Boletín n.º 62
17 de enero de 2008
150 años de
Tomás Carrasquilla
(1858-2008)
Tomás Carrasquilla
(1858-1940)
Ilustración © Daniel Gómez H.
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Hoy jueves 17 de enero se cumplen 150 años del nacimiento de don Tomás Carrasquilla, personaje fundamental en la historia literaria de Antioquia. En su homenaje reproducimos las siguientes cartas y la reseña que escribió Fernando González de «Hace Tiempos – Memorias de Eloy Gamboa Tomo I» en 1935.
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Carta a Fernando González
Medellín, 16 de enero de 1934
Sr. D. Fernando González
Marsella
Señor y amigo Fernando González:
Principiaré por enviarle un abrazo muy cordial y por darle una explicación. Como hace seis años que estoy tullido y cuatro que estoy ciego, vivo en Babia. Por eso ignoraba que usted me hubiese enviado un ejemplar de «Viaje a pie» y otro de «Mi Simón Bolívar». Antier, cuando recibí «El Hermafrodita Dormido», vine a tener noticia de tales envíos. Es muy explicable: cada uno de mis lectores creía que yo estaba enterado de eso; y yo, a mi turno, pensaba que esos libros los habría comprado cualquiera de la casa. Hé aquí por qué no le había acusado recibo. Hoy se lo acuso por los tres y le expreso mis agradecimientos.
Quisiera hablarle de su última obra; pero, se me figura que un viejo que hace la caricatura viviente de Edipo y de Prometeo a un mismo tiempo, está al margen de la vida y al borde de la fosa. Por lo mismo, creo que no me asiste ni aun el derecho de opinar. Así y todo, tengo de decirle lo que siento respecto de su última obra:
La considero superior a las anteriores, no sólo en su forma sino en su contenido. Creo que es un libro soberbio, en cualquiera nación, en cualquiera literatura. Pienso que Europa, con todas las sugestiones que pueden impresionar a un hombre mental, ha sido parte poderosa a que usted se desenrosque y se despliegue en su brillante carrera. Parece que esa Italia, con todos los encantos de su naturaleza, de su historia y de sus artes, le ayudó a forjar ese libro tan macizo y tan fornido. Se me figura un gladiador que va a salir a la liza, todo oleado de perfumes. Y digo perfumes, porque usted supo imprimirle a eso tan másculo mucha poesía. No es de extrañar, Fernando amigo: quien se ha nutrido con pensadores y con poetas, tendrá mucho aliento en el pensar y mucha delicadeza en el sentir. Acaso haya invocado usted los manes de Miguel Angel, y por eso le ha salido su creación muy del Renacimiento. Ya sospechaba yo que era usted muy greco-latino, de una nerviosidad muy sutil, y que fluctuaba entre Kempis y Epicuro. Usted sabe sentir la naturaleza y la belleza de la realidad; pero acaso siente mejor el arte, especialmente el plástico.
Sus apuntes sobre política, sobre sociología, sobre todo tópico, con que usted matiza sus obras, me han parecido siempre muy suyos: suyos por el criterio, por la apreciativa, por los puntos de vista.
Sobre Mussolini dispersa unos detalles tan curiosos, que casi construye uno la personalidad del tal Benito, con su Italia a la prusiana. Su libro de usted tiene muchos matices, y, por ello, denuncia lo complicado de esa psiquis suya.
¿Sabe lo que más me gusta de sus obras? Pues el antioqueñismo, un antioqueñismo pasado y repasado por muchos libros y por muchos cedazos.
Dígole, pues, Fernando amigo, que si con sus obras anteriores ha cosechado muchos lauros, con ésta serán para agobiarlo.
Entiendo que va a quedarse en Europa. Me parece muy bien: no sólo levanta la plata, sino que huye de este medio, en donde las «moscas de las plazas públicas» y las sapiencias de los reporteros mágicos no dejan en paz, ni a sol ni a sombra, a ninguna personalidad que se destaque en el campo de las letras.
Le deseo mucha salud, para bien propio y de la patria. Envío a los cinco retoños mis caricias, mis respetos a mi señora Berenguela y un abrazo, con toda mi alma, a don Lucas de Ochoa.
Tomás Carrasquilla
Fuente:
Archivo Corporación Fernando González – Otraparte.
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Fernando González y
Tomás Carrasquilla (1935)
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Carta a Tomás Carrasquilla
Medellín, 29 de enero de 1935
A don Tomás Carrasquilla
En su casa.
Ilustre amigo:
Estoy muy contento por el ejemplar que me dedicó de sus «Dominicales». Lo leí, lo fuí leyendo con mucha envidia; es tan bello que nos mata la envidia, así como una muchacha que ví hoy, tan pletórica que me vine para la oficina repitiendo: No la miraré, no la miraré… ¡Qué bueno que se muriera!
Los más enamorados de la belleza somos los más envidiosos. ¿Por qué va a ser malo eso de llorar porque no hicimos el Moisés y no escribimos los libros suyos? Cuentan que César lloraba a causa de Alejandro y que a Bolívar le daban unas envidias que lo mataban. Indudablemente que envidioso no puede ser sino el que comprende la belleza de las cosas ajenas. Para mí tengo que la envidia es el acicate.
Pero de sus libros me consuelo pensando que son suyos y que usted es mi amigo y que es el Maestro de Colombia. Son tan hermosos, que sólo por ser suyos los perdono.
Lo que sí no puedo perdonar nunca es el segundo párrafo del libro de usted que están editando en Atlántida, ese párrafo en donde trata de su memoria: ¡Maldita sea no haber sido yo el que escribió eso!
