¡Manjarrés resucita!
Por Helena Araújo de Albrecht
En La Huerta del Alemán, Envigado, 12 de febrero de 1941, el escritor Fernando González se despide de la literatura con su libro titulado El maestro de escuela. El final del libro y del personaje es melancólico. Fernando González mata a Manjarrés, un maestro de escuela idealista. El escritor se mata a sí mismo como publicista. No quiere hacer más literatura. Se retira a su intimidad. Se convierte en «el profeta de lo que va sucediendo». Está desencantado de Colombia y de los colombianos. Ya no le interesa el futuro: «¡Que mi busto me lo den en plata!». «Termino avisando que ha muerto definitivamente el maestro de escuela de Envigado… ¿No pertenezco, por ventura, al pueblo más vil, el antioqueño? Si mi pueblo todo lo vende; si el oro lo convierte en palacios de letrinas donde habita. Requiescat in pace. Ahora sí estoy muerto. Ex Fernando González».
¡Viva Fernando González!
Manjarrés ha resucitado y Fernando González está más vivo que nunca. No tiene busto, ni plata. Hace una existencia retirada, modesta, sin ambiciones mundanas ni literarias. Apenas un poco olvidado por 18 años de silencio. Este solitario no recibe a «personajes» si no tiene nada qué hablar con ellos. Una vez el ex presidente Alfonso López fue a visitarlo a su retiro y él se negó a recibirlo. Pero ama a la juventud y le interesa dialogar con ella.
18 años de silencio es peligroso para un escritor que busca la gloria. Pero al Maestro la gloria no le perturba el sueño. Sin embargo, dos generaciones lo ignoran, y sus contemporáneos casi lo han olvidado. Esa ignorancia y ese olvido van a romperse ahora con la aparición de su nueva obra: el Libro de los viajes o de las presencias. Afortunadamente para los colombianos y para la literatura, Manjarrés resucita.
El abogado, intelectual y editor Alberto Aguirre presentará esta semana la nueva obra del Maestro González, a la cual seguirán las reediciones de sus obras agotadas.
El Festival del Libro acaba de proponer a Fernando González la publicación de 50 mil ejemplares de su Viaje a pie, ofreciéndole pagar por anticipado los derechos de autor. Pero él se negó: «No me gusta entrar en colección con los colombianos».
El «Libro de los viajes»
Sin duda, esta obra será el suceso literario del año. El sentido de la obra puede resumirse en esta intención: «No hablará mi lengua ni escribirá mi mano sino para examinar y buscar la Intimidad en mis vivencias. Gran respeto a los demás en las suyas, y ayudarles a entenderlas. Todo el amor y esmero que ponga ahí será poco. Ningún respeto, ni siquiera atención, a lo mentiroso».
Como se ve por esta declaración, el escritor combativo abandona su agresividad, la vehemencia explosiva que caracterizó sus doce libros anteriores, para ingresar en el mundo de la reconciliación, para replegarse en una intimidad trascendente.
El filósofo de Envigado
«Ustedes tienen el único escritor existencialista de América», dijo Jean Paul Sartre en una entrevista concedida en París a estudiantes latinoamericanos. El pontífice existencialista se refería a Fernando González, «el filósofo de Envigado», como se le llama por aquí.
Uno coge un bus en Medellín. Paga 15 centavos. Este bus va para Envigado. El viaje dura 20 minutos. Los paisajes son encantadores. Un kilómetro antes de llegar al pueblo, algunos pasajeros, muy pocos, miran con curiosidad una casita de campo que se vislumbra desde la carretera, escondida por 32 árboles de naranjos enanos. Esas miradas buscan un hombre solitario de 64 años, nacido en Envigado en 1895. Casado con Margarita Restrepo, hija del ex presidente Carlos E. Restrepo, y padre de cinco hijos: Álvaro, Fernando, Pilar, Ramiro (+) y Simón.
Los pasajeros del bus lo descubren a veces podando los naranjos, cepillando una ternera que se llama «Paturra», sembrando una huerta que se llama «El arracachal de las ánimas», o sentado a la sombra de un árbol, meditativo, escribiendo en una libreta de «carnicero». Evidentemente no hace cuentas. Anota sus vivencias, sus reflexiones. Cuando los pasajeros del bus no lo divisan, es porque el Maestro está en una casita pequeña que oculta la casa grande en la cual se encierra a escribir, a leer, a dirigir sus «viajes pasionales» del día o de la noche. Si no está en esa casita, es porque está en otra parte. Y el pasajero lo sigue buscando a lo largo de la carretera. Si es de mañana él va para Envigado, ágil como una espiga, en traje de verano, de boina vasca, camisa deportiva, apoyado en un bastoncito delgado de bambú con el que juguetea o retira basuras de los desagües.
