Fernando González y
el viaje a la Intimidad

Por Ernesto Ochoa Moreno

La primera edición del Libro de los viajes o de las presencias apareció en 1959. La Editorial Bedout, a la que Fernando González presentó el manuscrito, puso reparos a su publicación, lo que desató la ira del maestro. Con el sabor amargo del rechazo pensó, como en tantas otras ocasiones, irse desencantado del país. Alberto Aguirre, que había ido a visitarle ese día a Otraparte y era gran amigo suyo (“Uno de los visitantes del silencio —dijo en su última entrevista— es Alberto Aguirre. Estar en su corazón es como estar en un trono”) se comprometió a editar el libro. “Margarita, nos quedamos en Colombia”, le dijo a su esposa. Y Aguirre hizo la primera edición de la obra que ahora el lector tiene entre manos. En agosto de ese año apareció el libro, que el escritor quería empastado en rojo oscuro, casi negro (color de madera de ataúd, cuenta Alberto Aguirre que le decía Fernando) y que cupiera en el bolsillo de la chaqueta.

El Libro de los viajes o de las presencias es una obra de madurez y de maduración. En él se recoge el proceso filosófico y espiritual del autor durante un largo período de crisis vital que lo sumió en el silencio y en la soledad durante casi veinte años. Para entender a cabalidad la obra hay que tener en cuenta esta dura etapa en la biografía de Fernando González.

Ex Fernando González

En 1941 había publicado El maestro de escuela, que remata así: “Termino avisando que ha muerto definitivamente el maestro de escuela…”. Y en el último renglón de la última página: “Requiescat in pace. Ahora sí estoy muerto. Ex Fernando González. La Huerta del Alemán, 12 de febrero de 1941”. Y al concluir el apéndice “El idiota”, que sirve de colofón al volumen, un grito desgarrador y rudo: “Putísima es la vida”.

Permítaseme traer a colación algo que escribí en un breve estudio que publiqué en 1991, al cumplirse los cincuenta años de la publicación de El maestro de escuela, sobre este momento en la vida del escritor envigadeño: “¿Qué hay en el fondo de El maestro de escuela? ¿Amargura? ¿Desilusión? ¿Desengaño? ¿Frustración? ¿Rendición? Todos esos sentimientos están expresados en la novela, de manera franca y directa, o afloran en la personalidad de Manjarrés, el protagonista, que es y no es Fernando González. Pero sería un reduccionismo fácil creer que la crisis por la que atraviesa Fernando González cuando escribe el libro que nos ocupa, es una derrota. Por el contrario, es la victoriosa carcajada final, dolorosamente irónica, con que el maestro se venga de la sociedad que lo rechaza. Con una claridad adolorida, se ríe de sí mismo, se ríe de su entorno, se despide y da la espalda, para hundirse en una etapa de silenciosa y solitaria búsqueda interior. Sólo aparentemente o simbólicamente El maestro de escuela es la novela de un fracasado. Ciertamente el autor vive en un momento duro y difícil de desadaptación, de repudio, de incomprensión. Siente que la vida se le parte en dos. Entra en la noche oscura. Pero no hay fracaso. Es la culminación de una etapa que lo impulsa hacia la madurez. Atrás queda la vida activa. Se inicia la vida contemplativa, que florecerá con los años en la plenitud de la vivencia mística de la Presencia’’.

El hoyo de los animales nocturnos

Luego de El maestro de escuela la producción literaria de Fernando González se frena, en contraposición a la fecundidad de la década anterior, durante la cual publica casi un libro por año. El solitario de Envigado está de retirada. En 1942 aparece el Estatuto de Valorización, fruto de su ocupación como asesor de la junta de Valorización de Medellín. En 1943 publica la segunda edición de Mi Simón Bolívar (Editorial Teoría, Librería y Editorial Siglo XX Ltda. Medellín). En 1945, en un último esfuerzo, circulan los números finales de la Revista Antioquia (No. 14, julio 15; No. 15, julio 30; No. 16, agosto 18 y No. 17, en septiembre, con el nombre de “Cuaderno Antioquia”).

