Significado de
Viaje a pie en la obra
de Fernando González
Por Alberto Restrepo González
Fernando González enfrentó tres problemas fundamentales: el límite, el primer principio filosófico, la perversión imaginativa.
Asumió tres grandes luchas: contra la limitación pasional o conciencia fisiológica, contra la limitación mental o imaginación filosófica, y contra la perversión latinoamericana o complejo de inautenticidad.
Siguió tres grandes caminos: convivencia con la realidad manifestada, fidelidad a la verdad, agonismo moral.
Buscó tres grandes metas: Autoexpresión, Liberación y Comunión con la Realidad.
Recorrió tres grandes etapas: desde la fisiología hasta la conciencia; desde la conciencia fenoménica hasta la amencia; desde las representaciones o mundos de coordenadas hasta la Intimidad o Dios.
Dentro de este contexto hay que situar a Viaje a pie, si es que se quiere entender lo que este libro significa.
Entre Pensamientos de un viejo y Viaje a pie sólo encontramos una pequeña obra de González: Una tesis. Viaje a pie rompe, pues, trece años de profundización silenciosa en los hallazgos y postulados de Pensamientos de un viejo.
La concepción inicial de González, en Pensamientos de un viejo, es que sólo el Yo puede conocerse; que la realidad es dolorosa, pues la limitación humana nos impide acercarnos a ella; que la tarea de la filosofía consiste en consolarnos de nuestros límites, por la ensoñación de los mundos de la infinita posibilidad de la que nos excluyeron nuestras limitaciones, al hacernos de una forma determinada.
En Una tesis González enunció la necesidad de liberarse de la ensoñación Metafísica.
Viaje a pie es eso, precisamente: el comienzo de la tarea sistemática de toda la vida de Fernando González, a la búsqueda de la filosofía de la realidad, contra la filosofía imaginativa de la ensoñación metafísica; la iniciación del contacto con los fenómenos de la vida, para aclarar qué es la realidad y cómo llegar a ella.
Para González todo es provisional porque para él existir espaciotemporalmente es ir siendo; ser es conocer, en el sentido de que el verdadero conocimiento es conocimiento vivo, asimilación de la realidad por la convivencia, por lo que en la medida en que se va viviendo se va sabiendo, y viceversa; el juicio mata el proceso; no hay, pues, definiciones, sino nociones en devenir.
Dentro de ese contexto, Viaje a pie es un comienzo, una visión provisional, un primer acercamiento al devenir fenoménico para aclarar la pregunta ¿qué es la realidad?
¿Qué postula, qué problemas enfrenta, qué gérmenes siembra Viaje a pie, no como elenco de definiciones conceptuales, sino como itinerario vital, que fue lo que constituyó la filosofía de Fernando González? Responder esas tres preguntas es el intento de esta charla.
Los postulados
Viaje a pie es un libro vivido y escrito desde el mundo pasional. En él hay apenas amagos, vislumbres, intuiciones de aquello que está más allá de los fenómenos pasionales; todo lo que en él se expresa se expresa desde el lenguaje y desde las vivencias de la pasionalidad.
Es una elaboración del mundo de la necesidad y de los sentidos, en el que el espíritu apenas empieza a desencarnarse.
“Todo el universo es nuestro. Poseemos el universo con los sentidos” (195).
Viaje a pie está construido desde los siguientes postulados:
1. El universo está regido por la necesidad:
“Nuestro destino es irremediable y nadie tiene la culpa de él” (30).
“El destino es la ley que nos limita” (176).
“Todos los seres cumplen su destino dentro de la regla inmutable” (87).
2. La vida es unidad infragmentable:
“La vida es una unidad, si aislamos un hecho psíquico lo desnaturalizamos; la vida no es fragmentaria. Nos parece que es fragmentaria porque la conciencia es apenas el retrato de una partícula de ella, la más saliente pero no la principal de nuestro vivir, de nuestro devenir” (173).
3. El hombre es un ser limitado, que aunque de ordinario vive reflejamente, desea liberarse del límite:
“¡Qué aridez nuestras vidas dentro de sus límites de los caminos y de la piel!” (93). “Hay en el corazón humano el deseo extraño de librarse del límite” (92). “Nosotros sólo vimos al animal hombre, al que obra por reflejos. ¿Dónde está el atormentado que renegó de su carne, que maldijo su limitación, y que lanzó la flecha de su anhelo para superarse?” (177).
