Presentación
La Tertulia de
José Manuel Arango
(Documental)
—Febrero 2 de 2017—
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Retrato íntimo de la tertulia que dirigió el poeta José Manuel Arango durante varios años en el Jardín Botánico de Medellín. El documental contiene referencias a la revista de poesía “DesHora” y testimonios de Gustavo Zuluaga “El Hamaquero”, Guillermo Baena, Piedad Bonnett, William Ospina y Héctor Abad Faciolince. La mayor parte de las grabaciones fueron realizadas en 1998 en formato análogo Súper VHS, y en consecuencia se realizó un cuidadoso trabajo de recuperación de este valioso material audiovisual.
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El director César Augusto Montoya Bermúdez es comunicador social periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana, cofundador con Paul Bardwell de la revista de cine “Kinetoscopio”, cineclubista, profesor universitario y realizador audiovisual. Entre sus documentales se destacan “AURA”, “Karaktere Aguirre”, “Alberto Aguirre, fotógrafo”, “La Tertulia de José Manuel Arango” y “José Manuel Arango: La humildad del jardinero”.
Con la participación de César Augusto Montoya, Gustavo Zuluaga (“El Hamaquero”) y Pedro Arturo Estrada.
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Producción: Valhala Producciones
Dirección: César Augusto Montoya
Edición & Montaje: Gabriel Serna
Música: Jorge Montoya
Duración: 55 minutos.
Año: 2016
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José Manuel Arango (Carmen de Viboral, 1937 – Medellín, 2002) fue profesor de lógica simbólica durante varios decenios en la Universidad de Antioquia. En los años 60 residió en Estados Unidos, donde obtuvo su maestría en Filosofía y Literatura y conoció los principales movimientos poéticos contestatarios de ese momento: beatniks, imagismo y la contracultura hippie. Sin embargo, su poesía buscó raíces más hondas, desde la tradición clásica e hispanoamericana, pasando por la mejor poética anglosajona e incluso del lejano Oriente. Escritores como Walt Whitman, Emily Dickinson, William Carlos Williams, Ezra Pound y Denise Levertov tuvieron siempre en su obra una profunda ascendencia espiritual y estilística. Fundó, junto a otros intelectuales, revistas de gran prestigio: Acuarimántima (1973-1982) y DesHora (1996-2002), y participó en el Consejo de Redacción de Poesía (1986-1989). En 1988 recibió el Premio Nacional de Poesía, otorgado por la Universidad de Antioquia como reconocimiento a su trabajo literario, y en 1997 el Premio a las Artes y las Letras de la Secretaría de Educación y Cultura de Antioquia. Publicó Este lugar de la noche (1973), Signos (1978), Cantiga (1987), Poemas escogidos (1988), Poemas (1991), La sombra de la mano en el muro (1992), Tres poetas norteamericanos (traducciones de Whitman, Dickinson y Williams, 1993), En mi flor me he escondido (traducción de Emily Dickinson, 1994), Montañas (1995), Poemas reunidos (1997) y La tierra de nadie del sueño (póstumo, 2002). Casi toda su obra se compone de poemas cortos que recogen, de un lado, un enorme acervo cultural, y de otro, una sensibilidad que se expresa en monólogos y en alusiones herméticas.
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José Manuel Arango con su padre.
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José Manuel Arango:
“Si hay algo que decir,
está ahí en el poema”
“En algún lugar alguien lee
un libro extraño como el silencio”.
J. M. A.
Por Cristóbal Peláez González
No es la suya una obra poética voluminosa. Resulta sí sorprendente, que con tan sólo tres libros de pocos y cortos poemas haya alcanzado ya una figuración destacada en el espectro de las letras nacionales. Ahora como resultado de esa escalonada fama que le ha venido creciendo lenta y silenciosamente, desde que entregara a los lectores en 1973 su primera obra Este lugar de la noche, se ha visto obligado a responder a la voracidad periodística, incluida la nuestra, rompiendo así el patrimonio de su declarado silencio.
Sobre José Manuel Arango habría que decirlo todo de una vez, por ejemplo, que es un hombre sustancial, aherrojado a la precisión del coloquio, a una actitud de vida interior, inquilino permanente del maravilloso mundo de las presencias. O decir de él sólo que se ha desempeñado como profesor de lógica simbólica en la Universidad de Antioquia, que nació en el Carmen de Viboral en 1937 (“… en aquella época el Carmen quedaba muy lejos, hoy es prácticamente un barrio de Medellín”), y, por último agregar que fue uno de los gestores de Acuarimántima, revista de poesía y sólo poesía que alcanzó algo así como los 37 números en esta tierra donde nadie creía en los rapsodas.
