Recital de Adviento
Presentación
de Poética N° 7
—Diciembre 11 de 2007—
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“Vengo a expresar mi desazón suprema y
a perpetuarla en la virtud del canto”.
Porfirio Barba Jacob
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La Casa de Poesía Porfirio Barba Jacob realizará su especial Recital de Adviento en la Casa Museo Otraparte el martes 11 de diciembre a las 7:00 p.m. El Recital de Adviento es la apertura al nuevo tiempo que generoso abre sus alas como señal de bienvenida y de renovación; es el tiempo de limpieza y preparación del amor, la paz, la tolerancia y la fe, como las cuatro virtudes dignas de revisar.
Para la Iglesia Católica el adviento (latín: adventus Redemptoris, “venida del Redentor”) es el primer periodo del año litúrgico cristiano, que consiste en un tiempo de preparación para la Navidad. Su duración es de 21 a 28 días, dado que se celebran los cuatro domingos más próximos a la festividad Navidad.
Marca el inicio del año litúrgico en todas las confesiones cristianas. Durante este periodo los feligreses se preparan para celebrar la conmemoración del nacimiento de Jesucristo y para renovar la esperanza en la segunda Venida de Cristo Jesús.
Durante el Adviento, se prepara en cada hogar (no sólo en la iglesia) una corona de flores, llamada Corona de Adviento con cuatro velas, una por cada domingo y cada una con su significado particular.
El recital de la Casa de Poesía contempla la lectura de poemas alusivos al tiempo de advenimiento, a cargo de los poetas Claudia Trujillo, Cecilia Muñoz y Edgar Trejos, y contará con la presencia de la poeta Marga López como invitada especial.
La segunda parte del acto estará dedicada a la presentación de la revista Poética Nº 7, editada por la Casa de Poesía Porfirio Barba Jacob con una edición especial que marca un nuevo tiempo. Está dedicada a la poética urbana con poemas de diferentes escritores del país y del mundo y un dossier que contiene la propuesta arquitectónica de Rogelio Salmona como poeta de ciudad.
Al final del evento se entregará la revista a los asistentes.
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Poética N° 7
“Una Poética de la Ciudad”
Revista de divulgación poética de la
Casa de Poesía Porfirio Barba Jacob
“Columpia el mar su cauda nacarina,
y en ustorios relámpagos de espejos
esplende en bruma de ópalo la carne de la ondina.
Y fulge Acuarimántima a lo lejos…”.
Porfirio Barba Jacob
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Tomo en mis brazos el recuerdo de la ciudad, y siento sus calles como los corredores de mi casa; aquellos que conducían mi corazón a mi cuarto… a mi cuna.
Claudia Trujillo
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La ciudad, la casa
Por Claudia Trujillo
I
Para los hombres primitivos, quizá vivir, era encontrar un lugar en el paisaje, correspondiente a su alma, a sus necesidades primeras, a su miedo.
Entonces, en esa mirada remota, vivir y habitar se asimilan en una ecuación de igualdad, que palpita secretamente en el corazón.
Para los nómades y cazadores, el fuego y la intemperie eran la casa, el caparazón protector, los muros invisibles que guardan la vida.
Para los recolectores de frutos y sembradores, el hogar era la cueva; la piedra que contenía los sueños.
Así, habitar un lugar, era fundar un hogar en él, construir relaciones con la naturaleza circundante y con los semejantes, también moradores del mismo espacio.
Albergarse entre muros de piedra o barro o paja o arcilla cocida o concreto, es entregarse a percibir el mundo, a soñarlo bajo la sombra de una casa…
La casa con su patio para recordar el cielo, con sus corredores para no olvidar el agua, con sus sótanos para evocar el misterio, con sus azoteas para respirar la libertad; la casa con sus murallas para protegernos, con sus ventanas para retener el horizonte… la casa con sus cuartos cálidos y penumbrosos, para sentir la tierra.
La casa de pan y leche, la casa del alfabeto y de las sílabas, la casa de viento, la casa de ser felices, la casa donde se aprende a amar, la casa de las bendiciones y la cólera, la casa con sus algarabías y sus silencios. La casa para purificarnos del afuera, para sabernos, para encontrarnos. La casa para lavarnos del dolor, la casa para imaginar, la casa para pensar la existencia, la casa para recordar las estrellas; la casa para viajar sin salir. La casa de los hallazgos y la magia, la casa de las conjuraciones… la casa del tiempo.
La casa para pedir clemencia cuando estamos solos, la casa para olvidar, para reposar el cansancio cuando estamos tristes… la casa del regreso, la casa para volver a empezar, la casa para indagar y tener fe. La casa que tiene un lecho para tu cabeza… la casa que contiene mi casa, la casa de la poesía… la casa de Dios; la casa para morir… la casa.
II
A la manera en que la casa se puebla de rostros del tiempo, de perfumes, de sentidos, de vivencias y de palabras; lo hace también la ciudad.
La ciudad que canta bajo la piel de las casas, ahora se arroja a las calles para entrelazarse con destinos disímiles, para sumarse al peregrinaje del afuera y abandonar su aliento en la fatalidad de los encuentros con que se teje la vida.
Una sincrónica y hermosa correspondencia, anima el alma y la breve espacialidad de la casa, a superponerse al alma y a la plantilla energética de la ciudad.
Entonces la ciudad, como la casa, se encargará de ordenar el mundo de aquellos moradores en torno a la imaginación, al sueño de un lugar ideal para ser, para edificar un destino, para comprender, para pensar, para celebrar la vida. Pero por supuesto, en la ciudad como en la casa, como en el corazón de un hombre, coexiste el absurdo a la par que la belleza, lo efímero e igual lo permanente; la fría razón a la vez que la devoción, la virtud y el vicio, la eternidad y lo fugitivo; y todo ello en la índole que le es propia, a ese hombre, a esa casa, a esa ciudad.
Acerca de esta tensión continua, de esta duplicidad irresoluta e inmanente en la naturaleza de las cosas, dice Franco Rella de un texto de Baudelaire sobre París: “La belleza tiene relación con la vida, sólo si acoge la disonancia, toda la disonancia, exasperándola hasta el punto en que en ella se abre el paisaje a través del cual se visualiza el signo de una posible redención”.
Los espacios públicos de una ciudad son, de cierta manera, la despojada intimidad de una casa, de un hombre. La parte pública de la poesía se hace visible en la manera de edificar, de materializar los pensamientos y las ilusiones.
Así como se yerguen nuestras fantasías al interior de nuestro cuarto y de nuestra casa, se levantarán nuestras ciudades, quiméricas o reales, terribles y bellas, miserables y espléndidas, oscuras y luminosas, justas y mezquinas, cristalinas y obscenas, bondadosas y vulgares… Todos los rostros de la ciudad, como todos los rostros de un ser, caben en ella.
Al igual que nos es propia la búsqueda de la perfección y la armonía, nos es natural el camino espinoso que nos conduce a ellas.
Así como la casa alberga nuestro fuego y nuestra sombra, la ciudad albergará también nuestros tormentos y desdichas, nuestras búsquedas, nuestros miedos, nuestras máscaras y nuestras verdades, nuestras vanidades y nuestra humildad… Ella ha sido testigo de nuestro infierno y lo será también de nuestro cielo.
Ahora como un grito, la ciudad, esa casa de la poesía.
Fuente:
Comunicación personal.