Presentación
Escuelita
—Noviembre 4 de 2004—
* * *
Presentación del nuevo libro del presbítero Alberto Restrepo González, filósofo, teólogo, profesor universitario, quien durante más de diez años ha publicado su columna “Escuelita” en El Colombiano y ahora ofrece a sus lectores una selección de 230 escritos editados por Lealon. También es autor de “Testigos de mi pueblo” (1978), “Raíces aldeanas de la corrupción” (1984) y “Para leer a Fernando González” (1997). Algunos de los temas que trata en “Escuelita” son “América Latina”, “Colombia”, “Valores, ética y moral”, “Modernidad, postmodernidad y cultura emergente”, “Sentido de la existencia” y “Relaciones padre-hijos-familia”. Hablará sobre el significado de “escuelita” en Fernando González, de quien dice: “Fernando González es fenómeno humano único entre nosotros. Desde niño estoy inquiriendo el proceso de su aparición y repudio; el sentido y el objeto de su búsqueda, tan dolorosa, solitaria y difícil; el significado y la validez de su mensaje, tan contradicho y deformado”.
* * *
La Escuelita
Ya nos vamos a morir…
vírgenes de realidad.
Todas estas generaciones nos vamos a morir íntegras; no va a quedar nada, sino los pequeños odios de los unos a los otros, pasiones de “diputado”. Con ellas van a cargar nuestros hijos. Y, como odiar cansa mucho más que subir la falda de La Frisolera a pie, con lío a cuestas, nuestros hijos van a pensar en las noches de luna llena, sin decirlo, callando, por reverencia filial, que les hicimos un mal al engendrarlos.
Por consiguiente, es necesario que convivamos este concepto de “escuelita”. Si esto se logra, habrá comenzado la patria.
Se trata de que somos vanidosos, y la vanidad es vana. Corozo vano. Corozos vanos, son las cabezas de los diputados, y todos somos diputados.
Por ejemplo, si vamos a escribir, nos da vergüenza de documentarnos, rumiar, meditar, medir y resolver algún problema doloroso nuestro, pequeño pero nuestro (¿por qué será que lo nuestro nos parece pequeño siempre?). Y escribimos acerca de Marx, de Kant, de filologías y de la organización de la paz mundial. Si se nos ocurre eso de cultura, a darle nombre pomposo, y el pensum es: sociología, hebreo, griego, facultad de ciencias económicas… Apenas leemos tres cuadernos forasteros de economías, nos da por hablar de cooperativas, cuando ni siguiera cooperamos con la mujer, en el hogar… No está mal que hablemos de cooperativas, pero mucho que comencemos por Cooperativa Municipal de Consumo, gerenciado por un “doctor”. ¿En dónde está aquí la vanidad? En que el hilo comienza por el principio, por cooperación de producción; luego, cuando hay qué consumir, nace la otra. Amamos el libro y odiamos la tierra maternal. Nos avergonzamos de nuestro padre arriero y azadonero. El libro santo es el gran enemigo de Suramérica. El libro es santo, cuando es para consultar nuestras dudas, las que nacen de la acción. Pero aquí, el libro es para adornarse.
Confesemos que las Américas Latinas han sido pajosas: luego, hagamos en ellas una realización: “Ni llorar, ni reír, sino entender” (Spinoza).
1945
Fuente:
Arengas políticas. Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana, abril de 1997. Nueva Colección Rojo y Negro Vol. 2, pp: 47 – 48.
* * *
Entrevista con el presbítero
Alberto Restrepo González
Un Maestro de Escuela
Por Alexánder Sánchez Upegui
Coordinador de Comunicación Social
Fundación Universitaria Católica del Norte
Cada persona comunica la desnuda intimidad de su alma cuando habla, y eso es precisamente lo que hace Alberto Restrepo González, sacerdote de 64 años y ojos privilegiados que le permiten atisbar con asombro la cotidianidad.