Los poetas, en verdad —lo dijo León Felipe de Walt Whitman—, no tienen biografía.
A sus 53 años permanece vigoroso, sereno, contemplativo, en la meridiana soledad campestre de su casa. En el lento movimiento de la conversación van emergiendo una a una las palabras predilectas a las cuales, desde tiempo, guarda una fidelidad estricta: “reflexión”, “amigos”, “la vida”, “el amor” y una palabra diminuta que le baila de continuo entre las frases, “baile”, pronunciada con un deleite evocativo, primigenio.
Es un moreno, delgado, bastante de aquí, de estas fisonomías híbridas que rememoran alguna gestualidad indígena. Es un tímido comprometedoramente cordial que escamotea los compromisos que pueda generar su obra.
Cantiga, Signos y la mencionada líneas arriba, conforman su poética total. También ha publicado versiones de poemas de Thomas Merton, Denise Levertov, Kenneth Patchen, Georg Trakl, David Ray, Emily Dickinson y otros.
Estrictamente personal
Vía Pública: Conocida es su intención de mantenerse al margen de todo aquello que no sea su propia producción poética, es decir, no conceder entrevistas ni hacer crítica, tampoco participar en concursos. Aquello que Santiago Mutis llamaba en usted “mantenerse en lo primordial”. ¿Es esta una actitud de respeto para con su obra?
José Manuel Arango: Creo que puede ser más una cuestión de temperamento. A mí me gusta estar por aquí, apartado, en el campo. Llevo una vida calmada, en silencio, leyendo o releyendo a mis autores favoritos, y de pronto tratando de escribir algo. No me gusta andar en una vida pública, de cocteles. Puede haber, claro, algo de respeto por lo que se hace, pero no es lógicamente una pretensión de solitario, que por otra parte no lo soy. No puede uno marginarse de esta vida, sobre todo en estas circunstancias tan duras que vivimos. Querámoslo o no uno está metido en una atmósfera.
VP: Se dice que el poeta encuentra su verdad en medio de la soledad y del silencio.
JMA: Eso es muy relativo. La poesía es capaz de hacer tantas cosas como la palabra. Puede haber poesía en una fiesta, por ejemplo. Walt Whitman es un poeta de la plaza pública, de la calle, de la guerra incluso, de andar entre soldados, escribiendo poemas por las noches después de haber atendido como enfermero a los heridos. A la poesía no hay que ponerle limitaciones, es capaz de decir las cosas desde cualquier lugar.
VP: ¿No podríamos interpretar su hermetismo como desgana?
JMA: La palabra no es desgana. Sino más bien es esto: que uno no es crítico, que en una entrevista o recital se está metido en una cosa que no es lo de uno. Cuando se llega a un recital a leer poemas tengo la impresión que estoy en un véanme, óiganme, que yo soy un poeta y tengo muchas cosas que decir, así ocurre en una entrevista donde hay una exigencia a desnudarse o de ser muy inteligente o de decir cosas muy importantes. Creo que eso no es. Un poema es algo que sale en una experiencia muy particular y que si hay algo que decir… pues está ahí en el poema.
VP: ¿El hecho de ser objeto de reconocimientos, de ser publicado, lo obliga socialmente?
JMA: Sí, es verdad, se siente el compromiso. Lo cierto es que también me da pena negarme cuando me invitan para que hablemos un poco. Cuando se gana un premio lo reclaman, lo obligan a salir a uno. Creo que también debería quitarme esa obligación de encima. Voy a revisar eso porque lo creo necesario.
VP: ¿Piensa que toda esta parafernalia que le hacemos lo vulgariza?
JMA: No es que me vulgarice, pues hay personas que tienen talento para estas cosas. Pensemos en las entrevistas de Borges, cómo se han convertido en otro género literario que él maneja con mucha propiedad y maestría.
VP: ¿Y cuál es su posición frente a los concursos?
