La tragicomedia del padre
Elías y Martina la velera
Fernando González
1962
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Desde 1929 anuncia Fernando González, como obra en preparación, El padre Elías. En Mi Simón Bolívar (1930) se precisa su figura como la encarnación de los más altos anhelos. Y en el Libro de los viajes o de las presencias (1959) se habla de nuevo del «bendito padre Elías», mientras se siente la angustia del tiempo que se va: «Tengo muchos mundos y ya estoy viejo. ¡Lástima!». Al fin aparece La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera, su despedida de estas coordenadas temporales.
En esta obra de madurez asume González su condición contradicha en el medio americano y se burla piadosamente de su soledad, superada en un orden superior de vivencias místicas. Uno solo son Fabricio el sacristán y el padre Elías: «… el uno, presencia pagana; el otro, presencia de la cruz. […] Vías al mismo lugar; las presencias conducen siempre al Cristo». En estos dos personajes se encuentra la reconciliación de los universos espirituales en que Fernando González vivió su aventura de fe y autenticidad. Es la síntesis de toda su experiencia espiritual, ya a punto de ser trasladado «del nudo andino a la patria de Los Padres». Esta obra es una obra de serenidad, de plenitud, de reconciliación total, de comunión; hecha con retazos del entero discurrir de su vida, de su pueblo, de las gentes con las que convivió por años.
La Tragicomedia es la expresión de los fenómenos humanos y sobrenaturales que llevan a la Redención, a la extinción del Yo por la unión con Dios. Al final de sus días, Fernando González es un hombre en la beatitud, pero incomprendido, rechazado, mirado recelosamente, alejado de los marcos sociales de difusión de cultura. Esa es su tragedia, esa es la tragedia del padre Elías, beato ya, al final de sus días. A pesar de este tinte trágico, el final es una plenitud de realizaciones, está envuelto en una atmósfera de paz de la que su figura y sus actitudes son reflejo vivo. El padre Elías «había trascendido o estaba para trascender el mundo pasional y mental».
Realmente la vida de Fernando González fue una tragicomedia. Mirado como la encarnación de odios, violencias e injusticias, cuando no fue más que un buscador de la libertad en el amor y la verdad; considerado como ateo, cuando sin el sentido de Dios no puede entenderse su obra y su lucha; juzgado como hedonista plácido y despectivo, cuando su vida fue una agonía sin cuartel para encontrar los principios, el principio primero de sus inquietudes; condenado como apátrida, cuando su voz no fue más que la denuncia de la mentira social que acoyunda y oprime el pueblo explotado y enfermo.
(Reseña basada en un ensayo del sacerdote Alberto Restrepo González).
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«Y, para terminar, explicaré cómo hube estos manuscritos y personaje del drama: así como hay que atisbar en el silencio de las noches para ver las estrellas viajeras, yo me he dado a atisbar en soledad, y he recibido en casa la visita de misteriosos viajeros. No hay tal soledad; lo que así llaman es precisamente la compañía, y viceversa».
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Primera edición: Medellín, Ediciones «Otraparte», dos volúmenes, marzo de 1962.
Segunda edición: Medellín, Bedout, 1974.
Tercera edición: Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana, enero de 1996.