El último de los grandes
Semblanza de
Javier Henao Hidrón
(1937-2021)
Por Carlos Arturo Barco Alzate
«¿Cuántos kilómetros a caballo recorrió Simón Bolívar?». Esa pregunta aparentemente tan trivial y que ciertamente no es una cuestión que despierte un interés generalizado fue exactamente el escenario en el que bien recuerdo la última de las batallas de ese quijote contemporáneo que fue Javier Henao Hidrón. Aquí un breve homenaje en su memoria.
La última vez que pudimos vernos era la época en la que todavía no sentíamos la nostalgia del abrazo cercano y el apretón de manos porque pensábamos que nunca nos iban a faltar. La normalidad y el amor se notan especialmente cuando faltan. Era el tiempo en el que no nos tapábamos ni la boca ni la sonrisa. Todavía respirábamos desprevenidamente.
Un par de veces antes habíamos compartido emocionantes conversaciones en su casa en el sector de Los Héroes en Bogotá —de la que me abrió generosamente sus puertas, así como las de su vida— y aquella última vez la cita nos la habíamos puesto fuera, en el mundo real.
Como si fuera lo cotidiano, concertamos pasar la tarde lluviosa de un viernes bogotano visitando dos maravillosas librerías en la ciudad: Casa Tomada en Teusaquillo —la librería de Ana María y Fabrizio— y la inolvidable Lerner, en su esplendorosa sede de la calle 93. Él quería promover su último libro, Ensayos breves, en el cual había compilado juiciosamente decenas de artículos y columnas de opinión que había escrito durante las últimas décadas. Un texto no solo deliciosamente diverso, sino proféticamente recopilatorio.
Pasamos la primera parte de la tarde en Casa Tomada, ese refugio escondido entre calles bohemias, rodeados del abrazo cálido de cientos de libros y un par de tazas de café. Llevó para divulgar, además, varios ejemplares de su crónica Un viaje por tres civilizaciones: romana, griega, egipcia. Sí, el maestro Javier tuvo la dedicación hasta de publicar un relato de su viaje por Italia, Grecia y Egipto con su familia. Era un incansable observador y narrador del mundo. De esos inquietos ya quedan pocos.
Luego, en el medio de una borrasca muy capitalina y con un tráfico imposible, llegamos al paraíso exuberante que es la sede norte de la legendaria Librería Lerner. Allí pasamos horas y continuamos nuestra charla desinteresada esperando que amainara la tormenta, hasta que no sé cuál libro sobre Simón Bolívar ojeó brevemente y la tempestad se hizo adentro.
El profesor Javier era uno de los más respetados conocedores de la vida, pensamiento y obra de Simón Bolívar. Como miembro de la Sociedad Bolivariana de Antioquia tenía más que autoridad moral e intelectual para refutar cualquier dato sobre el Libertador.
Pues bien, en algún lugar dentro del océano de libros donde estábamos navegando, leyó que el célebre caraqueño había cabalgado más de 123 mil kilómetros. El efecto fue instantáneo: «¡Ciento veintitrés mil!», gritó enloquecido. Inmediatamente, delante de todos los refugiados en la librería en aquel momento —algunos auténticos lectores, otros solo resguardándose de la lluvia—, ordenó con su temple de hombre paisa y con su vozarrón de regente que alguien se hiciera cargo de explicar por qué ese libro cometía la ligereza descomunal de tener una cifra tan extraordinaria como aquella, sin edición.
El guarismo era, ciertamente, inconcebible. Ciento veintitrés mil kilómetros a caballo es lo equivalente a tres veces la circunferencia de la Tierra. «Era un héroe, pero no un centauro», dijo. Yo, a decir verdad, no había reparado en ello. Me daba igual que fueran tres mil o ciento veintitrés mil: cualquier número era asombroso. Pero solo un hombre con la capacidad de su memoria y la insaciable sed de conocimiento como él podía alterarse de tal forma. Lo siguiente fue un poco extraño: con voz sumamente airada y visiblemente molesto nos conminó a todos los que estábamos en la librería a discutir con él cuántos eran verdaderamente los kilómetros que había recorrido a caballo Simón Bolívar.
Todos los presentes comenzaron a mirarse entre sí y a murmurar. Luego me miraban a mí, porque era su acompañante. No sabían si les estaba jugando una improvisada broma —como era su costumbre—, o si verdaderamente estaban siendo desafiados a un duelo académico. Entre susurros, la gente comenzó a darse cuenta de que ese quijote era nada menos que Javier Henao Hidrón. Y yo, digamos, parecía menos que el «rucio» de Sancho.
