Revista Antioquia
Fernando González
1936 – 1945
Antioquia 2 / 1936
Presentación galeata
En primer lugar, se trata de que la realidad ha dejado atrás a nuestra esperanza: la primera edición se ha agotado y estamos preparando otra; no esperábamos tanto, pues esta revista es hija nuestra, y nosotros vivimos a la enemiga; nuestros copartidarios no están en los papeles que hoy se publican en Colombia, ni entre los gobernantes, sino en vientres vírgenes aún.
Así ha quedado comprobada nuestra tesis de que el pueblo colombiano está por encima de su clase directora; que ésta no existe, sino que es aborto bizco de lo que llaman aquí universidad. Queda comprobado que nuestro pueblo no lee porque no tiene a quién leer; que no hay pintores, novelistas, detectives, pero que hay vidas, tipos, rateros y una brega política que da gusto…
¡Échenlos! ¡Déjenlos a nosotros, que los vamos a pintar tan vivos que hablen, pues nuestra madre nos parió desnudos y solitarios y nos dio una leche desfachatada!
¡Está cerrado el contrato que propusimos a nuestro pueblo! Le dijimos: «Si acoge esta publicación, en cambio, prometemos constante honradez con nuestra propia alma».
* * *
Ya hemos tenido tentaciones y las hemos vencido. La primera vino de los admiradores: «Modifiquen esto…», «Sigan de tal manera…», etc.
¡Difícil vencer al canario de la alabanza! El admirador nos subyuga, es como una cónyuge.
Pero somos piratas. Ejercemos bajo la bandera múltiple, siempre nueva. Hace tiempos que conocimos la alabanza, animal rebañego que susurra: «Fue mejor el primer libro: ha decaído».
El admirador desea que seamos como él, que nos convirtamos en servidores de sus gustos; de ahí la esclavitud en que caen los alabados: pierden la agilidad, esencia de juventud, esencia de quien vuela, del andarín y del celícola.
Pues, ¡non serviam! Nos gustan las muchachas y las alabanzas, pero nuestra cónyuge es la verdad y no aceptamos el divorcio. Y, ¿quod est veritas? Pues el múltiple, el que no se nombra, el que se indica en las formas. Definitivamente, somos piratas.
* * *
Uno de la Gobernación, orejas altas y minúsculas, nos amenazó con prohibir para nuestra revista el uso del nombre Antioquia, porque dizque así llaman a un papel que allá publican.
Si nos lo prohibieren, pues la pondremos «Envigado». ¡Éste sí no nos lo podrán quitar, pues aquí todos son personajes nuestros! Querrá decir que el pensador se concentra. Para trabajar por la Gran Colombia, nos refugiaremos en Envigado, donde todo nos acaricia, desde el amplio faldón de Las Palmas, en cuya mitad está la casa de Pachito Pareja, en donde hicieron a Eva, hasta las estribaciones occidentales que abrazan a Itagüí, patria goda de una mitad de nuestro corazón, pues nuestro corazón es multicolor.
Sí; el pensador, como toda fuerza, debe concentrarse para luego expandirse. Desde orillas del Aburrá y de la Ayurá, cabe guaduales y carboneros, entre cañabravales, amaremos a la Gran Colombia. Nada odiaremos sino al odio; quizá odiaremos, pero nada más que durante media hora, pues ¡qué pereza odiar durante días, meses y años, como Alfonso López! (1)
El amor mide la agilidad. Con nadie reñiremos ni discutiremos, porque no nos queda tiempo sino para el amor. Ningún duelo aceptaremos sino éste que estamos librando con la muerte, pues somos cuarentones frutecidos como los balsos de nuestro pueblo y podría alguno acabar con nuestros mejores días… Somos, además, antioqueños, y, por ende, realistas, y ¿cúya vida es tan alegre como la nuestra, por aquí, para ir a jugarla? Seríamos engañados… No aceptamos otro duelo sino éste con la anquilosis. Nos cuidamos mucho porque amamos mucho: los caminos suramericanos, las fuentes, cañadas, cielos y estrellas, los políticos bizcos y periodistas tan feos nos están diciendo cosas que nos tienen enamorados.
* * *
Si nuestro Creador nos propusiera que nos quedáramos para siempre, eternizados sobre la Tierra, le contestaríamos así, poco más o menos:
«¡Echa acá, Señor! Eternízanos tales como ahora somos: ágiles, enamorados pero sobrios; tentados hasta reír como si nos hicieran cosquillas; llenos de malicia; irrigados rítmicamente por el fluido nervioso y por el torrente sanguíneo; enjutos de vientre… Sobre todo, Señor, ¡eternízanos enjutos de vientre! Eternízanos enamorados de todo, pero solitarios, jamás copartidarios. Eternízanos con ganas de acostarnos con ellas, pero diciéndoles: ¡Esperen! ¡Por orden! Dejen ver y palpar, pero ¡no nos acostamos! Déjennos poseer lo bello, sin caer en la prostitución. Eternízanos así, hijos tuyos, jamás hijos del marrano deshonesto, siempre amando a la verdad y a Suramérica, y hazlo en Envigado, en la finca de Pachito Pareja…».
* * *
Así, pues, queridos lectores, en el café de Suso, nos dijo don Benjamín que la gente estaba enojada y que nos iban a retar a duelo.
Si de pronto va y nos matan ¿quién mirará a los policías, quién atisbará a la gente, quién terminará la biografía de don Benjamín, y la del enterrador y quién cantará a Envigado?
No podemos entrar en otra lucha sino en ésta con el amor.
¡No se enojen! ¿O es que quieren robarse la plata, y engañar al pueblo, llevarse los platanales de Urabá, y vender las minas a los místeres y que nosotros permanezcamos serios como puerco que mea? ¿Quieren todo, la gerencia, la inteligencia y la herencia? No sean exigentes, que Dios es muy ordenado y, así, por ejemplo, al doctor Emilio Jaramillo lo fabricó médico, radiólogo, editorialista, congresista, pero con una vesícula biliar atrofiada…
Al que Dios hace bueno para la plata, lo hace bruto, y al pobre le hace cosquillas. ¡Nosotros nos reímos! Si los bolsistas y droguistas se llevaran la alegría también, pues no habría justicia.
No se enojen, que fue que nuestra madre nos parió cabezones y para que lo dijéramos todo. Desde niños tenemos una gana de confesarnos que da gusto. Desde una mañana lluviosa en que nos parieron en manos de doña Candelaria, estamos alegres bajo el sol rijoso, pero pobres.
No se enojen, que los amamos. Amamos a periodistas, a López y a Olayita, porque Dios los creó para que gozáramos. Les ofrecemos reciprocidad. Repetimos: lo invaluable de la vida está en que es gratuita representación.
Esos que están robando y estafando al pueblo, piensen que todo se sabrá en el día del juicio. ¿Qué importa que lo sepan desde ahora?
* * *
Como en este número principiamos la biografía de don Benjamín, y para que los lectores vayan sabiendo cómo nace esta revista, copiaremos unos párrafos de nuestro diario. Ellos servirán también para los que están enojados: verán que se trata de una fatalidad; que no podemos dejar de decir lo que pensamos. Dice:
Hoy nos iremos para Claraval con don Benjamín. Llevaremos bocadillos y otras cosas de comer, un paquetico jesuítico. Por allá adelantaré mucho la biografía de don Benjamín, para Antioquia. Berenguela y los niños irán delante, y estos dos príncipes de la Iglesia, detrás, recordando escenas bellas, humanidades, alegrando el espíritu con armonías místicas; los ojos, con los verdes, los matices del verde vegetal, del azul celeste, etc., y el tacto, ansioso y tenso, pero enfrenado.
Don Benjamín y yo estamos en la edad feliz de la gran capacidad que ya no se atreve, que se economiza: gozamos con la tentación y con el pseudo-triunfo sobre ella; nos creemos héroes del renunciamiento, cuando, en verdad, tememos a la dilapidación. Pasa una campesina, por ejemplo; vamos comentando algún pasaje de Saulo; miramos a los tejidos de ella, irrigados, resistentes, y nos miramos mutuamente y sonreímos, gozando al creer que somos renunciantes… ¡Bella edad de la filosofía, del paladeo!
En todo caso, ésta nuestra es edad feliz, edad de pasajes, de comento de pasajes de Jesús, Saulo y Ovidio. ¿Cómo olvidar a Séneca y a Marco Tulio?
¡Las humanidades! ¿Cómo hay gente, don Benjamín, que prefiere sociologías a un libro de Marco Tulio? ¡Somos príncipes de la Iglesia! Repetir y paladear dos o tres versos clásicos, dos vocablos griegos o latinos; paladear las figuras de nuestra niñez y juventud, las que intervinieron en nuestras vidas: he ahí los placeres incomparables de la edad filosófica.
Delante van Berenguela y los hijos; don Benjamín se detiene y dice: «En Girardot, cuando yo era jesuita, prediqué acerca de la ira…»: ¡he ahí, señores, la edad otoñal, la de los cuarenta!
* * *
Así, pues, es tarea imposible la de que no digamos toda la verdad. Parece una casualidad, pero es predestinación, pues siempre que nos hemos comprometido, aceptando juzgados o consulados, el espíritu nos agarra y nos hace gritar, y nos echan… Definitivamente, fuimos creados para culirrotos.
Muchas veces hemos sido tentados y cedido a la tentación; muchas veces hemos querido agruparnos, para conseguir mina o platanal, pero nuestro demonio nos hace gritar y nos expulsan. Carecemos de constancia para la estafa y el whisky.
Ya no cederemos nunca al demonio; hemos cerrado contrato con nuestro pueblo, así: «Seremos la voz cascada que grita orillas de la Ayurá, que proclama las virtudes y los vicios, los peligros y los engaños, sin otra recompensa que la no interrupción de nuestra risa solitaria».
* * *
Otros nos han dicho: «No usen nombres propios». El que tome el nombre del pueblo, el que gerencie algún porvenir patrio, todo hombre, en cuanto social, es propiedad nuestra. Nunca hablaremos del hombre en cuanto individuo, pues, en cuanto tal, es sagrada manifestación divina. Hablaremos de todos, en cuanto cómicos, personajes de la comedia.
Ahora, el nombre es esencial. Lo que hace un hombre sería inverosímil si él se llamara de otro modo. Sólo Moisés pudo hacer las cosas que hizo Moisés; sólo Mirócletes pudo representar el papel de Mirócletes, y ¿cuál diablo de nombre podríamos inventar para aquel fondillón, representativo de Antioquia, si no es Pedro Nel? Pedirnos que inventemos nombres es pedirnos que usurpemos el papel de las madres, que, si paren a los hijos desnudos, por divinos y secretos designios los paren con el nombre.
¿Que ningún autor los ha usado? Eso nos tienta. No hacemos las cosas que otros hayan hecho. Tampoco ninguno había tomado a Etiopía. Si nuestra profesión fuera hacer lo que han hecho aquí, ¡pues estaríamos ricos y quizá en París!
* * *
En este número iniciamos la biografía de don Benjamín, el ex jesuita de Viaje a pie. Es nuestra obra preferida, y hemos resuelto publicarla aquí, en vista de la acogida cariñosa que ha tenido Antioquia. Esta es ya nuestra casa y bregaremos por darle lo mejor.
En esta biografía de nuestro ilustre amigo y coaficionado a las andanzas a pie, intentamos resucitar las habituaciones y maneras de aquellos curas en propiedad, generalmente de la Marinilla; resucitar las costumbres eclesiásticas de Antioquia; revivir a esos curas gordos, buenos, y cuyas personalidades hacían temblar al pueblo y al púlpito, cuando las pláticas domingueras. Con ellos acabó el señor Cayzedo. Se trata del antiguo clero, el que desapareció desde aquel viaje malhadado que hizo el padre Enrique Uribe, a Roma, a estudiar; desde entonces, nuestros curas son jóvenes delgados y lindos, preocupados de acción católica y que dicen fáchere en vez de fácere.
* * *
También reviviremos aquí a los reverendos padres, a quienes les debemos los buenos sentimientos que hay en nuestro corazón: de ellos tenemos el amor por los paseos a pie; la pasión por los diálogos peripatéticos, en los jardines y patios de los caserones; el ansia de tener finca raíz, de comprar, aunque sea fiada, una gran finca rural, con montes, prados, cañadas y mucha agua, así como la de ellos en Bucaramanga. De nuestros queridos maestros tenemos esa pasión por convertir a las muchachas, por llevarlas a casa, para tocarles el corazón e impedir que sean engañadas por hombres miserables… Sólo que nosotros, jesuitas sueltos, somos pecadores. ¿Por qué? Porque no hemos observado las cautelas de nuestro padre Ignacio: no tocar, no mirar, etc. Hemos querido ser jesuitas sin las cautelas y sólo hemos logrado refinar el pecado.
