La novena del padre Ripol
Por Ernesto Ochoa Moreno
Comparto con el lector algunos apartes del primer día de la Novena de Navidad que en diciembre de 1963 emitió por radio, en Medellín para Coltejer, el monje benedictino español Andrés Ripol, bien conocido en la sociedad antioqueña.
En ese año Fernando González y el padre Ripol estuvieron estrechamente unidos. El solitario de Otraparte, en plena madurez literaria y espiritual; el monje catalán, en medio de la crisis de vida religiosa que le despojó de su hábitos y lo desterró de Colombia. De esos últimos meses de la amistad entre el filósofo y el religioso catalán, (Fernando moriría el 16 de febrero de 1964) queda, además de su correspondencia, el texto de esta novenita póstuma, escrita al alimón, que fue rescatada para su publicación en 1993 por Fernando González Restrepo, hijo.
¡Es bello, Señor, tu Pesebre colombiano! […]
Un día, radio-oyentes, orantes de esta novena al Niño-Dios, este hijo de adopción del Pesebre colombiano, vuestro hermano menor por aquella adopción, recorría, enamorado, nuestro pesebre. Un deambular por donde descubrí después, ayudado por mi ángel, que allí era el Nudo telúrico: San Agustín. […]
De regreso de mi primera visita al Parque y tumbas de las mesitas, de contemplar aquellos pétreos mazacotes, llegué a la población; me parecía que aquellos moradores, que yo veía, eran todos importados, que no eran de allá. Atisbaba, atisbaba para encontrarme con los nativos. Pregunté a los gamonales del pueblo dónde estaban ellos… Fui entendiendo: todos aquellos dioses y mitológicos personajes monolíticos los había desenterrado hacía años un alemán. Los aborígenes los habían enterrado cuando mis copaisanos llegaron a «civilizarlos», a «convertirlos» conquistándolos. Y al enterrar ellos a sus dioses, murieron todos de vacío interior. ¡No hay amerindios vivos por San Agustín! Están enterrados la mayoría en derredor de sus dioses desenterrados, y los demás huyeron despavoridos al monte, a la selva embrujada para que los guardara de la «civilización» que destruía sus esencias, su ser. […]
Cristo nació en el Pesebre. Dios se hizo Niño allá en Belén, tierra de Judá, y por eso nació judío. Cuando, con Pedro, pasó a Roma, Cristo nació romano; al llegar al Finisterrae o España, con Pablo, el de las Gentes, nació español. Todo hasta aquí, perfecta condescendencia viva de su Divina Encarnación. Pero cuando vino el español al Nuevo Mundo, también este consagrado por su venida, no se hizo Cristo aborigen, no nació tanto el Divino Niño, como por botín de conquista se quiso anexar ese mundo, propiedad suya que era, a lo español, al Cristo español. Y como era en ese su espacio-temporalización algo más bravo que el romano y el otro judío, por eso, desde entonces, creo yo, hijo de allá, de la Madre Patria, que en esta adoptiva revivo hoy la historia, que el amerindio aborigen todavía huye, sigue huyendo, internándose en la fronda selvática para salvaguardar sus esencias…
Fuente:
Ochoa Moreno, Ernesto. «La novena del padre Ripol». El Colombiano, sábado 15 de diciembre de 2018, columna de opinión Bajo las ceibas.