4. El hombre es ser desarmónico y triste, por ser, apenas, ensayo, animal en formación, sensibilidad que se perfecciona:
“En el Universo, sólo en el hombre se encuentra la irregularidad y la tristeza de estar perdido, de la contradicción de sus múltiples deseos. ¡La irregularidad! […] Esta observación nos ha llevado a colocar la causa de la tristeza humana en la irregularidad del vivir del hombre; y es irregular porque el hombre de hoy es apenas un ensayo” (87). “Esa extraña modalidad de la materia que llamamos espíritu aún no ha aprendido a vivir, a obrar; desea contradicciones, no sabe de dónde viene ni para dónde va y se admira al ver que posee ese raro don de volver sobre sí misma” (89). “Somos animal en formación” (230). “Somos sensibilidad que se perfecciona” (228).
5. El hambre, el amor y el miedo son los determinantes de la acción humana:
“En nosotros hay hambre, amor y miedo. Todos sus trabajos los ha ejecutado el hombre debido a estas tres causas; todo su desenvolvimiento es motivado por ellas” (128).
6. El hombre es ser contradictorio:
“Todo en nosotros se enreda y contradice. Adoramos a Dios y queremos al Diablo; cantamos al espíritu y espiritualizamos la carne; lloramos y reímos y no sabemos hacia dónde vamos” (234). “Nuestro interior es un hervidero de contradicciones” (246).
7. Más allá del devenir existe una realidad fundamental en la que todo se funde, y que se manifiesta en las formas que devienen, la esencia:
“Todo se funde en la esencia amorosa que deviene en las formas. La esencia tiende siempre; la esencia es un verbo; por eso dice la metafísica cristiana que el Verbo se hizo Carne” (215).
Los problemas
Dentro de este gran marco de necesidad y pasionalidad, González se enfrenta con los siguientes problemas:
1. El problema del primer principio filosófico ¿Cuál es el primer principio para hacer una filosofía de la esencia vital que se manifiesta en las formas del devenir?
En Viaje a pie sólo hay una respuesta negativa: el primer principio filosófico de la filosofía aristotélico-tomista no puede ser el primer principio para una filosofía de la vida:
“Perdidos estamos desde que allá, en compañía de nuestros queridos amigos los jesuitas, no pudimos encontrar el primer principio filosófico. Cuando le decíamos al reverendo padre Quirós que cómo se comprobaba la verdad del primer principio que nos daba, nos decía: ‘Ese es el primero, ese no se comprueba’. Desde entonces estamos perdidos” (66). “Vamos irremediablemente perdidos desde aquel aciago año de mil novecientos cinco en que no pudimos encontrar el primer principio filosófico, allá en la grata compañía y colaboración del reverendo padre Quirós S. J.” (95).
2. El problema del valor del conocimiento científico:
“El sabio de esta civilización de cocina que tenemos desde la Revolución Francesa, es un devorador de hechos, es un almacén de datos, es una cartera de apuntes, es unos anteojos, detrás de los cuales está una fisiología enferma. ¡Cuán feo es el sabio moderno! Es que estamos en los tiempos en que reunimos los datos, en el siglo del análisis; los antiguos se apresuraron a sintetizar, sin haber reunido los elementos necesarios. […] El sabio moderno no es aquel que dominaba a los hombres con el poder de su energía: es un enfermo, dispéptico, miope, duro de oído, varicoso, barrigón; es la figura del cocinero. Este no es el sabio. Será el peón de la ciencia; el sabio será aquel hombre sintetizador que vendrá después de este período de análisis” (240).
