Memorias de “Otraparte”
Por Humberto Navarro Lince *
El maestro nos colmó con sus enseñanzas en los años sesenta, y de sus libros, consejos y recuerdos, nos seguimos nutriendo.
Fernando González, aún sin proponérselo, fue el verdadero maestro de todos nosotros.
Nos impresionaba su figura procera; su manera de expresarse, su claro pensamiento, y sobre todo, su paciencia para recibirnos, y aguantarse nuestras visitas, que por lo general duraban toda una tarde.
Lo sorprendíamos ordeñando su vaquita “Paturra”, o absorto en la contemplación de los enormes pisquines, o en el vuelo de los gallinazos, o dejando errar la mirada por aquellas laderas por donde se prendía el camino viejo de El Retiro.
También lo podíamos encontrar sentado en la manga, escribiendo en esas libretas “como de carnicero”; o peleando con su gato Manuelito, porque había cazado algún pájaro, para enseguida arrepentirse de haberlo regañado.
Trataba de acabar con el vicio del tabaco, escondiendo sus cigarrillos “Pielroja”, en los huecos de los palos de mango, de los naranjos.
Fernando siempre fue un pensador solitario, y sin ser su intención formó solitarios, porque nunca tuvo interés en crear una escuela.
Anduvo imbuido en la “Madre Naturaleza”, sin dejar de ser en ningún momento, un hermoso centro pensante, tan dueño siempre de su mundo interior, inmensamente rico, y al propio tiempo, con la intención bien puesta en todo aquello que lo rodeaba: Ya se tratara de estudiar la mutación de las drosófilas, o de la clasificación de una planta, como buen taxonomista que era.
En los momentos de bañarse en alguna quebrada, se restregaba bien con las piedras que podía encontrar a mano, para que le pudieran comunicar bien toda su energía.
Algunas personas, y bastante a la ligera, trataron de encasillarlo y de ponerle un rótulo; porque nunca fue bien fácil comprender al maestro, y se ha dicho, por ejemplo, que era un pequeño Federico Nietzsche de provincia; y yo no recuerdo nada más lejano a su pensamiento y a su espíritu, puesto que jamás fue un terrible angustiado, y tampoco un soberbio pesimista como Federico.
González siempre anduvo revestido de un sano y vigoroso optimismo, al crecer siempre desde las vivencias de su vigoroso existir; todos sus actos apuntaban hacia la superación mental y espiritual, y si algo desconocí yo siempre de Fernando, fue la amargura.
Nunca supo de maledicencias, aun cuando en ocasiones pudiera parecer, si no violento, al menos vehemente, contra todos aquellos que, alguna vez, cometieran una fechoría contra el país…
Y cuando sus familiares le advertían, que no saliera porque podía sucederle algo, él llanamente contestaba:
—¡Yo no me le voy a esconder a nadie!…
Era directo, y en algunas ocasiones zahería sin que fuese su propósito; poseído por un irónico sentido del humor, combinado con su espontánea franqueza; porque si de algo careció nuestro “Gran Brujo de Envigado”, fue de un lenguaje diplomático, ambivalente, siempre dijo las cosas en forma clara y sin tapujos.
Por esto, sin ser político, se hizo a la malquerencia de algunos de ellos; y sin ser periodista, se granjeó el veto de la “Gran Prensa” de nuestro querido país, durante largos años, hasta cuando nos saludó desde un dominical del diario El Espectador en el año de 1958. Se expresó así:
…Por eso, a quienes más amo en Colombia, es a los nadaístas, porque han tenido conciencia, de la falta de PRESENCIA en Colombia…
Y era que PRESENCIA, no configuraba más que un forro vacío. Nos enseño supremamente bien, a desnudarnos de los hábitos estúpidos, que por lo general nos acompañan a lo largo de nuestra existencia, sin saber muy bien por qué. Adherencias provenientes de otros seres, a quienes alguna vez y en forma errada, tomamos por nuestros modelos, sobre todo a nivel subconsciente.
Desnudarnos para llegar a ser existencia pura, esencia pura, después de habernos despojado de férreas armaduras internas.
…Al cielo no entrarán jamás los acariciadores, los sobadores. Los varones debemos hacer el amor rápido, ligero porque se nos va el barco…
El remordimiento, fue el principio de una cualidad moral, el comienzo de toda una ética.
Jamás pudo concebir a un hombre sin sus remordimientos, en diversas épocas de su vida y de cualquier índole.
Por eso, cuando alguna mujer lo admiraba, y lo veía como a La Gran Presencia y Vida, animando un cuerpo masculino, y él resultaba con algo que no fuera de esperarse en tales circunstancias, le remordía la conciencia, porque había resultado inferior a la bella imagen proyectada en el principio.
Recuerdo cómo manaba de su Ser una gran ternura, una comprensión inmensa hacia todos y hacia todo, pero no era ni la dulzura ni la ternura que provienen de la debilidad del carácter, sino todo lo contrario; era lo comprensivo y lo tierno del Ser Fuerte, sin concesiones ni tonterías.
Impugnaba el socialismo blandengue del Papa León XIII, pero nunca se manifestó partidario de alguna ideología política.