De todo esto se trata en la obra que hemos escrito con amor y cuya publicación iniciamos hoy.
F. G.
Envigado, mayo 7 de 1936
— o o o —
Don Benjamín,
jesuita predicador [I]
Al R. P. Zameza, mi confesor.
Fernando González
Preámbulo
¡El jesuita! Indudable que es la comunidad religiosa más interesante, por castos, por estudiosos y por las disciplinas psíquicas. ¡Ningún conocedor del alma como nuestro santo padre Ignacio! Él basta a España para que tenga la primacía en el mundo interior. Es la única compañía bien organizada en todos sus detalles. El aire ignaciano es propiedad de ellos: generalmente delgados, cuerpos atormentados de estudiosos; en su juventud son fornidos y ágiles; en la vejez llevan la calvicie y seriedad ignacianas. Tienen gordos, pero son pocos. Su vestido es el más intelectual. Imperan en todas partes. Madrugadores, activos, completamente sugestionados de que La Compañía es el Cielo o el camino más recto para él. Tienen razón. Santa Teresa lo afirma. Son insuperables en el respeto a la castidad, inflexibles. De ahí, creemos, su triunfo. Sólo el que siga a Ignacio puede triunfar de la carne.
Ninguno de ellos sobresale en originalidad, pues ésta es contraria a su espíritu, pero todos ellos son ilustrados, metódicos, gente heroica.
Para decir toda la verdad, ya que es nuestra cónyuge, diremos sus defectos, los que nos parecen tales y que quizá sean los defectos de sus cualidades, según frase de Santa Teresa. Son:
Falta de originalidad individual. (Claro, porque están sometidos a regla, son perinde ac cadaver (2) y «como bastón de hombre viejo»). Ausencia de atrevimiento científico, de espíritu inventivo, por la misma causa. Muy doblegados por sus jefes y muy soberbios en su espíritu de comunidad, pues creen firmemente que son mejores que los demás. Tratan al mundo con desprecio. Sociedad que dominan, la tiranizan. Siendo los mejores amigos, personalmente, la comunidad es tirana y soberbia.
Son el sostén de Roma, y así lo creen y sienten.
El jesuita tiene aplomo dondequiera. Dominan al resto del clero. Son temidos, temibles y respetadísimos.
Para terminar, nuestra gran tristeza es no pertenecer a La Compañía sino por la gana. Somos jesuitas soltados, que de vez en vez vamos donde el padre Zameza a lamentarnos de nuestros negros pecados, debidos a que no llevamos, como ellos, las cautelas del padre Ignacio entre el bolsillo.
Ahora los persiguen solapadamente, en Colombia. ¡Eso es!: ¡arrojen al espíritu latino e introduzcan expertos, mineros y pastores sajones! ¡Arrojen a los maestros de monsieur Voltaire, a los que abrieron y embellecieron la gran hacienda de los llanos, a los que dieron al Paraguay el espíritu heroico…! ¡Arrójenlos, a nuestros maestros, para que no queden en Colombia sino los putos y putas de la gran familia liberal!
* * *
¡Estamos anonadados! Acaba de contarnos Jorge que el P. Zameza, nuestro confesor jesuita, está gravemente enfermo, hace dos meses; que está en Miraflores y que temen por su vida… ¡Morirá, o lo arrojarán estos López! ¿A quién le contaremos las cosquillas que nos hacen las muchachas?
¡Está enfermo ese joven, ese andarín, que cogía el manto, lo levantaba y se lo echaba al brazo izquierdo, con elegancia ciceroniana! ¡Ese caminador filósofo, que iba juvenil, fuerte, echado para adelante un poco! Parece que estuviera enferma o que fueran a arrojar de la patria a una parte de nuestro ser… ¿Por qué no lo detuvimos en la calle, a saludarlo? ¿Qué amor a la filosofía quedará por aquí, si arrojan a los jesuitas?
Capítulo I
Presentación de don Benjamín, tal como es hoy.
En ésas (3) nos llamó un hijo de Chito y nos dijo que ahí estaba don Benjamín, bebiendo café.
Llevamos a don Benjamín donde Suso. Allí le contamos nuestro programa.
Hace tiempos que insistimos en que termine su carrera eclesiástica, pues sabe de ritos, latines y, cuando salió de la Compañía de Jesús, ya se había puesto dalmáticas… Sobre todo, posee la figura y el modo dulce y hábil de los príncipes de la Iglesia. Nos contó hoy que tuvo el siguiente diálogo con el padre Casiano Restrepo, su amigo:
—Mira, hombre, ya que destituyeron a Cayzedo, me tienes que ayudar a terminar mi carrera eclesiástica, en la cual perdí mi juventud…
El padre Casiano se detuvo en el zaguán de su casita y, guiñando el ojo zorro, le preguntó:
—Dime, ¿ya lo pre-bas-te…?
Don Benjamín respondió afirmativamente, añadiendo que todos los habían probado.
—¡Sí, hombre! ¡Es verdad! El que no lo haya hecho, que tire la primera piedra; el que no lo haya hecho, que tire piedras que sean como enormes bolas… Pero, mira: mejor es que no sigas; vaca ladrona no olvida portillo…
Capítulo II
Don Benjamín predica en Puerto Berrío, hunde una tabla del púlpito y convierte a una vieja.
Ya dijimos que don Benjamín se había puesto dalmáticas donde los reverendos padres.
Pero la gente y nosotros ignorábamos hasta ayer que él hundió de un puntapié una tabla del púlpito de Puerto Berrío, en donde convirtió a una vieja, y que, en Villeta, con el sermón llamado de la mano negra, convirtió a todas las señoritas, señoras, viudas y viejas, hasta el punto de que esa noche, noche de luna, se amontonaron en el patio y corredores de la casa cural, reclamando al padre Correa para que les dijera una palabra de consuelo…
Pero vamos por orden; sin ordenación no puede haber emoción estética, y, el sermón de la mano negra, si anticipáramos los sucesos que corresponden al final, no produciría el efecto que buscamos, a saber, la salvación de las almas.
Fue ayer, domingo de resurrección, cuando oímos de los labios arzobispales de don Benjamín el sermón ese…
Estábamos bebiendo café al atardecer, donde Suso, bajo la ceiba de Suso.
Don Benjamín había venido a traernos la hermosa Biblia del padre Casiano Restrepo, ilustrada, editada en Venecia en 1758, «Ex typographio remondiniano».
Llegó temprano a traérnosla. Paseándonos por los corredores de «Bucarest», por nuestra bella mangada y jardines, o ya entre la alberca del gran baño, sobándonos nuestros pechos cuarentones, el suyo más arzobispal que el nuestro, simple monaguillo de la Iglesia, del arte y de la filosofía, conversábamos de Jesús, de María, de Judas…
Comentábamos acerca de la discreción suprema con que aparece la figura de María, mater ejus, en los evangelios.
Mientras don Benjamín se hacía masajes en su vientre sacerdotal, comentábamos así:
Tres o cuatro frases intensas, de seriedad y autoridad divinas: eso tenemos acerca de María. Figura esbozada apenas con la palabra y, por eso mismo, completa en poder espiritual. Las grandes figuras: tres golpes de cincel, tres brochazos y el espíritu humano queda subyugado.
Por eso, don Benjamín, es un error de la Iglesia ese relleno que han hecho con María y con José; en sermones, visiones, libros de doctores, etc., han rellenado la historia de esos dos misterios del alma humana. Jesús fue solitario; con exquisita delicadeza separó a sus padres de su brega divina con la bestia. Ayer decía el coadjutor que María tenía en sus brazos a Jesús-cadáver y que sufría al recordar sus dientes que eran blancos como la leche, cuando vivía…
Don Benjamín sumergióse en la alberca y, al salir, resoplando, díjonos: «Usted doctor, debería hacer un sermonario…».
Decía el coadjutor —continuamos— que, al pie de la cruz, María tuvo presente a Nestorio, a Lutero, a Calvino, a nosotros, y que sufría… ¿No le parece un relleno, don Benjamín? Los evangelios dicen apenas tres o cuatro frases, entre las cuales las mejores son las siguientes:
Y estaban junto a la Cruz su madre, y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena.
Y como Jesús viera a su madre, y al discípulo que él amaba, que estaba presente, dice a su madre: Mujer, he ahí tu hijo.
Después dice al discípulo: He ahí tu madre. Y desde ese día la recibió consigo.
(Juan XIX, 25, 26, 27) (4)
Salimos del baño al atardecer. Mientras veníamos a contemplar a los borrachos, diez mil borrachos católicos, que fue lo que resultó de la Semana Santa, por la carretera paladeábamos y comentábamos estas palabras: Deípara Virgo y Zeótocos; virgen deípara, las primeras, y madre de Dios, la segunda.
Decíamos que todo sermón acerca de la Virgen debía limitarse a repetir Deípara Virgo.
Notemos la belleza de esas dos palabras; el contraste, el atrevimiento de ellas: el atrevimiento de esos tres conceptos que expresan una armonía supraterrena: Virgen, madre de Dios.
En tales palabras está toda La Virgen, aquella que parió al que unió a la humanidad con el Espíritu.
Íbamos por el frente de la casa que compró el alemán, cuando decíamos: sólo al pueblo judío pudo ocurrírsele el atrevimiento de emparentarnos con la Divinidad. ¿Qué más desea, don Benjamín, que pertenecer a la misma especie animal que la Madre de Dios? ¿Comprende? Y Él dijo: Mulier, ecce filius tuus. Ella es nuestra madre; quien la invocare estará a la diestra; nada le será negado a quien pidiere a la mater ejus…
Había muchos borrachos en la plaza. Nosotros lo estábamos también, sin haber bebido. En nuestra cabeza se repetía la música sublime; en nuestra cabeza sólo había esta cantinela, e íbamos llegando ya al café de Suso: Deípara virgo. ¡Qué brutos estos predicadores, don Benjamín! ¡Rellenar! Usted y yo debíamos ser príncipes de la Iglesia…
Entonces fue cuando don Benjamín nos contó, excitado. Dijo:
Póngame una casulla, doctor, y colóqueme al frente de un misal y yo le digo una misa, mejor que el padre Ocampo. ¿Sabe por qué? Porque eso lo aprendí en mi niñez y primera juventud; eso no se olvida…
¿No sabe usted que en Puerto Berrío hundí yo una tabla del púlpito, de una patada?
—¿Cómo fue, don Benjamín?
Terminado mi noviciado con el padre Guevara, me enviaron a Bucaramanga para hacer el magisterio. Llegué a Puerto Berrío, con el padre Batán… El cura, padre Jesusito Salazar, preguntó: ¿Cuál de ustedes, padres, me va a predicar el sermón de hoy? El padre Batán respondió: que lo predique el padre Correa…
El cura Jesusito Salazar me puso a la orden su biblioteca, para que me preparara. Contestéle que no era preciso.
Llegaron las seis de la tarde y yo me paseaba por la sacristía, de sobrepelliz y estola, meditando… Comenzaron a llegar negras… Las ceremonias demoraban; llamé al sacristán y le pedí un buen trago de vino de consagrar… Un monaguillo salió, con un esquilón, por las calles, gritando que un padre jesuita iba a predicar… Llegaron las siete, y la iglesia se colmó de negras… Salí; les hablé del pecado mortal, en imágenes; les dije, recuerdo muy bien, por ejemplo, que el pecado mortal era como un culebrón que le sale a uno en camino solitario; quiere el viajero pasar por un lado, y el culebrón remueve la cabezota y se lo impide; va a pasar por el otro lado, y mueve la cola, y se lo impide; pues así es la vida, así es el hombre y así es el pecado mortal: culebrón que nos impide a los viandantes terrícolas proseguir el camino para el Cielo… Comparé el pecado mortal con los caimanes del Magdalena… Recuerdo que al tratar de esta imagen, di un puntapié y se hundió una tabla del púlpito…; mientras bregaba, disimuladamente, por sacar el pie y continuar la imagen, noté que las negras estaban aterradas… El vino me excitaba; estuve feliz; sudaba mucho: yo era jesuita gordo…
Me retiré a la sacristía. Sotana, sobrepelliz y estola estaban de escurrir. Me senté fatigado… En ésas viene el sacristán y me dice que una negra, señora principalísima del Puerto, decía que de todas maneras tenía que confesarse con el padre Correa… Como yo no podía confesar aún, respondí: estoy fatigadísimo; dígale que ahora irá el padre Batán a confesarla…
Apéndice de la obra acerca de la vida del padre Correa, es decir, don Benjamín.
