El abuelo de Otraparte
Por Ernesto Ochoa Moreno
El luto que deja en Antioquia el fallecimiento del doctor Juan Gonzalo Restrepo Londoño tiene un especial sentimiento de orfandad para la Corporación Fernando González – Otraparte, de cuya junta directiva fue miembro desde su fundación, hace cuatro años. Se encariñó de tal manera con la idea de mantener viva la figura, la obra y la casa de Fernando González, así como de la creación del parque cultural que se tiene proyectado construir en ese lugar, que quienes hemos estado metidos en esta aventura lo considerábamos como un abuelo, por su bondad y bonhomía, por sus acertados consejos, por su contagioso entusiasmo a la hora de afrontar problemas y dificultades, por esa serena capacidad suya para no dejar marchitar los sueños. Como si Otraparte hubiera sido un último e inesperado nieto.
A pesar de sus múltiples ocupaciones y preocupaciones, acogió y atendió siempre sin reticencias las llamadas de los directivos de la Corporación. Ya en la culminación de su existencia, esta nueva y casi anónima actividad, que no añadía un mérito mayor a sus reconocidas ejecutorias, fue simplemente una demostración más de la gozosa generosidad con que siempre atendió a quienes lo buscaban y se le acercaban. Estaba pendiente de los boletines y la agenda de la Corporación, le gustaba ir a Otraparte y fue iniciativa suya la de realizar allí, de vez en cuando, una especie de «chocolate parviado» (no siempre con la asistencia que él esperaba) al que invitaba personas que sabía podrían interesarse por una obra de cultura en ciernes, en la que siempre creyó pero que durante estos años iniciales ha debido sobrevivir en medio de la precariedad económica.
Recordaba y quería a Fernando González, a su familia, y buen conversador siempre, relataba anécdotas y apuntes. Se reía, con malicioso gracejo, sin asomo de resquemor alguno, de la referencia de González a los Restrepos del Parque de Berrío y contaba cómo, en su juventud, tuvo que leer a escondidas los libros de su pariente. Fernando González, vale la pena recordarlo, estuvo casado con Margarita Restrepo, hija del presidente Carlos E. Restrepo, tío de Gonzalo Restrepo Jaramillo, padre de Juan Gonzalo. Había, pues, una reconocida relación familiar, que lo hacía sentir por lo demás cómodo en Otraparte.
Aunque personalmente no fueron muchas las veces que pude tratar al doctor Juan Gonzalo Restrepo en la relación suya con Otraparte, la sensación que me dejó el conocerle fue descubrir en él siempre un destello luminoso de bondad, de acogida serena y sin estridencias, nimbada su figura por un halo de humildad que suprimía distancias ante una personalidad grande y reconocida como la suya.
Más, pues, que una semblanza o una necrología de uno de los grandes de Antioquia, esta nota quiere simplemente, en nombre mío y de la Corporación Fernando González-Otraparte (cuya vocería me atrevo a asumir por cuenta propia), hacer pública esta sensación de orfandad que nos deja su muerte y expresar nuestro pésame y solidaridad a su esposa, sus hijos y nietos, a todos sus familiares y amigos. En Otraparte, en la soledad de la Presencia donde habitan las ausentes vivencias de Fernando González y los suyos, el doctor Juan Gonzalo Restrepo ocupa un sitio de gratitud imperecedera.
Concluyo con dos textos. Uno de Gonzalo Restrepo Jaramillo, tomado de una carta a Miguel Moreno Jaramillo, que abre la presentación que el doctor Juan Gonzalo hizo a la biografía de su padre, escrita por Víctor Álvarez Morales: «Hay una especie de sentido de continuidad en el hombre (yo creo que constituye una prueba indirecta de la inmortalidad del alma) y ante la certeza de la muerte, de nuestra temporalidad efímera sobre la tierra, nos defendemos prolongándonos en nuestros hijos y en los hijos de nuestros amigos. Yo experimento una sensación de reposo y de permanencia cuando veo que ellos recogen las banderas, las actividades y los laureles mismos que alegraron nuestra juventud. El culto de los antepasados… es simplemente el reconocimiento por parte de los descendientes de esa solidaridad con los ancestros, como ahora dicen afrancesadamente».
El otro texto es de Fernando González. Lo cito a menudo porque creo que es el mejor epitafio y el mejor consuelo para la separación definitiva de un ser querido. Es la dedicatoria que escribió en el ejemplar del Libro de los viajes o de las presencias que le regaló al padre Ripol: «No se dirá murió, sino lo recogió el Silencio. Y no habrá duelos, sino la fiesta silenciosa, que es Silencio».
Fuente:
El Colombiano, columna de opinión «Bajo las ceibas», sábado 11 de marzo de 2006.