Otraparte

Por Manuel Guzmán Hennessey *

Muy cerca de Envigado hay una casona que parece de otra parte. Incrustada como una nave exótica en la avenida de El Poblado, recibe a sus visitantes en un jardín espléndido.

Uno entra y siente paz. Y una silla de iglesia invita a la reflexión filosófica, que sus asiduos cumplen a la sombra de un guadual.

La preside una sentencia latina: «Cave canem seu domus dominum», que quiere decir «cuidado con el perro, o sea, el señor de la casa».

Entonces uno descubre que el señor de la casa era Fernando González, el filósofo antioqueño que escribió Mi Simón Bolívar, Cartas a Estanislao y Viaje a pie, entre otras. Allí murió, en 1964, rodeado de azaleas y siemprevivas, cultivando flores y pensamientos, bajo el arrullo protector de unas abejas meliponíferas (conocidas entre los paisas como angelitas), que a diferencia de él —poco angelito— carecen de aguijón para punzar. Iconoclasta, anárquico, innovador, Fernando González le insufló al pensamiento colombiano de mediados de siglo ese aire de precursor posmodernismo que aún no acaba de fraguar.

Tuve en mis manos una de las 77 libretas de sus apuntes que con esmero y dedicación atesoran Gustavo y Sergio Restrepos (casi todos en ese Valle son Restrepos), almas y pulmones de la corporación que en honor del filósofo funciona en la casona. Allí pude leer: «Mi alejamiento hoy, de esta Colombia hideputa, es casi inconmensurable», y un poco más abajo: «Vendí por 320 pesos diecinueve sauces, salieron a 16.80».

Rescatar la obra de este filósofo es una buena cosa que bien podría imitarse, en otros ámbitos, con tantos intelectuales que la frágil memoria colombiana olvida fácilmente. La casona siempre está llena de gentes, que Gustavo Restrepo atiende con alegría; y hay talleres, cine, conversatorios, ciencia y filosofía. Antioqueñidad de la fina.

Fernando González (1895-1964) amó a Colombia con amor de tierra antioqueña, que no tragaba entero ni se iba por las ramas. Y también la sufrió, cuando la incomprensión de sus contemporáneos lo cercó entre sus sauces.

Un día le puso nombre a la casona, y la bella palabra se conserva en su caligrafía: Otraparte. Noción de libertad, espacio íntimo para el cultivo de aquello que los griegos llamaron calogaitía: lo bello, lo bueno y lo inteligente.

* Director Centro de Aplicaciones de la Teoría del Caos

Fuente:

El Tiempo, columna de opinión «Do Menor», 20 de agosto de 2006.