La Virgen
Ésta, a quien Jesús nos dejó por madre, en testamento de tres palabras: Ecce mater tua, es la llave del Cielo.
Ningún bien espiritual le niega Dios a quien la invoca, pues es vínculo por antonomasia: debido a ella somos hermanos de Dios; une a la Divinidad con el hombre.
Muy cierto parece que ella es camino seguro, estrella de la mañana y de la tarde.
Creemos que ella no interviene en loterías y en negocios; en Colombia han querido hacer de ella una lotera, o una señora bogotana que va a palacio a pedirle a Alfonso López un consulado para los que iluminan su imagen.
Cuando Alfonso López pasó por aquí, a posesionarse, preguntóle a una su amiga que de dónde venía; díjole que de la iglesia y que había orado a la Virgen por él, para que le iluminara el camino de la grandeza patria… Respondió así el presidente electo: ¿Por qué no le pidió, más bien, que me diera plata?
Sólo una vez tuvo que ver la Virgen con las droguerías, y fue más bien para hacerles mal, pues suplicó a su hijo que convirtiera el agua en vino.
¡El primer milagro, el más simbólico, fue a petición de su madre!
* * *
Figura humana perfecta que todo lo guardaba en su corazón. Aparece someramente en los Evangelios y en Los Hechos de los Apóstoles. Copiemos y callemos. Sólo nos permitimos algunos comentarios sobrios, temerosos.
Y el nacimiento de Jesucristo fue así: que siendo María, su madre, desposada con José, antes que se juntasen, se halló haber concebido del Espíritu Santo.
Y José, su marido, como era justo y no quisiese infamarla, quiso dejarla secretamente.
Y pensando él en esto, he aquí el ángel del Señor que le aparece en sueños, diciéndole: José, hijo de David, no temas de recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es.
Y parirá un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.
Todo esto aconteció para que se cumpliese lo que fue dicho por el Señor, por el profeta que dijo:
He aquí, la Virgen concebirá y parirá un hijo, y llamarás su nombre Emmanuel, que declarado es: con nosotros Dios.
Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer.
Y no la conoció hasta que parió a su hijo primogénito y llamó su nombre Jesús». (Mateo, I: 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25).
* * *
Marcos no trata casi de la Virgen; apenas leemos en el capítulo III, versículos 21 y 31 al 35, lo siguiente:
Y como lo oyeron los suyos (que hacía milagros), vinieron para prenderlo: porque decían: está fuera de sí.
[…]
Vienen después sus hermanos y su madre, y, estando fuera, enviaron a él, llamándolo.
Y la gente estaba sentada alrededor de él, y le dijeron: he aquí, tu madre y tus hermanos te buscan fuera.
Y él les respondió, diciendo: ¿Quién es mi madre y mis hermanos?
Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: he aquí a mi madre y mis hermanos.
Porque cualquiera que hiciere la voluntad de Dios, éste es mi hermano, y mi hermana y mi madre».
Continuará en el próximo número.
Capítulo III
Don Benjamín predica el sermón de la mano negra.
Estando en el colegio, en Bogotá, sufrió de un reumatismo articular, a causa de unos baños fríos, o, mejor, por haberse bañado, pues, en la capital, el que se baña se muere. Allá la gente se muere de mugre o de baño. Lo enviaron a Villeta, a curarse.
Allá fue en donde convertí a toda la población con el sermón de la mano negra.
Siempre acostumbré un buen trago de vino de consagrar antes de subir al púlpito, pues ello sirve para la acometividad de las imágenes.
El cura era el doctor Adeodato Gómez.
Aquella noche se trataba del pecado mortal.
Les conté del padre y doctor José Ramírez, que fue un gran sacerdote misionero de La Compañía.
En Toledo, digamos, por ejemplo, Envigado, los nuestros tenían casa. Allá fue el padre y doctor José Ramírez. Había en dicha población una señora viuda, que vivía con su hija, muy ricas y muy dadas a La Compañía, muy ignacianas… Vivían en olor de santidad.
Pero la hija había tenido amores con un galán francés; quizás, parece, habían llegado hasta el pecado de la cohabitación, pecado horrendo cuando no existe el vínculo matrimonial… Como eran ignacianas, y todo el pueblo, lo mismo que los padres, las tenían por santas, aquella señorita (?) confesaba todos sus pecados, menos ése… Iba siempre con firme intención de confesarlo, pero, el respeto humano, la soberbia de su reputada santidad, se lo impedían…
Los remordimientos la atormentaban. A cada confesión se levantaba con un pecado más, porque, carísimos hermanos, tal es el efecto de las malas confesiones, que el penitente se hinca de rodillas con veinte pecados mortales y se levanta con veintiuno: el pecado de la mala confesión…
Hacía viajes, digamos a Itagüí, por ejemplo, para confesar allá el lejano y saboreado pecado que cometiera con un galán francés, oriundo de aquella maldita Babilonia que llaman París… En los profundos infiernos debe estar ese galán, pues… ¡ay de los tentadores, que ellos serán tentados en los infiernos con varilla de hierro candente…!
Hacía los viajes que dije, pero, al ir a confesar tal pecado, sus labios quedaban mudos.
Llegó, pues, el santo padre y doctor José Ramírez y predicó unos ejercicios que conmovieron a todos…
La señorita tuvo tanto arrepentimiento, que resolvió fingirse enferma, para llamar al padre y doctor José Ramírez y hacer con él una confesión general…
Fingió, pues, su enfermedad… A las diez de la noche llamaron a nuestra casa…
Salió el padre y doctor José Ramírez, acompañado de un hermano, pues los nuestros van siempre pareados, como la policía italiana, y ello es una de las cautelas de nuestro santo padre Ignacio, con el fin de que no les salga al camino el culebrón del pecado mortal, pues éste no ataca sino a los solitarios. ¡Ay de los caminantes solitarios, de aquéllos que no llevan a su lado el bordón de un hermano coadjutor, pues serán tentados, o, por lo menos, calumniados! No salgáis nunca solos, sobre todo de noche, amados hermanos, pues acordaos de que la culebra le salió a Eva, porque se durmió sola…
Salió, pues, el padre y doctor José Ramírez, acompañado de un hermano, y llegaron a la casa de la enferma.
Entraron. Hubo palabras de consuelo para la viuda, pues eran mujeres muy dadas a La Compañía y tenían olor de santidad.
El hermano coadjutor sentóse en una habitación, rosario en mano, tal como lo ordena nuestro padre Ignacio, pues a nada que tema tanto el enemigo como a la camándula.
El padre penetró a la otra habitación, y acercóse a la enferma y comenzó a oírle la confesión. ¡Imaginaos al padre y doctor Ramírez, allí, inclinado, con su cabeza ignaciana, y al hermano, rezando, sentado beatamente, que agacha la cabeza y la levanta de vez en vez…
En una de esas levantadas, de pronto ve el hermano que de un rincón de la cama sale una mano negra y peluda; se acerca a la garganta de la penitente y la aprieta; luego se retira y se esconde en el lugar de donde había salido. Mira atentamente el hermano, y por varias veces ve clara y distintamente a la mano negra y peluda en sus maniobras…
Hay que reconstruir la escena, viva, en la mente, hermanos míos. Imaginar el lecho; la penumbra; las alcobas, comunicadas por puerta abierta o quizá sin puerta; al hermano, reza que reza y cabeceando discretamente, y al sacerdote, al santo padre y doctor José Ramírez, con su calva, inclinado, un pañuelo oloroso a rapé en su mejilla, tenido allí por la mano derecha, cuyo brazo se apoya, por el codo, en el espaldar de la silla…; imaginar la enferma, en decúbito lateral, la cabeza medio levantada y apoyada en un brazo también… Hay que reconstruir el rincón de donde salía la mano, rincón el más penumbroso: había dos oscuridades, la cabellera de la joven pecadora y la oscuridad, guarida de la mano negra de Satanás…
El padre la absolvió, consoló a la viuda con celestial unción y salieron camino de nuestra casa.
Como el hermano era uno de esos viejos, machucho ya, nada dijo al confesor…
Llegaron a nuestra casa. El hermano se dirige al cuarto del superior. Tun…, tun…, tun. Abren.
—¿Qué pasa, hermano?
—Tengo que hablarle. Reverendo Padre…
—Entre, siéntese y cuente…
…………………………………………………………………………………
—Oiga, hermano, vaya a acostarse tranquilo. Ni una palabra a nadie… Pero, antes, llame al padre Ramírez.
Tun, tun, tun…
—Padre, que haga el favor de ir donde el Reverendo Padre Superior…
Llega. Se entabla el siguiente diálogo:
—Padre, ¿no vio usted nada? ¿Notó algo anormal?
—No, reverendo padre; absolví a la penitente y quedó tranquila. Consolé a la viuda…
—Vea, padre, bajo precepto de obediencia, vaya usted al coro y póstrese de rodillas ante Jesús Sacramentado, y pida por esa alma… Yo iré también luego… Esté allí durante dos horas…
Fuese el padre y doctor José Ramírez al coro y sumióse en oración. Pasaría una hora; pasaría luego un cuarto de hora…; oraba fervorosamente por la joven penitente e ignaciana, cuando he aquí que comenzó a oír como el ruido de una cadenilla…, como si algún animal arrastrara una cadenilla alrededor del altar…
¿Qué será?, preguntóse el padre Ramírez, y contestóse: algún animalejo que anda por ahí…, y siguió orando.
Pero el ruido fue en aumento; de cadenilla arrastrada pasó a cadena gruesa de eslabones; ya eran como diez cadenas gruesas que chocaran; fue en aumento, hasta ser ruido infernal, y luego oyó el padre que un tumulto horroroso se acercaba al coro y que subía las escaleras; era como si arrastraran cadenas de presidiarios muchos… Al mismo tiempo, olor a azufre y mucho calor expandióse por el templo…
Púsose en pie el reverendo padre; miró a todos los lados para inquirir la causa…, y, hete aquí que en un rincón del coro vio la figura de la señorita (?), cubierta de llamas que la envolvían y subían, de color azuloso, y ella con gestos de violentos dolores…
—¡No ores por mí, que estoy condenada…!
—Pero ¿cómo es eso? ¿No acabo de darte la absolución?
—¡Estoy condenada! No confesé un pecado de amor con un galán francés, creo que de París o de Marsella… Los designios de Dios son inescrutables, y, en prueba de que estoy condenada, aquí te dejo la señal de mi mano sometida para siempre al fuego infinito… Y estampó su mano sobre una plancha de acero, y allí quedó la señal para siempre y es guardada por La Compañía para conversión de los pecadores…
* * *
Don Benjamín bajó del púlpito, sudoroso, agotado. Entró a su habitación en la casa cural y se recostó en la cama, no sin antes haber trancado la puerta, pues el padre Pablo Ladrón de Guevara, maestro de novicios, les había aconsejado siempre que, al dormir fuera de casa, diez trancas no eran demasía, porque el demonio no duerme, sobre todo cuando anda en forma de muchacha.
Se adormeció. Pero hete aquí que comenzó a sentir un alboroto en patio y corredores; luego, que tocaban a su puerta, por varias veces, insistentemente. No quiso abrir. Un jesuita nunca abre de noche, porque pueden ser mujeres.
Al día siguiente se levantó y le dice el cura, doctor Adeodato Gómez:
¡Pero en las que me metió usted anoche, padre Correa! Todas las mujeres de Villeta se reunieron aquí, ocuparon la casa, el patio, corredores, gritando que estaban condenadas, que tenían historias de galanes, no de París propiamente sino de Bogotá, y que no se irían a dormir hasta que usted saliera a decirles algunas palabras de consuelo… Le tocamos mucho a la puerta, pero usted estaría sumido en oración… Ahí amanecieron, en el patio y bajo la ceiba de la plaza…
* * *
Luego nos cuenta don Benjamín que predicó en Villeta treinta y seis sermones: les dio ejercicios; predicó el novenario del Carmen (la patrona); cantó las salves, de capa; que también predicaba, sentado en el presbiterio. Nos dice que, al volver a Bogotá, los padres no podían creer que hubiera trabajado tanto para el bien de las almas…
Capítulo IV
Presentación somera y adelantada del padre Pablo Ladrón de Guevara, maestro de novicios de don Benjamín, el que puso en su lengua el carbón de Isaías…
Era castellano. La disciplina encarnada en un castellano. Oigan una plática suya, en el noviciado:
Carísimos: seamos verdaderos siervos de Dios e hijos de su Compañía, de la Compañía de su hijo, Jesús…; siéndolo, todo será nuestro, incluso los bienes temporales, pues ¿quién tiene más derecho, un hombre arrastrado del mundo, o uno de nosotros? A nosotros hasta un novillo se nos convierte en sustancia, pues la fuerza que adquirimos al comérnoslo es para el bien de su Compañía, a mayor gloria de Dios. Animae fideli omnia convertuntur in bonum. (A las almas fieles todo se les convierte en bien).
