El secreto mejor
revelado de Tomás
El escritor Tomás González lanzó su nueva novela, “Abraham entre bandidos”, que está llena de luces, de sombras y de su puro estilo.
Por Mónica Quintero Restrepo
Escribe por la mañana, entre comillas. Toda, desde muy temprano. A veces solo se sienta a estar ahí, a mirar “pa’ arriba”, a releer, a buscar posibilidades, hasta cuando oye el camino por el que debe seguir. “Hay que estar ahí para la novela ese tiempo”, dice Tomás González.
Nació en la Medellín de los 50, de la que ya no reconoce muchos lugares, pero de la que carga todos los recuerdos; como cuando iba, pequeño aún, a Otraparte a oír a Fernando González. El mismo del que aprendió que la vida hay que andarla, oírla, caminarla, verla…
Y eso de que Tomás es el secreto mejor guardado de la literatura colombiana, ya no es tan exacto. Tomás puede ser callado, incluso pasar desapercibido mientras camina, pero encanta con sus libros. Tomás, más bien, es el secreto revelado.
A Abraham la escribió después de dos intentos. ¿Por qué insistir en una tercera?
“La primera idea que tuve fue la de una novela colectiva de un pueblo, o sea de un millón de personajes, que quería que flotaran en el tiempo, pero eso nunca me funcionó, porque no tenía columna vertebral. Había el secuestro, pero era muy amorfa. Yo quería una novela de 300 páginas, pero ahí me di cuenta que cada escritor tiene como una especialidad. Un novelista que se maneja bien en 150, de pronto se enreda en 300. Así que el segundo intento fue tratar de reducir el número de personajes, pero, la columna vertebral no estaba clara. Insistí una tercera vez porque me gustaban mucho los personajes, les había tomado afecto y me daba mucho pesar no lograrla. Y por empecinado también, por terco”.
¿Así que Tomás es terco?
“Para escribir sí. Si me meto en un proyecto, me tome el tiempo que me tome, termino por hacerlo”.
En esta novela el conflicto está de frente, no de fondo…
“Eso fue lo que me resolvió el problema de escritura. Era un error muy grande pensar que si a uno le secuestran al papá o se lo llevan, puede contar uno la historia dejando eso en el trasfondo. No tiene sentido. Si se le llevan al papá esa es la historia y al aceptarlo me resolvió el problema estructural”.
Su estilo es más bien clásico. ¿Qué tiene de diferente ésta?
“En Abraham hay una especie de juego de tiempo que tal vez no sea tan clásico. Susana cuenta cosas que sucedieron 50 años antes. La muerte de Abraham nunca se sabe dónde es. Se juega con el tiempo más de lo que parece y eso me gusta”.
¿Cree que la literatura manda al escritor y no al revés?
“Para mí eso es un principio. Uno debe dejar que la novela se mueva sola. Es un ser casi vegetal, ella va sacando las hojas nuevas y uno no debe empujarla. Debe dejar que el inconsciente vaya haciendo aparecer las imágenes, sin uno empujar nada. Si llegaron seis meses sin avance, eso hay que esperar”.
¿Qué busca con sus novelas?
“Lo que me propongo inicialmente es explorar un universo. En segundo lugar, me preocupo de que el lector llegue al alma de esos personajes”.
¿Hace crítica social?
“Lo que intento siempre es que la crítica venga de los personajes. La crítica a Mariano Ospina Pérez viene de Elías, uno de los personajes. Yo la puedo compartir o no, eso es otra cosa. A nadie le tengo que decir. Y así me permito, entre otras, decir cosas que yo hubiese querido y que me parece que es más efectivo sí un personaje las dice”.
¿Y dónde está la poesía, que un día también hizo?
“Me queda muy difícil. La longitud de onda de la poesía es muy distinta y siempre pienso, cuando termino una novela, ahora sí me voy a poner a escribir poesía, porque se me ocurren las ideas, pero no tengo el tiempo y me da pesar que se pierdan, porque son poemas que aparecen y se van, si uno no los escribe”.
Cuida mucho el lenguaje y la musicalidad…
“Fue una decisión estética que tomé muy al puro principio, que va con mi personalidad. Yo soy muy callado. Entonces si puedo usar, para decir lo mismo, tres palabras, en vez de cinco, prefiero usar tres. Y es lo mismo que me pasó en literatura y eso crea su estética, una de economía, que busca fuerza en la frase, que esté cargada con todo lo que no se dice. Sobre la musicalidad, creo que una novela buena tiene que cuidar la resonancia de las palabras. Desgraciadamente a nosotros nos tocó educarnos leyendo traducciones. En la novela tiene que haber tensión en la trama, profundidad en los personajes y música”.
¿Dónde guarda las ideas para futuras novelas?
“Casi nunca se viene más de una, o sea que no hay necesidad de guardarlas. Cuando voy terminando una, llega la otra”.
Contexto | Aquí cuesta ser bueno y ser malo, también
En esta novela el conflicto se pone de frente, no de fondo, como se ha leído en novelas anteriores de Tomás. “Es que es muy difícil no hacerlo, casi imposible. Es como hablar de Colombia sin hablar del problema político, de guerrilla y paramilitarismo. Para un escritor colombiano tocarlo es inevitable”. Y en esta novela, pese a la mirada al conflicto, el escritor no deja de lado la poesía, el humor y hasta los sentimientos. En la novela, a Abraham lo esperan en su casa, pero Enrique Medina, un reconocido bandolero que fue su compañero de primaria, ha decidido llevárselo a la fuerza para el monte. Y ahí se entretejen las vidas y las miserias.
Fuente:
El Colombiano, domingo 26 de septiembre de 2010, sección Cultura y entretenimiento.