El espíritu gregario

Al observar a los políticos y a la prensa colombianos, lo primero que resalta es el espíritu de partido: para estos, todo en el gobierno está bien; para aquéllos, todo está mal. No hay una sola publicación, un profesor, un profesional, nadie que juzgue los acontecimientos patrios con criterio que esté a un metro siquiera por encima del presupuesto.

Es preciso estudiar este fenómeno, su origen, sus modos, su determinación, pues, al hacerlo consciente, quizá lo destruiremos en dos o tres jóvenes, y eso sería bastante para ayudar a Colombia en los días negros que se avecinan.

Por ejemplo, un diputado, un periodista que dirige la opinión, médico, graduado para eso en la escuela de medicina, dijo, con gran desenfado y hasta buena conciencia, al tratar de perdonarle a su jefe un alcance por manejos malos de bienes públicos, que eso era políticamente justo.

Otro ejemplo: todos los medellinenses saben que Luisito Cano, en sus viajes a esta ciudad, dice y repite que Alfonso López es esto y aquello. Pues bien, en su periódico, en Bogotá, en sus editoriales que admiran los viejos amigos de la monotonía de la camándula, defiende, y defiende y adula al Presidente.

Verdad es, es un hecho que el mundo de hoy es gregario; que el individualismo nada vale: los que no estamos agrupados somos solitarios selváticos. El dinamismo gregario es el becerro de oro del siglo xx.

Pero nuestra patria hasta en este mal es baja; nuestros becerros son familias liberal y conservadora; no el nacionalismo; no el odio al país vecino sino el odio a los hermanos; nuestro fin es destruirnos mutuamente, dentro de las fronteras. A esas dos monstruosidades sin ideal, sin programas, nombres vanos, jóvenes, ancianos y mujeres sacrifican su honor, sus hogares y sus conciencias.

¡Es muy triste verlos! Es muy triste ver a los de El Colombiano y La Defensa parados en sus portones de las calles Junín y Colombia, odiando, mirando con ojos asesinos al Emilio Jaramillo, que, a su vez, les arroja bilis desde su otro portón de El Diario.

¡Es tristísimo ver al hijo de aquel noble anciano de El Espectador traficando con la bella herencia paterna!

¿A cuál de sus amigos no le consta que Eduardo Santos desaprueba al gobierno de Alfonso López? Pues ahí está El Tiempo prostituyendo a la juventud. La vida intelectual bogotana se reduce a la inmundicia que diariamente se arrojan El Tiempo y El Siglo.

Laureano Gómez, el ministro de obras públicas que arruinó y avergonzó a su patria, incitado por envidia se ha dado a la tarea de moralista, una especie de hortera de la moral, espiando a los gobernantes. Oigan: aun el sacrificio de la propia vida, cuando es motivado por odio, es repugnante. Si el pueblo ha tolerado a Alfonso López, ha sido por repugnancia que le tiene a Laureano: se halla entre dos males insondables.

Hagamos ya la gran pregunta:

¿Puede un hombre defender a los gobernantes que obran mal, para que su partido no sufra menoscabo?

En casos leves puede callar, jamás aprobar. La conciencia está por sobre todo, llámese partido, patria o humanidad. Hombre digno de llamarse tal, jamás prostituye su conciencia; es el pecado contra el Espíritu Santo, único irremisible.

¿Puede un hombre censurar los actos de los gobernantes, a pesar de que los crea buenos, para hacerle bien a su partido?

En casos leves puede callar, jamás censurar. Y aun más: la fuerza de su crítica se desvanece, si todo lo censura. Es lo que ha pasado en Colombia, que tanto han dicho que los gobernantes son ladrones, aun en los pocos días en que no roban, que ya pueden robarse a la Virgen y el pueblo dice: «¡Hasta cuentos que serán!».

Tal es la doctrina del Renacimiento, la de aquellos felices tiempos en que la verdad no era creación humana.

Para no ser gregario, para salvar su conciencia y vivir como hombre, para no salir por las calles aullando viva Cristo Rey o muera Cristo Rey, hoy es preciso ser capaz de la prueba de la soledad y el hambre.

Por eso no los culpamos. La humanidad ha tenido siempre pocos hombres; vulgo, casi todos. Y hoy, cuando la gran maquinaria, cuando motores, caminos y fuerzas nuevas han hecho pequeña la Tierra, es casi imposible ser in-di-vi-duo…

¿Qué se pondrían a hacer Luis Cano, Eduardo Santos, Laureano Gómez, los de La Defensa, El Colombiano y El Diario, si quedaran en la soledad? Para aislarse es preciso tener el compañero por dentro. No; que continúen su obra, que si se aíslan, de pronto va y se desnudan en las calles.

Esto del gregarismo e individualismo es fácil de comprender: en proporción al cultivo de la conciencia, el hombre se individualiza. Los inconscientes encuentran el placer en la compañía (coitos, honores, juergas, atavíos, riquezas). De suerte que es muy natural que en Colombia tengan espíritu de partido. La producción moderna, maquinista y complicada, estimula el gregarismo.

Advertimos, de paso, que se puede ser buen médico, abogado, ingeniero, un gran especialista, y ser a un mismo tiempo inconsciente; el sabio es muy otro que el experto.

Hoy, en ninguna parte sienten el individualismo. Los solitarios somos inactuales. Pero, cuando nos inviten a sus crápulas, a sus tomas de Abisinia, a sus izquierdismos y derechismos, les gritaremos la palabra mágica del héroe: ¡mierdas!

1936

Fernando González

Fuente:

Antioquia – La Revista de Fernando González, Editorial Universidad de Antioquia, colección Señas de Identidad, marzo de 1997, p.p.: 65 – 67.