El brujo que hizo
llover sobre la isla
Por Juan José García Posada
Por una de esas coincidencias que sorprenden, el lunes pasado recordaba, en la columna escrita desde la isla de San Andrés, la entrevista con el entonces intendente Simón González Restrepo a comienzos de 1984. Y ese mismo día dejaba Simón la vida terrena…
En aquella entrevista reproduje (en el Literario Dominical) el testimonio del brujo Simón González Restrepo: «El relato fiel de su vida y sus proezas, la comprobación de cómo seguía obrando en él la huella de su padre, del filósofo Fernando González. Hablaba y lo escuchaba, a veces con asombro, en el ambiente austero de su despacho de la Casa Intendencial, mientras al pie de la portada seguía tremolando la bandera de Colombia y las sombras del anochecer iban empezando a acentuar el embrujo del escenario».
Este fue el preámbulo de la entrevista: «En Simón encontramos la obra encarnada de Fernando González. Es un libro en movimiento continuo, que va abriéndonos con magnanimidad todas sus páginas para entregarnos en cascada de palabras el contenido penetrante de su filosofía fresca de la vida. Nos descubre sin reservas los rincones de su brujería. Quiere comunicarnos su universo de magia, su misticismo naturalista, su vocación por el cultivo de las verdades simples y trascendentes. Es el enamorado de las diosas de la mar. En su refugio de Otraparte, allá en medio del silencio primitivo de la Vieja Providencia, bebe en las fuentes de la bondad esencial y dialoga con las aves y las plantas y con el viento. Se sumerge en las aguas y bucea largas horas para embriagarse en la contemplación de las formaciones coralinas y hablar con los peces. Charla en un idioma extraño con su amante la barracuda».
«Simón es un hombre de augusta sencillez franciscana. Anda de sandalias, y en lugar de tosco sayal lleva bluyines y camiseta, que da lo mismo. Usa gorra de tela y porta sus papeles en una mochila que le regaló su amigo entrañable, el cacique de los Mamas. Está decidido con firmeza inflexible a no cambiar su autenticidad ni su estilo ni su indumentaria, así lo hubieran detenido los porteros del Palacio de Nariño cuando lo llamó Belisario para nombrarlo Intendente».
«Simón González es el señor Intendente. El gobernador de la ínsula. El emperador de San Andrés. Y con todo y los títulos de mando, los isleños lo quieren como a un viejo hermano de crianza. Él ha tenido la sapiencia de interpretar de manera exacta los sentimientos y las emociones, los pensamientos y los goces y dolores de los nativos. Es un tipo fuera de lo común de funcionario y líder carismático. A las fórmulas severas de la administración les mezcla el sentido mágico de las cosas y aun las soluciones más difíciles le resultan. Por las playas invadidas de mercaderes y turistas, por el centro comercial repleto de chécheres y electrodomésticos, de rancho en rancho, entre palmera y palmera, al vaivén de las olas y con los rugidos de la mar al fondo, la fama del brujo Simón está creciendo como una leyenda blanca del Caribe enigmático».
«En todas partes, desde la costa del Norte hasta San Luis y La Loma, desde la Cueva de Morgan hasta los Almendros, se habla de Simón como de una especie de nuevo profeta y conductor de San Andrés y de Providencia, Santa Catalina y los Cayos… Y Simón se siente feliz de estar allí expiando los pecados que los pañas de todas las épocas hemos cometido contra los nativos».
Este párrafo se basa en la versión del mismo Simón sobre un acontecimiento que no pueden olvidar en San Andrés:
«Una tarde del año pasado hizo que terminara la sequía violenta y con el auxilio de las diosas de la mar logró que lloviera como nunca antes había llovido, y que el firmamento de San Andrés se estremeciera con truenos y centellas. Otra noche, hizo que cesara un aguacero inclemente para que los isleños pudieran festejar la coronación al aire libre de su nueva Reina del Coco».
Simón González ha sido para los nativos un personaje legendario. El mismo lunes en que viajó por fin al Silencio (así quería), y en los días anteriores, varias veces los oí hablar de quien fuera su más sabio intérprete. El martes por la mañana, cuando la noticia de su viaje a la eternidad voló con la brisa marina, muchísimos sanandresanos volvieron a expresar en vendé y en español sus gratitudes por la extensa lista de buenas obras públicas o inéditas del gobernante y vecino que le dejó sus cenizas a la mar de la Vieja Providencia.
Fuente:
El Colombiano, columna de opinión «Teclado», septiembre 29 de 2003, página 4A.