Un par de baby boomers se tomaron fotos con él. Otros sonrieron socarronamente ante el escándalo gratuitamente ocasionado. Al final, ante la vehemencia de Javier, todos concluimos que incluso Bolívar y su Palomo hubieran dudado del número de sus propios pasos.
Javier no era solo experto en Simón Bolívar. También hizo una célebre publicación sobre la vida de Rafael Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán. Pero sin duda, su obra cumbre —en mi humilde opinión— fue la biografía de Fernando González Ochoa en el Filósofo de la autenticidad. Mi interés de vieja data en el estudio del escritor y filósofo de Otraparte y mis estudios de Literatura en la Universidad de los Andes, así como la experticia insuperable de Javier en su obra, fue lo que me permitió conocerlo y trabar con él una amistad que rápidamente se volvió una enriquecedora mentoría.
Javier no fue un discípulo de Fernando González porque a González no le gustaban los fanatismos. Fue más bien un mentor. Y eso marcó a Javier, tanto, que se convirtió en uno: mentor de —como diría Drexler— una jauría de sedientos que, como yo, fue recogiendo por la carretera.
No sobra recordar que, en 1954, Fernando González fue propuesto como candidato al Premio Nobel de Literatura nada menos que por Jean Paul Sartre y Thornton Wilder, cuando ambos se encontraron en París y resolvieron enviar al Comité Sueco una lista de candidatos, en la cual fue incluido el filósofo criollo. A Javier le encantaba contar esta historia.
Durante los primeros años de la década de 1960 en Envigado —que, a su vez, fueron los últimos de González—, Javier lo visitó varias veces en su domicilio (que hoy es el Casa Museo Otraparte) y pudo recibir las enseñanzas de ese prohombre de las letras colombianas que conoció desde 1958, siendo un abogado muy joven.
Compartió con él en esos últimos años cuando la vida del filósofo se iba apagando y sus reflexiones se hacían más agudas. Era un deleite escuchar esas meditaciones de Javier 60 años atrás, cara a cara con González. De cierta manera yo mismo —era inevitable— me sentía repitiendo esa historia. Nos separaban 50 años de vida, pero siempre me trató como un amigo. Javier hablaba y yo guardaba silencio.
Tal era la pasión que tenía Javier Henao Hidrón por Fernando González, que desde el día de su muerte en 1964 comenzó a recopilar religiosamente cada mención de aquél —por tangencial que fuera— en periódicos, revistas, libros, entrevistas, reseñas, comentarios, etc. Con toda dedicación guardó cada recorte de prensa sobre el filósofo. Toda una hazaña. Tenía, además, en su casa capitalina, todas las publicaciones de González, algunas de las cuales solo tuvieron una recortadísima difusión y solo existen en esa exclusiva colección privada. Todo ello ahora está bajo la custodia de la Corporación Otraparte, como fue su última voluntad.
Pocos conocen tan bien la obra de Fernando González como la conocía Javier. Por fortuna su brillantez le permitió anticiparse a las circunstancias y dejar registro de todo cuanto investigó, pensó y creó sobre él. La vasta obra de Javier, no solo en lo referente a González, sino respecto de todo cuanto pasó por su cabeza, es un tesoro que no tiene fecha de vencimiento.
Javier Henao Hidrón fue Secretario de Educación y Cultura y Director Departamental de Tránsito del Antioquia, juez municipal, Magistrado del Consejo de Estado, profesor universitario, miembro de la Academia Antioqueña de Historia y de la Sociedad Bolivariana de Antioquia, tratadista, escritor, árbitro, ajedrecista, miembro fundador de la Corporación Otraparte, miembro honorario del Colegio Colombiano de Juristas y un reconocido académico. Fue además un gran padre, hermano y un desinteresado mentor. Fue un guía y una luz. Fue un amigo auténtico. Así me lo hizo saber y sentir.
Por eso mi eterna gratitud y el afán de recordar unas de las últimas palabras que cruzamos cuando me compartió personalmente el discurso que dictó el 19 de julio de 2021 en el Congreso de la República cuando fue condecorado con la Orden de la Democracia Simón Bolívar: «En relación con los valores humanos (tales como generosidad, reconocimiento, bondad, amabilidad, simpatía, ayuda), el acto de agradecer tiene carácter de obligación moral para el beneficiario e implica una manifestación espontánea de justicia con nuestro benefactor». Gracias, maestro Javier.
Falleció el pasado 18 de octubre, pero su luz sigue radiante.
Fuente:
Barco Alzate, Carlos Arturo. «El último de los grandes: semblanza de Javier Henao Hidrón (1937-2021)». NotinetLegal.com, miércoles 1.º de diciembre de 2021.