Boletín n.º 119
Mayo 18 de 2014
Día Internacional
de los Museos
Los amigos del Maestro
Foto © Guillermo Angulo (1959)
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Guillermo: dos envidias tengo: de su barba negra y de su arte fotográfico. Usted me ha hecho las mejores fotos que he tenido y eso que me retrató con mi boca de culo.
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La Corporación Otraparte se une a la celebración del Día Internacional de los Museos compartiendo con sus amigos diversos textos y fotografías que relacionan al maestro Fernando González y su casa Otraparte con otros personajes reconocidos en los ámbitos cultural, político y familiar. El propósito es resaltar que la Casa Museo Otraparte no solamente nos recuerda la vida y obra de Fernando González sino las de otras personas que la visitaron o que están “vinculadas” con el maestro. Otraparte ha sido y es un espacio de “viajes y presencias” para una cantidad indefinible de artistas que se acercaron al Brujo o que hoy, a 50 años de su muerte, llegan a su casa escribiendo, cantando, actuando, pintando, creando. Otraparte no es sólo la casa de Fernando González. Es nuestra casa. No están todos los que son, pero sí son todos los que están. Es apenas una muestra.
El Comité Consultivo del Consejo Internacional de Museos (ICOM) propone cada año un tema que los museos pueden utilizar para valorizar su posición en el seno de la sociedad. El de 2014 es “Los vínculos creados por las colecciones de los museos”. El asunto recuerda que los museos son instituciones vivas que permiten crear enlaces entre los visitantes, las generaciones y las culturas del mundo. Por ser una institución que conserva y transmite el pasado, el museo también está anclado en el presente. Da la posibilidad a las generaciones presentes y futuras de conocer mejor sus orígenes e historia. Este tema también hace hincapié en las colaboraciones que existen entre los museos del mundo entero y su importancia para los intercambios culturales y el conocimiento de las culturas del mundo.
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Día Internacional de
los Museos 2014
Icom.museum
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Otraparte, 1959. De izquierda a derecha: Luis Alfonso Vélez Correa, Fernando González, Javier Henao Hidrón y Mauricio Correa Restrepo.
En los últimos años de la vida de Fernando González, Otraparte se convirtió en un lugar casi mítico. El nombre se hizo popular, y solía ser pronunciado con admiración y respeto. Al maestro empezaron a llamarlo unos “El mago de Otraparte” y otros “El brujo de Otraparte”. Con frecuencia era visitado por jóvenes ansiosos de conocerlo, por intelectuales (Félix Ángel Vallejo, Carlos Castro Saavedra, Manuel Mejía Vallejo, Carlos Jiménez Gómez, Alberto Aguirre, Óscar Hernández, Leonel Estrada, León Posada, Darío Ruiz, María Helena Uribe, Regina Mejía, Rocío Vélez, Olga Elena Mattei…) y por sacerdotes, siendo notable entre estos últimos el padre Andrés Ripol, benedictino, con quien sostuvo una intensa y bellísima correspondencia epistolar.
Javier Henao Hidrón
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Félix Ángel Vallejo
y Fernando González
La vida, la muerte, Dios…, el hombre, la tierra, el cosmos…, todo esto adquiere, en sus labios, un sentido tan vivo y hondo…, que asombra… Por eso, al oírlo hablar… lo primero que descubrí fue que yo había permanecido muerto ante el misterio…; y que de pronto…, cuando iba por un camino…, como desterrado…, me encontré con un brujo que me lo mostró…
Félix Ángel Vallejo
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1959. Librería Aguirre, en Maracaibo con Palacé. El maestro Carlos Castro Saavedra firma ejemplares de su nuevo libro. Le acompañan, de derecha a izquierda, Manuel Mejía Vallejo, Fernando González, Alberto Aguirre y Olga Elena Mattei.