Este hombre de barba patriarcal y escasa gestualidad proviene de una de las más típicas familias envigadeñas: un extenso árbol genealógico que ha dado frutos como los Ochoa, los González y los Restrepo.
El periodismo y la docencia que ejerce desde 1962 no son ajenos para Alberto Restrepo quien desde hace unos ocho años escribe para El Colombiano todos los viernes en una columna llamada “Escuelita”, pues según manifiesta: “Yo nunca he dejado de enseñar”.
Las esferas de la palabra
Su experiencia como articulista ha sido sorprendente puesto que ha comprobado en la realidad algo que en su interior ya sabía, y que a la vez es muy propio del pensamiento oriental: “Que uno, mientras no haya sido oído y entendido, todavía no ha hablado.”
En efecto, para los orientales la palabra no es el sonido que se emite, sino el lanzamiento del mensaje y la captación por el otro. Esto lo vive constantemente a través de su artículo semanal, cuando después de publicado, diferentes personas lo llaman para decirle: “Qué cosa tan conservadora”, “usted se volvió revolucionario”, “enredos es lo que usted escribe”, o “¿por qué insiste en tanta bobada?”
Al margen de las reacciones que suscitan sus artículos, Alberto Restrepo aporta profundidad, riqueza léxica y manejo de problemas desde una óptica que no es la común y cotidiana. “Creo que un periódico no puede caer en el simplismo, ni en la trivialidad. Más bien debe ser una polifonía donde estén lo nuevo, lo tradicionalista, lo sencillo y lo complejo.”
En sus columnas este articulista desarrolla temas referentes a la sociedad actual, la paz, el postmodernismo y la situación del hombre contemporáneo. A continuación un vistazo a algunos de sus escritos:
“Sin un día ni un rasgo de solidaridad profunda, sin un solo proyecto definido, madurado y mantenido a ultranza, los cinco siglos de nuestro existir latinoamericano han discurrido al margen del sentido de finalidad. Hemos vivido temiendo, obedeciendo, doblegándonos, dependiendo, imitando…”(El Colombiano, 13 de agosto de 1999. p. 5A).
“Porque algo va de la paz política a la paz existencial, vale la pena reflexionar sobre las diferencias existentes entre la negociación política de la paz y la experiencia viva del logro de la paz. La paz política es el resultado de los compromisos negociados. La paz existencial el fruto de encuentros sinceros…” (El Colombiano, 31 de marzo de 2000. p. 5A).
“El diálogo sólo es posible cuando los dialogantes tienen voluntad de encontrarse más allá de donde están situados al empezar a hablar. El mantenimiento de posiciones irreducibles convierte el diálogo en confrontación, polémica y alegato, que acaban degenerando en agresión…” (El Colombiano, 2 de junio de 2000. p.5A).
Así, la experiencia fundamental que ha descubierto este escritor “es cómo un pequeño pensamiento de treinta renglones puede ser leído de tantas maneras diferentes, y cómo la palabra que se lanza, más que imponer un dogma, suscita la creatividad en el espíritu de los otros”.
Sin duda, esto le ha dado ánimos para continuar escribiendo porque su finalidad como articulista, más que transmitir un mensaje propio, “es convocar una variedad de circunstancias con la palabra”, afirma mientras se pasa la mano por su calvicie rosada que contrasta con los pelos largos y caprichosos de las cejas.
Lo cotidiano
Vive solo en una de las urbanizaciones del municipio de Envigado (Antioquia). Bueno, decir que vive solo no es más que una verdad a medias, pues constantemente está rodeado de presencias como la poesía, el silencio y Dios.
Se levanta a las cuatro y media de la mañana a orar; después, se va a dictar clases en algunas universidades de la ciudad y en el Seminario de los Misioneros de Yarumal, de donde es oriundo el poeta Epifanio Mejía, escritor que el padre Alberto lleva en el corazón, y cuya imagen reposa en una de las paredes blancas y silenciosas de su extensa biblioteca.
