El Pesebre
Andrés Ripol
Fernando González
1963
—Edición póstuma 1993—
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La Navidad de 1963 fue la última de Fernando González en este mundo. Fue también la última de Andrés Ripol en Colombia. Este, monje benedictino español que había llegado para fundar el Monasterio de Santa María diez años atrás, partiría el 15 de febrero de 1964 para Centroamérica, luego de una desolada crisis dentro de su comunidad que terminó por despojarlo de su hábito monacal. Aquel, el más vital e iluminado y polémico pensador colombiano de su época, moriría en Otraparte al día siguiente, 16 de febrero. La separación fue unión definitiva. A él, Fernando González, lo recogió el Silencio («No se dirá murió, sino lo recogió el Silencio. Y no habrá duelos, sino la fiesta silenciosa, que es Silencio»). Al padre Ripol se lo llevó el destierro, y hasta su muerte en 2002 fue huella iluminada de su «mago Etza-Ambusha», de su «viejito de la carretera», de su «ángel de Envigado».
En diciembre de 1963, en el contexto de una honda vivencia espiritual que los mantenía en exaltación constante de amistad a través de cartas y conversaciones, Ripol y González trabajaron en un interesante proyecto: escribieron juntos una novena de Navidad, El Pesebre. Era reconocida en Medellín la presencia sacerdotal del padre Andrés Ripol. Por solicitud de Coltejer se comprometió a escribir unas reflexiones para ser transmitidas por radio durante la novena del Niño Dios. Lo que la sociedad antioqueña seguramente ignoraba era que durante los meses finales de ese 1963, el padre Ripol y Fernando González eran protagonistas de la ya mencionada historia de amistad y comunión en el Espíritu (ver Las cartas de Ripol). Fue también la época de la tempestad desatada sobre el monje benedictino. El mago de Otraparte se convirtió en el apoyo y el refugio del sacerdote hundido en la noche oscura.
Escribir los «cuadritos» de Navidad fue una terapia. Fernando González se emociona con el proyecto. Sugiere ideas, redacta párrafos, escribe consideraciones que Ripol retoma, conservándolas intactas o reelaborándolas, para fraguar un texto final que revisan y comentan en común. La terminología fernandogonzaliana se transvasa en el lenguaje del sacerdote Ripol con naturalidad, en perfecto acomodo. Es una obra escrita a dos manos, a dos almas.
El aliento continental y americanista del autor de Los negroides, el bolivarismo fogoso de Mi Simón Bolívar, su lucha por la verdad y la autenticidad que permea todas sus obras, su ternura áspera y dulce al mismo tiempo, están aquí, en El Pesebre. Pero sobre todo la madurez espiritual y la plenitud mística de sus últimos años.
(Reseña basada en la presentación
de Ernesto Ochoa Moreno).
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«¡Líbranos también, Niño Divino, Divino Crucificado, de la ambición y envidia que tanto nos disocia y aleja, en tu Pesebre colombiano, del Único Nacimiento a la Vida: el amor hasta el fin en tu pesebre y tu cruz, la entrega-regalo de nosotros mismos, que iguala, y no el centavo de caridad que humilla al desvalido! ¡Que nuestra total desnudez al regreso a la nada que somos sea el pesebre donde tu Todo nos nazca para siempre!».
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Primera edición: Medellín, Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina, Colcultura y Orden de los Padres Carmelitas Descalzos, 16 de diciembre de 1993.