Fernando González
Maestro de la juventud suramericana
~ Introducción ~
Por Santiago Aristizábal Montoya
Fernando González Ochoa es un escritor difícil de asir. Su obra se escurre de los compartimentos disciplinares fijados desde la modernidad y fluye entre la filosofía, la literatura, la psicología, la sociología y la mística. Sus formas expresivas fluctúan entre la narración novelística, el ensayo, la confesión, el escolio, el aforismo, el diario y la epístola, introduciendo en sus textos una pendulación entre lo ficcional y el discurso referencial, que deja al lector en la perplejidad al hacer borrosas las claves que le permitirían establecer un pacto interpretativo con el autor para abordar sus obras. Al lector, entonces, se le impone una pregunta que sigue abierta tras un siglo de discusión: ¿cómo leer a Fernando González?
Con mucha frecuencia se ha querido leer las obras de González como escritos filosóficos, desconociendo la postura explícita de este autor en contra de la filosofía conceptual y su autofiguración como simple «aficionado a la filosofía». Leer a un autor como filósofo significa suponer una coherencia discursiva y teórica dentro de sus textos, de unos textos con otros y entre lo declarado en los textos y el pensamiento del autor en cuanto sujeto real que intenta comprender su mundo. Pero los textos gonzalianos difícilmente resisten un análisis filosófico en sentido estricto, pues abundan en ellos los presupuestos teóricos acríticos, las ambigüedades conceptuales, la impostación de teorías a través de personajes literarios, los vacíos argumentativos y las posturas arbitrarias, lo cual es explicable porque González configura su talante intelectual en oposición al estilo escolástico que imperaba en la formación filosófica que recibió en el Colegio San Ignacio y en el Liceo de la Universidad de Antioquia, y lo hace mucho antes de la llamada «normalización» de la filosofía en Colombia (que iniciaría hacia 1945 con la creación del Instituto de Filosofía de la Universidad Nacional, como un intento de profesionalizar el ejercicio laico de la filosofía). Tampoco los filósofos que leyó con avidez en su adolescencia y que lo influenciaron con más fuerza se caracterizaban por tener una escritura conceptual o argumentativa formal: autores como Platón, Nietzsche, Kierkegaard o Schopenhauer presentan en sus escritos, más que teorías, el decurso dinámico de su pensamiento, valiéndose a menudo de una estructura narrativa. Por eso, el interés de González no es la exposición de teorías, sino el ejercicio público de un pensamiento en movimiento que le sirve al autor para configurar su propia subjetividad.
Junto a la lectura filosófica, se han ensayado, con menos asiduidad, otras aproximaciones a la obra del autor envigadeño, que lo han abordado como teólogo (pero topándose con el mismo escollo de la resistencia a las teorías) o como escritor espiritual y místico, en las cuales, si bien se explora una vertiente muy relevante de sus obras, se dejan de lado aspectos de suma importancia, como el carácter socio-político y el gnoseológico de su reflexión. Algo similar puede ocurrir con otros modos de lectura que empiezan a aparecer en el ámbito académico, más enfocados en la dimensión literaria y que, después de medio siglo de subvaloración, proponen reivindicar su lugar en la literatura colombiana, teniendo que enfrentar la dificultad de su posición ambivalente entre la narrativa ficcional y el ensayo, y corriendo el riesgo de pasar por alto su aporte filosófico.
Quien escribe estas líneas se ha preguntado, desde que comenzó en su juventud su acercamiento a los libros de Fernando González, cuál sería la perspectiva más adecuada para leer la obra de este autor. Después de transitar por varias de las aproximaciones antes mencionadas, se atreve a sugerir en este trabajo una manera de leer que ha sido poco usual entre los comentaristas del escritor de Otraparte (a pesar de centrarse en un aspecto ampliamente testimoniado en la recepción de su obra, como se verá en el primer capítulo): se propone, pues, una lectura de la obra gonzaliana enfocada en la dimensión magisterial de la figura de autor que construye González.