Como hombre en el mundo y en la lucha cotidiana, fue abogado, y como tal se dedicó a sacarles las cesantías a los agentes de policía, y por ello tal vez, adquirió una injusta fama de agiotista. Pero él obró siempre en rectitud, y cobró sus buenos oficios sin desmesura, y es famosísimo en los tribunales antioqueños, un pleito que ganó el maestro contra el “más allá”…
Resulta que se murió un montañero muy rico, y deseando adquirir un palco de primera clase en el cielo, en su testamento legó su fortuna estipulada en la siguiente forma:
“…Dejo la mitad de mis bienes, a las benditas ánimas del purgatorio, y la otra mitad de ellos, al Niño Jesús…”.
Sus familiares, quienes habían quedado en la más absoluta miseria, no sabían qué camino coger, hasta cuando se fueron a consultarle su caso a Fernando.
—No se preocupen, que éste es el pleito más fácil que me ha llegado durante este año; voy a demandar ese testamento, y tengan la seguridad de que ustedes serán los legítimos herederos.
Los paupérrimos familiares, se marcharon entre incrédulos y esperanzados. Poco tiempo después, Fernando los llamó para comunicarles, que el caso había sido fallado a favor de ellos, y que podrían disfrutar tranquilamente de su herencia.
González había planteado la querella en los siguientes términos:
“…Como las ánimas benditas del purgatorio no tienen personería jurídica, están inhabilitadas para recibir cualquier tipo de herencias o legados, y en cuanto al Niño Jesús se refiere, pues forzosamente es necesario esperar a que cumpla su mayoría de edad”…
Juicio salomónico de nuestro querido maestro, que causó gran hilaridad en los tribunales, y en los medios de los abogados antioqueños.
Tampoco se tragaba un muerto y empalidecido conceptualismo, se leía y criticaba a todos los filósofos: Incluyendo a Jean Paul Sartre, a quien llamaba familiarmente Juan Pablo, a Heiddegger, a Witgestein. Los filósofos, han sido unos conceptualistas pingofríos, como desdeñosamente los llamaba.
Todos necesitamos de conceptos cálidos y vitales, como la ternerita que parió mi vaca Paturra.
No lo leído, sino lo vivido, después de haberlo integrado al ser mediante una digestión lenta y bien hecha.
Los alígeros
Dividía los Alígeros en Súperos e Ínferos.
Los Súperos
Los Súperos, o entidades espirituales superiores, visitaban a Fernando en circunstancias muy especiales, y le comunicaban soluciones para graves problemas, y le predecían acontecimientos futuros.
También le hablaban de algunos aspectos de la existencia, cuando esto ocurría en otros planos, sobre todo en los de más arriba.
Los Ínferos
Los ínferos éramos nosotros, y nuestros pesados compañeros en el mundo espiritual.
Así como lo advertimos, inquietando tantísimo a Franz Kafka, observamos la misma insistencia en creer en una jerarquía infinita en González, que le resultaba dolorosa y expiatoria. Sabía muy bien que, cuando se logra un hito, empieza la senda para otro mucho más difícil y lejano.
Esto lo resolvió genialmente en una frase:
—Yo soy tu perro, Señor, ¿pero cúyo perro eres tú?
Era como un chiste de los sufíes.
Ajustaba el ritmo de su pensamiento a su marcha, al caminar.
Nosotros, en su casa, tratábamos de sostener la tertulia.
Pero el regreso era siempre lastimoso, nos dolía dejarlo.
La Luz y el Atman
Le tenia miedo a las tinieblas porque era un gran metafísico.
Lo que me aterra de la muerte, es que baje al Hades, mi Atman lleno de tinieblas.
El maestro de escuela
Está dedicado a Thornton Wilder, autor de Our town. Alguna vez apareció en Bogotá Thornton Wilder, y hasta él se llegaron los lagartos capitalinos para administrar su estadía.
Preguntó dónde vivía el maestro, y al enterarse, se vino inmediatamente para Medellín.
Pero el capítulo más mezquino, en la vida del maestro, lo escribieron los académicos colombianos, quienes al tener conocimiento de que Fernando había sido postulado, en el año de 1954, por varios intelectuales y escritores tanto norteamericanos como europeos, para el premio Nobel de literatura (entre ellos el mismo Thornton Wilder y también Jean Paul Sartre), no quisieron hacer las diligencias respectivas, y hasta se atrevieron a decir que “por qué no se lo daban más bien al erudito y gramático español, Don Ramón Menéndez Pidal”…
Como si el premio Nobel de literatura hubiese sido ideado para galardón de enjundiosos gramáticos…
* Humberto Navarro Lince “Cachifo” (Colombia). Novelista, socio fundador del Nadaísmo, autor de Los días más felices del año, Premio nadaísta de novela (Bogotá, 1966), El amor en grupo (Buenos Aires, 1974), Alguien muere al grito de la garza (Medellín, 1977), Pescador de imágenes (cuentos, con ilustraciones de Humberto Giangrandi, Bogotá, 1982). Murió el 6 de julio de 2003.
Fuente:
Revista Universidad de Antioquia, Medellín, número 257, julio – septiembre de 1999, pp: 113 – 116.