Tiempo para el Brujo
Por Óscar Domínguez Giraldo
No busque el libro pirateado en el semáforo ni en las «agáchese» del centro. Su biografiado nunca agotó ediciones. Ojalá llegue ese día para que nos despabilemos y seamos mejores. Don Fernando estremece.
Circula la séptima edición de Fernando González, filósofo de la autenticidad (Ediciones Otraparte), del jurista Javier Henao Hidrón, JHH. Coincide la publicación con los 55 años de la muerte del maestro (febrero 16) y con la próxima inauguración del Parque Cultural Otraparte.
La carátula del libro tiene foto del maestro Guillermo Angulo. González le agradeció las vistas que le tomó con esta nota:
«Guillermo: dos envidias tengo: de su barba negra y de su arte fotográfico. Usted me ha hecho las mejores fotos que he tenido y eso que me retrató con mi boca de culo».
JHH escribe para que sus amigos lo quieran más, según la receta de García Márquez. No sufre del estrés de convertirse en best seller. Prefiere servir y enseñar.
Curado de vedetismos, considera suficiente regalo escribir por amor al arte. Darle su personal interpretación a los sucesos que estrujan su inquieta imaginación de estudioso. Un libro reciente recoge parte de sus ensayos y columnas de prensa.
Alguna vez sorprendió con un libro de crónicas y fotos en el que dio testimonio de un periplo por Roma y Grecia en compañía de Mónica, su esposa, y de su hijo Gonzalo.
Otras veces deja salir el profesor que lo habita y reedita (vigésima primera edición) la Constitución Política, comentada (Editorial Temis).
Exmagistrado del Consejo de Estado y profesor universitario, sus charreteras de abogado se las ganó de la Universidad de Antioquia.
Le ha quedado tiempo de ser miembro de la Academia Antioqueña de Historia y de la Sociedad Bolivariana de Antioquia.
Gracias a un juego que lleva veinte siglos y sigue tan campante, el ajedrez, oí hablar de Henao Hidrón por primera vez. Corrían los años 60 y el nombre de un ajedrecista con sus señales particulares empezaba a pisar duro en el mundo de los escaques.
Es de los pocos cuya voz parece el reflejo de una paz interior que sus interlocutores le envidiamos.
Según crónica publicada en El Colombiano, de Medellín, Henao Hidrón es el mejor taita. Se demoró para hacer el enroque largo del matrimonio, pero al chino Gonzalo, bogotano, hijo único y a la vez polo a tierra de Javier y Mónica, políglota y traductora, le llovió un padre de toda la cayana. Es familiero, como se dice en la pampa.
El prolífico autor nos está debiendo la crónica sobre cómo conoció a la dama de todas sus vidas. Para chiviarlo un poco, mientras se anima a escribir la historia, anticipo que la pareja se conoció un día de inocentes, durante un viaje de Mónica a Medellín, por invitación de uno de sus alumnos en Buenos Aires. Mónica visitaba la casa del cotizado soltero Javier, quien casualmente ese día no lidiaba con jaques y mates, con códigos ni incisos.
Cuando se conocieron, el azar jugó con las piezas blancas y desde la apertura le deparó a JHH dama de carne y hueso con el siguiente desenlace: en la tempranera apertura de la relación, a los siete días, en vísperas del regreso de ella a Buenos Aires, la pareja se comprometió. El naciente amor se volvería epístola meses después. El del dueto Javier-Mónica fue un insólito final de rey paisa contra dama gaucha.
El Henao Hidrón biógrafo
Desde su condición de «fernandólogo» de la mejor ley, Henao Hidrón ha contribuido al avance del conocimiento del maestro que de boina y bastón tomaba cerveza Clarita en el Bar Georgia, en el barrio La Magnolia, de Envigado. Y escribió Fernando González, filósofo de la autenticidad.
¿Cómo llegó a Fernando González?