Si no va por la carretera es porque ha llegado a «la tienda de don Jorge», al pie del camino. Se instala en una mesa del andén, desde donde se entrevé un ancho cielo y paisajes esplendorosos. Pide un tinto, dos, tres… Lee los periódicos, si llegaron. Se fuma diez cigarrillos. Conversa con el tendero y el lechero de alguna finca. Mira las muchachas con un aire fascinado. La gente que pasa lo saluda y le dice «doctor». Sus amigos son gente sencilla, humilde. El les habla de sus faenas, de sus problemas, pregunta por los familiares. A veces les dice cosas desconcertantes: «No se preocupen, hemos descubierto que la única felicidad consiste en ser sinceros…». «Qué bueno volar como esos gallinazos». «Qué lindo está hoy el cielo».
Algún borracho que ha perdido su timidez se le acerca: «Dicen que usted es muy importante, doctor… Tómese lo que quiera que yo pago». El Maestro responde: «Esas son vanidades de la gente. Preste pues, tomémonos un tinto». El borracho insiste en que se tome un aguardiente, pero el Maestro no bebe. Se sienta con el desconocido y lo hace inmediatamente su amigo íntimo. Le pregunta por su apellido, lo que hace, de dónde es. Finalmente lo saluda y se despide pretextando alguna razón. Lo más seguro es que lo que el desconocido acaba de contarle pasará a sus obras, y lo convertirá en un personaje. Es un nuevo viajero en sus meditaciones.
Cinco minutos después está sentado en Envigado, en el bar «La Macarena». Se acerca como de costumbre un viejito barbado que es embolador, y el Maestro le da un peso. Tienen un negocio en común. El embolador debe comprar una fórmula para curase una hemorroides crónica, y el Maestro le da un peso de vez en cuando, porque la fórmula fue expedida hace diez años. Y aún no ha completado el dinero.
Por las mañanas llega casi siempre a encontrarse con el Maestro el escritor y ex político conservador Félix Ángel Vallejo, quien vive cerca en una finca de Sabaneta. Al lado de esta mesa donde «los doctores» hablan de literatura, de arte, de política, de Nadaísmo, del verano, de cosas importantes o triviales, la pianola vomita un tango arrabalero o un bolero romántico. Los parroquianos no se inmutan por la conversación ni por la presencia de ellos, que ya es familiar.
El Maestro ha defendido ese ambiente así: «Envigado es escenario muy propicio para padecer y meditar. La gente es individualista y no se mete en nuestra vida. Estoy bien en Envigado. Estoy mejor que en París o en Roma que tanto me agradaron».
Si es domingo a las nueve y media de la mañana, el Maestro sólo puede estar en un sitio: en la iglesia del pueblo oyendo Misa Mayor, con los campesinos. Este hombre es de un cristianismo fervoroso, místico, militante, sincero. Por sobre todas las cosas y filosofías adora a Cristo y su doctrina.
A las doce del día está de regreso a «Otraparte». Su euforia de la mañana ha tocado a su fin; ha gastado sus energías en esta comunicación con la naturaleza, con las gentes. El sol seco empieza a deprimirlo. Lo compara con la vejez. Se aísla en su cuarto, escribe, medita, digiere sus experiencias. Solamente la brisa de la tarde lo reanima y vuelve a salir, pero esta vez se queda en «Otraparte».
El Maestro nunca va a Medellín. Sólo por razones indispensables cuando está enfermo. Su hijo Fernando, el único soltero (sic), lo lleva en una camioneta verde y lo espera para el regreso. Nunca se ve por las calles, ni entra a un bar. Antes lo hacía cuando ejercía su profesión de abogado, pero hace diez años que no actúa. Fue magistrado en Manizales y juez superior en Medellín. Desempeñó la jefatura de valorización. Pero ajetreos de esta naturaleza lo fatigan. No es un hombre de acción en el sentido dinámico de la palabra. No nació para conseguir plata, ni para escalar posiciones dentro del materialismo constructivo y utilitarista del pueblo antioqueño. En lugar de eso aprovechaba las vacaciones judiciales y se iba con su secretario a hacer un viaje a pie de Medellín a Manizales. En su itinerario de viajero escribió un libro con este nombre, y mientras la crítica lo consagraba como un gran escritor en el extranjero, en Colombia le dijeron loco.
El escritor
Fernando González ha escrito doce libros, casi todos traducidos a idiomas extranjeros (sic). Son ellos: Una tesis, Pensamientos de un viejo, Viaje a pie, Los negroides, Santander, Mi Simón Bolívar, Don Mirócletes, Mi Compadre, El remordimiento, El Hermafrodita dormido, Cartas a Estanislao y El maestro de escuela.