“La embriología, la sistemática, la filogenia, esa belleza recién nacida que se llama la biología, ¿qué son sino un número monstruoso de hechos desarticulados? ¿Quién podrá extraer de ese libro de datos una explicación de la vida, de la muerte, de los anhelos e intuiciones del hombre? Cada ciencia es una reunión de hechos dispersos. ¿Hay una fuerza vital? ¿La vida es un quimismo? El vitalismo, el quimismo, el finalismo, todo lo trascendental es una hipótesis; todas las explicaciones últimas son hipótesis, propias para dirigir el ojo miope del sabio, pero nada más. […] ¿Qué influencia social puede tener este sabio que sólo trae la duda? ¿Qué influencia puede tener sobre el moribundo? De aquí la inferioridad de este pobre sabio humilde ante el fastuoso, sano e imponente Santón. […] La ciencia no puede ofrecer sino hipótesis débiles, y por eso es despreciada y ofendida por el Santo, por todos, por el hombre, pobre caña mecida por el huracán del miedo a la putrefacción, a la muerte elemental” ( 242).
3. El problema de la realidad de Dios:
Al negar el primer principio filosófico aristotélico, González negó a Dios: “Negué el primer principio filosófico, y el padre me dijo: ‘Niegue a Dios; pero el primer principio tiene que aceptarlo, o lo echamos del Colegio…’. Yo negué a Dios y el primer principio, y desde ese día siento a Dios y me estoy librando de lo que han vivido los hombres” (Los negroides, 15).
Viaje a pie es el comienzo de la lucha sistemática de González por aclarar la noción de Dios y llegar a la vivencia de Dios.
Examinando indicios, inicia González la búsqueda del Dios vivo, no del Dios conceptual, equivalente al principio de contradicción, que había negado hacía casi veinte años:
En Viaje a pie González halla los siguientes indicios:
La realidad del uno absoluto, o sea la realidad viva unitotal:
“El uno absoluto, que es el todo y que aprehendería el hombre por intuición, si fuera infinito, podríamos compararlo con una circunferencia cuyo centro está en todas partes. Así es centro de la infinita realidad cualquier ciencia o cualquier propósito; desde ellos se llega a percibir una remota vislumbre de lo infinito” (80).
La suprema armonía o suprema energía que constituye el universo vivo:
“De todo el universo, menos del hombre, sale una armonía que es como canto de alabanza a la suprema energía o suprema ley que se llama Dios” (87).
“Hay indicios de que algo supremo, la armonía suprema, nos llama más allá de la tierra” (169).
La pregunta por la finalidad, hecha desde la vivencia de la armonía cósmica:
“La tierra, y los planetas y todos los soles se mueven. ¿Qué centro de gravedad los atrae? Los atrae la perfecta armonía, el fin de los fines, Dios” (111).
La vivencia de la muerte:
“Un hombre muerto queda tan vacío que es un indicio aterrador de que su parte esencial se fue no se sabe para dónde. Este indicio es el que nos hace entrar a las iglesias, a las pagodas o a las mezquitas, a donde quiera que dicen estar el Dios escondido que tiene en su poder eso que nos abandona con el último suspiro” (118).
La constante tendencia del hombre a la perfección:
“La vida puede definirse así: movimiento en busca de placer. Es movimiento en busca de lo que nos falta; es la tendencia de lo imperfecto hacia lo perfecto. Aquí llegamos a tener una vislumbre de Dios. Por cualquier punto por donde comencemos a filosofar se llega a donde se perciben luces de una unidad que alumbra como lejano sol; emanaciones de la unidad perfecta” (173).
3. El problema del método:
Rechazada la filosofía aristotélico-tomista, racional-conceptual, es preciso hallar un método para hacer una filosofía vivencial, no conceptual, o sea, un método para vivir.
En Viaje a pie el hombre se entiende como vitalidad que acumula energía y la dilapida ansiosa y desordenadamente:
“El hombre es vitalidad, acumulador de vitalidad, y es preciso ser metódicos” (63). “Eso nuestro, la energía, lo dilapidamos en el deseo desordenado. ¿Qué debemos hacer? Acumular fuerza y gastarla con método. ¡Quieto aquí, corazón! Esta boca nos devora y nos devoran estos corazones ansiosos. El método y la contención son los que pueden hacer del hombre un bípedo interesante. La casa del hombre es el lugar del pecado. Toda la vida cósmica es ordenada, metódica y alegre. El mono, el perro, el caballo, han sido corrompidos en la casa del hombre” (85).
