Alberto y Jorge González Ochoa
Primera Comunión
Es extraño este fenómeno psicológico: estaba fastidiado y me fui a jugar corozos con mis hermanos pequeños. Pues me entusiasmaba como si ese juego tuviera la mayor importancia. Cuando me estaban ganando, un corozo tenía para mí el mayor precio del mundo. Cuando derribaba una “casa”, mi alegría era intensa y lo contrario al perder. ¿Y qué vale para mí un corozo? Al ganar sentimos satisfacción por nuestra fuerza: ya sea por la habilidad, o por el favor que nos dispensa la suerte. En el instinto de ser superior ¿debe buscarse eso de que el juego ocupe todo nuestro ser?
Fernando González