Lectura y Conversación
Julio Olaciregui
—Mayo 7 de 2007—
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Julio Olaciregui nació en Barranquilla en 1951. Su primer libro de cuentos fue “Vestido de bestia” (1981), al que le siguen las novelas “Los domingos de Charito” (1986), “Trapos al sol” (1991) y “Dionea” (2006). Ha ejercido el periodismo en Colombia (El Heraldo, El Espectador) y París (AFP), donde estudió literatura y donde reside desde 1978. Olaciregui adaptó “La Mansión de Araucaima” de Álvaro Mutis para la película que filmó Carlos Mayolo en 1985. Tiene obras de teatro inéditas como “La novias de Barranca”, “Talía y el garabato” y “El callejón de los besos”, así como un libro de reportajes. Tranquilo, pacífico, distraído, conversador, culto, sencillo, modesto y sensible, Julio es un barranquillero que sigue jugando con su bola’e trapo de palabras para meterle goles a la vida.
Presentación del autor por
Pablo Montoya Campuzano, director
del doctorado en Literatura de
la Universidad de Antioquia.
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El placer de escribir
Por Roxana Castillo
Ese hombre de cincuenta (1951) que camina como flotando hoy por las calles de Barranquilla con una mochila al hombro y sus historias de héroes sin leyendas revoloteándole en la cabeza tiene la misma mirada del pelao que pateaba bola’e trapo en la cancha arenosa del barrio San José.
Julio Olaciregui no viene a su tierra a recoger los pasos porque su corazón nunca se ha ido del todo. Vuelve solamente a pasear la mirada por la línea brumosa del sol que muere en Salgar, a reencontrarse con los amigos de toda la vida, a compartir sus vivencias con los estudiantes de la Universidad del Atlántico, a visitar a la familia, a comer arroz con coco frito, a despertarse un miércoles a las diez de la mañana con el ánimo de un domingo de fiesta y a alimentarse de la sazón carnavalesca que se desprende de los trupillos y los matarratones que encuentra en cada esquina.
Barranquilla tiene un encanto único para él. Aquí nació, creció y se hizo periodista cuando no pudo ser sociólogo. El Caribe está en sus entrañas y lo saca a flote en los personajes que entran y salen de sus cuentos y novelas, o cuando aprende los rituales de las danzas africanas con una profesora nigeriana en una academia en París.
La doble vocación de escritor y periodismo ha sobrevivido por un mutualismo absoluto y armónico que no ha permitido que una parte extermine a la otra. Por el contrario, se necesitan para crecer.
Conoció de cerca el periodismo en el hervidero de noticias de la sala de redacción de El Heraldo de los años setenta. Se enamoró perdidamente de su oficio y le será fiel el resto de su vida porque ha tocado de cerca el cielo y el infierno de la cruda realidad. Un día puede cubrir una cumbre de líderes mundiales y a la semana siguiente meterse debajo de las balas para enviar información desde el frente de guerra.
Julio Olaciregui
Foto por Faviana Patiño
La objetividad, la claridad y el análisis de las noticias que se producen en cualquier rincón del mundo llegan hasta su mesa de trabajo en la agencia AFP en París, donde trabaja desde comienzos de la década de 1990.
Las vivencias cotidianas le inspiran líneas que escribe en un cuaderno de apuntes para luego desarrollarlas en la tranquilidad de su casa y darles forma de fragmentos, cuentos cortos o escenas de obras de teatro. Su creatividad no tiene límites ni conoce los puntos finales. Es escritor por el simple placer de espantar sus fantasmas internos. Su mente se alimenta de todo lo que le rodea y le enciende la imaginación para crear.
Así nacieron los cuentos de “Vestido de bestia”, las novelas “Los domingos de Charito” y “Trapos al sol”, y las obras de teatro “Las novias de Barrancas”, “Talía y el garabato” y “El callejón de los meaos”. Otros cuentos, otra novela y un libro de reportajes esperan ser publicados. Recientemente, un grupo de teatro experimental montó con éxito en un teatro parisino su obra “Tango Congo”.
