El grande hombre
incomprendido
Por Ernesto Ochoa Moreno
En mi columna anterior, hablando de la nueva edición de El maestro de escuela, de Fernando González, hecha por el Fondo Editorial de EAFIT, me referí, como es apenas natural ya que es uno de los ejes del libro, al “complejo de grande hombre incomprendido”.
Pero la expresión apareció sin el adjetivo “grande”, como lo hizo notar un lector, que se firma como Juan Pablo, en su comentario en la edición digital. Agradezco la corrección, que convierto ahora en fe de erratas. Y en pretexto para hablar (cada loco con su tema) sobre esta original tesis del escritor antioqueño.
“¿Era (Manjarrés) ‘un grande hombre’? Sólo puedo afirmar que en él podía estudiarse el sentimiento de ‘grande hombre incomprendido’. Aquí, por primera vez, se pone, alinda y analiza este sentimiento. Muchos somos los que nos sentimos ‘grandes incomprendidos’: todos los artistas y los que ejercen la filosofía; todos los pobres; los que padecemos y en cuanto padecemos”.
Más adelante, el autor cuenta cómo descubrió ese sentimiento. Hablaba con Manjarrés y —costumbre tan paisa— despotricaban de todo y de todos, desde el bobo del pueblo hasta el presidente de la República:
¡Mucho ojo, lectores!
En la medida en que dábamos un vistazo a la patria, nos íbamos mejorando. ¡Caramba! Estamos al borde de la llave del secreto vital. Recuerdo muy bien que fue al pasar una vaca cuando comprendí a Manjarrés. Se me entregó el conocimiento y lo expresé en esta frase interior:
—Manjarrés y yo somos “grandes hombres incomprendidos”.
Quienquiera que tenga por encima a otro, lo es. “Yo soy tu perro, Señor, pero, ¿cúyo perro eres tú?”. El lector cesante, o el artista de menos demanda que otro, gozan cuando se maldice del presidente, o del novelista muy leído, y mientras más pobres o inferiores en la escala, más gozarán. Los libelos son medicina para los que sufren, si comprueban que los incapaces gobiernan.
La gente no sabe por qué se alegra: es porque les nace el sentimiento de “grande hombre incomprendido”. El razonamiento de la subconsciencia es:
“Los imbéciles poseen honores y riquezas; si yo estoy pobre, olvidado, es por eso, por incomprendido. La culpa la tienen los demás”.
La íntima actividad humana es objetivar los “males”, arrojando la culpa a los semejantes. Es la raíz del arte, de los mitos.
Oír, en sus palabras, al maestro de Otraparte ha sido lo mejor. Todos en Colombia somos grandes hombres incomprendidos, pero nos da miedo redimir este complejo con la “descomposición del yo”, que propone González. Viaje de renunciamiento, de desnudez. De apertura a la Presencia.
Fuente:
El Colombiano, sábado 23 de junio de 2012, columna de opinión Bajo las ceibas.