JMA: El premio que me concedió la Universidad de Antioquia fue por reconocimiento, no por concurso. Pero tampoco tengo una posición contraria a los concursos. Creo que son un instrumento para que la gente que escribe muestre su obra. Sobre todo cuando toca mostrarla por primera vez. Aclaro: no estoy sistemáticamente en contra de los concursos, ni sistemáticamente en contra de leer poesía, ni sistemáticamente en contra de las entrevistas. Pero en general le saco el cuerpo a esas cosas. A mí me interesa más sentarme a leer o escribir un poema, de la misma manera que el artesano va puliendo con paciencia un objeto bello y lo goza. Así se disfruta escribiendo y cuando se logra un poema bello se publica para que otros lo vean, se muestra para compartir la belleza. Uno no escribe para uno mismo, si se escribe es para decirle algo a alguien.
Contra la muerte coros de alegría
VP: ¿Alguna vez le ha surgido el recóndito deseo monstruoso de destruir su obra literaria?
JMA: No. Uno rompe muchas cosas que nunca muestra porque cree que es algo que no dice nada.
VP: No tanto con lo que se rompa como borrador, sino ese deseo de destruir lo anterior, lo acabado.
JMA: Las cosas pasadas son un poco ajenas. Casi no vuelvo sobre ellas. Se está es como en el problema de la vida hoy. La poesía en cierta forma es eso, una reflexión sobre la vida y las circunstancias, y éstas son cada vez distintas, requieren revisión continua.
VP: Esa “vida hoy” que usted expresa ofrece condiciones harto particulares para la poesía ¿no?
JMA: Escribir poesía se ha vuelto difícil. La poesía es una reflexión, y una celebración de la vida, y cuando uno vive en una —con esa expresión tan extraña— cultura de la violencia, una cultura de la muerte —con esos términos tan antagónicos—, ¿cómo se puede cultivar la muerte? Ya uno no sabe qué hacer, cómo escribir. Todo puede llevar a un tono de pesimismo, de desaliento, una voz que sigue ahí hablando de muerte. Todas esas cosas se les deberían dejar a los noticieros y uno tendría que escribir, a pesar de todo, poemas felices. Mostrar un mundo diferente. Pero ¿no sería también caer en idealismos blandos, en posturas vacilantes, en una actitud de vacío?
VP: ¿Cómo hacer versos mientras Roma arde?
JMA: Y sin embargo la poesía no puede reducirse a un mero reporterismo de actualidad. Barba Jacob proponía contra la muerte coros de alegría. Ungaretti escribía poemas de amor desde las trincheras. Pero se necesita una actitud muy sincera, como la de Ungaretti, para no caer en la evasión. Estamos metidos en una atmósfera de muerte y hay que reaccionar, ¿cómo?
VP: ¿Cómo?
JMA: No sé. Tal vez como lo decía Walt Whitman: “Conservar un corazón alegre en la vejez”.
VP: En Cantiga, en los últimos poemas según el orden de publicación, aparece una preocupación por asumir esa realidad de muerte, por penetrarla.
JMA: Sí, es posible y creo que puede ser una de las fallas.
VP: ¿Fallas?
JMA: Puede ser que haya sucumbido a todo ese pesimismo de la muerte, dejarme atrapar por la queja.
VP: No lo vemos de ese modo, si tomamos el poema “Ah, y es de nuevo la mañana”:
Ah, y es de nuevo la mañana
Tibia y azul
El que está señalado
(En la lista hay una cruz después de su nombre)
liviano todavía
va por las callesTrae la calavera llena de sueños
Limpio recién peinado
va a sus negociosCuando el asunto se despache un nombre
se tacharáPor ahora va por las calles.
Podemos captar mucho de humor (negro), de cinismo.
JMA: Es la segunda vez que alguien me dice esa palabra, cinismo. Alguien ya me había dicho que yo era capaz de mirar a la muerte con cinismo. Pero no, cinismo nunca, para ser cínico hay que estar afuera, mirando por encima del hombro y yo estoy adentro. Puede que el oficio del poeta sea el mismo al de “Los que tienen por oficio lavar las calles”. Ese poema me llega más:
Los que tienen por oficio lavar las calles
(madrugan, Dios les ayuda)
Encuentran en las piedras, un día y otro, regueros de sangre
Y la lavan también: es su oficio
Aprisa
No sea que los primeros transeúntes la pisoteen.
Esos breves, felices y fugaces instantes
VP: Hay una evocación, un desandar a través de sus versos, alguien dijo que se sentía muy vivo ese tema capital de las grandes literaturas, la búsqueda del paraíso perdido.