Ante la muerte de Fernando González, tengo la impresión de que un bosque ha perdido su árbol más alto y más joven por dentro, más lleno de mundo y de savias renovadoras. Este árbol era visible desde cualquier sitio del país y sus raíces estaban profundamente sepultadas en la tierra colombiana. Su sombra era paternal, ancha y acogedora, y dentro de ella era posible encontrar a la patria —a la patria más pura— y sentir en la sangre, como la corriente de la sangre misma, la presencia del universo y la humedad de todos los ríos y las lluvias.
Carlos Castro Saavedra
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Fernando González
y Manuel Mejía Vallejo
Con él aprendimos a ver el gallo, el gato, el perro, el árbol, un niño, un crepúsculo, con ojos recién inaugurados. Él nos enseñó esta honrada tarea de mirar cómo el mundo se crea cada día y renace en la pupila clara. Él insinuó que el amor no era una palabra: era un impulso sostenido, un nombre propio, una altura, una caída; nos mostró la posibilidad de un camino cuando todos los caminos parecían errados. Él nos dijo la precaria y agobiada verdad del hombre.
Manuel Mejía Vallejo
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Carlos Jiménez Gómez,
ex Procurador General de la Nación
Foto Procuraduría
Si me viera forzado a no poder salvar de un hundimiento imaginario de toda la cultura colombiana sino una obra, un autor, yo escogería sin vacilar a Fernando González. Y lo haría desde el doble ángulo de una retrospectiva nacional, tanto como desde la elección más individual y espontánea de la persona; como el mejor de nuestros documentos humanos, para repetir una vez más lo que todo lector hace cuando se acerca a su pensamiento: emprender un gran camino hacia sí mismo. Pensando en relación con la trayectoria colombiana, es cierto que Fernando González significa un eslabón de alta perfección estética e intelectual, sin consanguinidades ni parentescos conocidos a todo el ancho y a todo lo hondo de nuestra vida. Un gran autor no anda rindiéndose a los vicios de su cultura tradicional, ni halagando sus sentidos corrompidos por el pasado. El gran autor es un salto sobre la conquista del mundo y del espíritu; no le corresponde la misión de perpetuar los pecados de la cultura heredada, sino la de purificarla por el castigo que significan sus nuevas virtudes.
Carlos Jiménez Gómez
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Fernando González
y Alberto Aguirre
A Colombia no le ha pasado nada tan grande como Fernando González. Y eso es la grandeza: acicate para seguir vivos. Estar vivo es tener ganas: de pelear, de penetrar en el mundo, de buscar el conocimiento, de asediar placenteramente a esa presa furtiva que es la verdad. Qué bueno que haya existido Fernando González. Ahí está. Puede ser existencia para otros. ¿Lo es ya? Quizás. De todos modos, aunque la moda no lo lleve hoy en la cresta de la popularidad, ahí está como un tesoro, como acopio de armas y vituallas para el combate que algún día librará Latinoamérica por su libertad y su destino. Es un signo para la vida.
Alberto Aguirre
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Alberto Aguirre, Óscar
Hernández y Fernando González
La maravillosa cabeza de Fernando González es algo que no se olvida. Al lado de su noble cabello florecían naranjos y contaba gotas una fuente de bronce. La misma vitalidad de siempre. El maestro no envejece sino que se acerca a la muerte con la más clara naturalidad que pueda imaginarse. Allí estaba, sobre su silla, como uno de aquellos personajes absolutos de William Saroyan. Estaba, como dijera el mismo armenio americano de una criatura suya que murió limpiamente, perfecto. Yo sé que Fernando González no necesita de ayudas exteriores para vivir. Una visita más o menos no va a agregar una maravilla a su alma. Pero la visita fue hecha con el ánimo de no quedarnos solos nosotros. Después de tanto espíritu menudo ensayando poses torpes de inmortalidad, nada mejor que hundirse en la sabia mansedumbre del extraordinario envigadeño. Además, en mucho asunto es padre nuestro, profesor silencioso de protestas, profeta criollo que empezó a acertar con sus dedos desde que se hizo fotografiar con el índice taladrando la sien derecha.
