¿Fernando González filósofo?
Por Alberto Restrepo González
A 105 años de su nacimiento y a 36 de su muerte, entre rechazos enconados, adhesiones incondicionales y crítica inteligente y profundizadora, se sigue discutiendo si Fernando González fue un auténtico filósofo y su obra una verdadera filosofía.
Para unos, González no pasa de ser un repentista sonreído, que por su abierto desenfado, su originalidad expresiva y su entrañable vinculación al terruño nativo debe ser situado entre los humoristas terrígenos, al lado de Arango Villegas y Luis Donoso.
Para otros, es un hipócrita que encubre las fuentes de donde copia lo que hace pasar por pensamiento propio, tal como, según alguno de ellos, sucede con Mauricio Barrés, jefe de la Acción Francesa y autor de La trilogía del yo, a quien González detestó siempre.
Frecuentemente se lo califica de resentido sin causa que, poseído de un desequilibrio inconsciente, probablemente de origen edípico, todo lo critica irresponsablemente, hasta convertirse en un panfletario desequilibrado, injusto e inmoral.
Para los gacetilleros políticos, nunca pasó de ser un mal político o un político frustrado, cuya obra se agota en la lucha contra el establecimiento oficial liberal-conservador, al que detesta y por el que es detestado absolutamente.
Para muchos esnobistas extranjerizantes, no pasó de ser un personaje provinciano, sin vuelo ni altura: un brujo de trópico, el brujo de Otraparte, embelesado con sus mitos y ensalmos, magnificados como filosofía por el fanatismo de sus epígonos.
Para algunos críticos literarios, se trata de un creador de caracteres, como el maestro Manjarrés, el abogado don Mirócletes y el tragicómico padre Elías, que logra páginas de alto mérito estilístico, como los himnos de El remordimiento, y la invocación a los padres indígenas, en Mi Compadre.
Para no pocos, es un psicólogo introspectivo, dotado de un poder no común entre nosotros para el autoanálisis, a lo que, a fin de cuentas, se reduce su obra, búsqueda sincera de sí a través de sí mismo y de los fenómenos.
Muchos de sus críticos y analistas ven en su vida y en su obra la aventura y el testimonio, sinceros y profundos, de una auténtica experiencia mística, vivencia suya fundamental, donde radica su ruptura con el universo filosófico, estrictamente racional.
Los dómines de la filosofía racional-conceptual cartesiana y postcartesiana lo califican de intuicionista carente de rigor conceptual, analítico y dialéctico, que no pasa de expresar simbólicamente un universo intimista, emocional y vivencial, absolutamente ajeno a la naturaleza del auténtico quehacer filosófico.
Un puñado de gente, que en lugar de darse a opinar sobre lo que no conoce ni entiende se ha entregado a estudiar seria y sistemáticamente la obra de González, piensa que ésta no se agota en la filosofía, pero es filosóficamente válida.
Este repaso de la amplia gama de opiniones contradictorias induce una elemental conclusión: generalmente mirada y juzgada desde el apasionamiento despertado por un acercamiento preconcebido, fragmentario o superficial, la obra de Fernando González está por conocerse y estudiarse.
La respuesta a la pregunta por el carácter filosófico de la obra de Fernando González debe estar precedida por una concatenación de proposiciones condicionales:
Si la filosofía de la intuición es inválida, González no hizo filosofía. Si la filosofía de la intuición es válida, la obra de González constituye una auténtica filosofía de la intuición.
Si la lógica de la filosofía tiene que ser racional-conceptual, enunciable a través de juicios, y reductible a lógica matemática, evidentemente González no realizó obra filosófica alguna. Si la lógica vital, es decir, el ritmo vital que preside los dinamismos de la vida, es lógica filosófica válida, ciertamente González desarrolló una filosofía vivencial, desde la lógica del ritmo vital.
Si el esfuerzo por patentizar las raíces instintivas y pasionales del pensamiento y la experiencia de la realidad trascendental es filosóficamente inválido, González no filosofó. Si la filosofía integra la vida, la instintividad, el drama existencial y las exigencias axiológicas y místicas, la filosofía gonzaliana de los viajes o de las presencias, constituye una filosofía seria.
