Mi Compadre y Venezuela
Por Ernesto Ochoa Moreno
El referendo revocatorio que se celebra mañana en Venezuela me da pie para hablar del libro Mi compadre, de Fernando González, publicado por primera vez hace exactamente 70 años, en 1934, que mantiene actualidad no sólo para entender mejor el caso de Venezuela, sino también para otear otros avatares políticos de nuestras naciones suramericanas.
En febrero de 1999, cuando Chávez todavía estaba en los gloriosos de sus inicios, escribí en este mismo lugar del periódico una columna que titulé «Hugo Chávez, mi compadre», donde conceptuaba que la lectura del polémico libro del filósofo de Otraparte podría ayudar para entender tanto al presidente Chávez como la historia de Venezuela en la que había surgido, casi como un destino de genética histórica, el desbordado y desbordante caudillismo del excoronel golpista. Apunté allí esa hipótesis de la genética histórica deducida por mí, ya que nunca Fernando González habla en tales términos, de la lectura del análisis que el escritor hace con su «método emocional» de la historia venezolana y del dictador Juan Vicente Gómez. Decía yo que los países nacen y se configuran en su discurrir histórico con genes que los marcan casi irremediablemente. La politiquería, la corrupción, el santanderismo, por ejemplo, insinuaba entonces, son parte del genoma de Colombia, como nación. Hay también un gen de caudillismo que suele brotar en momentos específicos en nuestras repúblicas suramericanas. En Venezuela, que es el caso que nos ocupa, es claro un gen dictatorial. Surgen, entonces, hombres «representativos», en el lenguaje fernandogonzaliano, en quienes se encarnan esos genes.
«La vida venezolana está representada principalmente por tres hombres: Páez, Guzmán y Gómez», afirma González cuando escribe, en 1934, su libro, un año antes de la muerte del dictador. Lo que seguirá después en Venezuela no es muy distinto. En 1945 habrá un golpe militar, que entrega el poder a Acción Democrática, fundada por Rómulo Betancourt; en 1948 otro golpe derroca a Rómulo Gallegos y se da inicio a la dictadura militar que culminará con el gobierno de Pérez Jiménez, 1952-1958, quien a su vez cae por un levantamiento popular con apoyo de los militares. La historia más reciente ya la conocemos: una aparente estabilidad y predominio alternado de AD y Copei, entre escándalos de corrupción; Betancourt, Leoni, Carlos Andrés Pérez, Caldera, Herrera Camping, Lusinchi; otra vez Pérez, quien es destituido por el Congreso, no sin haber saboreado antes un intento de golpe por parte del coronel hoy presidente; otra vez Caldera, hasta el triunfo aplastante de Hugo Chávez en 1998, quien ha revivido durante estos años un caudillismo con tendencias hegemónicas que ha polarizado peligrosamente a los venezolanos. El referendo de mañana se inscribe dentro de esa historia.
Pero volvamos a Mi compadre. Dice Fernando González que «todo venezolano es dictador» y que Venezuela es una «leonera con el domador adentro». Y define de un trazo el talante de un caudillo, cuando dice que Juan Vicente «oculta, quiere ocultar a todos, su gran capacidad para castigar. Es un ángel y es una tigra parida».
Fueron muchas las críticas y las diatribas en Colombia contra Fernando, desde el momento mismo en que anunció que iba a viajar a Caracas para husmear en el fenómeno del «brujo de los Andes». Era un escándalo que el escritor colombiano hablara elogiosamente del dictador venezolano. En Caracas, donde estuvo desde septiembre del 31 hasta enero del 32, nuestro pensador se documenta, observa, apunta en sus libretas («el hombre de las libretas», lo llamaban los caraqueños) y va penetrando no sólo en los recovecos anímicos de «su compadre» (padrino de bautismo, por poder, de Simón, nacido en octubre de 1931), sino en la esencia misma del pueblo y de la historia del país hermano.
En Marsella, en septiembre de 1933, mientras agonizaba su consulado, empezó a escribir el libro. Fue tan franco, tan sincero, tan explícito, que «en Venezuela se enojaron y ni siquiera permitieron la entrada de los ejemplares enviados», según cuenta en carta a su suegro, Carlos E. Restrepo, embajador de Colombia en Italia en ese entonces, a quien también anunció así la terminación del libro en carta del 14 de marzo de 1934: «Ayer acabé el libro “Mi compadre y Venezuela”, que hace tres años preparo. […] Allí digo todo lo que mi conciencia me dictó, sin reservas, sobre la Gran Colombia». Tenía a la sazón 39 años y el libro fue editado en abril, por la Editorial Juventud de Barcelona, con dibujos de Barso.
Pero estas son apenas minucias y detalles de una obra polémica, que merece ser estudiada a fondo. «Es libro de combate», dirá en carta también de ese año a su suegro. Y ya en el ocaso de su existencia, en 1960, lo definirá de un trazo: «En Mi Compadre estudié toda la vanidad o mentira social de Suramérica». Y vaya, para terminar, el concepto autorizado de Alberto Restrepo González en su ensayo «Fernando González, testigo de la madurez de la fe», de su libro Testigos de mi pueblo: «El estudio biográfico del dictador venezolano es una burla de los sistemas políticos, de la parlanchinería senatorial inoperante; de las democracias latinoamericanas, títeres de los poderíos internacionales, que perpetúan castas y privilegios. […] González se burla de las falsas culturas nacionales suramericanas y alaba a Gómez, pues él, terco, despótico, ignorante, es la encarnación del momento histórico continental».
Fuente:
El Colombiano, columna de opinión «Bajo las ceibas», sábado 14 de agosto de 2004.