Óscar Hernández
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Busto en bronce
por Leonel Estrada
Siempre tenía tiempo para todos. Aún el más humilde merecía su atención y sus comentarios. Pensaba mucho. Lo hacía dinámicamente. Con razón se le tenía como pensador. De ello hay testimonio en toda su obra. Uno de los únicos pensadores creativos de Colombia. Desde las cinco de la mañana se iniciaba su día. Pensar y respirar eran una sola cosa. […] Durante muchos años, con mentalidad infantil tuve al Maestro como descreído y antirreligioso. Tan distinto del que luego conocí. Ese hombre amable y generoso, el de la voz dulce y varonil, el de los ojos vivos y mirada casta. Su palabra edificaba, pero fue aún más de ejemplo y de obras.
Leonel Estrada
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Fernando González y
María Helena Uribe de Estrada
Ojear, hojear, leer sus libros, es liberar nuevos chorros de agua fresca y cristalina, con terrones de existencia que nos golpean cada vez en forma diferente porque vamos cambiando. Sus palabras impresas evolucionan ante el devenir mental, intelectual, espiritual del interlocutor.
No es puerto de llegada: es un viajero que nos abre su cuaderno de bitácora, desde donde señala su Norte, el que va vislumbrando por etapas; el que persigue desde siempre, y hasta siempre:
1934 — Busco a Dios, como mi mamá buscaba las agujas, en Envigado… y todos los seres, los pescadores, los ojos de las muchachas, las piedras y mi gatica “Salomé” me están diciendo ya que por aquí humea; pero si encuentro, si es verdad, quiero que sea para todos nosotros… Hay también una estrella, también para mí apareció una estrella que me lleva para no sé qué pesebre en donde no sé qué niño está naciendo a cada momento: ¡Un niño que nunca ha nacido un niño así! (Cartas a Estanislao).
Lo conocí en mitad del camino de mi vida, cuando iba por mi propia selva. Decir, entonces, ¡qué dura cosa, esa selva oscura!, es un lugar común. Pero no es común el Virgilio de Envigado, porque este guía peculiar tiene muchas caras, muchos nombres, muchas moradas dentro de su espíritu, que irradian, entusiasman y contagian a cualquier edad, en cualquier sitio, en cualquier fecha.
María Helena Uribe de Estrada
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Regina Mejía de Gaviria
Foto Sílaba Editores
Había, una vez, un gallinazo que volaba más alto que todos. Iba subiendo despacito, dando vueltas y vueltas, hasta que llegaba tan alto, que era como un punto chiquitico entre las nubes. Los otros gallinazos trataban de alcanzarlo, pero no eran capaces. Por eso no lo querían. Porque volaba más alto que ellos y desde allí arriba veía cosas que ellos no alcanzaban a ver. Eran cosas muy bonitas las que él veía cuando estaba por allá, tan alto, tan alto, y él bregaba por hablarles de ellas a los otros gallinazos. Pero los otros no le creían porque no eran capaces de llegar donde él llegaba y, por eso, no podían verlas. Al gallinazo que volaba más alto le encantaba dejarse caer, de pronto, desde bien arriba. A él eso le daba mucha risa, y después de que tocaba el suelo, volvía a encaramarse sin ninguna brega.
Regina Mejía de Gaviria
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Marta Traba
Foto Wikipedia
No hubo necesidad de hablar. Él sabe exactamente lo que los otros piensan. Y se ríe maliciosamente de los demás y de sí mismo. Le repugna toda convención; pero se ve claro que en esta última juventud tiene más ganas de amar que de pelear. Para pelear hay que precisar el combate, hay que tomar posturas de guerrero. Y él va y viene, impreciso-flotante por algo enorme, por un ámbito que le crece cada minuto más, cada palabra más, que es la vida. […] Ya sé por qué no se habla de Fernando González en Colombia: porque está vivo y tiene el suficiente sentido del humor para darse cuenta que los demás están muertos. […] Al fin he encontrado un hombre admirable y las palabras sobran.
