PRESENTACIÓN
El profundo
placer de este dolor
—Febrero 28 de 2008—
Beca de Creación – Poesía
Municipio de Medellín 2006
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Olga Elena Mattei Echavarría (1933) es reconocida como una de las mejores poetisas de Colombia. Desde pequeña estuvo rodeada por el arte y el buen gusto y estudió teatro, ballet y escultura. Se graduó en Filosofía y Letras y en Arte y Decoración en la Universidad Pontificia Bolivariana. En 1962 publicó “Sílabas de arena”, el primer libro de una extensa obra que incluye “Pentafonía” (1964), “La gente” (1973), “Huellas en el agua” (1974), “Cosmofonía” (1975), “Conclusiones finales” (1989), “Regiones del más acá” (1994), “Cosmoagonía” (1995), “Los ángeles del océano” (2000), “Escuchando al Infinito” (2005) y “El profundo placer de este dolor” (2007). Su trabajo ha sido traducido a diferentes idiomas y ha sido incluido en más de ochenta antologías, enciclopedias, diccionarios, páginas web y textos nacionales e internacionales. Olga Elena Mattei ha recibido distinciones como el Premio Nacional de Poesía Guillermo Valencia (Colcultura, 1973), el Premio Internacional de Poesía Café Marfil (España, 1974), la “Orden Les Aniseteurs du Roi” (París, 1976), el Premio Nacional de Poesía Porfirio Barba Jacob (2004) y el Premio Nacional de Poesía Meira del Mar en 2007. La cantata “Cosmofonía” fue estrenada en Francia en 1976 por la Radio y Televisión Francesa con música del compositor Marc Carles. Ha sido modelo, crítica de arte, publicista, diseñadora, directora de galerías de arte y es frecuente invitada a congresos como ponente y como lectora de sus obras en importantes salas de diversos países.
Presentación de la autora por
Pedro Arturo Estrada
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“El libro Sílabas de arena es un universo más real, más positivo, más atemporal que los mundos de Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Barba Jacob, etc. Más alto, más allá del bien y del mal, o sea, más eterno. Originalísimo (…). No recuerda a nadie, no se confunde con nadie (…). Tiene imágenes que sólo en los Clásicos Griegos, en Homero y en Shakespeare, encuentran sus hermanas… Hay un poema, en especial, que me tiene asombrado y es aquel de “Por gustar el color de las fresas”: es igual, si no mejor que el de Rimbaud”.
Fernando González
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El amor, para Olga Elena Mattei, ha sido el eje de su existencia y de su obra literaria (…). Y es el que dicta sus palabras para expresar también el asombro, el dolor, la alegría, el goce, la emoción simple ante el mundo, la gente, los fenómenos físicos y aun, las realidades metafísicas que la obsesionan, puesto que de hecho, el arte en sí no es más que la manifestación concreta del amor humano en su plenitud, verdad de Perogrullo que no necesitamos dilucidar demasiado. Sin embargo, El profundo placer de este dolor reúne los textos más arriesgados que Olga Elena ha escrito desde su primera juventud en torno de la experiencia amorosa como tal, aquella que involucra dos seres de carne y espíritu en una especie de realidad anómala, desconocida, distinta de toda otra experiencia y en ocasiones incluso única y última, colindante con la experiencia mística, como en ciertos pasajes de la obra se evidencia, recordándonos en su intensidad, ritmo ascendente, pavura y temblor esa misma Llama de Amor Viva que cantara Juan de la Cruz. No es gratuita, en tal sentido, la imagen berniniana del Éxtasis de Santa Teresa que ilustra el libro. Por momentos el lector sentirá fundirse la voz amante al misterio absoluto del amor como instancia suprema, sagrada, definitiva, anonadándose, transfigurándose y conquistando el instante donde dolor y placer dejan de ser orillas opuestas para fluir al fin como una sola, extática sustancia (…). Fundamentalmente, los poemas de amor de Olga Elena son una constante, obsesiva y múltiple invitación al ser amado —luminoso y a la vez oscuro objeto del deseo—, al encuentro absoluto donde, como dijo Bretón, todos los contrarios dejan de existir.
Pedro Arturo Estrada
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Olga Elena Mattei
Por Héctor Abad Faciolince
A mí no me tocó, por distraído, cuando Olga Elena Mattei era modelo profesional. Ni cuando fue bailarina de ballet; ni cuando era presentadora de televisión. La primera noticia que tuve de ella fue por un libro de tapas grises que había en la biblioteca de mi casa y que se llamaba Sílabas de arena. Dice su pie de imprenta que fue publicado por La Tertulia de Medellín en 1962. En ese libro había un poema: “Palabras para un niño sordomudo”, que me conmovía profundamente. Ese libro se me perdió en una de las mil mudanzas de la vida, pero todavía recuerdo algunos versos: “Todo es tuyo, porque eres dueño del silencio. (…) La música que piensas es incienso”.
