Presentación
Ruido
Inventario de
Música en Medellín
—9 de octubre de 2014—
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Casa de las Estrategias es metodología, trabajo en red y conocimiento. Es un centro de estudios que apoya y desarrolla proyectos de formación de jóvenes y colectivos. En cierta forma son casa para los sueños de otros que han desarrollado estrategias para esas organizaciones o grupos con los que trabajan, recordando que esos y esas soñadoras son los verdaderos protagonistas.
Presentación de los autores
por Martha Restrepo Brand.
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Ruido hace parte del Inventario de Arte Joven y Popular de Medellín. Es una metodología de investigación que ha sido desarrollada por Casa de las Estrategias con el fin de consolidar una descripción profunda de las diferentes prácticas artísticas de la ciudad. Esto incluye mapas, fonotecas, bancos de imágenes, videos y bases de datos que dan cuenta de las diferentes variables que se cruzan en estas manifestaciones artísticas. Este inventario se encuentra dividido en cuatro temas principales: graffiti, música, baile y audiovisuales, de los cuales Ruido es el segundo capítulo.
Los Editores
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Germán —de Back— define la función de la música como la “de generar catarsis, de exorcizar, de purificar, de remover cosas, de ecualizar a la gente”.
“Es lo más inmediato” y “una manera de vincularse con la gente a través de la soledad de cada uno” —nos dice Fabio Garrido de Frankie Ha Muerto.
“La música es un núcleo, todo tiene música, todo gira en torno a ella; conjunto de sonidos (…)” —Dicen en El Faro.
Masa de fuegos —dice Rulaz Plazco hablando del Hip-Hop—; “esa bolsa-masa, ese plan fusión”.
“La música es el último espacio íntimo que yo tengo”; es “donde me encuentro”; “es como estar en la placenta de la madre”; “es lo que representa la sangre para mi cuerpo” —dicen los músicos de Afrosound.
Músicos en Medellín dicen frecuentemente que la música es la vida. Dicen que la música tiene la facultad de revivir lo que está muerto y se atreven a definir la música como su religión. También empiezan muchos hablando de su sustento, una empresa o una industria, pero finalmente hay algo —en el fondo— desbordado de las lógicas que dicta el mercado y hasta el profesionalismo: urgencia.
La definición de la música se amplía y se vuelve altisonante en los músicos aquí entrevistados como refugio y escape. Hay una urgencia mayor en hacer música que en “ganarse la vida”. Una urgencia disfuncional —o impráctica— se hace mayor que las necesidades.
Este libro es un recorrido por la ciudad —como espacio— que motiva sonidos y atraviesa la mirada del músico; una reflexión de Medellín como plaza (audiencia y reglas de juego para ganarse la vida); pero, sobre todo, son preguntas (a medio responder) por los lugares que crean los músicos —como sonidos para habitar y ficciones para recorrer las propias horas— y desde ahí un tacto a las ranuras (deseos y dolores) de los que hacen la música.
Inventariomedellin.com
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El Faro
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Ruido
Introducción
Lo alternativo solo es una posición coyuntural en un contexto específico. Entre ciclos y tiempos, va cambiando según las posiciones predominantes en una u otra práctica o discurso. Hoy en la ciudad priman en medios y plataformas las músicas tropicales; a algunas les dicen “propias” o “sonidos autóctonos”, pero en Medellín estas músicas también fueron alternativas, al punto en el que eran condenadas por llevar al cuerpo más allá de las “buenas costumbres” dentro de la ciudad-parroquia.
Con el inicio de la pujante industria musical en varias ciudades del país estas músicas condenadas fueron “esterilizadas”, “limpiando los sonidos de provincia”, ganando un lugar importante en la industria local e internacional bajo la categoría “World Music”. Lo alternativo devenía hegemónico bajo la curaduría de la industria, que suavizaba y empaquetaba estos sonidos.
Pero en las décadas del sesenta y el setenta volvían a aparecer músicas diferentes. Esta vez, una rara escena de Rock emergía. En cierto modo eran unos sonidos influenciados por Mayo del 68 y el movimiento Hippie mundial, pero en Medellín tenían sus particularidades. Algo de Nadaísmo y movimientos juveniles locales, junto a rasgadas guitarras y desafinadas baterías daban inicio a esas agrupaciones de Rock ’n Roll de los setenta. Ancón en 1971, clubes de la ciudad y uno que otro concierto fueron la mayor expresión de estos sonidos entonces.
Pero los ruidos no desaparecerían: la ciudad tenía bastantes problemas con ellos y desde muchos frentes recibía sus ataques. Desde la iglesia hasta el alcalde tenían que ver con el tema. Mala suerte para las instituciones de Medellín: el fenómeno no desaparecería; al final de la década de los setenta el ruido se incrementaría, atomizaría y se haría cada vez más incontrolable. Terrazas, esquinas, canchas de arena, placas polideportivas, garajes, serían los lugares donde aparecía lo que para entonces llamaban “Rock pesado”.
En menos de media década Medellín tendría un abanico de ruidos emergentes. Por un lado de la ciudad, en el sur, en barrios de mejores condiciones económicas, aparecían bandas de algo parecido al Heavy Metal. Con mejores equipos e instrumentos empezaban a inundar la ciudad de sonidos que solo se conocían por los escasos discos que llegaban a Medellín. Al otro lado, en el nororiente y el noroccidente, algo extraño empezaba a cocinarse. No había instrumentos más allá de una guitarra acústica heredada y sin algunas cuerdas, pero los discos que entraban por alguna parte de la ciudad comenzaban a dar vueltas en casetes que se copiaban hasta que el sonido iba desapareciendo, haciéndose diferente, distorsionándose. De tales cintas fueron emergiendo sonidos diferentes: ya no era el Rock ’n Roll sesentero con voces melódicas y líneas armoniosas; más bien surgían gritos, guitarras a punto de reventar y percusiones improvisadas.
