Semblanza de
Fernando González

Por Luis Fernando Macías

En el Libro de los viajes o de las presencias escribió:

«La hormiguita sube por el muro de doscientos metros de altura: la ventana, que está a cien metros, no existe para ella, no está presente cuando principia a subir… Se acerca… se acerca… y ¡ya está presente!… Y ¡para mí estaba presente en el antes, el ahora y el después de la hormiga! Y yo tengo mi pasado y mi futuro y mi presente de mis coordenadas; y para un súpero todo eso está en presente. Resulta, pues, que la infinita y total Realidad es presente para la conciencia infinita, y que LAS COSAS SON Y NO SON según las coordenadas.

Y ¡ese principio de contradicción era la filosofía! ¡Eso era lo que llamaron filosofía durante milenios!» (1).

Posiblemente Fernando González escribió esta página en 1958 ó 59, pero su verdadero origen se encuentra 48 años antes, en una lejana mañana de 1911 cuando, en el colegio de los Jesuitas, el reverendo padre Quirós le pidió al muchacho que era entonces que negara a Dios, pero el primer principio, no. Obviamente, el muchacho, por entonces discípulo de Nietzsche, de Schopenhauer, de Voltaire y de Víctor Hugo, entre otros, no sólo negó el primer principio, sino que también negó a Dios y afrontó así la expulsión del colegio, pero asumió la responsabilidad de meditar sobre el asunto y se entregó a la búsqueda de Dios y de un argumento para contradecir el principio de contradicción, que es el que acabamos de leer, resumido, en la parábola de la hormiga y la ventana.

Dos hechos irónicamente reunidos en una misma página por nuestra perspectiva, como si el muchacho que negó el primer principio fuera la hormiguita cuando comienza a subir el muro; y el viejo de la parábola, la hormiga que encuentra la ventana. Curiosamente, estos dos hechos constituyen la síntesis de la esencia vital de Fernando González, porque son manifestación de su padecimiento y búsqueda existencial, y se repiten, en distintos niveles, a lo largo de su vida y aún después, en las relaciones de los lectores con sus obras.

Algunos ejemplos están en la no aceptación del título de su tesis: El derecho a no obedecer; en la prohibición, bajo amenaza de pecado mortal, de la lectura de Viaje a pie y Don Mirócletes; en la expulsión de Italia cuando era cónsul en Génova, por sus manuscritos de El Hermafrodita dormido; en la expulsión posterior de su consulado en Marsella; en el rechazo de los ejemplares de Mi Compadre, enviados a Venezuela; en sus polémicas con Ñito Restrepo, a propósito de Mi Simón Bolívar y con Eduardo Santos y con los «lanudos bogotanos» y con Pío XII y con la Iglesia Católica y con el gobierno de Colombia y con los godos y con los liberales y con los lectores de la Revista Antioquia, resumidos todos en su frase de «vivir a la enemiga», o sea, en la actitud de decir la verdad directa y crudamente, poniendo a la verdad como lo primero en el país de la hipocresía y de la mentira.

Pero así como de su expulsión del colegio nació la larga meditación que engendró la parábola de la hormiga y la ventana, y la verdadera búsqueda de Dios que iluminó sus obras, especialmente a partir de Salomé y El remordimiento, de sus polémicas nacieron su claridad contundente y su necesidad de cavar hondo, hasta la lucidez del Libro de los viajes o de las presencias o la nítida inocencia («ojo simple») de La tragicomedia del padre Elías y Martina la Velera. Asimismo, de ese «decir lo que sentía y pensaba» (2) que lo «llevó al nudismo y a vivir a la enemiga», nació el sentimiento que llamó «grande hombre incomprendido», a cuya muerte asistió en las páginas de El maestro de escuela, con la certeza de que somos «cagajón aguas abajo», según la frase que heredó de su abuelo Benicio Ochoa.