Después de leer la totalidad de su obra literaria y filosófica —lo que no me ha sucedido con ningún otro escritor—, resolví conocer al hombre de carne y hueso. Fue así como, a finales de 1958, me presenté con osadía juvenil —era estudiante universitario— a su casa campestre, en Envigado, que todavía se llamaba La Huerta del Alemán. Me recibió afablemente, con estas palabras: «Bienvenido. Me complace hablar con los jóvenes, pues usted sabe que mis libros están dedicados a la juventud colombiana y suramericana». Al terminar la charla, me dijo: «Javier, siga viniendo». Así lo hice, con la debida prudencia, hasta su fallecimiento el 16 de febrero de 1964.
¿De qué hablaron en esos primeros encuentros?
Los temas centrales eran la juventud, la Colombia de entonces, y la necesidad de «no imitar, de abandonar lo simulado, y de autoexpresarse», en lo cual hacía consistir la cultura y la formación de la personalidad.
Claro que a muchos profanos el Brujo nos parecía una persona inaccesible…
Conmigo fue siempre amable y descomplicado, de agradable e instructiva conversación. Lo que no le gustaba era que los muchachos penetraran en su finca a apoderarse de los frutos de los árboles; pero si le pedían permiso, siempre lo otorgaba.
¿Qué aprendió de él?
De él aprendí, en esencia, la lección consistente en no mentir, en encontrarse a uno mismo, en no pretender ser otro. En uno de sus libros escribió: «El secreto no está en que le metan a uno muchas cosas en la cabeza sino en meter la cabeza en muchas cosas», y también: «La grandeza nuestra llegará el día en que aceptemos con inocencia (orgullo) nuestro propio ser».
¿Cómo se convirtió en biógrafo del filósofo?
Veinte años después de su fallecimiento, un 1.º de enero, cuando había celebrado con generosidad el advenimiento del año nuevo, se me ocurrió releer sus escritos y tomar notas. Ahí nació la biografía que dos años después sería publicada por la Universidad de Antioquia.
¿Cuál es la tarea de un biógrafo?
Al biógrafo, aunque debe admirar a su personaje, le corresponde ser sincero, imparcial, ubicarlo en el contexto histórico en que vivió y resaltar su mensaje hacia el porvenir. Ahora, Fernando González entendía que la tarea del biógrafo consistía en revivir el personaje por el procedimiento de la autosugestión, hasta identificarse con él; de ahí que llamara «emocional» a su método.
¿Cree que González estaría contento con la biografía?
Eso es impredecible. Aunque fue biógrafo de Simón Bolívar, Santander y el «brujo de los Andes», Juan Vicente Gómez, y consideraba que «las verdaderas universidades son los grandes hombres», no le gustaba ser biografiado, ni considerado maestro o «filósofo consagrado», ni tener discípulos, sino arrojar a cada uno en los brazos de sí mismo para que se autoexpresara y adquiriera una definida personalidad, capaz de contribuir a la formación de una patria, social, política e ideológicamente auténtica.
¿Por qué hay tan pocos biógrafos del maestro de Otraparte?
Quizá porque fue un rebelde y subsisten prejuicios en torno a su pensamiento. Dos de sus libros, de los más bellos por su creación y estilo, Viaje a pie (1929) y Don Mirócletes (1932), fueron censurados por la Arquidiócesis de Medellín y prohibida su lectura. Años después, llegó a decir: «A mí me han llamado “ateo” los jerarcas, y fui “beato”». Para reivindicarlo, el presbítero Daniel Restrepo González, con motivo de sus bodas de oro sacerdotales, escribió un libro al que tituló San Fernando González, doctor de la Iglesia, donde reivindica su imagen, «vilipendiada injustamente por los clérici».
¿Qué pretende con su biografía?
Hacer conocer a uno de los grandes de la literatura colombiana y latinoamericana. Y, con ello, a un maestro de aquella juventud que tiene ansias de superación.
¿Por qué no es más conocido González o lo calumnio si digo que los antioqueños lo queremos para nosotros solitos?