La contención que controla la conciencia fisiológica o pasional, y permite utilizar adecuadamente la energía, es el método para poder vivir al ritmo de la vida, realidad única en devenir:
“El único método para vivir que conserva la alegría, es vivir resistiendo el deseo que nos urge por el goce; vivir despacio, inervados” (48). “Nosotros, el hombre fiera, tenemos como primer mandamiento la contención” (59). “El hombre disperso nada hace. Ninguna substancia obra si no está concentrada” (61).
La expresión más perfecta de la contención, como método, es la castidad. Eso es lo que expresa el himno a la castidad:
“¡Mejor que el calor del sol en la mañana eres tú, Castidad! […]
¡Te amamos, castidad de ojos provocadores, porque el amor es bueno cuando tu presides! […]
¡Somos castos para poder amar! ¡Esta es la verdad! ¡Una verdad nuestra…! […]
¿Quién dijo que hay placer en el dolor? Sólo un gran casto puede gozar cuando se raja su carne. […]
Somos el joven casto porque queremos amar todo lo que existe en nuestra madre la tierra.
Castidad es paladearlo todo, acariciarlo todo sabiamente, y no dilapidar.
Somos el joven que no se deja poseer por nada para no yacer como saco vacío.
Para estar siempre activos y ser siempre amantes. […]
Nos sentimos ligeros e inervados porque no poseemos por compraventa, sino a título más noble, a título de seres táctiles” (195).
La contención como método, exige que el hombre trabaje sobre sí mismo, hasta descubrir su ritmo vital dentro del gran ritmo del universo:
“Es necesario conocerse y cultivar sus propios modos y posibilidades. […] Cada individuo tiene un ritmo para todo, hasta para pecar” (207). “Hay que aprender a dominarse, a ser uno mismo, a sacar el mejor partido de su propio modo. Nuestra única posible grandeza y belleza, ya que no tenemos la exuberancia vital, está en el cultivo constante de nuestras facultades características” (208).
4. El Problema de la perversión latinoamericana, que consiste en la inautenticidad.
González, y eso no se le creyó, ni se ha logrado entender todavía, amó a sus prójimos y en ellos se amó, se estudió, se conoció, se criticó, se enfrentó a sí mismo. Toda la lucha, todas las diatribas, todas las imprecaciones de González son y expresan enfrentamientos consigo mismo.
La visión de Colombia que nos presenta Viaje a pie, es la visión de sí mismo; el enfrentamiento consigo mismo en cuanto hombre suramericano, en la Colombia nuñista:
“La finalidad de este libro: describirle a la juventud colombiana la Colombia conservadora de Rafael Núñez; hacer algo para que aparezca el hombre echado para adelante que azotará a los mercaderes” ( 270).
El hombre colombiano es apenas un proyecto de hombre, el negroide, animal parecido al hombre que habita en Suramérica. Bolívar “estaba convencido de que no había libertado hombres sino negroides. […] Apenas se fueron los españoles vio que no había quedado sino un hombre: él, solitario, en un desierto de alimañas” (76).
Colombia es país regido por los terrores de una demonología que ha hecho posible una teocracia malsana y ha matado la expresión del amor, a través del condominio que ejercen sobre la sociedad el cura, el bachiller y el Diablo:
“Colombia es el país del Diablo. Porque aquí se cree más en él y se le teme y ejerce oficio trascendental. Es el rey de los Andes. […] ¿Podrían existir el cura y el partido conservador si el Diablo no estuviera aquí, si no fuera con ellos condómino del país? Vimos el Diablo en los ojos tristes de amor insatisfecho de las niñas de Aranzazu y Pácora… […] Lo vimos o lo sentimos en los caminos, al anochecer, y cuando se desvanece la noche, en el silbo del pájaro solitario. […] También se ha visto al Ángel rebelde atormentando a los pocos que no han obedecido al cura, a los liberales… Pobres seres ignorantes, que creen aún más en el Diablo que los conservadores. […] ¡Pobre país, país de miseria, país del Diablo, país negroide, indio, español, sin rumbo y sin conciencia aún! ¡Pobre país en que son condóminos el cura, el bachiller y el diablo!” (145).