Marta Traba
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Fernando González, Morelia
Angulo y Gonzalo Arango
Foto © Guillermo Angulo (1958)
“La deuda que Colombia tiene con Fernando González nunca será cancelada, mientras su pensamiento no haya sido totalmente integrado al alma viva de la nacionalidad. Nadie como él es en Colombia el contemporáneo de la juventud; nadie como él ejerce una comunión más viva y directa con el espíritu nuevo, con sus ímpetus y rebeliones. Su obra irriga de vitalidad el corazón de nuestro tiempo”.
“En la época que leí sus libros me hice a la idea de que un hombre tan grande —del que nada se sabía— tenía que estar muerto. Sin embargo, vivía a 50 centavos de bus de Medellín, en una casita a la orilla de la carretera de Envigado, entre pisquines umbríos y naranjos enanos: ‘Otraparte’”.
Gonzalo Arango
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Tomás González
Foto Alfaguara
Fernando fue una fuerte presencia en mi vida entre los seis y los doce años. Vivía en la finca vecina a la nuestra y yo iba a su casa casi todos los días, a jugar con sus nietos. Su influencia, no literaria sino vivencial, fue grande, por lo impresionables y perceptivos que somos justamente a esa edad. Pude verlo mirar el mundo, y sólo con eso influyó en mi manera de hacerlo. Su enseñanza —que en nuestro caso consistió en estar ahí y dejar que los niños lo viéramos relacionándose con intelectuales, periodistas o personas del común— tal vez evitó que me dejara atraer de manera irreversible por el intelectualismo, y me llevó a buscar siempre en la vida, mucho más que en los libros, el impulso para mis escritos.
Tomás González
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Fernando González y Tomás Carrasquilla – 1935 / “De filósofo a filósofo”. (Fotografía especial para la edición extraordinaria de Relator).
Sus apuntes de política y sociología, con que Ud. matiza sus obras, me han parecido siempre suyos: suyos por el criterio, por la apreciativa, por los puntos de vista. Su libro de Ud. tiene muchos matices y, por ello, denuncia lo complicado de esa psiquis suya. ¿Sabe lo que más me gusta de sus obras? Pues el antioqueñismo, un antioqueñismo pasado y repasado por muchos libros y por muchos cedazos. Dígole, pues, Fernando amigo, que si con sus obras anteriores ha cosechado muchos lauros, con El Hermafrodita dormido serán para agobiarlo.
Tomás Carrasquilla
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Fernando González, Carlos E. Restrepo, Isabel Gaviria de Restrepo y Margarita Restrepo
He empezado a saborear Mi Simón Bolívar y a admirar las mil barbaridades tan inteligentes que a usted se le ocurren. Auguro que el libro tendrá igual o mayor resonancia que Viaje a pie. Abrazos para usted, Margarita y los chicos. Afectísimo,
Carlos E. Restrepo
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Simón González Restrepo
La soledad es gran compañía, gran intimidad. Mi padre, quien soñaba con Otraparte (su casa) como una escuelita de solitarios, decía que sólo cuando uno se siente solo vive y tiene fuerzas para dar. Eso queremos que pase en la Corporación Fernando González – Otraparte (que estamos impulsando). Que sea una vacuna, algo que construya, que a ella vengan los niños y sientan que están solos y tienen que conquistar el mundo, y las ideas, y la vida, que es lo que Dios nos dio.
Simón González Restrepo
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Guillermo Angulo
Cuando Alberto y yo llegamos a Otraparte —la casa del Maestro en Envigado (hoy museo)— lo saludamos y le tomé unas fotos con su familia. Luego fuimos, con Alberto, a un cafecito cerca de su casa y, por esas trampas extrañas de la memoria, no recuerdo qué pedí yo, pero sí lo que tomó el Maestro: un Vinol, una gaseosa paisa que intentaba reproducir, sin mucho éxito, el sabor del vino. Mientras Fernando hablaba con Aguirre yo aproveché para tomarle unas fotos. Le envié por correo las fotos y más tarde el Maestro me hizo llegar a Bogotá un libro, a manera de agradecimiento, con una dedicatoria que decía: “Guillermo: dos envidias tengo: de su barba negra y de su arte fotográfico. Usted me ha hecho las mejores fotos que he tenido y eso que me retrató con mi boca de culo”.