En efecto, la búsqueda de un modo más comprensivo de leer a Fernando González, que no pase por alto su intención magisterial, exige explorar su obra también en la perspectiva de la ficción autobiográfica de carácter filosófico, donde cabe distinguir al autor real de la figura autoral que construye. Palacio (2012) ha llamado la atención al respecto, haciendo notar que, desde la separación moderna entre el acto creador literario y el producto de la escritura, se deben distinguir el autor y la figura autoral:
… no es totalmente equiparable la experiencia vital del autor como sujeto de carne y hueso con lo que el narrador o la figura autoral piensan, sienten o narran dentro de los diferentes textos literarios. El autor configura en su discurso una voz que le representa en el adentro y el afuera de la obra: ya no está presente como individuo en el texto narrativo, sino que ha dejado que esa voz o figura autoral le represente (Palacio, 2012: 156).
Frente a este giro de la escritura, Palacio especifica que, en el caso de González, «La figura autoral como representante del autor es sobre quien recae la intención del discurso literario convertido en simulación, retrato o autofiguración» (2012: 157).
La pregunta que aquí se plantea es, entonces, qué alcances tendría una interpretación de la obra de González en perspectiva didascálica, esto es, si se aceptara la premisa de que escribe autofigurándose como maestro y que produce un discurso con el que pretende enseñar. En este orden de ideas, el objetivo trazado en este trabajo es establecer la función que desempeña la autofiguración magisterial en las obras de Fernando González Ochoa, bajo la hipótesis de que esta perspectiva de lectura puede contribuir a desplegar con particular profundidad el sentido de su obra filosófico-literaria. En otras palabras, se pretende explorar la manera en la que Fernando González se presenta a sí mismo en su producción escrita como «maestro de la juventud suramericana».
La tesis general de este trabajo es que la escritura filosófica de González se presenta como un camino de construcción de su propia subjetividad y este camino se expresa a través de un discurso filosófico-literario con una función magisterial.
La lectura que se propone aquí debe hacer cuentas con la condición de «libros quimera» (Premat, 2008) o «libros monstruosos» que caracteriza las obras de González en cuanto comparten elementos de diferentes géneros literarios y niveles discursivos. Si se toma la noción del género literario como un esquema de expectativas de lectura (Giraldo, 2013) o como «un modo de leer» (Piglia), sería pertinente preguntarse cuál es el modo de leer que mejor abre las obras de González a la comprensión del lector, ante lo que cabe arriesgar la hipótesis de que este modo de leer sea el de los textos didácticos y que el proyecto escritural de González en el conjunto de su obra sea magisterial. Esto equivale a afirmar que González escribe para educar a sus lectores y que esta intención didascálica se sirve de los diferentes tipos de discurso que emplea, a saber, la narración ficcional, la disertación filosófica, la biografía, el diario, la confesión y el relato de viaje.
La alternancia genérica también puede ser entendida acudiendo al «metagénero» del ensayo. En este sentido, las obras de González pueden leerse como ensayos en una acepción similar a la que le daba Montaigne a este concepto, es decir, como un medio por el cual el autor se escribe a sí mismo y capta el dinamismo de los pensamientos que se entrecruzan con las vivencias, analizando el yo para decir algo del mundo que se refleja en sus propias experiencias. Lo que Navarro Reyes (2007) afirma de Montaigne, podría valer también para González: «La tarea del ensayo engulle la totalidad de la existencia, haciendo que la vida entera se transforme en un proceso de autocomprensión minuciosamente registrado» (2007: 167). Este tipo de escritura capta el proceso de concienciación, que es, en el caso de González, el único contenido transmisible en su magisterio.
Así, asumiendo la hipótesis de la autofiguración didascálica como perspectiva de lectura, pueden distinguirse tres campos en los que Fernando González desarrolla sus ideas y, simultáneamente, despliega su magisterio: por un lado, la construcción de la conciencia en perspectiva filosófica; por otro, su crítica de la cultura; y, por último, la mistagogía, como esfuerzo por acercar a los lectores a la experiencia del misterio delineada en sus propias vivencias. Estos tres campos aparecen imbricados en las novelas-ensayo y en los otros textos del autor, no como planteamientos teóricos, sino como experiencias dinámicas por las que el lector va pasando a medida que sigue el hilo discursivo del narrador.