Cultural y económicamente, Colombia es colonia, país sin ideas que vive de lo extranjero, manipulado por los extranjeros:
“Aquí no hay ideas propias, Colombia es el comunismo ideológico” (106).
“¿Qué han aprendido los primitivos de los europeos? Eso se preguntaba Federico Nietzsche. Lo malo únicamente, el alcohol, el lujo, la exacerbación sexual. La religión cristiana, por ejemplo, esa insuperable religión de Cristo, ¡en qué monstruosidad la han convertido los zambos americanos! La han injertado en la madera seca de las mesas de votación. […] Pero la gran tristeza es nuestra Colombia de hoy, que ya no tiene energía siquiera para producir revolucionarios” (237).
“Un sátiro de Cartagena dio principio a la descomposición moral. Comenzaron vendiendo a Panamá y hoy está casi todo vendido” (77).
“El míster desempeña un papel importantísimo en nuestro país. Somos el pueblo que toma dinero a mutuo, con interés; somos el pueblo nuevo que sólo ha aprendido de los civilizados a beber whisky, a comer carne en conserva y a vestirse como en París. Y el míster nos presta dinero y nos vende aquellas cosas” (155).
“El Diablo, el cura, el bachiller, el míster, el arriero y el mendigo. Ahí está nuestro país” (161).
Los gérmenes
De Viaje a pie, en el proceso existencial de González, o lo que es lo mismo, en su filosofía, quedan en germen:
1. La Metafísica como vivencia:
“Lo único hermoso es la manifestación que brota de la esencia vital de cada uno. Aquí podéis vislumbrar la idea madre de nuestra metafísica. […] Nuestra metafísica es efímera, agradable y esferoide como los encantos de sus cuerpos”. (207) —Habla González de los cuerpos de las muchachas—.
“¡Cuán bella es la vida para el metafísico! Es él quien percibe lo que hay debajo de los fenómenos; el que adivina el hilo madre que sirve de eje para la tela efímera del devenir. […] Imaginaos una muchacha variada y ricamente vestida. Pues el metafísico es el único para quien ella se desnuda. Los demás, el físico, el matemático, etc., están ocupados en examinar sus vestidos. ¡Nosotros somos los verdaderos amantes de la muchacha!” (213).
2. La elaboración de una metafísica del amor, y no de la razón:
La obra de Fernando González es la filosofía del amor. Con duras palabras, con denuncias urticantes, en guerra contra la mentira social; pero es la filosofía del amor. Fernando González no llegó al amor por achaques de andropausia, sino por una lucha contra toda forma de odio, de mentira, de inautenticidad, que duró sesenta años:
“¡Oh, señora Venus, todas cuyas gracias se formaron de las espumas del mar en las riberas de Chipre, ayúdanos, que vamos a exponer nuestra metafísica, que es amor…! Para nosotros el mundo fenoménico es efímero como las espumas de que se formó Afrodita. El amor subyace bajo esas formas” (211).
“El amor es para nosotros lo que está detrás de las formas, la médula de lo fenoménico o, para decirlo en forma bárbara, el nóumeno. […] ¡Qué estúpidos e insinceros estos enormes libros, casi siempre en latín, que tratan de la vida, de la esencia de las cosas y que no citan el amor. […] Se ha creído que el amor es únicamente el amor sexual; pero en verdad esa es la materia bruta de todo lo hermoso y grande” (212).
“Antes de emerger en la forma fuimos la posibilidad infinita, el amor” (217).
3. La decisión del empleo de la lógica vital o lógica viva, que rige la expresión de vivencias, no de simples enunciados conceptuales correctos, que es la propuesta de la lógica racional-conceptual, derivación del primer principio filosófico aristotélico-tomista, aceptado el cual, todo lo vivo muere:
“‘Una cosa es lo que es y no otra’. Esta es la piedra madre de la lógica. ¡Nuestra juventud jesuítica fue una continua vergüenza a causa de la metáfora! ¿Cómo no la hemos de odiar? Durante toda una noche de insomnio preparábamos un argumento contra la simplicidad del alma, contra esa propiedad elástica que tiene el alma humana. […] Decíamos nuestro argumento, y el padre Quirós con sonrisa protectora contestaba: ‘Distingo la mayor…; luego la consecuencia es falsa; ¿el alma se une al cuerpo como principium causans? Acepto…’” (261).