Porque solo lentamente se van eliminando los prejuicios con respecto a él. Desde luego, en Antioquia es más conocido, pero sin egoísmos.
¿Por qué ese nombre de Otraparte para su refugio en Envigado?
Precisamente por llegar a la convicción de que era un maestro de escuela incomprendido —de ahí su libro El maestro de escuela (1941)—, y porque decir lo que pensaba le había creado muchos problemas, en 1959 cambió el nombre de La Huerta del Alemán por el de Otraparte, expresión del «vivir a la enemiga» en un país de imitadores, donde la vanidad predomina sobre la egoencia, y los intereses creados sobre las lecciones expuestas con valor y dignidad.
¿Qué diferencias señalaría entre la Colombia de hoy y la de 1964, cuando falleció?
Las diferencias consisten fundamentalmente en que los habitantes de este país son ahora más partidarios de eliminar prejuicios, más abiertos a la libertad de crítica y de pensamiento, más interesados por tener un país capaz de progresar y relacionarse con dignidad, sin sujeción a ningún tipo de colonialismo.
¿Qué hace filósofo a una persona?
El hombre se convierte en filósofo cuando adquiere capacidad de asombro, el hermoso vicio de interrogarse sobre los grandes temas acerca de Dios y el ser humano, y demuestra su interés por encontrar respuestas. Para Fernando González la filosofía es, ante todo, «el cultivo del yo».
¿Lo de su candidatura al Nobel de Literatura en los años cincuenta cómo se dio?
En 1954, Fernando González fue propuesto candidato al Premio Nobel de Literatura por Jean Paul Sartre y Thornton Wilder, cuando estos dos destacados representantes de la cultura europea y americana, respectivamente, se encontraron en París y resolvieron enviar al comité sueco una lista de candidatos, en la cual fue incluido nuestro compatriota. Sartre conocía la traducción al francés de Viaje a pie, mientras que Wilder sostenía amistad con González desde aquel 1941 cuando, en misión cultural de buena voluntad por Suramérica, lo visitó en La Huerta del Alemán y empezó a penetrar en la lectura de sus obras.
Aparte de su condición de filósofo, ¿qué otras aristas destacaría de su obra?
González fue multifacético. Empezó a demostrar su vocación filosófica cuando, a la edad de veinte años, publicó Pensamientos de un viejo, con prólogo de don Fidel Cano, uno de los maestros del periodismo colombiano. Su obra comprende ensayos, novelas, biografías, libros de viajes, psicología mística —«Don Benjamín, jesuita predicador» y «Poncio Pilatos envigadeño»— y metafísica existencial. Por lo demás, no deja de ser admirable su revista Antioquia (17 números), de la cual fue fundador, director y único colaborador.
¿Leer a González en qué medida lo hace a uno mejor?
Sus obras, casi todas de corte intimista —«tenemos unas ganas de confesarnos que da gusto»—, enseñan sinceridad, autenticidad, búsqueda de sí mismo, abandono de lo simulado («gozar de obras ajenas corrompe») y en medio de la crítica a la Colombia que vivió, a tener un gran amor por la Colombia del futuro.
¿Por qué es importante González?
Por la novedad de su pensamiento, expresado en una prosa subyugante. Hasta uno de sus más vehementes críticos, Jaime Mejía Duque, reconoce que «como artista literario es quizá el mejor prosista de su generación en Colombia».
¿Amerita la existencia de una cátedra para divulgar su pensamiento?
No una cátedra de salón de clase. Sino una cátedra viva, producto de la lectura y análisis de su fecunda obra literaria y filosófica, insular en nuestro medio.
¿Por qué su biografía no se venderá piratiada en los semáforos?
No aspiro a tanto…
Fuente:
Domínguez Giraldo, Óscar. «Tiempo para el Brujo». El Colombiano, jueves 21 de febrero de 2019, columna de opinión «Columna desvertebrada». [Se publica aquí el texto completo, compartido por el autor especialmente para Otraparte.org].