* * *
¿Cómo hizo este padre para leer las miles de novelas pornográficas que juzga en aquel su libro que fue tan popular en Colombia, llamado Novelistas malos y buenos?
«Yo tengo —decía— una gracia o don concedido por Dios, y es darme cuenta de la pornografía de una obra, sin poner cuidado a su contenido».
De monsieur Voltaire dice: «¡Infame! ¡Infame! ¡Infame!». Nada más…
Si nosotros tuviéramos este don divino, nos comprometeríamos a juzgar todas las obras maestras colombianas, o sea, el millón de editoriales de Luisito Cano, el hijo de don Fidel que vendió El Espectador a los Santos, las maravillas de Nieto Caballero y los editoriales y discursos de Emilio Jaramillo…
* * *
No dejaba bañar al novicio en dos años, porque era segura la pérdida de la castidad. En esto estaba de acuerdo con León Tolstói; que con cambiar de ropa había…
«Nuestra madre La Compañía es muy buena: cada ocho días nos pone ropa limpia para que nos mudemos».
* * *
Oigan su plática acerca de las cautelas:
Las cautelas de nuestra madre La Compañía son lo único que nos dará la perseverancia aquí. Los reverendos padres Salmerón y Rodríguez entraban a la corte de España a dirigir a los Reyes… Esa corte estaba llena de juventud de ambos sexos, muy estragada, que se admiraba al ver a los dos padres, tan recatados y que olían a castidad. Un cortesano se les acercó y les dijo: «Me han dicho que ustedes son muy castos, y que eso se debe a las cautelas y que ustedes llevan esas yerbas en el bolsillo… ¡Muéstrenmelas, padrecitos…!». El padre Salmerón sacó del bolsillo un librito negro, de meditaciones, y le dijo: ¡Aquí están las yerbas…!
* * *
El padre Ladrón de Guevara enumeraba así las cautelas:
Primera.—Regla de no tocar. (Se extiende aun a no dar la mano).
Segunda.—Andar con ojos bajos, sin detenerlos en mujer.
Tercera.—No hablar mundanamente; huir de esos que orilleen el pecado contra la castidad.
Cuarta.—Que las encierra todas—. Orar y meditar, estando con Dios aun en medio del bullicio.
* * *
Contra la gula nunca predicó el padre Guevara. En general, comen bien los jesuitas, pero no abusan. En días de primera sí hay novicios que salgan a vomitar. Ellos son: Día de San Ignacio; el 1° de enero, fiesta del nombre de Jesús; el de Nochebuena; tres días, en Pascua; la Inmaculada; ascensión del Señor; el día de ordenación sacerdotal de profesión solemne a votos, de renovación de estos, etc.
* * *
Diremos que realmente las cuatro cautelas son el único remedio para no caer en pecado carnal. En psicología, el padre Ignacio no se equivocó ni en un ápice. Sus ejercicios y reglamentos son la obra más perfecta psicológicamente. Si es verdad que sólo en el catolicismo puede salvarse el hombre, pues no lo podrá sino guiado por Ignacio.
* * *
Íbamos aquí, y como estuviéramos fatigados, salimos para el café de Suso, ya al atardecer; pasó por la carretera un señorito de Medellín, de esos peinados de los almacenes, a caballo, odiosísimo… «Indudablemente, don Benjamín —dijimos—, que el padre Pablo Ladrón de Guevara tenía razón: ¿quién tendrá más derecho a los bienes temporales, a ese caballo, este afeminado, o nosotros, príncipes de la Iglesia?».
Capítulo V
El padre Enrique Olaya. El hermano Carrasquilla en las bocas del Lebrija. Viaje de don Benjamín con el padre Batán. El hermano Salazar se muere.
En primer lugar se trata de que en 1914 el padre Enrique Olaya fue expulsado de La Compañía por varias cosillas contra la honestidad. Una de ellas fue que siendo profesor de física y de química en el colegio, en Bucaramanga, un atardecer fuese, como solía, a preparar la clase para el día siguiente, acompañado de un fámulo buen mozo. Eran ya las seis; comenzaba el anochecer dulce de aquellas regiones bumanguesas; los internos estaban para terminar su recreo, paseando unos, meando otros; sonaron las campanas en los varios patios, llamando a los recreantes, cuando he aquí que se oyen gritos lastimeros y de hórrido espanto, y atraviesa los patios, huyendo, el fámulo, con los calzones caídos en los muslos, lamentosamente…
¡Truena la prensa! Un «suelto» de ella reza: «Dicen que el padre Enrique Olaya fue despedido de la Compañía de Jesús por deshonesto. Traslado al R. P. Rector, ¿será verdad?».
Resolvieron echarlo. Salió del colegio de San Pedro Claver hacia Cartagena, acompañado del hermano Carrasquilla. Allá le dieron las letras dimisorias.
Así fue como el hermano Carrasquilla recibió orden de esperar, a la vuelta, en la desembocadura del Lebrija, a dos padres que iban de Bogotá para Bucaramanga, a reemplazar a Enrique Olaya.
El hermano Carrasquilla era bajito, cabezón, ojichiquito y muy bruto. Hombre de confianza para obedecer; fuente sellada.
* * *
Salió don Benjamín del noviciado de Chapinero hacia Bucaramanga. Iba con el padre Batán, gallego, menudo, caminar menudo y rápido, cabezón, caricuadrado, ojón y que hablaba menuda y atropelladamente. Iba enfermo de los bronquios; don Benjamín, enfermo de la cabeza, así: al tratar de algún texto sagrado, por ejemplo, quaeretis me et non invenietis et in peccato vestro moriemini (5), se desvanecía, pero inspiradamente: era como un aflato… Por eso lo enviaban a Bucaramanga y por eso se reunirían con el hermano Carrasquilla en la desembocadura del Lebrija.
* * *
Llegaron a Puerto Berrío sudorosos. Contemplaron allí las golondrinas y los pericos innumerables… Se hospedaron en la casa cural, porque el cura era Jesusito Salazar, que tenía un hermano que fue hermano en La Compañía. La casa cural era en el bellísimo alto, en ese otero soberbio que domina al moderno hotel y que domina al río de la Magdalena y a sus selvas riberanas, las mejores del mundo.
El hermano del padre Jesusito acababa de morir en Bogotá, oliendo a santo: un cáncer en la tetilla izquierda le fue comiendo, comiendo las paredes y se veían dos costillas y una tetilla transparente que permitía percibir el ritmo cardiaco. Murió así:
Acostado boca arriba; sonó la campana que llamaba a todos «a despedir a uno de los nuestros»; acercáronse, el padre rector delante… Pachito dijo: «¡Ay, padre!, ¡ay, padre!», y se quedó…
Esa noche fue cuando el padre Correa, queremos decir don Benjamín, hundió la tabla que ya dijimos del carcomido púlpito de Puerto Berrío. Pero entiéndase bien, no la noche en que muriera el hermano Pachito Salazar, sino la noche de la llegada de nuestros viajeros al puerto antioqueño.
Capítulo VI
Continúa el viaje. Negros, tigres y caimanes. Por el Lebrija. Un rancho y el negrazo. Soldados bogotanos. Noche en Papayal y muerte de un escorpión.
A las seis de la mañana, dicha la misa, salieron embarcados por el río de la Magdalena abajo y llegaron a dormir a la desembocadura del Lebrija. Allí se unieron al hermano Carrasquilla.
Durmieron en un rancho. Los negros les contaron historias: que los tigres son maliciosos… «¿Saben ustedes, padrecitos, cómo pasan el río…? Pues se acercan a la orilla; dan uno o dos berridos; los caimanes oyen y corren todos al lugar a esperar que se arroje al agua, pues en agua los vencen…; entonces, el tigre, ya reunidos allí todos los caimanes, corre para abajo tres o cuatro cuadras y pasa tranquilamente…».
Se durmieron, pero el padre Correa soñó que había inventado una manera segura para llegar al Cielo: se vio a sí mismo, en la carrera Séptima, en Santa Fe de Bogotá, parado en una esquina; se oyó a sí mismo cuando lanzó tres berridos y vio que todos los pecados mortales, todas las bogotanas, acudían, y que él corría por una calle, hasta la plaza de mercado, y que por allí pasaba hacia el Cielo, tranquilamente…
Despertaron para montarse en la canoa de remos y chuzos. Apenas lugar para ir sentados sobre la madera dura; el resto, para carga y bogas. Suben lentamente… ¡Qué hermosas selvas!
A las doce amarran la canoa y por un senderito penetran en la selva. Hay un rancho y en él un negrazo, una negraza preñada, vírgenes negras y negritos. Todos ondean trapos y pañuelos a lado y lado de los rostros, pues el aire está cuajado de mosquitos. El rancho es limpio, con papayos y flores alrededor. El único que permanece inmutable, que no espanta mosquitos, es el negrazo.
«Vean, padrecitos, toquen aquí…», y se coge una arruga de su vieja mano con los dedos de la otra y se las ofrece para que toquen… «¡Cuero de sapo, padrecitos! Yo me crié por aquí. Nada me entra. Yo me he agarrado con culebrones, con tigres y con liones… Miren aquella playita…; allí, cuando la guerra, lloraban unos soldaditos bogotanos que parecían de mantequilla; allá se murieron de picaduras de mosquitos…».
* * *
Vuelta a navegar… A las nueve de la noche llegaron a Papayal. En esa bodega los recibió el corregidor, les dio comida en casa de unas señoras principales. Los llevó a dormir: que las camas estaban listas. Fueron por una calle, torcieron a la derecha, un poco, y entraron: era la cárcel y había tres colchones tirados en el suelo.
Pusieron los mosquiteros que llevaban, y cuando el hermano Carrasquilla apagó la vela, don Benjamín oyó ¡chas!, un ruido en el toldillo, ruido de animal caído al toldillo…
—¡Aquí cayó algo, Padre…!
—Encienda un lucífero, padre Correa…
Encendido éste, vieron que era un escorpión de diez centímetros que se paseaba por el toldillo. Cogió don Benjamín un zapato del hermano Carrasquilla, golpeó el toldillo, cayó el animal y lo destripó…
Se durmió el padre Correa meditando en que la pasada del río de la vida no era tan fácil como la del río de la Magdalena para los tigres. ¡Muchos escorpiones, muchas tentaciones caen sobre el toldillo de los hombres que se dan a la mortificación para llegar al Cielo!
Capítulo VII
Sigue la navegación. Una tempestad. Llegan a Puerto Santos. El agente de La Compañía y sus cuentos. La comida y una manada de saínos. Samper, joven poeta bogotano. A caballo. La hacienda de los Puyanas.
A las cinco, de nuevo a navegar…
Al atardecer se fue cerrando el cielo, el río y la selva… Una oscuridad como la nada… Principiaron a caer rayos ahí cerca, sobre los árboles centenarios y en el río… Granizo… Un relámpago: se ilumina el infinito negro, por un segundo, y de nuevo la negrura, y sigue el trueno sordo, anonadador…
Los bogas no habían renegado, por respeto a los padres. Ahora temblaban…
«Vean, padrecitos, dijeron, ya estamos cerca de los chorros o caballos; no podemos seguir; pronto bajará la creciente; es preciso que amarremos la canoa y esperar…».
Así lo hicieron. Los bogas se pegaron a las sotanas, muy juntos. El aguacero tropical comenzó a mojarlos, pues el techo de hojas de bijao que habían fabricado se tostó con el sol y se deshizo con el granizo.
¡Relámpago! ¡Trueno…! ¡Relámpago! ¡Trueno! El tigre aúlla. La noche es negrísima. Ahí están, apretujados, de pies, el padre Batán, don Benjamín, el hermano y los tres bogas…
«¡Recen algo, padrecitos!». El padre Batán hace coro al rosario: «Dios te salve, María…». El «Dios» empuja en su lengua al «salve» y éste a «María». Los bogas rezan hasta con más fervor que los jesuitas… Siguen otros rezos… ¡Chas! Un rayo ahí, cerca, muy cerca; el relámpago ilumina los rostros negros y los blancos, fatigados, con sus ojos que escrutan el vacío. «Miserere mei Deus…», entona el padre Correa…
A las diez comienza a despejarse y siguen por cerca a la orilla, lentamente.
