Presentación
Mundo Cortázar
Velada en torno al escritor
argentino en los 100 años
de su nacimiento y los
30 de su muerte
—Noviembre 20 de 2014—
Julio Cortázar
(1914 – 1984)
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Cortázar fue un hombre completo. Su obra es humor, poesía, erotismo, fantasía. Son sus preguntas el centro del ser y la autenticidad (el “kibutz del deseo”). El suyo es un legado amplio y profundo, pleno de matices. Potencia los sentidos, la sensibilidad. Ayuda a vivir y confronta con el vacío. Nuestra velada “Mundo Cortázar” no será un acto académico. Ofreceremos una muestra del universo cortazariano. Un acercamiento a su vida y a su obra desde diferentes matices y formatos: audio, video, lectura y conversación con el público.
Julio Cortázar fue un escritor del mundo, escritor multifacético. Nació en 1914. Murió en 1984. Seguirá vivo. Escribió cuentos de todo tipo (principalmente fantásticos), recogidos en los libros “Bestiario”, “Las armas secretas”, “Final del juego”, “Octaedro”, “Alguien que anda por ahí”, “Queremos tanto a Glenda” y “Deshoras”. Publicó las novelas “El examen”, “Divertimento”, “Los premios”, “Rayuela”, “62 Modelo para armar” y “Libro de Manuel”. Para teatro escribió la pieza “Los reyes”. Así mismo, fue autor de las obras radiofónicas “Adiós Robinson” y “Nada a Pehuajó”; de textos humorísticos como “Historias de cronopios y de famas”; de los libros almanaque “La vuelta al día en 80 mundos”, “Último round” y “Territorios”; de poesía con “Pameos y meopas” y “Salvo el crepúsculo”; del libro de viaje “Los autonautas de la cosmopista” y de los ensayos sobre literatura “Imagen de John Keats”, “Para llegar a Lezama Lima” y “Teoría del túnel”. También tradujo a Edgar Allan Poe, Daniel Defoe, André Gide y Marguerite Yourcenar. Escribió miles de cartas, recogidas en cinco volúmenes. Participó en actividades revolucionarias y defendió los derechos humanos.
Conversación de Mauricio Correa,
Marco Mejía y Lucía Estrada
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Cortázar escribe su literatura para desplegar todo lo que el hombre es, puede ser y debe ser. Concibe lo literario como potenciación de lo humano, puesta en juego de facultades y disponibilidades adormecidas, de todos los posibles e imposibles humanos.
Saúl Yurkievich
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Poemas de Julio Cortázar
Para leer en
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Fuente:
Cortázar, Julio. Salvo el crepúsculo. Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 2009.
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Alegría del Cronopio
Encuentro de un cronopio y un fama en la liquidación de la tienda La Mondiale.
—Buenas tardes, fama. Tregua cátala espera.
—¿Cronopio cronopio?
—Cronopio cronopio.
—¿Hilo?
—Dos, pero uno azul.
El fama considera al cronopio. Nunca hablará hasta no saber que sus palabras son las que convienen, temeroso de que las esperanzas siempre alertas no se deslicen en el aire, esos microbios relucientes, y por una palabra equivocada invadan el corazón bondadoso del cronopio.
—Afuera llueve —dice el cronopio—. Todo el cielo.
—No te preocupes —dice fama—. Iremos en mi automóvil. Para proteger los hilos.
Y mira el aire, pero no ve ninguna esperanza, y suspira satisfecho. Además, le gusta observar la conmovedora alegría del cronopio, que sostiene contra su pecho los dos hilos —uno azul— y espera ansioso que el fama lo invite a subir a su automóvil.
Fuente:
Cortázar, Julio. Historias de Cronopios y de Famas. Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 1995.
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Capítulo 68 de Rayuela
Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpaso en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.
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Ver “Julio Cortázar – A fondo"
Escuchar “Carta a Rocamadour”
Escuchar “Me caigo y me levanto”
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