También son de esta época las cartas al P. Antonio Restrepo, sacerdote jesuita, profesor de su hijo Fernando, la primera fechada el 23 de junio de 1944 y la última el 28 de mayo de 1963, que se publican como libro en 1983 con el título Mis cartas de Fernando González. Por lo demás, de ese año de 1945 son las Arengas Políticas, que aparecen en El Correo de Medellín, de gran valor en el pensamiento político del escritor antioqueño.

Y no más. El 28 de enero de 1947 muere su hijo Ramiro, a la edad de 24 años, a una semana de graduarse como médico. Es un golpe rudo, que lo derrumba. “Era más para mí que yo…”, dijo él. En 1949 muere también su hermano Alfonso, quien siempre fue ayuda y acicate a la hora de publicar sus libros. Son años de prueba, de una honda conmoción interior que se verá reflejada en su vivencia más íntima en el Libro de los viajes o de las presencias.

Entre 1953 y 1957 el escritor envigadeño repite su experiencia como cónsul de Colombia, que ya había tenido en Génova y Marsella entre 1932 y 1934, esta vez en Rotterdam (Holanda), por unos pocos meses, y luego en Bilbao (España). En 1957 regresa a Envigado y de nuevo se instala en la amada casa de La Huerta del Alemán, nombre que va a cambiar por el de Otraparte precisamente el año en que publica el Libro de los viajes. Ese regreso a Envigado es el arranque del libro y en él recoge su experiencia de noche oscura, esa vivencia infernal del “Hoyo de los Animales Nocturnos” y su inmersión en el misterio de la Intimidad.

Libretas robadas

Sin ánimo de anticipar los descubrimientos que hará el lector, es oportuno señalar algunos aspectos que pueden ser importantes a la hora de enfrentar este libro, denso y maduro, del escritor envigadeño.

Por un lado, su retorno en él a la confrontación entre Fernando González y su heterónimo, Lucas Ochoa, que ya había estado presente en Mi Simón Bolívar. Fernando González, el publicista, merodea y hurga en la vida de Lucas y echando mano de tretas y triquiñuelas, se roba las libretas del maestro, las transcribe y con ellas configura la obra que, en contra de la voluntad del maestro, se propone publicar. Hay un hilo de novelación en esta lucha amorosa de los dos personajes, de las dos personalidades del escritor.

La presencia de las libretas es fundamental para entender la génesis de los libros de Fernando González. Son las libretas las que se van preñando con un tema, con un personaje, con una trama novelada. En obras anteriores, se ve claro que el autor toma esos apuntes y los organiza, los retoca, los ubica. Aquí, en el Libro de los viajes o de las presencias, las libretas son robadas y se publican en la redacción primera, vital, sin retoques, sin la vanidad de la publicidad. Por eso el texto es profundamente personal, íntimo, de una sinceridad sin atenuantes.

Cuando en un libro de Fernando González la narración se interrumpe para transcribir libretas, no se trata de un pretexto para dar salida a esos apuntes, sino que las libretas son parte del género narrativo que inventa el autor. Y, vale la pena repetir, son un testimonio de autenticidad, de verdad, de desnudez. Porque Fernando González nunca escribió una obra por el prurito de publicar un libro. En una de sus últimas entrevistas dijo: “Yo no he escrito ningún libro adrede. No soy literato. Es mucho mejor vivir la vida que escribirla. Lo más que hago es quedarme algunas noches desvelado para hilvanar un libro”. Y el día antes de morir, en la entrevista citada al principio de esta presentación, señalaba: “Cuando he escrito libros, éstos han sido mi tiempo-espacio, así como la respiración es uno mismo”.