El siguiente recuerdo que tengo de Olga Elena es en una casa por una loma arriba de El Poblado que en ese tiempo quedaba en la frontera de la ciudad y el campo. Yo vivía en una casa de clase media por Laureles, de esas de salas horribles llenas de porcelanas espantosas y corredores con piso de baldosas de todos los colores. En cambio la casa de Olga Elena y Justo Arosemena era un museo. Allá vi por primera vez cuadros de Obregón y pinturas antiguas. Allá los muebles eran unos inmensos mesones de conventos. Allá había santos coloniales que te miraban con ojos atónitos desde los rincones. Yo me iba a fingir que hacía tareas con Fernando Arosemena, mi compañero de clase, y por la noche oía desde lo lejos las discusiones y las carcajadas de las tertulias que se organizaban en la casa del Cónsul de Panamá (eso era Justo) a las que asistían los escritores y artistas más importantes de Colombia. Cuentos de Manuel Mejía Vallejo, murales de Obregón, discusiones vitales o teológicas.
Cuando, hacia el año 72, yo empecé a escribir poesías (pésimas poesías), se las mandaba a Olga Elena al escondido de mis compañeros y durante semanas esperaba con una ansiedad insoportable sus respuestas. Tenía 15 años y ella me trataba —se lo agradeceré siempre— como un adulto serio. Recuerdo algo muy importante en sus comentarios. Era una sigla: L.C. Ele Ce. ¿Qué quería decir eso? Ella me lo aclaró: “Lugar Común”. Yo no tenía ni idea de lo que era la expresión “lugar común”, y con mucha tristeza mi papá me lo tuvo que explicar: “Es una expresión gastada, una frase manida, algo que de tan oído no se puede repetir”. Desde los 15 años no he hecho otra cosa que tratar de sacarles el cuerpo a los lugares comunes, y no sé si lo he logrado, pero si alguna vez lo logro se lo debo a Olga Elena Mattei. Gracias a ella, aunque me estimuló mucho, dejé la poesía, pero me aferré a la escritura como salvación.
En esos mismos años apareció su tercer o cuarto libro, La gente, premiado y publicado por el Instituto Colombiano de Cultura en 1973. Era la antipoesía pura y dura, en el escueto estilo de Nicanor Parra. Antes había salido la Pentafonía, que para su presentación en París, para la radio y la televisión francesa, fue acortada y salió como Cosmofonía.
Después fueron otros diez años. Su casa de casada con Justo Arosemena se acabó. Volví a ver a Olga Elena en un apartamento, también atiborrado de maravillas, en Nueva York. Vivía con el poeta Ocampo Zamorano y en las semanas que estuve cerca de ella fue mi guía por el Metropolitan y por el Museo de Arte Moderno.
Ese viaje suyo duró mucho tiempo, tal vez demasiado. Olga Elena se fue cuando era una de las poetas más reconocidas de Colombia. Cuando regresó, 20 años después, mucha gente la había olvidado. Pese a sus recitales en el mundo entero, pese a las críticas elogiosas de hombres ilustres, Colombia, que es tierra fértil para la amnesia, la había olvidado.
Cosmoagonía pertenece a la veta quizás más prolífica en Olga Elena: la que mezcla conocimiento científico con exploraciones de elevación mística.
La literatura no es como el deporte, o como los desfiles de moda y los presentadores de televisión. No puede ser que para ser un buen escritor tengan que averiguar la edad y hacer un casting.
Es una lástima cuando la civilización del espectáculo suplanta una de las pocas cosas que mejora con los años, que es la especialidad lingüística.
Los muchachos y las muchachas son de una gran belleza, pero no saben hablar, o cuando hablan, lo único que sueltan son lugares comunes. No saben que el agua tibia se inventó hace siglos.
Olga Elena Mattei no ha dejado un solo día de escribir durante estos 35 años en que yo la conozco. Ha publicado 12 libros y tiene inéditos otros 32. Regiones del más acá es uno de sus títulos más hermosos, de 1994. El último, uno de los premiados, es Escuchando al Infinito. Hoy es un gusto y un honor poder oír su voz. Creo que no oirán ningún lugar común.
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Poemas de
Olga Elena Mattei
El DesconocidoDespierto, * * * Si Me Vieras AsíSi me vieras * * * SincroníaHechos los dos de lumbre y lejanía, Esculturas de carne |
Fuente:
Mattei Echavarría, Olga Elena. El profundo placer de este dolor. Fondo Editorial Ateneo Porfirio Barba Jacob – Fiesta del Libro y la Cultura, Medellín, septiembre de 2007.