Chávez a la luz
de Mi Compadre
Por Ernesto Ochoa Moreno
Cuando en 1999 se inició la era chavista, que tras su triunfo electoral del pasado domingo se prolongará seis años más, escribí una columna, algunos de cuyos apartes trascribo, pues me parece que lo allí expuesto recupera actualidad.
La lectura del libro de Fernando González, titulado Mi Compadre, sobre el dictador venezolano Juan Vicente Gómez, ayuda a entender el fenómeno político que es Hugo Chávez en Venezuela y que no ha surgido por generación espontánea, sino que se inscribe dentro de esa especie de genética histórica (si se me permite el término) que hace que los pueblos repitan casi irremediablemente su destino.
Los países nacen con genes que los marcan indefectiblemente. En Colombia, por ejemplo, como organismo social, se adivinan genes de violencia y corrupción, de politiquería y santanderismo, por poner solo algunas manifestaciones que configuran nuestro genoma nacional. Y en Venezuela está siempre latente el gen del caudillismo, de la dictadura.
Es esto lo que me lleva a Mi Compadre de Fernando González. Este libro, tan polémico y que para muchos resulta, desde una visión miope, un inaceptable himno de adulación al dictador Juan Vicente Gómez, es sobre todo, aparte de su belleza literaria y la aplicación a la biografía del método “emocional”, que preconizó González, amén de los hondos y penetrantes análisis sobre Suramérica, una clara demostración de esa genética histórica de que hablamos.
Fernando González recorre la historia de Venezuela y le destapa el gen caudillista y dictatorial que fue realidad en Páez, Guzmán y Juan Vicente y que ha estado latente y a menudo redivivo, en el duro trasiego posterior de una democracia periclitante.
“Todo venezolano es dictador”, conceptúa González. Y añade que Venezuela es “una leonera con el domador adentro”. Por eso la historia del país ha sido una historia de dictaduras que, tras el restablecimiento de la institucionalidad, ha desembocado en Chávez, un presidente que llega al poder por elección popular pero que no oculta el hecho de que en él, exmilitar golpista, se resumen en cierta forma las tendencias que subyacen en la historia de su país y las pasiones y ansias de su pueblo.
Fernando González estuvo en Venezuela desde septiembre de 1931 hasta enero de 1932, rastreando a Bolívar y estudiando in situ a Juan Vicente Gómez. Fue admirador y fue crítico. “Es un ángel y una tigra parida”, dice de él. En 1934 se encierra durante tres meses en Marsella, siendo cónsul, y escribe el libro.
En mayo de ese año comenta en carta a su suegro, Carlos E. Restrepo, embajador en Italia: “El libro les aterró en Venezuela. No lo dejarán vender”.
Fuente:
El Colombiano, sábado 13 de octubre de 2012, columna de opinión Bajo las ceibas.