A la una de la mañana llegaron a Puerto Santos, muertos casi; el padre Batán hasta caminaba ya lentamente; el hermano, rechoncho, estaba molido, y don Benjamín sentía dolores en sus nalgas y pechos de príncipe de la Iglesia…
Los esperaba don Enrique Santos, agente de La Compañía, agente de navegación, empresario de mulas; tenía allí granero, bodegas, muladas y mangadas. ¡Qué simpático! Después se hizo liberal; allí se enriqueció con La Compañía, y se hizo jefe liberal…
«Padrecitos, díjoles, desde las seis los estamos esperando; la comida debe estar ya fría como un sapo; toda la población los esperábamos para confesarnos».
No quisieron ir a comer. Se encerraron en el granero y cenaron dulces y bebieron limonadas.
Sobre los enormes mostradores estaban los colchones para los reverendos padres; pero Enrique Santos no dejaba dormir, contando historias… El hermano ojichiquito tenía los ojos cerrados ya… «Sí…, sí…», contestaban apenas los padres. El Santos contó de los tigres, tempestades, sierpes y de los saínos… De una manada de doscientos saínos que hacía poco invadieron el puerto… Venían; era de noche… Los arrieros, que dormían por ahí, tocaron cacho, para evitar que acometieran a las mulas… Se desviaron de la mulada… El secretario del Inspector, joven poeta bogotano, elegiaco, Samper, salió con escopeta, pues su padre fue general en la última guerra… «¡No le tire al primero, ni al segundo, ni al penúltimo, le gritaron los arrieros antioqueños, porque nos joden! Si mata, mate al último… ¿No ve que ellos van detrás del primero, y por donde él siga, siguen, y si lo mata se desbandan? Es como ustedes, los bogotanos; si usted los dispersa, nos lleva el diablo».
Por fin, a las cuatro de la mañana, cesó de hablar el Enrique Santos, pero dizque siguió hablando solo… Era un hombre roto. Después, liberal ya, fundó periódico en la capital para hablar bastante, pues «los reverendos padres se duermen», dizque dijo.
* * *
Despertaron, quejándose de estar molidos por el viaje, por el Santos y por el mostrador.
«Eso es nada, comentó don Enrique; ahora es lo más duro, padrecitos: dos días a caballo, por camino pedregoso y quebrado…».
«¡A ver, dijo el Santos, la mula más fuerte para el reverendo padre Correa, que está más gordo!». «Súbase, mi padre, yo le mido las aciones y le cincho bien la mula, para que no se caiga y no se canse…».
Los hatillos iban atrás. Sus reverencias, muy alegres, con ese mecido que tienen cuando van en mula, que parece que las nalgas estuvieran filosofando.
A las cinco de la tarde alcanzaron a ver un caserón, y sus cuerpos y almas se alegraron mucho: ¡Era la hacienda de los Puyanas! Los recibieron muy bien. «Unas camas gloriosas», dice don Benjamín. Allí estaba don David, de barba, discreto como hombre de Estado, que tenía sus hijos en el colegio de La Compañía. Les alivió el dolor del viaje, y olvidaron al señor Santos y al poeta de Bogotá.
Capítulo VIII
La Loma del Tirabuzón. El padre Paternain. Encuentro con «los nuestros». Llegada a Bucaramanga. Comida, nombramientos, etc.
Despiertan, despídense de don David y marchan… Cuando llegan a la Loma del Tirabuzón, algo tarde, dice el peón: «Aquí se bajaba siempre el padre Paternain…». ¡Era el colmo! ¡Bajarse aquella fiera de amor a Dios, aquel misionero que recorrió todos los caminos, aquel incendio de caridad que volaba en las mulas de alquiler cuando tenía noticias de que había un alma por salvar!
Paternain era pequeño, carirredondito, hablaba estirando en trompa sus labios; gran misionero; no propiamente orador sino platiquero. Muy bruto, pero un genio para pláticas.
Dijeron los peones que aquella loma era cementerio de bueyes y de mulas.
Efectivamente, como su nombre lo indica, iba en tirabuzón, sendero estrecho, cubierto de piedra suelta y con precipicios laterales…
«¡Hay que tener coraje!», dijo el gallego; don Benjamín opinó que él se mataría más fácilmente por esas piedras movedizas, siendo gordo y estando agotadas sus fuerzas, que a mula; tanto más, que ésta era maliciosa y lenta, como si hubiera sido educada en el colegio… El hermano Carrasquilla se apeó, como hombre seguro, discreto, fuente sellada, bruto, como hombre para llevar a Enrique Olaya a Cartagena… (6)
¡Qué felicidad cuando divisaron la casa, allá abajo!
Allí los esperaban Azpiros, rector, Calderón, prefecto, Crespo, barbiazul y el Félix Restrepo, que aún no era de la academia de la lengua, en Bogotá…
Hubo el abrazo jesuítico, consistente en doble cabeceo sobre los hombros. Es el saludo en las grandes solemnidades, al llegar y al partir.
Felices iban ya nuestros héroes, olvidadas las penalidades. Atravesaron, en ligeros caballos, los llanos de los padres; penetraron por la calle larga y llegaron al Parque del Centenario, en donde está ubicado el bello caserón de una manzana, «nuestra casa».
Visita al padre rector, comida con Deo gratias; presentación de los padres graves (los gamonales en santidad y en vejez); les señala sus celdas el padre ministro, y tenemos a don Benjamín de primer inspector de segunda división de internos, con tres horas de clase diariamente.
Capítulo IX
Continuará en el próximo número.
— o o o —
Panorama de
política interior
El espíritu gregario
Al observar a los políticos y a la prensa colombianos, lo primero que resalta es el espíritu de partido: para estos, todo en el gobierno está bien; para aquéllos, todo está mal. No hay una sola publicación, un profesor, un profesional, nadie que juzgue los acontecimientos patrios con criterio que esté a un metro siquiera por encima del presupuesto.
Es preciso estudiar este fenómeno, su origen, sus modos, su determinación, pues, al hacerlo consciente, quizá lo destruiremos en dos o tres jóvenes, y eso sería bastante para ayudar a Colombia en los días negros que se avecinan.
Por ejemplo, un diputado, un periodista que dirige la opinión, médico, graduado para eso en la escuela de medicina, dijo, con gran desenfado y hasta buena conciencia, al tratar de perdonarle a su jefe un alcance por manejos malos de bienes públicos, que eso era políticamente justo.
Otro ejemplo: todos los medellinenses saben que Luisito Cano, en sus viajes a esta ciudad, dice y repite que Alfonso López es esto y aquello. Pues bien, en su periódico, en Bogotá, en sus editoriales que admiran los viejos amigos de la monotonía de la camándula, defiende, y defiende y adula al Presidente.
Verdad es, es un hecho que el mundo de hoy es gregario; que el individualismo nada vale: los que no estamos agrupados somos solitarios selváticos. El dinamismo gregario es el becerro de oro del siglo XX.
Pero nuestra patria hasta en este mal es baja; nuestros becerros son familias liberal y conservadora; no el nacionalismo; no el odio al país vecino sino el odio a los hermanos; nuestro fin es destruirnos mutuamente, dentro de las fronteras. A esas dos monstruosidades sin ideal, sin programas, nombres vanos, jóvenes, ancianos y mujeres sacrifican su honor, sus hogares y sus conciencias.
¡Es muy triste verlos! Es muy triste ver a los de El Colombiano y La Defensa parados en sus portones de las calles Junín y Colombia, odiando, mirando con ojos asesinos al Emilio Jaramillo, que, a su vez, les arroja bilis desde su otro portón de El Diario.
¡Es tristísimo ver al hijo de aquel noble anciano de El Espectador traficando con la bella herencia paterna!
¿A cuál de sus amigos no le consta que Eduardo Santos desaprueba al gobierno de Alfonso López? Pues ahí está El Tiempo prostituyendo a la juventud. La vida intelectual bogotana se reduce a la inmundicia que diariamente se arrojan El Tiempo y El Siglo.
Laureano Gómez, el ministro de obras públicas que arruinó y avergonzó a su patria, incitado por envidia se ha dado a la tarea de moralista, una especie de hortera de la moral, espiando a los gobernantes. Oigan: aun el sacrificio de la propia vida, cuando es motivado por odio, es repugnante. Si el pueblo ha tolerado a Alfonso López, ha sido por repugnancia que le tiene a Laureano: se halla entre dos males insondables.
Hagamos ya la gran pregunta:
¿Puede un hombre defender a los gobernantes que obran mal, para que su partido no sufra menoscabo?
En casos leves puede callar, jamás aprobar. La conciencia está por sobre todo, llámese partido, patria o humanidad. Hombre digno de llamarse tal, jamás prostituye su conciencia; es el pecado contra el Espíritu Santo, único irremisible.
¿Puede un hombre censurar los actos de los gobernantes, a pesar de que los crea buenos, para hacerle bien a su partido?
En casos leves puede callar, jamás censurar. Y aun más: la fuerza de su crítica se desvanece, si todo lo censura. Es lo que ha pasado en Colombia, que tanto han dicho que los gobernantes son ladrones, aun en los pocos días en que no roban, que ya pueden robarse a la Virgen y el pueblo dice: «¡Hasta cuentos que serán!».
Tal es la doctrina del Renacimiento, la de aquellos felices tiempos en que la verdad no era creación humana.
Para no ser gregario, para salvar su conciencia y vivir como hombre, para no salir por las calles aullando viva Cristo Rey o muera Cristo Rey, hoy es preciso ser capaz de la prueba de la soledad y el hambre.
Por eso no los culpamos. La humanidad ha tenido siempre pocos hombres; vulgo, casi todos. Y hoy, cuando la gran maquinaria, cuando motores, caminos y fuerzas nuevas han hecho pequeña la Tierra, es casi imposible ser in-di-vi-duo…
¿Qué se pondrían a hacer Luis Cano, Eduardo Santos, Laureano Gómez, los de La Defensa, El Colombiano y El Diario, si quedaran en la soledad? Para aislarse es preciso tener el compañero por dentro. No; que continúen su obra, que si se aíslan, de pronto va y se desnudan en las calles.
Esto del gregarismo e individualismo es fácil de comprender: en proporción al cultivo de la conciencia, el hombre se individualiza. Los inconscientes encuentran el placer en la compañía (coitos, honores, juergas, atavíos, riquezas). De suerte que es muy natural que en Colombia tengan espíritu de partido. La producción moderna, maquinista y complicada, estimula el gregarismo.
Advertimos, de paso, que se puede ser buen médico, abogado, ingeniero, un gran especialista, y ser a un mismo tiempo inconsciente; el sabio es muy otro que el experto.
Hoy, en ninguna parte sienten el individualismo. Los solitarios somos inactuales. Pero, cuando nos inviten a sus crápulas, a sus tomas de Abisinia, a sus izquierdismos y derechismos, les gritaremos la palabra mágica del héroe: ¡mierdas!
La universidad, políticos y periodistas
No hay quien forme la opinión pública, o sea, el periodismo está en Colombia en poder de hombres indignos. Hombres indignos también son los gobernantes.
Repetimos que Colombia carece de clase directora, por carecer de Universidad.
Las escuelas de Derecho son refugio de jóvenes que no encuentran otra cosa qué hacer; cuando resulta un haragán y vicioso en una casa, dicen: «Que entre a la escuela de derecho…». La finalidad es graduarse para ser inspectores o jueces. ¿Ciencia? ¿Amor a la ciencia? ¿Vocación? Quien amara la ciencia, allí no estudiaría; allí se gradúan…
Tales escuelas son fuente de políticos y periodistas.
De ellas hay en Bogotá varias; las hay en Medellín, Popayán y Cartagena. Joven que pisa allí queda inutilizado para el trabajo y la honradez. Sale vanidoso, parlanchín, empleómano, estafador. ¿Quiénes son los profesores? Los mismos jóvenes, ya graduados, los más hábiles para la intriga, o bien, ancianos fracasados en larga vida de empleos públicos, sacos de escepticismo, cabos de alma. ¿Qué disciplina, qué amor a la vida, qué formación moral puede recibir allí la juventud?
Otra fuente de periodistas y políticos son las escuelas de medicina. La de Medellín es buen comienzo; allí hay sabios, como el secretario doctor Callejas, Gabriel Uribe Misas y Miguel María Calle, etc., pero es apenas un comienzo: no satisface eso de tres o cuatro microscopios, diez insectos, treinta conejos, una nevera para cadáveres y una taza mordida por un perro hidrófobo.