Fernando González nació en Envigado el 24 de abril de 1895 y murió allí mismo, el 16 de febrero de 1964, domingo, a las siete y media de la noche, de infarto. Durante su vida, publicó 14 libros que rompen el esquema de los géneros literarios, filosóficos, psicológicos, históricos y sociológicos, y diecisiete entregas de la Revista Antioquia, en la que presentó tres de sus novelas, además de una serie de ensayos, cuentos, panfletos, estudios, diarios, artículos y poemas, bajo los lemas de «antioqueñizar la Gran Colombia» y «el único límite de nuestro atrevimiento es la mentira». Después de su muerte, se han publicado dos libros de correspondencia: Mis cartas de Fernando González del padre Antonio Restrepo S. J. y Las cartas de Ripol; las novelas de la Revista Antioquia: Don Benjamín, Jesuita predicador y Salomé; y un novenario: El Pesebre, redactado en colaboración con el padre Ripol durante su última Navidad.

Para sus críticos fanáticos, Fernando González es un cosa rara que no es filósofo, ni es narrador, ni es nada; en tanto que para sus admiradores es el primer gran pensador latinoamericano. Jorge Órdenes desarrolló una tesis en la que destaca «El Ser moral en las obras de Fernando González» y la profundidad de esta frase: «No pienso, luego soy», según la cual el Ser está por fuera de la consciencia, antes y después de la consciencia. Jaime Mejía Duque, en su estudio de «Literatura y realidad», sostiene que Fernando González no es pensador ni filósofo, que como pensador es una leyenda, pero que como «escritor fue ejemplar por su actitud inconformista. Irreductible. Que se equivocó más de una vez, pero que la mayor de sus equivocaciones la tuvo consigo mismo, pues no penetró en su talento ni en su época hasta encontrar la unidad y darle a su pasión un derrotero universal concreto…» (3). Javier Henao Hidrón, en su pulcra biografía, titulada: «Fernando González, filósofo de la autenticidad», recompone los detalles de su vida y de su obra con una especial delicadeza, llena de amor, y se complace en citar la frase que Fernando González hizo grabar en la puerta de «Otraparte»: CAVE CANEM SEU DOMUS DOMINUM («Cuidado con el perro, o sea, con el dueño de la casa») (4). María Helena Uribe de Estrada dice que Fernando González está en sus obras y que las obras son Fernando González, y lo ve como el discípulo de Jesús que cada vez está más cerca de la Virgen María. Alberto Restrepo se busca a sí mismo y su noción de la existencia y de Dios en las obras de Fernando González, desde las distintas colinas de la vida que son nuestros puntos de vista. Gabriela Mistral afirma, respecto a él, que «es muy rico estar tan vivo». Thornton Wilder lo ve como «el creador de la nueva novela Siglo XX» y, con el respaldo de Jean Paul Sartre, lo propone como candidato al premio Nobel de 1955.

Pero Fernando González, quien a sus modos de pensar, de sentir o de vivir llamó Juan de Dios y Juan Matías, Lucas de Ochoa, Manuelito Fernández, Don Manjarrés, Atehortúa o el Padre Elías, entre otros, no fue más que «un ser vivo en la vida, una nube en el cielo», cuya mirada sobre el mundo sólo aspiró a ser auténtica, profunda y verdadera, en la que su aguda intuición psicológica engendró el «concienciámetro» o instrumento para medir la conciencia de los individuos, concibió «el remordimiento» como la queja de los instintos vencidos en las batallas del Yo y vivió con el sueño del «Gran mulato americano», producto de la mezcla de razas en nuestro continente, a imagen del superhombre de Federico Nietzsche.

Notas:

(1) «Libro de los viajes o de las presencias». Segunda Edición, Editorial Bedout, Medellín, 1973. p. 184.
(2) «El maestro de escuela». Tercera Edición, Editorial Bedout, Medellín (sf), p. 97.
(3) MEJÍA Duque, Jaime. Literatura y realidad. 2a.edición, Editorial Oveja Negra, Medellín, 1976.
(4) HENAO Hidrón, Javier. Fernando González, filósofo de la autenticidad. 2 edición, Biblioteca Pública Piloto, Medellín, 1993.

Fuente:

Macías, Luis Fernando. 1997, comunicación personal.