Si la búsqueda filosófica se reduce a reflexionar sobre el universo fenoménico o a establecer la validez lógica del lenguaje, es claro que González no hizo filosofía. Si la búsqueda filosófica es el empeño por trascender lo fenoménico hasta llegar a lo metafísico, esencial o nouménico, que decía Kant, la obra de González es auténticamente filosófica.
Si la dialéctica de las vivencias pasionales, conceptuales y espirituales, es filosóficamente inválida, no hay duda posible de que González jamás hizo filosofía. Si la dialéctica realizada como viaje pasional – viaje mental – viaje espiritual es filosóficamente válida, la obra de Fernando González es radicalmente filosófica.
Si la experiencia religiosa y mística es incompatible con la experiencia filosófica, González jamás fue filósofo. Si filosofía, religión y mística constituyen un todo indisoluble, de manera que, según la concepción hindú o índica, la separación entre filosofía, religión y mística es imposible, González siempre hizo filosofía.
Si la actividad filosófica tiene que realizarse como metafísica conceptual, González, sin duda alguna, no hizo filosofía. Si la filosofía, como superación de la metafísica racional-conceptual, puede realizarse como metafísica de las vivencias, Fernando González es un renovador de la filosofía universal.
Planteadas las disyuntivas sobre la naturaleza del quehacer filosófico, parece posible enunciar en fórmulas breves cómo y por qué, más allá de la filosofía medieval y de la filosofía moderna, en plena Postmodernidad, Fernando González nos legó una filosofía viva, hermosa, integral y original, cimentada en la convivencia con el medio, los fenómenos, los hombres, la historia y la sabiduría latinoamericanos:
Más allá de la filosofía medieval de la Sustancia Primera y las sustancias segundas, y de la filosofía moderna de los fenómenos, Fernando González hizo filosofía de las presencias, o sea, filosofía de la Presencia patentizándose o deviniendo fenoménicamente en las presencias.
Más allá de la filosofía medieval del ser, regida por la lógica teológica, y de la filosofía moderna de la razón y sus límites, regida por la lógica racional-conceptual, elaboró una filosofía de las vivencias, regida por la lógica vital.
Más allá de la filosofía medieval sobre la realidad de los universales, y de la filosofía moderna sobre el “ser-del-ente”, trabajó la filosofía del Ser como Presencia en las representaciones y los seres como presencias en ausencia o existentes siendo-entendiendo-amando.
Más allá de la filosofía medieval de la esencia, quid racional, y de la filosofía moderna, negación de la esencia, hizo una filosofía del amor, esencia que deviene en las formas.
Más allá de la filosofía medieval de la oposición de los contrarios, y de la filosofía moderna de la dialéctica de los contrarios, hizo una filosofía de las coordenadas de los contrarios y de la reconciliación de estos.
Más allá de la filosofía greco-occidental, regida por los principios de identidad y contradicción, elaboró una filosofía de la libertad o de la liberación, regida por el principio de unificación y superación de los contrarios.
Más allá de la filosofía moral medieval, fundada en principios racionales absolutos, y de la filosofía moral moderna, fundada sobre la voluntad de tener y poder, trabajó una filosofía moral del amor que, en la categoría de eternidad, supera la dicotomía de los contrarios.
Más allá de la antropología medieval del hombre ahistórico, y de la filosofía moderna del hombre dicotómico o mecanicista o racionalista: “cosa que piensa”, al decir de Descartes, trabajó una antropología del hombre amando-entendiendo-siendo, en situación y en angustia.
Para González la filosofía es la patentización de la vida, por lo que, citando la picaresca española, afirma que “la vida picaral y la filosófica son una misma”.
La casa-museo de Otraparte, poblada de camastros vacíos, mesas sin comensales y diplomas firmados por presidentes y reyes muertos, y ahora refaccionada, que no restaurada, gracias al interés del doctor Héctor Londoño, alcalde de Envigado, debería convertirse en un templo vivo de la filosofía, en donde maestros sabios y amorosos, a pequeños grupos de estudiantes inteligentes, les ayudarán a entender, comprender y aplicar la filosofía viva de Fernando González, y el hermoso, dinámico y múltiple pensamiento de los grandes pensadores antioqueños, alma de nuestro pueblo.
Fuente:
Restrepo González, Alberto. “¿Fernando González filósofo?”. El Colombiano, Literario Dominical, 16 de abril de 2000, p.p.: 8-9.