El maestro de escuela

Fernando González
1941

El maestro de escuela - 1941

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Tras la publicación de Viaje a pie, Mi Simón Bolívar y Don Mirócletes, el joven abogado es ya un antípoda de los colombianos de su generación. Su duro lenguaje lo ha marginado de los círculos literarios de la pulcritud centenarista: los políticos lo miran con recelo, pues no está con ninguno y sí contra todos; sus obras son acremente censuradas por el clero alto y bajo; sus coterráneos han sentido el zarpazo de sus diatribas contra el espíritu mercantil del grupo paisa, metido a industrial. Entre 1936 y 1939, la única producción de Fernando González es la agresiva Revista Antioquia. El gobierno le niega el registro como artículo de segunda clase por la rudeza de su lenguaje; las compañías que ayudaban para el sostenimiento empezaron a abandonarlo en su empeño, y al fin desaparece sumergida en la vorágine que se ha levantado contra su valentía y su implacable palabra. Así, en 1940, durante el gobierno de Eduardo Santos, aparece la biografía de Francisco de Paula Santander, cuya publicación no produjo otra cosa que un coro unánime de «patriotismo», herido por las afirmaciones de González. Perseguido, insultado y desencantado de la esterilidad de sus esfuerzos por instigar la aparición de la conciencia suramericana, desilusionado de la inutilidad de su empeño y de la aridez de la brega, entra en uno de los más azarosos períodos de su vida, descrito por él como «el hoyo de los animales nocturnos». Entonces se metió en el ataúd con Manjarrés, el protagonista. Murió. «Requiescat in pace. Ahora sí estoy muerto».

¿Qué hay en el fondo de El maestro de escuela? ¿Amargura? ¿Desilusión? ¿Desengaño? ¿Frustración? ¿Rendición? Todos esos sentimientos están expresados en la novela, de manera franca y directa, o afloran en la personalidad de Manjarrés, el «grande hombre incomprendido», que es y no es Fernando González. Pero sería un reduccionismo fácil creer que la crisis por la que atraviesa cuando escribe el libro es una derrota. Por el contrario, es la victoriosa carcajada final, dolorosamente irónica, con que el maestro se venga de la sociedad que lo rechaza. Fernando González, con una claridad adolorida, se ríe de sí mismo, se ríe de su entorno, se despide y da la espalda, para hundirse en una etapa de silenciosa y solitaria búsqueda interior. Sólo aparentemente, o simbólicamente, El maestro de escuela es la novela de un fracasado. Ciertamente el autor vive un momento duro y difícil de desadaptación, de repudio, de incomprensión. Siente que la vida se le parte en dos. Entra en la noche oscura. Pero no hay fracaso. Es la culminación de una etapa que lo impulsa hacia la madurez. Atrás queda la vida activa. Se inicia la vida contemplativa, que florecerá con los años en plenitud de vivencia mística de la Presencia.

(Reseña basada en ensayos de Ernesto Ochoa Moreno y Alberto Restrepo González).

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«Manjarrés era más bien alto; las piernas muy largas y flacas. Pero se le veía que había nacido para gordo: era un enflaquecido, flacura de maestro de escuela; no era ésa su condición natural, sino que la padecía. Usaba bigotes colgantes y, en el bolsillo interior izquierdo del saco, un cepillo para dientes, con las cerdas de para arriba, condecoración de todo maestro de escuela. Mientras discurría, abría y cerraba su vieja navaja de bolsillo, muy comida y limpia por sobijos y amoladuras; también sacaba de los bolsillos pedazos de tiza; estos y tiznajos son la única abundancia en casa del maestro».

Fernando González

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Primera edición: Bogotá, Editorial ABC, abril de 1941.

Segunda edición: Medellín, Bedout, s.f. (1970 aprox.).

Tercera edición: Medellín, Bedout, s.f. (1973 aprox.).

Cuarta edición: Medellín, Bedout, 1976.

Quinta edición: Medellín, Universidad de Antioquia, diciembre de 1995.

Sexta edición: Santa Fe de Bogotá, Editorial Norma S. A., septiembre de 1998.

Séptima edición: Medellín, Fondo Editorial Universidad EAFIT / Corporación Otraparte, colección Biblioteca Fernando González, mayo de 2012.

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