Fernando González,
el hombre y el mito
(Alrededor de un reportaje)
Por Mario Escobar Velásquez
Introito
Nosotros no somos reporteros (de ello, Liberanos, Dómine). Ni siquiera nos consideramos periodistas. Si alguien nos pidiera una definición sobre nosotros mismos en esta función de escribir para un público predeterminado, responderíamos lisa y llanamente que somos (mejor, tratamos de ser) orientadores hacia ciertas verdades, ciertas realidades; que quisiéramos ser un camino hacia un obrero mejor, instruido, un obrero que sepa palpar la belleza para que se encuentre y entre en función de ser.
No sabríamos definir a Fernando González. Para nosotros es más que un filósofo, porque, a más de sentir, de elucubrar o de recibir las ideas, las vive. Tal vez la mejor definición que de él pudiéramos dar sería la de decir que Fernando González es un Hombre, así con mayúscula, si entendemos que un Hombre es algo más que la estructura corporal, un ser que vive en función de eternidad, un algo que se ha hecho, que ha sabido darse sus leyes y sus preceptos, que ha sabido fijarse de antemano una noción propia del mundo con todos sus atributos; en fin, un ser que se ha hecho su camino propio, y que no ha seguido caminos trillados, que no acepta una idea sin examinarla, juzgarla, pesarla, en otras palabras un ser que ha querido, de algún modo, ser la eternidad de la idea.
Canijo y desgarbado, Fernando González trasuda por todo él, pero en especial por los ojos, por la muy escasa sonrisa y por el amplio litoral de las manos, una fuerza casi desconocida en nuestro medio: personalidad. Hombre para nosotros, no importa cuán equivocados estemos, sigue siendo Personalidad; y, corolario magnificante, quien dice entre nosotros personalidad está trazando un sinónimo de Soledad.
Diremos pues que Fernando González es un Hombre, es una Personalidad o es una Soledad. En el individuo, esta trilogía es una sola cosa.
* * *
Lo conocíamos por sus libros, le habíamos observado en la calle, en el bus. Vive metido dentro de su cerebro, lo mismo en la vida que en los libros. De tanto escucharse interiormente ha terminado por oír poco lo físico. En la calle no le sobra un gesto, y en los libros una palabra. Las oraciones salen fáciles, pero escuetas, medidas. Las frases son cortas, y las premisas de los silogismos que establece o analiza son tajantes, sin extensión. Se creyera que no escribe para iniciados sino para maestros, si no supiéramos que escribe para sí mismo, para medirse y jalonarse, para definirse a sí mismo los sucesivos Fernandos González que cada minuto, es decir cada pensamiento, le trae o le descubre.
De él se dicen mil cosas en la calle, entre otras que “no tiene pelos en lengua”. Cuando expresamos la idea de preguntarle algunas cosas para Lanzadera, se nos anunció un fracaso, porque él no concede reportajes. De yapa, se nos dijo, textualmente, que “recibe una sacudida de polvo en las posaderas anímicas quien vaya a perturbarle con imbecilidades, y para él las cosas comunes son eso precisamente”.
No importa, dijimos. Si Fernando González es el Hombre que hemos conocido en sus libros, tendrá lo que tienen todos los Hombres, sin excepción: comprensión sublimada. Y entonces comprenderá nuestros moceriles arrestos. Y no nos equivocamos.
Quiso ver las preguntas que llevábamos preparadas, y con una amplia sonrisa nos dijo sin decirlo (en la sonrisa, en el gesto, en todo él) que rehusaba contestar preguntas alrededor de él mismo. Le formularnos entonces las siguientes:
1) ¿La carencia de dinero atenta contra la obra del escritor, o más bien la estimula?
2) ¿Ha dado América algún valor positivo (en las letras, artes, etc.), o por el contrario, como afirma Papini, nada ha producido?
3) ¿Sigue siendo Bolívar un hombre cósmico, o es un genioide libidinoso como asegura Madariaga?
4) ¿Debe la admiración ser para las ideas, o para el autor de ellas?
5) ¿Porque lo atenaza un dolor, debe el filósofo dejar de filosofar?
Nos respondió así, previo el siguiente preámbulo:
Preámbulo
El hombre es histórico, es decir sucesión de acontecimientos que su conciencia enhila; a un mismo tiempo esa conciencia, con el nombre de yo, deviene, al sucederse el mundo de cada uno.