Los jóvenes van a las escuelas de medicina a ser médicos de formulario; su finalidad es obtener un diploma ganalavida. La prueba está en que ni una sola planta han clasificado en Colombia, ni un insecto, nada, todo es aprendido de memoria. Los graduados en Bogotá no saben sino jugar billar, ignoran en dónde está el esqueleto.
Las escuelas de agricultura son nueva fuente de políticos. Allá van los que no pudieron siquiera obtener el bachillerato; hablan de cabuya, sembrar cabuya, café, plátanos y echarle cal a la tierra, pero no conocen cabuya, café, cal ni plátanos: es para hablar en «la asamblea» para lo que aprenden eso en las revistas, y para ser carga de los campesinos, a quienes dizque enseñan «a podar los cafetos». También están en París, bulevar Haussman, «haciendo propaganda al café y al banano». Sabemos, nos consta que su poda es a las campesinas y lo que hacen en París es propagar la sífilis.
Un doctor de esos, agricultores, no sirve para nada desde que lo gradúan.
Los colegios menos malos son el seminario y los de comunidades extranjeras. Nos causó tristeza ver en Manizales El Instituto, colegio oficial, abandonado, pues es casa de corrupción, y los hermanos maristas con un palacio y mil niños. Aunque sangre el corazón, es preciso reconocer que lo nacional es un pecado contra la juventud.
Respecto de las escuelas de ingeniería, la de Medellín era buena hace unos veinte años, pero desde que se dio a fabricar gerentes no sirve para nada. Todo el país se convirtió en sociedades anónimas y se roban el dinero. Gerentes prestidigitadores de veinte años es lo que sale de allí, o bien, maniáticos que investigan cuántas putas hay en Bogotá, dado el número de casas.
Que la Universidad colombiana no sirve, está claro al ver que introducen expertos para todo: abogados, médicos, policías, contabilistas…
¿Qué perjudica? Pues veamos quiénes forman la opinión pública en Colombia, y principiemos por Medellín:
EI Diario: un médico, ex químico, ex radiólogo, hepático, dirige al inocente pueblo liberal de Medellín. Coge senadurías y diputaciones; cura a Colombia: para eso lo graduaron.
La Defensa: uno graduado en la escuela, que escribía monga por monja, cuando éramos jueces: ése es el que critica al gobierno de Alfonso López, calumniando, odiando, desacreditando la oposición.
El Colombiano: es antro de los ex congresistas del régimen pasado. Están vi-na-gra-dos, macilentos, biliosos. Su oficio es odiar y creerse católicos. Les pagan los conservadores ricos, atrincherados detrás de los mostradores. Oficio de insultar y sembrar odios.
La Defensa es guarida también de sacerdotes jóvenes, fanatizados por Mussolini y León XIII, y que, con eso de acción católica, tan mal dirigida, no hacen otra cosa que sacar a Jesucristo a enfrentarse con los negros de Diego Luis Córdoba.
¡No, señores prelados! Ustedes pueden salvar a Colombia, pero no con esos periódicos. ¿Cómo pueden imaginar que el Jesucristo de los Evangelios podía escribir esos editoriales y formar falanges yocistas? Lo esencial en el Cristianismo es el amor.
De suerte que se trata de lucha a muerte, permitidas todas las armas, por los empleos públicos.
«El partido por encima de todo. Religión, moral, sentimientos, etc., todo al servicio del partido». El alma de los directores colombianos es eso únicamente.
Luis Cano dizque es «la conciencia moral de Colombia».
El Tiempo: Todos lo conocen. Todos saben que allí pagan; que de él comen Baldomero Sanín Cano, Maximiliano Grillo y todos los jóvenes que viven en Bogotá. Pagan el precio de las conciencias y la libertad con ministerios, consulados y gobernaciones.
El engranaje es así: la Scadta tiene el monopolio de aire para sus trimotores; ella conduce El Tiempo y El Espectador a los departamentos; el ministro de correos, salido de El Tiempo, desorganizó los correos nacionales, para que usen La Scadta. Alfonso López apoya a El Tiempo, con tal de que éste lo apoye a él, no obstante su tratado comercial con Estados Unidos. El Tiempo lo venden a diez centavos en los departamentos; de él copian los periódicos locales. Diputados, congresistas, directores políticos, etc., son de El Tiempo.
¡Ahí está vuestra Colombia, señores campesinos!
No tenéis Universidad, ni médicos, ni abogados, ni políticos. Oídlo bien, vosotros que trabajáis de sol a sol y cuyos frutos nada valen, porque hay incertidumbre: no hay programa ni moral.
Una denuncia
La denuncia hecha el 9 de mayo por El Siglo: que Alfonso López compró una hacienda en vecindades del lugar en donde se gastarán cinco millones, prestados dizque para el cuarto centenario de Bogotá. ¡Es muy grave! Pero lo más grave, lo que no deja esperanza acerca de la patria es el hecho de que toda la Prensa liberal defiende irrestrictamente al Presidente, y toda la conservadora lo censura acremente.
Somos país bárbaro, merecedor de castigo; pueblo dividido en dos hordas: una de ladrones, y otra de ex ladrones dedicados a espías horteras. Pueblo de clase directora que vuela como los murciélagos, bajamente.
Oigan: no sentimos alegría por la conquista de Abisinia, sino repugnancia. Pero la ley que rige a la humanidad es dura; la vida es dura escuela; Dios no se para en pelillos. El etíope y los pueblos de Suramérica han colmado la medida de la iniquidad: serán castigados por azotes divinos. El devenir marcha sobre aparentes injusticias, sobre niños y viejas destripados. Cuando los infantes y los ancianos de Colombia aparezcan despachurrados sobre los malos caminos de herradura, ¡acuérdense los vivos y humillados que queden, de que votaron y colaboraron con Olaya Herrera, Alfonso López, Ospina, Abadía Méndez, Caro, Marroquín y Sanclemente…!
La Universidad de Antioquia
Renunciaron los rectores de la Universidad de Antioquia. Los reemplazará otra horda. A los godos ventrudos e ignorantes los reemplazará aquél cuyo cerebro asumió el papel de vesícula biliar:
¡Campesinos! ¡A las armas! ¡Pobre campesino ignorante, pobre peón azadonero, vil humus de humanidad! ¿Qué armas vas a coger, si estás defecando anquilostomas?
¡Ya viene!
En el mes de abril, Enrique Olaya visitó en Roma a Mussolini. Posteriormente, varias asambleas liberales han lanzado su candidatura para presidente de Colombia.
¿Hemos dicho que amamos la verdad, que diremos toda voz que llegue a nuestro oído, aunque sangremos?
Pues nos ha llegado esta voz: que Colombia será dominada, castigada, la libertad individual soterrada, por Enrique Olaya.
No merecemos la libertad.
El occidente colombiano no responde a nuestros clamores. ¡No hay hombres! Hay viciosos que tendrán lo que merecen y anhelan. Vendrá de Roma Enrique Olaya, y la sombra de su largo cuerpo cubrirá a la patria. Los biliosos de El Colombiano y La Defensa serán castigados… No quedará otra voz que la nuestra, lejana y solitaria, orillas de La Ayurá…
Enrique Olaya es el inteligente entre los políticos de hoy; es ídolo de este pueblo de hombres-rameras. Jehová quiere castigar a este pueblo, por medio de él.
El presidente López no es amable; no tiene elegancia ni cuando hace el bien; será arrollado por el hombre largo que ya visitó a Mussolini.
Hemos oído esta voz: Enrique Olaya vendrá pronto a reinar y a vender. Así lo dice Jehová por nuestra boca a este pueblo de hombres-rameras.
Enrique Olaya se untó ya de las nalgas del Conductor; ¡ya viene!
Primero de mayo
El primero de mayo, fiesta del trabajador, se lo dedicaron al señor Presidente.
El discurso de Alfonso López fue polémico, y también panegírico de su gobierno.
Estuvo digno; la voz, llena; los periodos, largos como túnicas. Es preciso decir la verdad, pues reñidos con ella nada valen los actos del hombre. Es preciso reconocer que Alfonso López brega; que en su interior hay una guerra entre el bien y el mal, entre el ambicioso de riquezas exteriores y el patriota; éste, en él, es un abortón, y no es suya la culpa sino del medio: nació, y creció y ha vivido entre malas compañías. No tuvo el beneficio de una educación cristiana.
Al escucharlo por la radio, sentimos amor y compasión por él. ¡Es su presidencia una tragedia! ¡Tanto como gozó el día de la posesión, rodeado de su anciano padre, de su buena esposa y de sus tiernos hijitos! Creímos entonces que su vida tomaría el rumbo de la felicidad…
¡Creencia vana!
Llegaron, en primer lugar, los fementidos amigos, causa siempre de la perdición. Mediten en este caso los padres de familia colombianos, para que no dejen a sus hijos juntarse con malas compañías… Llegaron, pues, los fementidos amigos, los que le adelantaron dineros para su vivir dispendioso, exigente ya…; exigiendo el pago en aduanas, consulados, empleos de manejo de fondos públicos…
Vino después su uña y carne, el eterno traidor, el asesino de aquel poeta de Bello que fue Presidente; vino el pavo real que le ha causado tantos males a Colombia como días tiene de respirar: Laureano Gómez, y se constituyó en su espía hortera…
Llegaron luego los hermanos y primos hermanos, que no pueden vivir «sin que los inviten a tés y los aprecien en Bogotá», según palabras textuales del Eduardo López Pumarejo en el Senado, y le exigen ministerios, contratos de comercio con Estados Unidos; le exigen «que rehaga la fortuna de los López»…
Aparece después la sombra larga de Enrique Olaya, que lo tapa, que continúa siendo el Presidente de facto en el corazón de las turbas liberales…
Sigue una oposición terrible, calumniadora, cuyo programa es «hacer invivible la República».
Aparece luego la lucha dentro de su propio corazón entre el amor al dinero y el amor a la gloria. ¿Quién fortalecerá a éste, si todo su medio ambiente y su vivir son propicios para aquél? ¿Quién, si jamás ora a Dios, si no tiene religión?
Seamos justos: si la oposición, si Laureano Gómez, si los amigos y sacerdotes le hubieran ayudado, aconsejado, estimulado, si lo hubieran dirigido, Alfonso López habría sido un buen presidente… ¡No hay que apasionarse hasta negar hechos evidentes!
Pero la suerte del bien que había y hay en su corazón fue decidida, principalmente, por un hombrecillo astuto. Veamos cómo.
Fámulo de don Pedro A. López, fue creciendo en astucia Darío Echandía, mestizo o zambo, no estamos seguros.
Pronto fue ascendiendo en aquella casa y creciendo en odio a la religión católica, la religión blanca que tanto hizo sufrir a sus padres indios. El mestizo le achaca tales sufrimientos a Cristo, pues confunde a éste con Jiménez de Quesada…
Llegado López a la presidencia, comete el error de aconsejarse de este zorro, y de perseguir, instigado por él, lo único santo, el único vínculo que tenemos los colombianos: la religión de Cristo.
Hoy nos hemos visto obligados, las señoras, los blancos, los letrados, a colocarnos al lado de monseñor Juan Manuel González Arbeláez, bello príncipe de nuestra Iglesia, en quien Alfonso López y Darío Echandía han personificado el odio que siempre profesan a la ló-gi-ca los hombres de azar en su nacimiento, en sus actos o en sus estudios.
* * *
De resto, no estuvo de buen gusto la manifestación esa en Bogotá. ¡Qué capital! «En estos momentos —decía el radiodifusor— pasa una señora con un perrillo en sus brazos, perrillo que porta una hermosísima cinta roja…; la señora, enloquecida por el entusiasmo, levanta el culo del perrillo y con él saluda al Presidente…».
Botero Saldarriaga, el viejo chocho que dañó la pila de la plaza de Envigado, cuando vivió aquí, fue interrumpido, por bobo. «¡Siga doctor!», le decía el radiodifusor, en voz baja… «Dígales —contestó él, en voz baja también— que no me faltan sino dieciocho páginas…».
De Gerardo Molina no diremos nada, porque se manejó bien con nosotros en Bogotá, pero si sigue en la capital habrá que llevarlo a un asilo de bobos o a la Presidencia, a elección…
Nuestro príncipe
Contrapuesto a este desorden ilegítimo, a este mal gusto y amontonamiento, presentamos a nuestro príncipe.
¡Aquí del deleite lógico! ¡Aquí del gran estilo!: las cosas por orden; las ideas una después de otra, engendradas legítimamente. Todo en la vida debe tener antecesores a la vista, o es hijo de ramera, mejor dicho, sofisma… En tal principio fundamentamos la indisolubilidad del matrimonio cristiano.
