Presentación
Desatinos nº 2
—Julio 31 de 2008—
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Presentación del segundo número de la revista de psicoanálisis Desatinos, publicación de Carteles Psicoanalíticos La Tercera. Motivo de cubierta: “Parado en una mano”, fotografía del arquitecto Diego Carrejo Murillo, registrada en el barrio Santo Domingo Savio de la ciudad de Medellín (agosto de 2007). Diagramación y diseño: Marcela Mejía E. Cartel Desatinos: María Elena Alzate, Patricia Jurado, Marcela Ramírez, Margarita Posada, Esther Fleisacher y Myriam Bernal.
Presentación a cargo de
Ruth Rodríguez y Orlando Arroyave
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El nacimiento de
una heterotopía
Fragmento:
Poner a andar un cadáver
Por Róbinson Grajales
El psicoanálisis ha perdido la cabeza. Así lo expresa Allouch, con cierta gracia de por sí subversiva entre los psicoanalistas. Por ello se tuvo que formular la pregunta ¿Dónde está el psicoanálisis? O ¿Dónde es el psicoanálisis? (De acuerdo con las posibilidades de la pregunta en francés.) La respuesta es la “pérdida de brújula”, en palabras del mismo Allouch. Esta desorientación ha llevado al psicoanálisis a inclinarse frente a la “función psi”, a la instauración de un sujeto trascendente que se confunde con el individuo para evaluarlo y medirlo, al “psicoterapismo”, a la pastoral demagógica a favor de la democracia y el “Estado Comunitario” que combate las drogas y el sexo premarital, al intento de traspasar el modelo médico al inconsciente, que desemboca en la imposición de la realidad como garante de la unión entre saber y poder, especialmente en las instituciones.
En nuestro entorno más cercano hemos visto cómo los psicoanalistas se han enfrascado en una lucha política, tratando de garantizar su lugar en las universidades, incluso pretendiendo desplazar a la psicología, es decir, apoderarse de su territorio. Frente a una derrota tan contundente como la ley del ejercicio de la psicología, que los expulsa del negocio de la psicoterapia y la formación de profesionales “psi”, los psicoanalistas han tomado dos vías: la primera es inscribirse en las facultades de psicología para obtener la autorización para la práctica “clínica”; la segunda es emprender la defensa del psicoanálisis como saber “aplicado”, que puede responder a los retos de nuestra realidad contemporánea, convirtiéndolo en una especie de sociología que le atribuye la angustia y el crimen actuales a la debilidad y alcahuetería del Otro. Sólo queda la nostalgia por el padre que garantizaba el orden.
Allouch también descarta otras salidas en falso frente a este aturdimiento, declarando que el psicoanálisis no es psicología, ni ciencia, ni delirio, ni arte, ni religión, ni magia. Y lo deja “flotando en el aire”, como él mismo lo anuncia de manera benévola. Pero en realidad lo que ha hecho es denunciar la presencia de un cadáver, pues ¿qué otra cosa puede ser un cuerpo sin cabeza?
Sin embargo, Allouch ha convertido este cadáver en un prodigio. De la misma manera que lo relata el custodio de la Basílica de San Dionisio (tomado del último párrafo de Psicoanálisis y Telepatía de Freud y que sirve como epígrafe a Spychanalyse), Allouch ha hecho que el psicoanálisis recoja su cabeza y dé un paso más en su nuevo trecho, en este caso “un paso al costado”. Un desplazamiento del registro psicológico (“Psi”), en el que Freud también habría insistido, hasta el de la espiritualidad (“Spi”), del cual estaría más cerca Lacan. La espiritualidad es definida en los términos del propio Foucault: “la búsqueda, la práctica, la experiencia por las cuales el sujeto opera sobre él mismo las transformaciones necesarias para tener acceso a la verdad”. Es decir, “en el análisis se trata del ser mismo del sujeto”, “tener cuidado de sí”, en palabras de Allouch.
Para conseguir este propósito Allouch apela a su convencimiento de “redoblar a Lacan por Foucault”, en el sentido de incorporar sus hallazgos al psicoanálisis y de aplicarle una genealogía, que implica inscribirlo en una tradición, ubicarlo en la historia para entender su presente y marcarle un camino ante la dificultad de saber quién es y lo que es. Significa retomar la cuestión de la ética del sí, planteada por Foucault, para el avance del psicoanálisis.