Teoría de los viajes

De otra parte, en el Libro de los viajes o de las presencias Fernando González configura la teoría de los viajes, que es fundamental para entender su propuesta de proceso interior, de espiritualidad. La dinámica de los viajes (del viaje pasional al mental y de éste a la intimidad) son el gozne sobre el que gira toda su experiencia vital, su búsqueda metafísica, su experiencia mística. De ahí que invente un lenguaje, que use términos acuñados por él, verbos en gerundio, conceptos propios para traducir la vivencia. Como advierte Alberto Restrepo González en su libro Testigos de mi pueblo, este libro de Fernando González “es la confesión de un proceso de iluminación y una catequesis de comunión con Dios, hallado a partir de la más oscura entraña del yo”.

Lo anterior nos lleva a un punto que hay que poner de relieve: el valor religioso y cristiano del Libro de los viajes o de las presencias. Fernando González llega en esta obra a una maduración espiritual, que no es extraña ni adventicia, sino la culminación de todas sus búsquedas y el desemboque natural de su viaje. No es una conversión, quede bien claro. Le producían náuseas las conversiones. Lo dijo en Las cartas de Ripol: “No he cambiado de objetivo: desde niño u óvulo atisbo la juventud eterna y la busco y la rebusco en caños, albañales, cuevas, muchachas y viejos. Desde niño me definí o conocí como el que atisba a Dios desde su letrina; por eso, para cumplir la misión, nací en mí, una letrina, y nací en Colombia, otra letrina. Yo no soy converso: me repugnan los convertidos: ¿para dónde se convierte uno? Uno, un hombre, es cagajón que flota en EL OCÉANO DE LA VIDA. Por eso dijo Pablo, patrono de los viajeros: en la VIDA somos, nos movemos y vivimos”.

El Fernando González buscador de Cristo, no por motivos confesionales sino por urgencias íntimas y hondas, más allá de credos y fidelidades institucionales, queda plasmado en su identificación con Zaqueo, el personaje evangélico que, dada su pequeña estatura, se subió a un árbol para conocer a Jesús. Se lo decía precisamente al P. Antonio Restrepo en una carta del 27 de abril de ese año de 1959, en que publicó el libro, donde se califica como “un nadie, un yuquero envigadeño, un transeúnte, peón azadonero, que desde que lo parieron está subido en aguacates, mangos, guayabos atisbando para conocerlo de vista”.

Conclusión

La mejor apreciación sobre el Libro de los viajes o de las presencias la hizo el mismo Fernando González, en carta que en 1960 dirigió al jesuita Jaime Vélez Correa, cuya edición facsimilar ha publicado también este año del centenario del nacimiento del maestro la Editorial de la Universidad Pontificia Bolivariana. En ella, habla de cada una de sus obras, y refiriéndose al Libro de los viajes dice: “En éste expresé dramáticamente, partiendo de mí y de mi Envigado, cómo se hace el viaje desde sus raíces, desde su yo, hasta el Cristo y el Padre y el Espíritu Santo… Este librito, el de los Viajes o las Presencias, lo viví siguiendo a Cristo con mi cruz, es decir, con mi personalidad de envigadeño airado, lleno de amor y remordimientos, y puedo decir, por eso, por ser de Cristo, que allí se contiene mucho del Viaje, mucho del camino y del modo apropiado de viajar. Va a ser un año que salió al público este librito y ¡ay, ay!, no ha habido en Colombia, que yo sepa, un solo lector que sospeche las estrellas que contiene. Pero tal es también la voluntad divina”.

Aquí está, pues, el Libro de los viajes o de las presencias.

Un libro de hondos silencios. De oscuridades e iluminaciones. De pecado y de gracia. De infiernos y beatitudes. Libro de viajes y de presencias. De Intimidad.

Envigado, agosto 22 de 1995

Fuente:

Prólogo por Ernesto Ochoa Moreno para el Libro de los viajes o de las presencias, Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana, agosto de 1995.