JMA: Sí, es muy posible. Pero creo que el paraíso no está en una época anterior, se encuentra en los sueños, en el amor, en el baile, en la armonía. Se trata de recuperar aunque sea por breves instantes ese paraíso.
VP: ¿Se siente desterrado del paraíso?
JMA: Todos lo estamos. Fernando González decía algo así como “la sabiduría del más sabio y la felicidad del más feliz, es cosa de instantes”. Existen esos instantes en que se produce el acuerdo con uno mismo y con el mundo. Son esos instantes de armonía. Aquello que lo místicos llaman éxtasis, lo que el budismo zen llama iluminación. Esos instantes se logran muy de vez en cuando. Sí, todos estamos desterrados del paraíso, excepto por muy breves momentos.
VP: ¿Momentos interiores?
JMA: No necesariamente. Se puede dar en el momento en que miramos las montañas, hablando con amigos, en el baile, en el amor…
VP: Su poesía es de un verbo en constante conjugación, allí todo aparece en movimiento, como tal estaría más cerca de la música que de la pintura. Es poesía de la acción.
JMA: Siempre me he preocupado mucho por el ritmo, por la música. Recordemos que el origen de la poesía está en el canto y en la danza. Cantiga quiere ir a ese hecho, a sus orígenes, cuando la poesía era canto, baile, música. El hecho de que la poesía haya renunciado a la rima y a los metros regulares no quiere decir que renuncie a la música. Incluso puede ser más excitante la búsqueda de la música sin esos patrones regulares. William Carlos Williams, un poeta norteamericano que me ha interesado mucho, hablaba de encontrar una nueva medida para la poesía y para la vida. Evidentemente se refiere no sólo a la medida externa del ritmo. La mayoría de la poesía moderna está tratando de encontrar una música nueva para una nueva vida. Musicalidades más personales.
VP: ¿Cree haber encontrado armonía o correspondencia entre la lectura interior y la lectura en voz alta para lo que escribe? ¿Puede interpretarse a sí mismo?
JMA: En esto hay que diferenciar, porque existe una poesía para leer en voz alta, para un público. La mía es para leer hacia adentro, solo. He ahí una de las razones por las cuales no me gusta leer en público.
VP: Y aún así, con una poesía tan íntima, con señales tan personales, a usted cada día le crece más la audiencia.
JMA: Me asombra agradablemente tanto reconocimiento, pero no lo he buscado ni me he preocupado demasiado por eso.
VP: ¿Lo esperaba?
JMA: Tal vez no.
VP: Poemas tan breves y tan extensamente aceptados.
JMA: Eso tiene que ver con lo que hablamos hace un momento, la armonía sólo se produce en ciertos instantes muy breves. Es el instante de la iluminación. El haikú es un poema breve y no accidentalmente sino con razones muy profundas, en su brevedad trata de captar esos fugaces momentos.
VP: El haikú posee en usted una gran influencia, ¿no es así?
JMA: Estoy inclinado a esa poesía pero no al haikú ortodoxo de tres versos que se ha convertido, como el soneto, en un esquema endurecido al que ya es muy difícil insuflarle vida. No trato de escribir haikús sino momentos fundamentales.
La poesía patrimonio de todos
VP: Siguiendo a Estanislao Zuleta nos percatamos cómo las tareas sensitivas del ser humano están administradas desde una educación anacrónica, se le incentiva al hombre desde niño su inteligencia matemática y se le reprime metódicamente el desarrollo de su inteligencia poética.
JMA: Se prepara hombres para meterlos en el engranaje y la poesía es exactamente lo otro. Eso lo vienen entendiendo los jóvenes y de ahí ese interés tan grande por la poesía. Cada día es mayor el número de personas que se preocupan por el teatro, por la danza, por la música. La gente va comprendiendo que el negocio —como decía Fernando González—, “el negocio más importante que tenemos es la propia vida”.
VP: ¿Entonces sí hay ahora una gran pasión por la poesía, un nuevo fervor?
JMA: Hace mucho no me muevo de Antioquia, pero en lo que toca a Medellín sí se ve muy claro. Programas como los que tiene la Universidad de Antioquia, revistas como la que edita la Casa de la Cultura de Copacabana, Punto seguido, Cantidad hechizada.