Esta genealogía incipiente señala unos hitos para demostrar que el psicoanálisis es una configuración más, en la misma línea que lo han hecho algunas escuelas filosóficas, de los elementos de las prácticas de cuidado de sí, lo cual permitirá resaltar su novedad y precisar su particularidad.
Un primer componente de esta caracterización es el dinero, pues el psicoanálisis también es un intercambio monetario sostenido por cierto tiempo, pero dentro de una práctica “donde cada uno busca vender su propio modo de vida [diríamos: su propia manera de analizar] reclutando alumnos” (Allouch citando a Foucault). El segundo término es la transmisión del psicoanálisis bajo el modelo epicúreo, en el que cada aprendiz debe someterse a la experiencia y se reconoce la existencia de un maestro que la inició, pero después de él sólo podrá adquirirse por medio de guías o directores, quienes conectan con la presencia del primer maestro. Esto nos lleva al siguiente elemento, pues este modelo de transmisión establece “la regla de acuerdo con la cual queda excluido adquirir por sí mismo la capacidad de preocuparse por sí mismo”, que se encontraba en Sócrates, los epicúreos, los estoicos y Séneca; es la exigencia de remitirse a otro, pasar por otro, dependencia de la cual hay que saber salir, que en los estoicos toma el nombre de parrhêsia. La salvación es el otro componente que se toma de la filosofía helénica y romana, que no estaba referida a la idea de otro mundo, y que en el psicoanálisis se encuentra bajo la forma de la subjetivación: “el pasaje de un estado del sujeto a otro estado del sujeto”. También está la catarsis platónica, entendiendo lo catártico como las operaciones mediante las cuales el sujeto se purifica a sí mismo, desvinculado en la tradición y el psicoanálisis del “conócete a ti mismo”, que tenía implicaciones políticas. Y por último está el flujo asociativo, presente en las experiencias espirituales antiguas, que reaparece en Freud bajo la asociación libre, con la diferencia de que en este último ya no hay una mirada externa que las toma como objeto para el dominio intelectual.
De esta manera el psicoanálisis, presentado como una nueva forma de la preocupación de sí, queda ubicado en otro registro que deja bastante dislocados a los psicoanalistas, pues los invita a situarse donde no saben que han estado siempre. Pero para ello se requiere “desprender al psicoanálisis explícitamente de esa ‘función psi’ donde se empantana, (…) reivindicar, conforme a la espiritualidad antigua, la posibilidad de una terapéutica no psicológica, de una terapéutica espiritual”. Deberá incluir y articular Eros y Ascesis como modos de subjetivación, al mismo tiempo que se somete a cierta “racionalidad” compartida en un campo más amplio de conocimiento para no convertirse en secta.
A pesar de que Allouch insiste en que este giro estaba presente de alguna manera en Freud y un poco más desarrollado en Lacan, queda una sensación de abismo, un salto incierto que puede ser gratificante desde una perspectiva liberadora o angustiante desde otra más conservadora. Tal vez los psicoanalistas que escucharon esta propuesta sintieron miedo ante el desafío de moverse, rechazando esa mano que los invita a dar un paso hacia un terreno menos seguro: ser spichanalistes. No es fácil echar a andar este cadáver.
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Contenido
Desatinos nº 2
Es testimonio, no instrucción
Marcela Ramírez
Sin Dios, sin sábanas, sin deuda,
a propósito del amor Lacan
Guy Casadamont
El nacimiento de una heterotopía
Robinson Grajales
Un nombre que se escribe
en sus equivocaciones
Margarita Posada Elorza
No perdido
Jean Allouch
El hombre y el animal
Marielena Alzate
“Los anormales pueden educarse”
Alexander Yarza De los Ríos
Bordeando el agujero negro
Eunice Díaz
Georg Groddeck y
“La horda de los locos”
Gerardo Bolívar
¿Dónde esta el otro?
Jorge Baños Orellana
La tierra del psicoanálisis:
A propósito de la estética joyceana
Hermes Osorio Cossio
Effi Briest, una mujer insoportable
Susana Bercovich
Atrapar el brillo
Esther Fleisacher C.
Invita:
Carteles Psicoanalíticos La Tercera
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