Fernando González y
su generación europea
Por Darío Ruiz Gómez
¿Que Fernando González carece de sistema? La simpleza no puede ser más elocuente. ¿Sistemáticos Nietzsche o Wittgenstein? No serlo es oponer la libertad a los códigos del totalitarismo político. Por eso quienes no se esterilizaron en una información tomada como filosofía o perecieron en esa «dialéctica» acuden hoy a la lectura de la contradicción, el fragmento, el aforismo.
¿Cuántas lecturas son posibles en González? Lo que despistó fue su lenguaje brotado de la experiencia viva, el panfletario, el político —límites desafiados— capaz de fundar un movimiento de izquierda para luego —esta es la razón de la contradicción que no entiende el creyente— regresar de la mano de Pascal, de Montaigne, Heidegger a una espiritualidad beligerante, réplica a la vulgaridad de fórmulas «revolucionarias» que terminaron siendo expresiones inhumanas.
¿Quién ha dado una lección de estética como la de El Hermafrodita dormido? ¿No se emparentan sus grandes novelas con lo mejor de la novela contemporánea? Esto no podía percibirse desde los ojos del enteco «realismo» en que se asfixió nuestra pobre narrativa, nuestra crítica «comprometida» que opuso a la inteligencia, a la tarea del conocimiento, los clichés de un latinoamericanismo de pandereta.
¿De quién está acompañado el pensador? Pensar supone enfrentar lo establecido. González llega a París en 1930 y ¿con quién habla, quién lo lee? Veamos: Jean Granier, maestro de Camus y cuyo libro Las islas consideró Mishima como su libro de cabecera. Jean Paulhan, director de la La Nouvelle Revue Française, cuya obra ha analizado Blanchot y en la revista Mesures incluye a González al lado de Gide, Lorca, Éluard, Suárez, etc. Miomandre, traductor de los grandes pensadores españoles, hispanista como Brión. Augusto Bréal, quien lo busca con admiración. ¿Recuerdan al autor de Vidas imaginarias, ese punto de arranque en la obra de Borges? A Bréal le dedica Schwob uno de los cuentos de El rey de la máscara de oro. ¿Y Valery Larbaud? Álvaro Mutis escribió recientemente sobre el autor de A. O. Barnabooth y Fermina Márquez, figura clave en la dimensión estética de este fin de siglo.
El azaroso período de ignorancia, de aislamiento que hemos vivido en los últimos veinticinco años nos impidió beber de este vivificante contacto, de esta necesaria relación. En el aislamiento crece naturalmente algo que impide la lectura y el diálogo: el prejuicio, el olvido por decreto, las alianzas del mediocre.
En una carta a su hermano manifiesta su deseo de no volver a Colombia, de que nadie conozca la generosa acogida que se ha dado a su obra en Francia. La proporción diríamos de silencio, de incomprensión, viene dada entonces por la permanencia de lo que no es el pensamiento y lo que éste nos invita a hacer. En 1989 todos estos textos [*], donde se pone de manifiesto el sentido de la vida, la amistad, la pasión por el conocimiento, la contradicción, o sea lo que sigue y seguirá siendo el filosofar desde aquello que Heidegger llamó el «nihilismo optimista», está recién abierto para su lectura. Pero tenía que morir primero la falsa lectura del ideólogo, del informado, del falso mesías político, y nacer la claridad y la exigencia de la vida.
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* Nota de Otraparte.org: Este escrito abre el homenaje que le rindió la Revista Universidad de Medellín a Fernando González en el vigésimo quinto aniversario de su muerte.
Fuente:
Ruiz Gómez, Darío. «Fernando González y su generación europea». Revista Universidad de Medellín, n.º 53, 1989, pp: 5 – 6.