Dice San Pablo que quien le sirve al altar vive del altar, y aunque el padre Alberto cree en esto, aclara que a él no le gusta “vivir del andar poncheriando”. Por ello, siempre ha enseñado para subsistir: “Nunca he vivido de una parroquia, ni de misas, ni de entierros”, dice.
Este cura discutido, de orejas anchas y puntiagudas que le sirven para atisbar los sonidos del mundo no tiene formación académica; es decir, no sufre de “doctoritis” ni tiene posgrados de cartón. Razón por la cual, para muchos, es un intelectual disciplinado y autónomo que ha escrito libros reveladores como: “Raíces aldeanas de la corrupción”, “Testigos de mi pueblo” y “Para leer a Fernando González”, un texto de 900 páginas.
EL Brujo
En su último libro: “Para leer a Fernando González”, se adentra en lo más profundo del pensamiento de este polémico escritor, conocido como “El brujo”, “El místico de Otraparte”, “El filósofo de la autenticidad” o el hombre que vivió desnudándose en un país de vanidosos y europeizados: “Yo conocí a Fernando desde que abrí los ojos, era hermano de mi mamá, Graciela; recuerdo que él solía ir a mi casa a tomar tinto cuando salía de misa”.
¿Qué significa Fernando González en su vida?
“Con respecto a Fernando, yo no tuve que conocer a un autor o filósofo que me gustara, sino que lo conocí siendo una persona de la casa. A mí me dicen que yo lo canonizo, y yo le digo a usted una cosa, y si se la digo, así es, así es, y así es: yo nunca, nunca, jamás vi a Fernando hacer algo que él negara, nunca lo oí decir una mentira”.
Ser como eso que hablo
Dice el pedagogo Vladimir Zapata que él intenta ser cada día como eso que habla; quizás, esto mismo es lo que pretende revelar el padre Alberto en la vida de Fernando González: “Cuando yo leo las obras de Fernando y veo lo que dice acerca de la verdad y de la autenticidad, no estoy viendo más que en un papel cosas que yo presencié”.
¿Qué enseñanza le queda?
“Puedo decir que Fernando fue un hombre que me enseñó a vivir, no a través de libros, sino con el ejemplo porque yo lo vi vivir, y sé que las palabras de su obra él las vivió. Sus textos no fueron premeditados, sino que surgieron como fruto de los apuntes en sus libretas de carnicero, en las cuales consignó experiencias y reflexiones”.
En efecto, para Alberto Restrepo, El brujo de Otraparte fue un maestro de cómo se vive: “Yo lo recuerdo caminando solo con su boina y su bastón por la carretera de Medellín a Envigado, se agachaba a recoger piedrecillas, a mirar los pájaros, todo, lo veía todo. Él dice en uno de sus textos que su función ha sido atisbar a Dios en las cosas de la vida”.
La última vez que tuvieron contacto fue cuando al padre Alberto lo expulsaron del seminario en 1962. Entonces se marchó para Manizales a otro seminario y desde allá se comunicó con Fernando González para que le enviara unos estudios de literatura. El filósofo se los hizo llegar con un mensaje que decía: “Muy bueno que el espíritu lo haya llevado a la fría y bella Manizales, para que vea el espíritu que es pura nada”.
Imágenes de la infancia
La infancia puede sentirse en lo más profundo de sus ojos que emanan un leve resplandor vegetal tras unas gafas enormes de marco oscuro. Alberto Restrepo tiene una imagen dual de la niñez, en la cual conviven lo bello y lo doloroso; es decir, el claro-oscuro del alma de todo hombre.
“Para uno de niño el mundo es comunión: recuerdo el Envigado viejo que eran cuatro manzanas. Al frente de mi casa vivían dos carpinteros: don Román y don Jenaro Villa. Ellos eran dos hombres descalzos, de ruana y barba. Todo el día trabajaban. Yo los visitaba en las tardes y los encontraba sentados en unas sillas de cuero leyendo unos libros enormes de historia universal. Ésta es una imagen increíble para mí de esa comunión entre el mundo, el trabajo y el saber”.