Guillermo Angulo
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Andrés Ripol y Fernando González
Si por filosofía entendemos el amor a la Sabiduría, su significado etimológico, la búsqueda profunda en la vida de ciencias, artes o letras, del “entendiendo”, como diría él, Fernando González fue el más grande y, mejor, el filósofo más original que conocí en mi largo peregrinar por el mundo de los hombres y de los libros.
Andrés Ripol
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Fernnado González y
don Benjamín Correa
Francamente, para nada lo tuvieron en cuenta ni gobiernos ni prensa de su patria. Más bien daban la sensación de aborrecerlo e ingrata les era su presencia. Parece que tal inquina tenía sus raíces en que Fernando les hacía sombra. Estoy seguro de que si él hubiera acomodado su ingenio a cortejarlos y adularlos, y plegándose a tanta bajeza, revestida de oropel moderno, lo habrían llevado en hombros. Había nacido para genio solitario. Hasta de loco fue motejado por quienes están enseñados a nutrirse de todo manjar, así sea de manzanas lindas por fuera y putrefactas por dentro. ¡Críticos infelices! Son ellos los verdaderos locos, como que lanzan sus espumarajos ignorando dónde es la morada de los genios.
Frisando ese genio en los 69 o 70 años de edad, sobrevino su tránsito a la vida inmortal. Roberto Jaramillo, renombrado sacerdote que lo estimaba mucho, y este pobre diablo, su amigo de juventud, fueron a la fúnebre quinta a llevarle el pésame a su señora viuda, doña Margarita, hija del presidente Dr. Carlos E. Restrepo. La afligida señora nos contó que Fernando había prohibido todo boato en su entierro, y mandó que su ataúd fuera de pobre, cuya voluntad cumplieron. Dizque pensaba en ir construyendo su sepulcro con guaduas que tenía plantadas en su huerta. Ejercitó la caridad en diversas formas, hasta asear con sus propias manos, y al frente de su quinta, a pobres contraídos de llagas, sin importarle las críticas. Voló su espíritu a la eternidad feliz, porque supo tener misericordia del desvalido, según sentencia del Supremo Juez. Conservo un retrato de Fernando que me mandó desde España, y lo tengo frente a mi cama para soñar con él y orar por su descanso eterno.
Benjamín Correa
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Grupo de intelectuales antioqueños, colaboradores del periódico liberal La Fragua. En la fila del centro Fernando González es el segundo de izquierda a derecha y le sigue León de Greiff. Otros de los que conformaron el grupo de Los Panidas eran José Gaviria Toro (Jocelyn), Rafael Jaramillo Arango (Fernando Villalba), Teodomiro Isaza (Tisaza), Félix Mejía Arango (Pepe Mexía), Bernardo Martínez Toro, Ricardo Rendón (Daniel Zegri), Eduardo Vasco Gutiérrez (Alhy Cavatini), Libardo Parra Toro (Tartarín Moreyra), Jorge Villa Carrasquilla (Jovica), Jesús Restrepo Olarte (Xavier de Lys), José Manuel Mora Vásquez (Manuel Montenegro). Fotografía por Melitón Rodríguez Márquez, que pertenece al Patrimonio de imágenes de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina. Tomada de Facebook.
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Balada trivial de
los 13 Panidas
León de Greiff
1916
I Músicos, rápsodas, prosistas, II Melenudos de líneas netas, III De atormentados macabristas IV Sutiles frases y discretas, V Y orquestaciones wagneristas, VI Y los de pluma o de paletas, VII ¡Fumívoros y cafeístas Envío Ilustres críticos-ascetas |