Primero fue el Metal, con el Heavy y el Black. Agrupaciones de Medellín que traspasarían fronteras impensables con esas tendencias musicales. No era un plan de negocios, ni una idea de industria; quizás pudo haber sido un accidente, pero en pocos años se estaba hablando del Metal de Medellín (lo que con el tiempo sería llamado el Metal Medallo) como algo distinto. Voces de Europa, y específicamente de Noruega, derrochaban elogios hacia las nacientes bandas de Metal, Ultrametal y Black Metal que surgían en la ciudad.
El Punk, por su parte, parecía iniciar de manera más extravagante. Aunque en ninguno de estos géneros había, en principio, una pregunta por la técnica, en el Punk el caos era imperioso: tres acordes y una idea de denunciar a gritos los sinsentidos de la ciudad; mientras que en el Metal la metáfora, las figuras y la retórica, aunque inconstantes, eran más trabajadas.
Un disco de vinilo llegaba a la ciudad y caminaba de parche en parche, tocadiscos y grabadoras portátiles, o iba a parar a la casa de alguien donde los demás iban a escucharlo. Pasar a casetes, hacer compilados y empezar a grabar los propios sonidos en una grabadora casera. Así se fue dando esta suerte de mestizaje musical que fue engendrando sus propios sonidos, esos que años después serían llamados Punk Medallo y Metal Medallo. Quizás su autenticidad en lo técnico estaba en la precariedad de los instrumentos y en la baja calidad de las grabaciones, pero lo cierto es que había una fuerza creadora poco antes vista en la ciudad. Ensayos diarios, conciertos improvisados cada fin de semana y bandas que emergían sin muchos preámbulos. La velocidad de este auge dio como resultado que en muy poco tiempo había otros sonidos fuera de estos dos géneros. El Hardcore, en sus primeros años, mediados de los ochenta, recogió esas letras descarriadas y directas del Punk, pero les agregó la fuerza y la variedad rítmica del Metal.
Entre varios subgéneros, cruces y variaciones del Metal y el Punk llegó la década del noventa. El ruido bajaba un poco. Pero no era por que hubiera menos bandas; a lo mejor se debía a la búsqueda de una “limpieza” en la música. Con esto, de la mano de la tecnología y de cierto cansancio frente a los dos géneros que habían reinado una década, llegaba el Rock Alternativo. Con mejores posibilidades de grabación y de sonido en vivo, la música en la ciudad ampliaba sus posibilidades.
Para bien o para mal, algo cambió en la década de los noventa. Para algunos fue una mengua en la intención creativa y de hacer música a cualquier precio, para otros fue una pregunta por hacerla mejor, por profesionalizarse, por hacer de la música una industria o, al menos, un modo de vida. De cualquier manera, esto trajo otras dinámicas. Los grupos siguieron apareciendo, la técnica había mejorado, la figura de la sala de ensayo tomaba más forma y ya había mejores grabaciones y circuitos de distribución.
En la transición entre los ochenta y los noventa el circuito ya no era solo de Punk, Metal y Rock: el Rap, que había empezado en la ciudad por el baile y el graffiti, también se fortalecía con grandes clanes locales. El Reggae empezaba a surgir desde algunos bares y discotecas y los primeros experimentos de Electrónica emergían cercanos al Rock. Entre todos estos géneros aparecían intersticios, pruebas y experimentos musicales. Algunos como fiascos de garaje, otros llegando a marcar un estilo y una pauta para las agrupaciones venideras.
Los noventa terminaron dejando muy alto el listón y muchas bandas con proyección nacional e internacional. En este punto, después de dos décadas de ruido, es que empezaron masivamente las instituciones a acercarse a estos sonidos. Desde la Alcaldía, pasando por fundaciones y corporaciones (sin animo de lucro), hasta el sector privado, tendrían un contacto con estos sonidos, lo que se reflejó en más y mejores espacios para las bandas, quizás en algunas remuneraciones económicas y algo que antes era casi insólito, en el apoyo y acompañamiento a procesos de formación alrededor de estas músicas.
El ruido en la ciudad no ha desaparecido, solo ha tornado caminos extraños. Quizás podría pensarse la historia del ruido en la ciudad, por lo menos de la década del ochenta hasta la primera década del dos mil, como una historia en la que se ha ido bajando el volumen; pero no ha sido una búsqueda del silencio, más bien ha sido aprender a controlar el silencio para mejorar el ruido, para hacerlo virtuoso.
Ruido es nuestra apuesta por dar cuenta de músicas que tienen en sus células el devenir de una genealogía ruidosa. Es nuestro inventario sencillo de algunos lugares y personas que han convocado este ruido en la ciudad, no es una muestra que quiera hablar de estrellas y famas, ni mucho menos nos interesa incorporarlo todo o ser una selección de lo mejor; es un ruido de ruidos. Desde el Hip-Hop en buses, el Punk en garajes, el Metal gritado, hasta las agrupaciones que han estado en otros países, queremos dar cuenta de esos matices, de esos ruidos de cuadra y esquina que se reconcilian con su época y llevan la batuta en lo alternativo, así se trate de la alternativa a su propio destino.
Fuente:
Jaramillo, Lukas; Jaramillo, Juan Diego. Ruido: Inventario de Música en Medellín. Casa de las Estrategias, Medellín, 2014.
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De Bruces a Mí
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