Fernando González
Lo veo ahora como en mis primeros veinte años. Cráneo magnífico para que en él resonara la angustia de esta raza humana, ojos claros de profeta capaz de experimentar el asombro; orejas como conchas acostumbradas a que el oído oyera el ritmo del mar y de la yerba que nace, el viento y las voces jamás invocadas; manos escultoras del aire, de la palabra definidora, del mensaje; voz que repetía su pensamiento y volvía a repetirlo para estar más seguro, o para agarrar la duda y sacarle sus esencias, como exprimiéndola. Silencios llenos de sabitud. Es difícil olvidar su figura en las tardes de Envigado, en el ajetreo de la ciudad, en la paz benedictina de Otraparte.
Manuel Mejía Vallejo