El 11 de mayo redactó monseñor González Arbeláez otro «manifiesto de los prelados», explicativo del anterior y, éste sí, obra maestra del gran seminarista.
Lo firman cuatro prelados netamente colombianos; ¡ya no figuran los Briosquis…!
¡Qué gloria para Rionegro ese estilo de Juan Manuel! Oigámoslo:
«Según el vaticinio de Simeón, Jesucristo, nuestro divino Redentor, es un signo de contradicción para los hombres (Luc. 111. 34): ámanlo unos con entrañable afecto, mientras otros lo combaten. La Iglesia, cuerpo místico de Jesucristo, sigue la misma suerte de su fundador: vive con la humanidad, en larga serie de siglos, derramando el bien entre un coro de alabanzas y un clamoreo de vituperios y agravios».
Así continúa Juan Manuel, en estilo insuperable. Posee la suave ironía sacra. La suya es obra digna de los maestros. Antioquia debe sentirse orgullosa de este príncipe, en cuya alma puede estar la suerte de la patria.
Explica allí el asunto de los hijos ilegítimos y nos ha convencido, porque invoca a nuestra madre la ló-gi-ca…
¿Cómo puede ser igual un hombre cuyas premisas aparecen, que otro cuyas premisas se ocultan detrás de los vallados? ¿Pueden editarse juntos un silogismo y un sofisma? La Iglesia, dice, en resumen, ama compasivamente a los muchachos fabricados en zanjas, pero no puede juntarlos con la legitimidad.
¡Juan Manuel nos ha ganado…! Lo reconocemos.
Nosotros y las señoras, todos los legítimos estaremos con él, a la derecha; el presidente López, y Echandía, el Congreso y las asambleas, inspecciones y corregidores, policías y porteros, los de El Colombiano y La Defensa (pues lo exigiremos a Monseñor) estarán a la izquierda. También estarán a la izquierda Laureano y Berrío. ¡No se junte, Monseñor, con esas gentes, porque daña la cosa!
¡Vamos a enfrentarnos!: la ló-gi-ca contra la ilegitimidad. Seremos nosotros, Monseñor y nosotros, los que organizaremos la Universidad, echando a los godos ventrudos.
¿Cuyo el candidato presidencial triunfante? ¿Será Olayita, Dios mío? El nuestro lo sacaremos a tiempo, pues somos envigadeños y rionegreros, y no nos gusta que nos manoseen el gallo.
Alfonso López en Medellín
El 21 de mayo vino el Presidente a Medellín, no se sabe a qué. Esto que vimos no es Antioquia. Esos mulatos con los dientes prognatas y lamosos, que irrespetaron al Presidente y a su buena esposa, vivando a Enrique Olaya e interrumpiendo los discursos de los gobernantes, no es la Antioquia que amamos.
La horda medellinense carece de unidad emotiva. Eso no es pueblo para «dialogar con él», sino gentuza para enviar a la dentistería y al «dispensario antivenéreo».
La cabeza de Antioquia, Medellín, está sifilítica. El mal se propaga a los campos y a los «pueblos». A pesar de nuestro amor por Antioquia, tenemos que reconocer que está casi muerta, a causa de la sífilis; por los caminos y veredas es raro el transeúnte que encontramos parecido al «antioqueño».
Las Empresas Públicas Municipales, las fábricas y esto que llaman liberalismo (conste que somos liberales, pero solitarios), acabaron con Antioquia.
¡No hay duda!: el pueblo de Medellín tiene el presidente que merece, los periodistas que merece y el candidato que merece.
El Colombiano, La Defensa, El Diario, Alfonso López y su comitiva son imágenes de la horda que aullaba ayer, dejando escapar de sus dientes prognatas y lamosos partículas de saliva. Aquí no puede un filósofo observar; porque lo escupen.
Mayo 25 de 1936
F. G.
Cipriano Restrepo Jaramillo
Ya se fue Alfonso López con su comitiva y no sabemos si con la plata… ¡Cómo no…!
¡Qué orgullo ser antioqueño! Contemplando tanta miseria bogotana, hay que detenerse a considerar ciertas familias antioqueñas para sentir el orgullo humano de pertenecer a una raza definida.
En Suramérica, sólo Antioquia presenta humanidad digna de patria. Esto es indudable. Ahora, cuando ha estado agonizante el joven varón Cipriano Restrepo, al sentir la posibilidad de su muerte, nos hemos detenido a meditar en esa familia de Nicanor Restrepo, y en verdad que ella es para enorgullecernos de nuestra gente. Siete hijos varones tuvo, y los siete se han hecho sentir. Siete varones de verdad, todos ellos dignos de que los mejores de la especie humana los tengan como amigos o como adversarios. Familia en donde no hay blandengues.
Cipriano es indudablemente el joven (veinticinco años) de mayor inquietud y de más alcance en facultades de organizador que tiene Colombia.
Que Dios conserve su vida para bien de esta tierra que últimamente resultó tan fecunda en hongos tirapedo (7). Lo bueno se está muriendo.
Mayo 27 de 1936
F. G.
— o o o —
Panorama de la
vida en el exterior
Abisinia y Europa
Mussolini se robó definitivamente a Etiopía. El Negus y sus rases huyeron a Palestina, donde cohabitara la Reina con Salomón. Las fiestas en Italia han sido soberbias de luz y colores en esta primavera. «Los familiares del Conductor dicen que sonríe constantemente». Varias veces ha salido al balcón y les ha derramado el vaho de su energía estimulante. Es el pueblo «dinámico» hoy en el mundo, junto con los ex invertidos de Alemania, y todo por voluntad del Altísimo, que envió a sus mozos fuertes para que les castigaran el trasero a los crapulosos. El Papa dizque se encerró a orar en sus habitaciones «para darle gracias al Señor por ese triunfo de la civilización cristiana». En Inglaterra, un diputado dijo al míster Anthony Eden que el pueblo se avergonzaba de su gobierno, y el míster contestó que indudablemente la Liga había fracasado, pero que era preciso continuar luchando por la paz. En Francia triunfaron socialistas y comunistas: país dudoso hoy, rodeado de bárbaros.
¿Hacia dónde iremos? ¿Desaparecerá en absoluto el individualismo? Nuestros amigos de Francia están cada día más pobres, viejos y tristes.
Creemos que hoy triunfa y triunfará el que encauce y domine a las corporaciones. Es lo actual.
El catolicismo tendrá nuevo auge, pero sometido al castigo divino, al mozo fuerte, cincuentón ya…
¿Qué ocurrirá al iniciarse el gobierno comunista socialista en Francia?
Ahora, en un año, parece que sabremos si triunfa ese matrimonio franco-ruso, con disparidad de cultos, o al castigo divino Mussolini-Hitler. Es difícil predecir, pero en todo caso, es más sencillo, más vistoso eso de las dictaduras personales que el rebaño anarquizado. Uno ha triunfado siempre sobre varios: la unidad de mando decide del triunfo.
Los pueblos francés e inglés temen a la guerra; allá la deciden muchos, se comprometen todos; son pueblos inteligentes que aman la paz. Todos gobiernan y gozan de la prosperidad. Uno solo la decide en Italia y otro en Alemania; dos que aman la gloriola; dos que encarnan la parte vulgar de la filosofía nietzscheana; juegan su porvenir; sus pueblos les importan en cuanto pedestales. Saben que sin actos brutales y brillantes decae el entusiasmo.
Las dictaduras
Ante el hecho de la producción moderna, maquinista; ante las riñas entre capital y trabajo, la esencia del fascismo, que capital y trabajo estén bajo la autoridad suprema del Estado, tiene una gran vitalidad. Mussolini se colocó por encima de sindicatos, de todos los sindicatos de obreros y patrones. Ahí está la fuerza del fascismo. En eso es indestructible hoy y vencerá hoy.
Para nosotros tenemos que Mussolini puso en práctica el único principio que puede salvar a la sociedad moderna de la anarquía, a saber: capital, trabajo y religión, toda actividad social es función del Estado.
Con esto puso fin al individualismo. Acabó con la originalidad, con la iniciativa, con todo lo bello. La libertad, belleza, todo lo cercano a Dios se refugiará durante varios siglos en las cavernas.
Así, pues, creemos en el triunfo de la dictadura, pero como castigo o lección.
Ecce homo
El nueve de mayo proclamó Mussolini la anexión de Etiopía a Italia. También proclamó emperador al viejito Víctor Manuel. ¡Grito soberbio de una gran individualidad! Así resulta que el individualismo no ha muerto sino que se lo absorbió todo Mussolini. Impera sobre Europa, sobre el mundo. Lo que sucede es que la humanidad es rebaño: el Papa coronará a Víctor Manuel; los pueblos de Suramérica piden la cesación de hostilidades contra Italia. ¡Pobres pueblitos cuyos habitantes pertenecen a especie intermedia entre el mono y el hombre! Los bogotanos están muy contentos aplaudiendo a Mussolini… ¡Como no han sido poseídos sino por Olaya…!
La verdad en bancarrota
El Papa reza por el señor Mussolini. Toda la política humana del Papado, desde Pedro, consiste en renegar de Cristo. Pedro renegó de Él ante dos cocineras de Caifás, y aun otra vez ante los pajes de Caifás… Luego quiso huir de Roma, para que no lo crucificaran, y Cristo tuvo que salirle al encuentro para atajarlo.
Estas cosas del corazón humano no nos escandalizan, sino que nos confirman en la certidumbre de que Jesús es el Señor. Efectivamente, parece que Éste desea comprobar que su doctrina no la sostienen los hombres, escogiendo para representarlo a gentes débiles, corazones temerosos.
Es actual aquella frase que reza: «Tan divino es el Cristianismo, que no han podido acabar con él los sacerdotes»…
¡Reza por el señor Mussolini que hizo asesinar al rey Alejandro y a monsieur Barthou, en Marsella; que hizo asesinar a los viejos cristianos etíopes; que ha sometido a la Iglesia a tutela deshonrosa! Pero no reza para que le ablande el corazón de ciclista, sino para dar gracias por sus triunfos…
En Francia condenaron a los asesinos del rey Alejandro y de monsieur Barthou; el Conductor tenía detenidos a los asesinos; los condenan en Francia; se los reclaman, y él los pone en libertad… Y Francia nada puede hacer: Italia la tiene agarrada por medio de la amenaza germana.
La verdad está arruinada en apariencia, pero la doctrina de Cristo no pasará.
Teresa de la Parra
El 25 de abril murió en Madrid Teresa de la Parra.
Fue en 1930 cuando vino a Colombia esta mujer hermosa que se parecía al Libertador. Ella también era caraqueña. Como el Libertador, poseía el don de enamorar, de hacer que los hombres se sintieran ligeros, capaces, ganosos, eufóricos.
Tenía los ojos quemantes; las mismas ojeras del Libertador. La consumió el fuego interno: ambos murieron tísicos.
La tierra del Guaire es seca, ferruginosa; no hay vapor de agua en la atmósfera; en Caracas no hay rocío. Tierra rojiza en sus montañas y sombreada por samanes somníferos en su valle. Sitio para encarnaciones de espíritus superiores. Mujeres delgadas, ojinegras, vivos retratos de Bolívar; de tejidos muy duros, así como era él, como un vergajo…
Ella amó también a Francia, como si fuera su amante. Escribían parecido en el ímpetu…
* * *
Recordamos muy bien. A su llegada a Santa Fe de Bogotá, los muchachos de El Tiempo, los Santos, los Nieto Caballero, Luis Cano y Zea Uribe fueron electrizados, así como sucedía con la llegada del rayo de la guerra y el amor. Olvidaron a las cónyuges; mientras Teresa estuvo en Bogotá, todos guardaron castidad: estaban enamorados… Fue como una tanda de ejercicios espirituales, sólo que entonces fue castidad dedicada a ella: con ella soñaban…
* * *
Vino a Medellín. ¡Un delirio! Fue contagio emotivo. A esos que viven saludando, sonriendo, urbanizando, discípulos de Marden, y que hoy forman el Club Rotario, se les erizó más aún el pelo… No la dejaban ni un segundo. Las señoras y señoritas del Centro de Estudios tenían que intervenir para que la dejaran algunos instantes…
Era en el Palacio de Amador: los rotarios salían a esperar, impacientes, en los corredores, y se odiaban mutuamente, se miraban celosos… ¡Qué empujones cuando Teresita Santamaría salía a decirles que ya podían entrar nuevamente…!
