serlo no es una licencia en la tierra para obrar bajo el delirio y las pasiones, sino una virtud que implica asumir la representación de la naturaleza humana.
«Los hombres verdaderamente grandes deben experimentar hondar tristeza en la tierra», dice una cita de Fiódor Dostoievski que compartió Fernando González el día que se publicó Pensamientos de un viejo. Pensar en ser grandes no por el ego, sino por la fuerza que requiere reconocer que el paso por el mundo no es un camino de rosas, y que asumirlo como tal no es negar la felicidad o la plenitud, sino justamente buscar alguna de ellas, como lo sugirió Aristóteles.
Fuente:
Osorio Guillott, Andrés. «Fernando González y “el hombre como fuente de amargura”». El Magazín Cultural de El Espectador, 28 de marzo de 2022.