La otra imagen de ese tiempo primigenio de su niñez es dolorosa, y tiene que ver con todos nosotros. Consiste en ese mundo prefabricado de las prohibiciones, del no se puede, donde el designio de los adultos pesa demasiado y termina por echar a perder el encuentro entre la infancia y el cosmos: “Yo creo que todos los niños del mundo han vivido esta situación”.
En este sentido, “el retorno al espíritu confiado, inocente, simple y desposeído de la niñez es el camino de la unificación que da la paz”, o como dice el poeta Barba Jacob: “¿Quién pudiera de niñez temblando a un alba de inocencia renacer?”. El padre Alberto sabe que a la primera inocencia nadie volverá, que eso no es recuperable, pero como él mismo dice: “Sí se puede adquirir una nueva inocencia, hay que volver a nacer”.
Un ser para la muerte
Cuando morimos nos separamos para regresar y unirnos en la unidad de lo primordial. Alberto Restrepo no sabe si cuando la muerte esté cerca sentirá miedo: “Yo sé que voy a cambiar mucho, eso va a ser otra cosa muy distinta, otra dimensión… pero si no me sucedió nada con pasar de espermatozoide a feto, y luego a niño, y ahora a viejo senil, ¿por qué me va a pasar algo cuando me muera?, mire, yo no tengo miedo de morirme, ni ganas de morirme, ni afán, ni pereza de morirme. Considero que estoy madurando para la muerte”.
¿Cuál ha sido su lucha?
“Creo que me voy a morir viviendo esto: la lucha contra el mundo de los vanidosos y sus vanidades”. En efecto, la lucha contra la vanidad puede ser muy larga o muy corta: “Si uno descubre qué es la vanidad, al otro día se le acabó esa lucha, ya no quiere ser vanidoso, porque la vanidad es inflar la nada, y nadie quiere no ser. Al contrario, todo el mundo quiere ser gente”.
En el caso de Alberto Restrepo, ligero, ligero descubrió qué es la vanidad, y ahí comenzó su verdadero mar de luchas por no dejarse manipular, por no vender su ciencia y defender sus verdades: “Yo he sido un cura muy discutido por la iglesia, muy mal entendido y muy bien valorado por otros; y eso, ni me quita ni me pone”.
Por ello, “me echaron cuando niño del colegio de las hermanas, me echaron adolescente del colegio de La Salle, me echaron joven del seminario, y ahora que soy un viejo me echaron hace varios meses de la universidad donde trabajaba, pero yo por esas circunstancias he recibido cantidades inconmensurables de aprecio”.
¿Cómo ha sido su experiencia del amor?
“Para mí el amor consiste en que el mundo, aunque es duro, crea trauma, dolor y conflicto, se hace presente en todas las dimensiones y en todos los seres: es acogida, fuerza para uno vivir, mensaje para uno leer, es… amor”.
El ejemplo de la autenticidad
El padre Alberto Restrepo nunca ha querido ser sino lo que él es, con sus limitaciones, torpezas, convicciones y aciertos. En el fondo de su ser, y por cada poro, transpira gratificación por lo que ha vivido, que en última instancia es la escuela de Fernando González, en la cual cada alumno está llamado a ser un hombre por sí mismo, un hombre que aunque no está aislado y vive su drama comunitariamente, es en esencia un solitario que no se parece a ningún otro: alguien que ha transitado su propio camino.
De esta manera, todo “maestro de escuela”, como el padre Alberto Restrepo González, es un liberador que ayuda a que cada uno descubra quién es, a que diga lo suyo, defienda lo suyo y proponga lo suyo, pues “uno tiene sus ideas, dice sus verdades, y que pase lo que pase”.
Fuente:
Fundación Universitaria Católica del Norte, Boletín Electrónico, Año 2, Número 5, agosto – octubre de 2004.