Para González el orden del espíritu, que es la lógica vital, rige la realidad y la acción, y no sólo el pensamiento:
“La lógica […] es el orden en el espíritu. La lógica consiste en obrar de modo que cada acto encierre en sí el efecto apetecido; consiste en saber determinar cuáles partes componen un todo, y en qué partes se descompone un todo. Es el medio de conocer y obrar que nos suministró Dios para conocer y obrar aquello que Él hace y conoce por intuición” (224).
De allí, de la construcción de una filosofía regida por la lógica vital (eso que ha creado la gran confusión al estudiar la filosofía de González), nace la aceptación de la analogía, ajena a la lógica mental, en el trabajo filosófico:
“La comparación es el método inicial de la mente; es el primer paso para llegar a la Esencia. El Oriente tiene fama de ser metafórico en su lenguaje; pero no hay tal; fue metafórico porque allí fue, según parece, el lugar en donde se iluminó primero la carne del hombre” (259).
4. El inicio de la Teoría de los Viajes o de las Presencias:
“¿Cuándo será que arrojemos de la conciencia la idea nítida de que somos el cuerpo y la pasión, la memoria y el pensamiento? ¿Cuándo será que pasemos a otro plano de conciencia en que percibamos el ego como una entidad? Hoy nos parece imposible; somos mucha carne y osamenta; el cerebro es una proporción ínfima… […] Nuestro plano de conciencia es aún muy inferior. Dice: cuando no sudemos, cuando no deseemos la mujer ajena, ese colchón de tejido adiposo, tan tentador, ya no seremos…” (247).
5. La intuición de que Cristo es el camino para hacer la metafísica como vivencia, y superar el dualismo razón-vida, de la filosofía de Iccidente, que es lo que se ha llamado la confusión entre mística y filosofía en Fernando González.
En el último capítulo de Viaje a pie, luego de considerar los grandes interrogantes de la existencia humana, dice González:
“Eres el Deus absconditus; eres el que está fuera del metro y fuera del litro; eres, Señor, quien trasciende del verbo y del adjetivo, quien es negado cuando afirmado. […] Confesamos, Señor, que somos el animal que suda y que se hunde en la tierra cuando tu voz le llega, así como la lombriz cuando se levanta el cespedón” (267).
Y concluye:
“¿Sería verdad que Jesús venció lo fenoménico? ¿Sería verdad que Jesús no era su cara judía y su cuerpo virgen?
El día en que el hombre sienta que no es accidente; cuando perciba esto de modo natural, así como de modo natural percibe hoy que es los atributos, el vientre y el cerebro, estará en capacidad de soledad, no será ya un animal; será, con relación a nosotros, lo que el miriápodo es respecto al hombre. Se llamará: El Esencial.
¿Quién superior a Jesús? Vivió como eterno; fue quien consideró la forma corporal como accidente, fue el Superador.
¡Nada de Siddharta Gautama, ni de Sócrates, ni de Confucio! Jesús fue el primero que venció a la muerte. […]
El día en que logremos percibir que fue natural que Jesucristo resucitara y se fuera para el Padre, él, un yo, cambiaremos nuestro título de ciudadanos del universo por el de ciudadanos de lo inespacial” (248).
Conclusión
Sin conocer Viaje a pie no es posible entender la estructura de las vivencias filosóficas de las restantes obras de Fernando González; sin conocer las otras obras de González, no es posible entender a Viaje a pie.
Ni mejor ni peor que sus demás libros. Un tramo del camino. Un “anidar en los fenómenos”, como él decía, desde el mundo fisiológico pasional, en que entonces vivía; eso sí, el paradigma de lo que sería su filosofía y su método: convivir con los fenómenos, atisbar y meditar, enfrentarse consigo mismo, crecer desde sí mismo, asumir y consumir sus instintos, crecer en conciencia, confesarse hasta la desnudez, en una palabra: viajar a pie.
Fuente:
Conferencia dictada en 1993 en el programa “Martes del Paraninfo” de la Universidad de Antioquia.