La llevaron por la carretera a Santa Elena; la llevaron al cerro de Nutibara y también a la carretera al mar. Todo se lo querían mostrar y abandonaron a las cónyuges… Por esos días, todos los colombianos fueron uxoricidas in mente, para casarse con Teresa…
Zea Uribe, que tenía el refugio de la Teosofía, fue el único que pudo, mediante un sofisma, amarla creyendo que era de verdad… El pobre murió convencido de que iban a unirse por allá, quién sabe dónde…
* * *
A la ciudad santa de Suramérica, a Caracas, le debemos los únicos seres que han nacido por aquí y que irradiaban ligereza, alada ligereza: Simón Bolívar y Teresa de la Parra.
* * *
Copiamos ahora de nuestro diario, pues también la amamos mucho:
«25 de abril. —Estaban muy solemnes las estrellas, la luna y algunas nubes blanquecinas, oscuras en el centro. La estrella de suroeste titilaba y atraía misteriosamente. Noche solemne».
«26 de abril. —¡La cruel noticia! Que ayer murió, en Madrid, Teresa de la Parra. Dejó en todos aurora de misteriosa belleza. Estábamos muy unidos. Voy a recogerme a mi jardín…».
¡Aquella estrella! ¿Por qué no podía mirar anoche sino a aquella estrella que parecía hablarme? ¿Dónde estás? Allá no hay donde y tampoco es allá.
¡Dame serenidad! ¡Consígueme serenidad y luz!
Mayo 25 de 1936
F. G.
Muerte de Bruno Richard Hauptmann
Marzo 31 de 1936
Como tenemos con Nueva York por ahí un cuarto de hora de diferencia, en este momento deben estarle aplicando los electrodos al carpintero. ¡Dios quiera que no lo hayan asesinado!
Primero. —Lindbergh es hoy individuo odioso para los hombres; ni el uno por mil lo aprecia ya. Su presencia en el jurado, ejerciendo coacción tácita sobre éste y sobre la opinión de un gran pueblo infantil; su presuntuosa declaración de que la voz de Hauptmann era la misma que oyera hacía un año, en un cementerio, cuando dijo: «Here, doctor!»… (¿Quién no ha oído a enmascarados, parientes suyos, hablarle con su voz natural y no los reconoció?); la actitud fría, inhumana de ese falso héroe, durante el proceso…; ¡todo lo hace antipático! La muerte del carpintero pesará siempre sobre él.
¿Que era el padre del niño muerto? Preguntamos a nuestra vez: ¿había que buscar a todo trance una víctima? La venganza ¿será noble sentimiento? Por sólo un indicio, por tener dinero del rescate ¿Hauptmann fue el autor del rapto y de la muerte? No sabemos cómo ocurriera ésta; parece que fue involuntariamente; parece que fueron varios los autores del rapto. ¿No era lo humano que el padre del niño muerto no interviniera para nada, aunque no fuera sino en homenaje a la inocencia de éste? Su presencia en el jurado, la presencia del hombre a quien el pueblo tiene como «héroe» ¿no era una exigencia perentoria de condenación? Su ida de Estados Unidos a Europa ¿no fue otra muda protesta por la demora en electrocutar a quien durante las audiencias le comprobó que tenía más carácter, más voluntad férrea? No hay duda: ese alemán impasible ha sido el verdadero héroe. Lindbergh es hoy antipático para quien ame la fortaleza y odie la propaganda yanqui…
Segundo. —No le dejan nada con que pueda suicidarse; lo vigilan día y noche. No quieren que desaparezca el objeto de la venganza; lo miman y engordan. Si fuera su muerte lo que buscan, lo dejarían suicidar. Buscan la venganza.
Le dan el almuerzo que pida, cueste lo que costare, pida lo que pidiere, «siempre que pueda encontrarse en Estados Unidos», y le ofrecen cigarrillos. Es decir, tratan caritativamente al que van a asesinar todos, el Estado… ¡Esta es la civilización que van a llevar a Etiopía, «la civilización cristiana»!
Aquí no vemos sino al hombre tal como es: vengativo, fría e hipócritamente cruel. El león y el tigre despedazan, pero inocentemente. El hombre premedita, es mono inverosímil.
* * *
El Gobernador había aplazado la ejecución de Hauptmann durante dos meses. Mayor crueldad. Si dudan ¿por qué asesinarlo? Si no dudan ¿por qué aplazar?
¿Quién puede asegurar que Hauptmann fue el autor del rapto? Sabemos que tenía parte del dinero del rescate; hay un indicio de que intervino en tal rescate o estafa, pero no en el rapto, pues son dos actos alejados e inconexos.
¿Que fabricó la escalera? Esas discusiones sobre maderas, fibras, etc., son fantasías de expertos; allí es donde aparece la vanidad. Ni una sola de las señales digitales en tal escalera era de Hauptmann…
¿Los testigos que lo vieron aquí, allí, etc.…? ¡Un viejo dizque reconoció en él al hombre que pasó a gran velocidad, en un automóvil, llevando una escalera! En Estados Unidos hay mucho loco, mucho exhibicionista, mucha publicidad y amor por ella. ¿No han aparecido ya varios que se confiesan autores?
Los técnicos comprueban lo que se desee. Hasta aquí, en Colombia, hay médicos legistas que comprueban que un bobo es loco. La ciencia es exacta, pero los sabios no saben sino que todo lo ignoran…
La ciencia es exacta, pero el reo que tenga mil pesos puede llamar en su ayuda a los ministros de la ciencia. Estos se pusieron del lado de lo actual, que era Lindbergh…
Lo único que no es venal es Dios, y sin embargo sus ministros están rezando en San Pedro, por el señor Mussolini que les pagó y les paga…
Hauptmann fue asesinado muy cruelmente por un pueblo grandote e infantil que quiere complacer a su héroe, al muchacho que se arrojó al espacio y llegó a París… Durante varios años nos hizo sentir la ligereza, la alada ligereza. Pero no fue capaz de volar sobre la venganza.
* * *
Aplazaron nuevamente, por 48 horas, la ejecución del carpintero, dizque a solicitud del jurado, para estudiar la confesión de un tal Wendel. ¿Mayor crueldad o qué?
4 de abril de 1936
Anoche, a las ocho y cuarenta y cinco, electrocutaron a Hauptmann… Murió dignamente. Tres descargas. Lindbergh debe estar muy contento, y la muchacha que lo besó en Bogotá, al aterrizar, debe estar muy contenta…
El hombre digno de admiración es Hauptmann.
Sólo admiramos la energía. Admiramos únicamente lo que indica al superhombre; aquellos hechos y modos de ser que nos consuelan de nuestra miseria.
* * *
Apenas lo electrocutaron, dejamos de sufrir por él, así como él dejó de sufrir. Era, pues, simpatía, participación. Somos solidarios. Hay atmósfera sensitiva. Los días tristes, ciertos días negros, ¿provendrá el estado triste, en mucho, de sufrimientos o de crímenes que tienen lugar en otros puntos de la Tierra y de que no tenemos conocimiento consciente?
Teoría: todo acto es común; toda emoción es de todos; todo heroísmo, ídem, etc. ¿Qué parte del mundo hay ahora que no esté caótica? ¿Podría haber un país feliz, existiendo Mussolini, Hitler y Stalin?
¿Será el universo un solo ser? La aparente separación ¿será por incapacidad de la conciencia para percibir la unidad? ¿Nos parecerá que hay variedad, porque no tenemos conciencia aún de la unidad? Los astros todos, atmósferas y éteres ¿no serán aspectos de un solo ser?
Leyes:
El universo es uno, inmenso organismo.
Los seres son en su totalidad aspectos del Ser.
La voluntad consciente es casi nada en el devenir.
El hombre progresa en la medida de su conciencia. Hacerse consciente es civilizarse.
Al ejecutar a Hauptmann, toda la humanidad sufrió.
En todo dolor somos partícipes, lo mismo que en toda alegría, heroísmo, superación, etc.
De ahí que el segundo mandamiento sea «amar al prójimo como a sí mismo».
* * *
Emilio vino esta noche a hablar de Hauptmann. Está aterrado también. El carpintero dizque dejó este mensaje: «Si mi ejecución contribuye a que termine la pena de muerte, no moriré en vano». ¡Bellísimo! Era noble.
¡Antros de misterios los tales Condon y Lindbergh! ¡Nada como la ciencia policíaca!
Emilio dizque soñó anoche con la ejecución de Hauptmann (no lo conocía aún). Cuenta así:
Anoche vi a Bruno Richard Hauptmann. Muy buen mozo; rosado. Tenía camisa sin mangas. Estaba conmigo en la playa de la Ayurá, mientras preparaban la ejecución en la casa de don Lino Uribe… No habló…; apenas si dijo, estregándose el antebrazo izquierdo: «¡Esto siempre es una vaina, Emilio!».
* * *
El último que fusilaron en Antioquia, por ahí en 1902, un pobre diablo ruanetas que mató a su mujer para casarse con otra, dizque dijo en el patíbulo un sermón, recomendando a los padres de familia que educaran muy bien a sus hijos, para que no les sucediera lo que a él…
Tengo una fotografía de ese pobre, inerte en el patíbulo, con un agujero de bala en la mejilla. Es fotografía hecha por el gran Benjamín de la Calle M.
Conclusiones
1°. Lindbergh tiene hoy dos muertos sobre su corazón: el hijo y Bruno. Manchó su dolor con esta venganza.
2°. Jamás se debe vengar el hombre, si no quiere igualarse al ofensor.
3°. Nada se debe ya a Lindbergh: fue pagado en sangre; no lo será en espíritu.
4°. El que quiera espíritu, no reciba apariencias (dolor, dinero, etc.).
5°. El secreto está en trasmutar: el que no se venga, recibe la paga en conciencia; el que no recibe dinero, tendrá espíritu.
6°. Estados Unidos es país de todo. En general, primitivo y muy rico; maquinista y cruel, idealista y humano, infantil y millonario. Su conciencia va muy atrás de su confort. El progreso maquinista realizado allí, perturbó al mundo.
Envigado, 1936
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Notas:
(1) | Odia tan tenazmente Alfonso López, que toda su doctrina, esa de gobierno de partido, tiene su origen en el odio a Carlos E. Restrepo, creador de la concordia nacional que embelleció a Colombia de 1909 a 1914, y creador del movimiento de unión nacional de 1930, que estuvo a punto de salvar a Colombia y que fracasó por las malas presiones de López, Laureano Gómez y Olaya Herrera. Respecto de este último, diremos que es hombre complejo, habilísimo, astuto, mestizo ladino y armonioso, cuya mala conducta fue determinada por el odio conservador y por carecer el país de prensa consciente. Los conservadores tienen la culpa o son la causa del sectarismo de Olaya, del triunfo de López y del negro porvenir que se acerca, si el occidente colombiano no adquiere conciencia de sus deberes. Hay que decir la verdad, aun contra nuestro corazón: en los desafueros y desaciertos de Olaya y de López, el 80% de la culpa o causa está en eso que llaman conservatismo. ¿Por qué odia el presidente López al ex presidente Restrepo? Problema complejo, pero diré que principió a odiarlo desde 1911 a 1912, en que se fue a Londres a buscar empréstitos, sin autorización, y el presidente Restrepo, informado por Pérez Triana, tuvo que hablarle duramente… Este odio es historia de muchos matices y secretos. El doctor Restrepo estuvo a punto de encauzar el país con su actuación en 1931, pero los intereses creados, las bajas pasiones arrollaron su obra y arrollaron al hombre escogido entonces, Olaya Herrera. Éste, para salvarse, tuvo que convertirse en ídolo liberal: carece de la virtud necesaria para dominar las pasiones; sabe aprovecharse de ellas, pero no sabe dominarlas: es garrapata; no se cae. |
(2) | Parecidos a un cadáver. |
(3) | Cuando nos documentábamos para Poncio Pilatos, envigadeño (Semana Santa en Envigado), obra que aparecerá pronto, en Antioquia. |
(4) | Véase el apéndice, un estudio acerca de La Virgen. |
(5) | “Me buscaréis y no me hallaréis y en vuestro pecado moriréis”. |
(6) | No es el Enrique Olaya que fue Presidente, sino el otro, el del fámulo; pero no sabemos bien si serán uno mismo: unos opinan que sí y otros que quizá. Moralmente, no tiene importancia. |
(7) | Así llaman en Antioquia a un hongo esférico que arroja ventosidades al ser apretado. |
Fuente:
Antioquia. Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, marzo de 1997. Introducción por Alberto Aguirre.
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Ultima revisión en julio 2 de 2014