Llegó a París en 1978 atraído por el amor. La ciudad bohemia lo atrapó enseguida y le dio la oportunidad de experimentar la extraña sensación de mirar desde otra perspectiva la cultura caribe y latina en la que había crecido, y de estudiar sus orígenes.
Tranquilo, pacífico, distraído, conversador, culto, sencillo, modesto y sensible: Julio es un barranquillero que sigue jugando con su bola’e trapo de palabras para meterle goles a la vida.
Fuente:
Periódico EL Heraldo, Barranquilla, edición desconocida.
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Dionea o el gallo de Esculapio
bailando en el barrio abajo
“…y tenía en el corazón
pedacitos de panela
papaya y arrancamuela
bolas de coco y bombón”.
M.A.C.
Por Eduardo Bermúdez
Dionea es el simbólico título de la novela del escritor barranquillero Julio Olaciregui.
Allí, como en tantos otros ejemplos propios del género, la literatura se convierte en una técnica de conocimiento, en puerta de entrada al mítico mundo de la ciudad-carnaval. En esta magnífica saga se conjugan los Misterios de Eleusis con la Danza del Garabato, las marimondas se arrastran de la risa burlándose de los dioses griegos y algún profesor francés se desespera por conocer al hombre-caimán. Olaciregui nos hace pensar en la narrativa que necesitan los nuevos tiempos. No es nada fácil construir un estilo novedoso al escribir y distanciarse del lastre rural del boom literario latinoamericano de la segunda mitad del siglo XX.
Efraím Medina y Julio Olaciregui lo intentan y lo consiguen. Nos proporcionan ese placer que en el arte literario producen las frases cortas que dicen mucho, los capítulos breves que sugieren íntimas historias, extensas vidas en breves palabras y los aforismos que siempre han sido como los Black Holes de la sabiduría. Eso es lo que requerimos ahora los lectores alelados por los mensajes de treinta semi-desnudos segundos de la Teletonta. Necesitamos una nueva especie de literatura citadina emanada de hombres y ciudades hechas a imagen y semejanza de la América nuestra, con novedosas técnicas acordes con este mundo de internautas y video juegos. Ya Alejo Carpentier, en su colección de ensayos Tientos y Diferencias, había propuesto la necesidad de un nuevo tipo de temas que le tocaba abordar al novelista latinoamericano de finales del siglo XX y en los albores del XXI.
Dionea proporciona ejemplos como el de la página con el epígrafe “El mito de un sueño vivido”. El escritor-protagonista, siguiendo, según dice, el consejo de su amigo filósofo, afirma: “Alguien que desea ser poeta debe contar mitos y no hacer discursos, más le vale contar un cuento y no elaborar una teoría”. Todo ello en menos de una página. El que quiere que lo lean se busca sus maneras de hacerlo y el escritor-protagonista las encuentra cuando nos quiere decir lo que le sucedió en su viaje a Grecia: “Un diario de viaje es un desafío, saber que mucho de lo que se vive y se escribe no interesa a nadie, pero sin embargo contaré…”. De ese modo nos seduce con su recurso y seguimos leyéndolo.
Olaciregui es un caimán que vive en Paris y viaja periódicamente a Barranquilla para saborear una mojarra en Salgar e inhalar ese mismo “yodo” que se respiraba en Epidauro y se respira hoy en el santuario del Lago del Cisne cerca de Sabanilla. “Siempre es un asunto de familia, el tío rapta a la sobrina con la anuencia del padre, en la familia de la humanidad así fue la trata negrera, digo yo, este es un comentario más del himno homérico a Demeter…”.