Con el fin de sacar a la luz esta dinámica magisterial, en el presente trabajo se han adoptado tres principios interpretativos:
Circularidad entre la parte y el todo: se asume que la obra de González debe leerse como un conjunto interconectado, como un ejercicio de escritura continua, practicado a través de las libretas o diarios en los que el autor registraba sus vivencias y reflexiones, que ocasionalmente daba origen a una publicación. Por eso, aunque se hacen análisis puntuales de algunos de los libros, esta interpretación procura tener a la vista el conjunto general de los escritos gonzalianos.
Circularidad entre el texto y la figura autoral: ligado al principio anterior, en la obra de González, que pendula entre la confesión y la autoficción, se va construyendo una figura de autor que, por momentos, adquiere más relevancia que la narración en sí. La lectura que se propone aquí aspira a tener la mirada puesta tanto sobre la figura autoral que se va tejiendo a medida que González escribe, como sobre los textos que le dan cuerpo a esa figura, sin olvidar que cada libro, en cuanto construcción filosófico-literaria, constituye una unidad hermenéutica más o menos autónoma, en tanto que genera sus propias claves interpretativas que, en todo caso, redundan en la constitución de la figura autoral.
Circularidad entre literatura y reflexión filosófica: se asume aquí que no puede establecerse una separación taxativa en la obra de González entre libros filosóficos y libros ficcionales; más bien se propone un abordaje de sus textos como novelas-ensayo (Marín Colorado, 2010), en las que el pensamiento se construye por medio de la creación artística, tanto en el plano literal (ideas expresadas con una estética literaria) como en el macroestructural (la organización de la trama, la construcción de los personajes y su interacción con el medio tienen una función dentro de la reflexión filosófica). Dicho sea de paso, esta interdependencia del carácter literario con el filosófico o de lo ficcional con lo ensayístico de la obra gonzaliana (Aristizábal Montoya, 2006) es uno de los factores que justifican el acercamiento a este autor desde una perspectiva interdisciplinaria como la que procura un programa de Estudios humanísticos.
Siguiendo estos principios hermenéuticos, el trabajo se desarrolla en tres etapas, correspondiéndole un capítulo a cada una. En el primero, se hace un sobrevuelo por la recepción de la obra y la figura de González para mostrar la centralidad de la dimensión magisterial en ella y se revisan algunos estudios previos acerca de su pensamiento educativo.
El segundo capítulo se dedicará a explicar cómo se presenta lo que se ha llamado la autofiguración magisterial o didascálica en Fernando González, para lo cual, se expone cómo constituye su figura autoral mediante una escritura que surge inicialmente como práctica del cuidado de sí, orientada a la construcción de la subjetividad del propio autor, para concluir mostrando que esa autoconstrucción desemboca en la adopción de una posición magisterial en sus textos.
El tercer capítulo apunta, en un primer momento, a explorar la obra de González en clave de cultivo de la propia personalidad, aplicándole la categoría interpretativa de Bildungsroman, para lo cual se analizarán, a manera de ejemplo, Viaje a pie, Mi Simón Bolívar, El maestro de escuela y el Libro de los viajes o de las presencias, y luego se propondrá una mirada de conjunto, como a otra novela de formación, a la metanarración subyacente en su figura autoral, con la que González ofrece una pedagogía testimonial. En conexión con esto, se procederá a explorar la posibilidad de interpretar su obra como novela pedagógica.
Finalmente, en una síntesis conclusiva, se ensayará una exposición más sistemática de la concepción de educación que se infiere de la actividad escritural y de la autofiguración didascálica de González.
Fuente:
Aristizábal Montoya, Santiago. «Fernando González, maestro de la juventud suramericana – La dimensión magisterial en la figura autoral de Fernando González Ochoa». Tesis presentada como requisito parcial para optar al título de magíster en Estudios Humanísticos, Universidad Eafit, Escuela de Humanidades, Medellín, 2018. Descargar trabajo completo en formato pdf.