VP: Pero puede sobrevenirnos el peligro de una avalancha, cualquiera se arroja el calificativo de poeta y…
JMA: Yo no lo veo así. Ojalá todo el mundo estuviera pintando, bailando, escribiendo poesía. No estaríamos como estamos. Mientras alguien esté pintando o bailando no estará matando. Aunque se escribe para los demás también se escribe o se baila para uno mismo, para organizar la propia vida, independientemente de los resultados. Eso en cierta manera es secundario.
VP: ¿Aunque no se den obras de arte completamente logradas?
JMA: Hay que partir de una base: todo hombre es artista. Todo mundo necesita rehacer su vida interior frente a algo, a una crisis, a un duelo, a una pérdida, por ejemplo. Cada hombre trata de darle cohesión a una visión del mundo, a su propia experiencia particular. En esa medida el arte es esencial para poder vivir. Había antes una especie de utopía que proclamaba un arte colectivo y que había que esperar la llegada de una nueva sociedad para que eso se diera. Pero eso ya se dio, todos somos artistas. Estanislao Zuleta nos muestra cómo eso ya se da, que no es algo para el futuro, es connatural al arte como reflexión. Mientras yo me produzca obra a mí mismo está presente la poesía y el arte.
VP: ¿Entonces no es patrimonio el arte de unos cuantos dotados?
JMA: En toda persona por más distraída, por más —con ese término tan peligroso— alienada que esté, hay una elaboración poética. Cada uno reelabora su mundo a partir de los hechos que le suceden, aunque muchas veces en el cuadro o en la poesía no quede nada. El hombre se convierte en un artista reelaborando, así sea en una manifestación de vida.
VP: ¿En la experiencia amorosa por ejemplo?
JMA: Sí, el hombre cuando ama está también viviendo una experiencia creativa.
De niños éramos inmortales
VP: No hay un momento en el que uno decida ser poeta, pues no es ésta una decisión profesional. ¿Qué elementos secretos se venían dando en usted para llegar un día al acto de la escritura?
JMA: Dentro de uno flotan preguntas, inquietudes, sobre el sexo, la muerte, el amor… Está siempre en uno el deseo de descubrir mundos. Se produce un choque en el momento en que nos damos cuenta que somos mortales. De niños no pensábamos en la muerte, nos creíamos inmortales. Sobre esta circunstancia infantil hay un poema muy hermoso de Emily Dickinson:
Cuando era una niñita notaba que la gente
de pronto desaparecía.
Y pensaba, se fueron a visitar regiones
remotas o a probar las soledades.
Ahora sé: visitan
pueblan las soledades.
pero es porque murieron. Era el hecho
que la niña ignoraba.
VP: ¿Cómo situaría su poesía en el contexto nacional?
JMA: Lo que uno ve es que ya la poesía no se hace en los grupos, ni en movimientos, ni adheridos a escuelas. Ya esa época pasó. Las vanguardias pasaron. Cada uno escribe por su lado. En la primera mitad del siglo todo era fácilmente clasificable, se reunían los poetas, se proponían objetivos, publicaban manifiestos y hablaban de una poesía que se podía hacer así o asá. Hoy todos podemos tener un montón de rasgos comunes.
VP: Gusta el común de la gente pensar en el poeta como un ser silvestre, atrae la imagen de un Miguel Hernández fundido al paisaje, campesino, pastor de cabras. ¿Cómo la van, o mejor, cómo se alternan el racionalista y el poeta?
JMA: Ahí hay un malentendido, puesto que la raíz de la filosofía y la poesía son la misma. Ambas buscan un sentido a la vida. Cuando la gente oye la palabra “lógica” se asusta, piensa equivocadamente en los sofismas del bachillerato.
VP: Ya conocemos sus afinidades electivas, ahora, ¿cuáles son sus poetas más lejanos?
JMA: Para qué hablar de muchos poetas que uno lee y llega al punto de no poder con ellos. A mí me pasó eso hace muchos años, con Proust, y digo de Proust “poeta”, tomándolo en el sentido más amplio. No podía con él. Después me di cuenta que fui al autor sin estar preparado.
VP: Sí, que el problema no era de Proust.
JMA: Proust estaba tratando de darme respuestas a preguntas que yo todavía no me había formulado.
Fuente:
Entrevista publicada en la revista Vía Pública n.º 5, julio de 1990, y reproducida en Matacandelas.com.
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José Manuel Arango
Fotografías © César Augusto Montoya