Para Fernando González la literatura no es un ejercicio ajeno al vivir. Para él es lo mismo. Escribe lo que vive. No hay en sus obras nada conceptual, inventado, teórico. Su pensamiento es acción, sucederse, verdades. Y sus verdades son presencias, viajes, caminos. No se parece a nadie, literariamente hablando. No escribe «a la manera de…»; no tiene escuela, ni su estilo se amolda a las exigencias de las retóricas convencionales; su pensamiento no encaja en ningún sistema filosófico. Su sistema es él mismo. Su estilo es el de su vida.
Su cultura literaria y filosófica es vasta y profunda, clásica y moderna. El contacto con los libros no ha hecho de él un erudito. Asimila a su mundo las verdades de los otros, las presencias ajenas. Se encuentra con los viajeros por los caminos de la historia del conocimiento humano. Llega a un recodo en donde se despide de Kant: porque el Kantismo se convierte en formas vacuas y conceptuales, lo abandona con su estéril «razón pura» y sigue solo su camino. Más tarde lo reencuentra cuando el filósofo alemán no explica a Dios y el universo por construcciones racionales, sino que los descubre en la emoción del cielo estrellado de Koenisberg. Entonces lo saluda y le dice «viejo poderosito». Para Fernando González, el genio de Kant consiste en haber dado el paso de la razón pura a la razón práctica o moral. Solo a partir de este descubrimiento, Kant es un maestro de la filosofía moderna, que abre el camino del existencialismo.
«La metafísica es posible —dice—, pero no como conocimiento conceptual, sino como vida. Kant acertó al negar a la razón el poder metafísico, pero no al negar su posibilidad como vivencia».
Pero en Alemania llega siempre la filosofía. Por oposición a Kant y a los filósofos de sistemas conceptuales, adora a Spinoza, a Schopenhauer, a Nietzsche. De la pared de su cuarto de trabajo cuelga un retrato original de Federico Nietzsche, regalo de una hermana de éste al Maestro. Venera ese retrato, sus bigotes, sus cejas, su «mirada de loco».
El arte colombiano
Para Fernando González «el arte es la expresión desnuda de una vivencia, y en moral como en estética no debieran existir normas a priori para dirigir la conducta y la emoción artística. En estética debe primar el ritmo interior, la violencia… Todo lo contrario de lo que hizo Guillermo Valencia, que al tener un hallazgo, una presencia linda, la arruinaba con formas decorativas y ritmos falsos, artificiosos. Mientras la emoción sea más violenta es más pura, y el arte más verdadero. La cultura colombiana, dice, es una cultura de préstamos y con altos intereses. No hay arte original en Colombia. Un arte colombiano debe estar enraizado en la tierra y nutrirse de sus jugos; enraizado como un árbol que se eleva y crece por su vida propia, y luego extiende sus ramas por el espacio. Un arte propio, original, con validez universal, eso es lo que debemos hacer».
Vivir es renovarse
Fernando González le teme al inmovilismo. Siempre quiere renovar su pensamiento, vigorizar su impulso vital. Confiesa que en literatura ha tratado de cambiar su estilo, y cuando se propone escribir de otra manera, se encuentra con que su expresión es inevitable. No puede dejar de ser él mismo. También le sucede en la vida. Quiere ser nuevo cada día, tener la presencia de la juventud. «A veces cambio de caminado para sentirme distinto de ayer, pero tampoco puedo. Uno es lo que es y está en lo que está. No es posible ser otro. Se está condenado a ser uno mismo».
Existencialismo y comunismo
Este hombre es misterioso, pero no tanto. Algunos piensan que sólo habla de los idealistas alemanes, o del materialismo dialéctico. También habla de los escritores colombianos y de sus compromisos con el país. Para él, los intelectuales que se comprometen en la acción política deben luchar por una causa que garantice la justicia económica y la libertad individual. En este tema, algunos casuales reporteros han desvirtuando su pensamiento presentándolo como un reaccionario del marxismo y del existencialismo. Admira estas dos posiciones del pensamiento político y filosófico contemporáneo, pero asume ante esos sistemas que aspiran a dar una imagen absoluta y estereotipada del hombre, una personal actitud crítica. Advierte los peligros de un comunismo que destruya las libertades individuales, los valores espirituales del cristianismo. Y considera que la misma filosofía moderna es peligrosa en cuanto tiende a degenerar en los conceptos, en vanas construcciones racionales, en un nuevo tipo de escolasticismo. Esta crítica al existencialismo va dirigida al existencialismo alemán representado en Heidegger. Decir que «el poder viene de Dios», es un concepto que no significa nada, un a priori de la razón, porque está desligado de las realidades vitales. La filosofía que no tenga una raíz en la existencia, en la continuidad vida de la existencia, en el sucederse, no pasa de ser una especulación inútil.
