“Fernando González,
envigadeño proscrito”
Por El Colombiano (Editorial)
Se cumplen hoy cien años del nacimiento de Fernando González Ochoa, el escritor envigadeño proscrito durante largos años de olvido y de rechazo, pero cuya obra es considerada hoy como un verdadero hito en la literatura y el pensamiento colombianos. Y es más que justo hacer un reconocimiento del valor de su figura y sus enseñanzas, no simplemente en la coyuntura pasajera de la celebración de este primer centenario, sino porque estamos convencidos de la importancia que tiene para la juventud enfrentar el reto de autenticidad y verdad que él propugnó.
Fernando González es, a la vuelta de los años, un autor cuya actualidad sorprende. El mismo dijo que escribía para lectores “lejanos”, consciente de que su prosa y su mensaje tenían proyecciones de futuro, ya que se adelantó a su época en muchos aspectos. Esa actualidad y novedad se comprueban, antes que nada, por la resonancia que dejan sus escritos en los jóvenes, cada vez más ávidos de leerlo y estudiarlo, pero sobre todo porque su filosofía y sus propuestas vitales encajan perfectamente en la realidad colombiana que estamos viviendo. Los vicios que él fustigó y esa mentira cultural que atacó en su época, refiriéndose a ella con hechos concretos y nombres propios (lo que le valió el exilio interior en el que vivió), están ahí todavía y, por lo tanto, pueden y deben ser enfrentados a la luz de sus enseñanzas.
El llamado enardecido a la autenticidad como pueblo y como personas, que él predicó como “maestro de escuela”, sigue siendo válido para una sociedad que, como la nuestra, no ha logrado despojarse de su condición de colonia imitadora de culturas extranjeras y de modas impuestas desde fuera. “La cultura, dice él en Los negroides, consiste en desnudarse, en abandonar lo simulado, lo ajeno, lo que viene de afuera y en autoexpresarse”.
Fernando González es para la juventud un maestro de la rebeldía y, en este sentido, el reencuentro con su pensamiento puede jugar un papel vital para orientar y encauzar las rebeldías que se han salido de madre y punzar la apatía y el desarraigo vital y espiritual en que se debaten grandes sectores de la sociedad. Una rebeldía que fue mal interpretada en su tiempo, pero que a la luz de su pensamiento integral y del conjunto de su filosofía, abre insospechados horizontes de superación, de compromiso con la realidad y de cambio, dentro de una concepción trascendente que ilumina derroteros espirituales y de noble humanismo.
Para una sociedad intolerante y fanatizada como la nuestra, el maestro de Otraparte es un modelo de valor para denunciar y para ejercer el sano ejercicio del disentimiento y el pluralismo. No fue entendida esta actitud en su tiempo y por eso fue un escritor condenado y anatematizado. Sin embargo, hoy se puede entender mejor el gran amor a Colombia y a Antioquia que anidó en su corazón y la entrega inquebrantable con que se entregó a la misión de señalar el camino de la verdad y la autenticidad.
No entendemos el reencuentro de la sociedad colombiana con Fernando González como una especie de reconciliación superficial y fementida. Sus obras seguirán siendo incómodas, seguirán golpeando la mediocridad y la mentira y serán siempre un acicate. De todas maneras, nadie hoy, desde la perspectiva que dan los años transcurridos, puede negar la importancia de sus escritos y su pensamiento. Aunque se le excluyó siempre de los manuales de literatura colombiana y muy fugazmente se le reconoció un puesto dentro del pensamiento filosófico nacional, su obra va adquiriendo con el tiempo la dimensión exacta de una auténtica búsqueda metafísica y espiritual a partir de nuestra cotidianidad y en el lenguaje propio de nuestro pueblo.
Fernando González está todavía por descubrir. Tal vez haya todavía en muchos sectores reticencias y prejuicios frente a su obra. Creemos, con todo, que el interés creciente por sus libros y sus ideas acabará por demostrar la importancia que él tuvo y sigue teniendo para incitar a las nuevas generaciones a la búsqueda de la verdad, para actuar con sinceridad y autonomía, para denunciar la mentira y rastrear tras las apariencias una luz de trascendencia que dé sentido a la existencia. Antioquia, sobre todo, tan huérfana hoy de orientadores y maestros, podrá ver en él al maestro de escuela que enseñó la autenticidad y la fidelidad inquebrantable a un destino.
Fuente:
Periódico El Colombiano, Editorial, Medellín, lunes 24 de abril de 1995.