Filosofía es la actividad humana mediante la cual cada hombre padece y medita su propia historia, y expresa con su cuerpo actitudes, y con todas sus actividades la resultante de este proceso vivo.
Por consiguiente, todos somos filósofos. Podemos ser ignorantes, pero todos filosofamos o expresamos nuestra vivencia.
No hay que confundir la filosofía con las ciencias, con la lógica, la crítica, etc.
¿Y cómo explicar la solemne serenidad de algunos, la trágica angustia de otros, la miseria de muchos? Ahí está el quid…
Se trata de la Gracia.
¿Y qué es la gracia? No puede definirse con palabras. Es inefable. Bregaré, no obstante, por indicar algo de ella.
Consiste, según Jaspers, en la comunicación con lo circunvalente o el ser.
Por sus sentidos, por su razón e inteligencia, el hombre está ubicado en el tiempo y en el espacio, en lo fenoménico.
Por la Gracia está en la eternidad.
Cuando Cristo dijo a Nicodemus que era preciso renacer en otra vez, creo que se refirió a la vivencia de lo circunvalente: que sólo en el instante en que uno tenga la vivencia de la eternidad se le abrirán las puertas del Reino.
Padezco, pero medito. Unicamente el que viva esa frase, está en el camino de la luz.
* * *
Ya puedo, don Mario, responder algo a sus preguntas, previo lo anterior.
1) ¿La carencia de dinero atenta contra la obra del escritor, o más bien la estimula?
—La carencia de dinero es una circunstancia para la conciencia: según la padezca y asimile y reaccione ante ella, será causa de empequeñecerse o agrandarse. Pero pobreza, riqueza, amor, ira, lugar y modo, por sí solos nada pueden. Todo lo que se dé a uno que haya renacido, será causa de mayor intimidad con la eternidad, y será causa de oscuridad para los que viven apenas en lo fenoménico. La pobreza le cortará las alas y la riqueza le estimulará su euforia de animal racional.
El hombre es algo más que todo lo que podemos imaginar, pero tiene que aparecer como tal, mediante la experiencia de este universo mundo. Milicia es la vida del hombre (Job).
2) ¿Ha dado América algún valor positivo (en las letras, artes, etc.), o por el contrario, como afirma Papini, nada ha producido?
3) ¿Sigue siendo Bolívar un hombre cósmico, o es un genioide libidinoso como asegura Madariaga?
—América no ha dado hombres que tengan conciencia de eternidad. Don Simón Bolívar es su espíritu más alto, pero no tenía esa conciencia. Su espíritu aún estaba en la sociedad, en la gloria humana. Fuera de él no se ven sino lugareños, inteligentes e imaginativos muchos de ellos.
En Estados Unidos de Norteamérica han vivido y actuado muchos grandes emigrados de Europa; el yankee es infantil aún.
4) ¿Debe la admiración ser para las ideas, o para el autor de ellas?
—Las ideas nada valen sino en cuanto sean una vivencia. No hay ideas sino existencia, por lo menos en filosofía. Los héroes valen por la lección que dejaron en sus vidas. Cristo no escribió. Tampoco Sócrates. El Evangelio de Cristo es su vida. Lo más valioso en el universo es una vida heroica.
5) ¿Porque lo atenaza un dolor, debe el filósofo dejar de filosofar?
—Si alguien se aminora y huye por un dolor, por la muerte de alguien o de algo, o por la imaginación de su propia muerte, no ha renacido. Puede ser un gran científico, pero no tiene parte en lo Circunvalente.
* * *
Después nos fuimos, con la certeza de haber conocido por lo menos un Hombre. Lástima que se nos vaya. En cierta manera era un consuelo saber que en alguna parte de este Valle de Aburrá moraba Alguien, había una fuerza…
Le pedimos un retrato para publicarlo con estas líneas, y nos entregó el que aparece arriba, el último de los que le han tomado, hecho para el pasaporte: hasta en él se respira personalidad.
Otraparte.org obtuvo la imagen directamente del pasaporte, expedido en París, Francia, el 16 de octubre de 1954.
Para terminar, una frase trivial: teníamos una pregunta, que no respondió, como todas las que versaban sobre él, y reza: ¿Cuál considera su obra más acabada? Queremos nosotros responder a esa pregunta: la mejor obra de Fernando González es Fernando González. Y que nos perdone la Originalidad esta frase de cajón, pero la frase de cajón también define, señores reporteros.
Fuente:
Revista “Lanzadera”, julio 24 de 1954, pp. 2 y 12, bajo el seudónimo “Atino”.