Dionea es también la especial historia de una muy particular ciudad de nuestra América con mágico narrador por dentro: “En dos siglos el varadero de canoas se ha llenado con un millón de personas entre las cuales estoy yo, el novelista”. Si New York tiene su Dos Passos, Viena a su Musil, Dublín a su Joyce, Quilla tiene ya su OlAcIrEgUI, con sus completas vocales castellanas, con su joven abuelo convertido en absurdo mito y sus amigos acompañándolo en la ficción y en la realidad. Nombres como Numas, Lola, Molinares, Sigifredo, Suescún, Paragüita y el Coleto no parecen estar dispuestos en Dionea para que los eruditos en crítica literaria, etimologías y análisis de textos escriban en un profundo ensayo las motivaciones que tuvo el autor para elaborar sus agudísimos perfiles psicológicos.
Como en un rapto de platónica narración-epistemológica, Olaciregui nos hace recordar lo que somos, evocándonos tradiciones con aquella canción que, en la voz de Nelson Pinedo, cuenta melódicamente “…por las calles de Tamalameque dicen que sale una Llorona loca” y al mismo tiempo uno siente el espíritu del imponente y rollizo Buck Mulligan que se vino de Dublín, vía Paris, hasta Barranquilla, pa bailar salsa en la Cien de Rebolo. “Los indios también dicen que bailamos para no morir”.
Esta es la Historia del Caimán que se va para Barranquilla pero que antes de llegar hace estación en Epidauro, Grecia, y es la historia del Caimán-Hades vestido de Congo Grande raptando a Dionea-Perséfone, es la eterna lucha de Don Carnal versus Doña Cuaresma. “Hay un eco, un latido, un ‘tumbao’ en nosotros, los urbanos, que nos viene de ese combate entre la cuaresma y el carnaval de los indios que ahora viven en parajes distantes de nuestras almas…”.
No faltará el acartonado comentarista literario atrincherado en la altiplanicie andina que pretenda mofarse de la ecuación Julio-Joyce u, Olaciregui-Dospassos, pero así somos nosotros los colombo-caribeños y así hemos hecho historia en la literatura mundial. Carnaval-Caimán-Congo-Curramba, ¡sí!, ¡sí!, Colombia… ¡sí!, ¡sí!, ¡Caribe!
Ya lo dijo Federico Nietzsche, que le hubiera gustado ver a Sócrates tocando el Laúd o la Flauta. A nosotros nos hubiera gustado verlo bailar cumbia con Marimoñitos o persignándose al estilo Mingo. Nuestro escritor nos permite también soñar con Manuel Acuña Contreras diciendo sus versos en la Sorbona, o con un estudio sobre la narrativa de “Paragüita” Morales hecho por algún sesudo critico norteamericano. Ya antes, en Vestido de Bestia, había fundido en un mismo paquete musical a Richie Ray con Bach y a Rolando Laserie con Vivaldi, con la profunda y metafísica convicción de que todas las calaveras son ñatas. A mí, particularmente, me hubiera gustado invitar a Friedrich Nietzsche al Tropicana en La Habana o a la Casita de Paja o vestirlo de Monocuco en el Carnaval de Barranquilla.
Sócrates, poco antes de beber la cicuta, le dijo a su amigo Critón: “…recuerda que le debemos un gallo a Esculapio”. Esta frase ha sido interpretada de muchísimas maneras. Algunos piensan que el filósofo griego habría sido un hombre tan correcto, pero tan correcto, que no quería morir sin pagar sus deudas cotidianas. Los eruditos especulan que como Esculapio era el dios de las curaciones y se le ofrecía un gallo en gratitud cuando el enfermo sanaba, Sócrates habría considerado a la muerte como una curación de todos los males humanos. Para la Fundación “Un Gallo para Esculapio”, que próximamente, en el carnaval 2008, saldrá con su propia danza en la Batalla de Flores, es gratísimo leerse esta obra magistral de su escritor insignia.
¡QUÉ BIEN! poder leer la novela de un escritor que ya había hecho varios buenos intentos, pero que con éste ha dado certeramente en todo el centro del blanco, ha hecho sentir que esta novela se irá instalando lentamente, como el saurio de marras, en el imaginario de nuestra ciudad-carnaval.
Fuente:
Comunicación personal.