Para Fernando González, San Agustín, Kierdegaard, Nietzsche, Sartre, Schopenhauer, representan la filosofía existencial. Unamuno es una «pequeña isla de desesperación cristiana». Y en Heidegger degenera el existencialismo en un conceptualismo sistemático, en las vacuidades del escolasticismo filosófico.
Sin jefes
El Maestro González no es un político militante. En política está ubicado en «Ningunaparte». No se asume: ni conservador, ni liberal, ni frentecivilista, ni capitalista, ni comunista. No tiene jefes. No admira a Nikita, ni a Eisenhower, ni a De Gaulle, ni a Lleras. Ni a Rojas Pinilla, «…ejecutor e instrumento del ex Presidente Ospina».
Sus más grandes admiraciones siguen siendo Simón Bolívar y Juan Vicente Gómez, fuerzas creadoras y telúricas que encarnan el gran mulato americano.
El arte y la libertad
«No debiera existir ninguna presión coactiva sobre la libertad bajo ningún sistema. El socialismo debiera llevar a la libertad, no a suprimirla. Pero en Rusia sucede todo lo contrario. Por esas limitaciones, Rusia no produce hoy un gran arte. No se repetirá el genio de Dostoiewsky».
«El arte no debe prestarse para ser explotado. La adjudicación del Premio Nobel a Pasternak fue deshonesta, pues no se ciñe a las consideraciones esenciales de sus valores artísticos, sino a las críticas que el autor hacía al desarrollo de la revolución bolchevique, para crearle a Rusia una mala atmósfera en Occidente. Tampoco Rusia hizo bien en censurarle a Pasternak El doctor Zhivago».
«No tuve éxito con las mujeres»
Pasa por la carretera una muchacha deliciosa. El Maestro la mira andar, frágil, fresca, voluptuosa. La mira con nostalgia, o mejor, siente la presencia de la juventud y del amor. Entonces dice: «La juventud termina a los 35 años. Allí termina la edad creadora del hombre. Se es revolucionario hasta esa edad. Lo que sigue es un proceso de perfeccionamiento. Una muchacha embarazada a los 18 años se exhibe por la calle con orgullo. A los 40 años es un espectáculo deprimente: es como Kant haciendo versos».
«Las mujeres no son pasivas en el amor. Ellas sienten el amor activamente. Pero desde luego, para que lo sientan, hay que tumbarlas. A la mujer no le agrada que la amen, sino amar… Yo nunca tuve éxito con las mujeres porque siempre las amé».
Brigitte Bardot y F. Sagan.
Algo desconcertante: después de hablar del materialismo histórico y de las anchas presencias de los demiurgos, el Maestro González declara: «Hay que rendirle culto a la sinceridad, hay que desnudarse. Por ejemplo, la simpatía que despierta Brigitte Bardot en el mundo se debe a esta manera impúdica de manifestarse. Ella es el mensaje de la desvergüenza. Francoise Sagan es su antinomia. Es una desvergüenza que se finge. En el fondo está avergonzada de sus novelitas. Sigue siendo un típico ejemplar de la moral burguesa. Es la vergüenza desvergonzada. La suya es una literatura de moda que explota un accidente social. Luego no quedará nada sobre qué volver cuando cese el accidente…».
González ante la actualidad
«Nuestra raza está tarada de complejos y degeneraciones. Valois Arce, del Chocó, quiso investirse con la toga del magistrado romano. En el proceso contra Rojas Pinilla son indignos jueces y acusados, porque los políticos de la vieja clase dirigente no han sabido cumplir desde el poder una tarea de progreso a favor del pueblo».
La revista «Mito»: «Una revista de minorías para colombianos que tienen vergüenza de ser colombianos».
El abogado Fernando Isaza: «Es el padre Ripol de la Andi».
Gilberto Vieira: «Muy constante en sus tareas políticas, pero muy vanidoso y se pinta las uñas».
Gerardo Molina: «Lo admiro por su seriedad y su inteligencia. Lo conocí cuando tenía 16 años y era muy tímido».
Los Nadaístas: «Suceso prometedor o desastroso. Expresa esto: para los colombianos llegó la hora de nacer o de ser nada».
«La pintura de Pedro Nel Gómez es el abuso de la exageración, de lo desmesurado. Las formas de sus figuras llegan a ser repulsivas».
«Silvia y Valencia: guiados por Baldomero Sanín Cano —que es nuestro Jorge Brandes— a ser satélites del París de los Paraísos artificiales».
Fuente:
Revista Semana, septiembre 8 de 1959. Reseña del Libro de los viajes o de las presencias, sección «Libros» por Helena Araújo de Albrecht.