Dígame: ¿Puede uno ver a las muchachas sin desear apropiárselas? ¿Puede haber contemplación desinteresada de la belleza?
Reciba mi corazón,
Fuente:
Deshora – Revista de poesía, n.º 3, Medellín, abril de 1999, p. 63.
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Tomás Carrasquilla
(c. 1940)
«Con Carrasquilla aparece en Colombia el escritor de oficio, no ocasional, que dedica su vida íntegramente a la literatura; con él surgen, como elementos fundamentales de la narrativa, la crítica social y lo esencial humano visto a través de personajes que, además de poseer sus propias características individuales, pertenecen a un momento específico, a una clase social determinada, cuyos vicios y virtudes reflejan, sin que por ello se conviertan en tipificaciones vacías».
Helena Iriarte
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«Hace Tiempos» de
Tomás Carrasquilla
He querido indicar, aconsejar una manera de leer a Carrasquilla: tomándolo como guía para entender nuestra propia vida, como historiador de la patria antioqueña. Su valor máximo es el de Maestro, en el sentido de que nos enseña acerca de nosotros mismos.
Luego de sentirlo durante años y de controlar y criticar este sentimiento, me veo obligado a emitir el juicio de que Tomás Carrasquilla es uno de los tres únicos motivos de orgullo para Suramérica, en cuanto a humanidad. Antes de llegar a los cuarenta años, yo juzgaba fácilmente; después de que llegué a esa edad crítica, únicamente este juicio acerca del Maestro no me deja escrúpulos. Este Carrasquilla es tan mirón, tan escuchador, tan sastre de ropas y de almas, tan realista, tan semidiós que se nutre de las energías de su patria antioqueña, que a pesar de que soy cuarentón estéril, al leerlo y al oírlo, me empreña de este juicio: es único en Colombia; es orgullo colombiano, es el que puedo enviarle a M. Bréal, para que vea que somos iguales a los europeos; porque M. Bréal me pidió que le enviará libros y revistas colombianos, «para ver en dónde vive monsieur González», y nada encontré para remitirle sino un guarniel envigadeño y libros de Tomás Carrasquilla. Ahora, a los setenta y siete años, está dando a luz esta obra «Hace Tiempos», en tres volúmenes, de los cuales apareció el primero, y no resisto al deseo de contar mis emociones, desordenadas, como me nacen a medida que leo.
El niño de pueblo, nacido y criado en pueblo, adquiere nociones de que carece el ciudadano. Entiendo por pueblo a Florencia antigua, a Santo Domingo, Envigado, Atenas de Sócrates y aquel Abejorral de Clodomiro y don Dionisio. Entiendo por ciudad a la Bogotá del Congreso, cafés y periódicos, y a Medellín. Y digo: en ciudades no nacen hombres históricos: son de pueblo; los buenos estudiantes son de pueblo. La vida humana viene de los pueblos a lucir en las ciudades.
El puebleño llega a la ciudad con el alma vertebrada; vértebras que son las impresiones, sentimientos, nociones indelebles recibidas en la aldea. Porque ésta se compone de tipos: la iglesia y sus torres quedan como patrón; patrones son el bobo, el loco, el muchacho, el cura, la puta, la sobrina del cura, el maestro y el boticario…
El artista, sobre todo el artista, tiene que ser de Santo Domingo, Abejorral o Envigado. ¿Cómo no, si tiene que haber pasado los años en que el alma es de cera blanda, hundido en el silencio de la plaza, viendo muy despacio a los personajes-mitos, oyendo comentar durante años los acontecimientos-mitos, en una palabra, for-mán-dose? El ciudadano no sabe los enredos que hay para que nazca un niño; no lo envían lejos, donde mano Juan, cuando la Virgen va a traer a la criatura; no sabe de los cuchicheos, de los tapados, de los paladeos. Casi puede afirmarse que el hombre ciudadano nace sabio, o sea, perdida la inocencia. Ya, ya lo sabe todo. En las ciudades no comentan, no critican, no se escandalizan con el loco, la ramera, el homicidio, el noviazgo…
La plaza, la iglesia, el doctor, el boticario, el gamonal, la señora, la negra Cantalicia, etc… ¡Eso no lo conocen sino los que somos de Santo Domingo o Envigado!
Es preciso, para que el alma sea fuerte, para que tenga eco, que en la niñez se reciba la impresión lenta, constante, comentada, de cada escena de la vida y de cada cosa-típica de las que acompañan al hombre en el resto del viaje. Esas impresiones, o mejor, nociones, quedan como ejes de la personalidad. El niño bogotano ve muchas iglesias y las compara y juzga: es un madurado biche, y por eso son tan carajos. Yo, por ejemplo, cuando entré donde el Moisés y a la basílica de San Pedro, llevaba conmigo la iglesia de Envigado y los santos de palo de Misael y de los Carvajales, y cuando vi al Papa, me pareció más papa el Padre Mejía. Y con el Moisés… pues nadie lo ha amado como yo, porque era la estatua de don Martín Arango, el dueño de las fincas de las Palmas. Ante la Venus de Cirene… pues era el diablo, era la carne, eran las piernas blancas de María Josefa, atisbadas y vistas, atisbadas durante meses, premeditadas, vueltas a atisbar y vistas un instante que fue relámpago feliz. Y oí, sólo oí durante la infancia, la guitarra de Marco Aurelio, y cuando decía treearbre, mi alma decía algarrobo de Mamerto; todo árbol es para el niño u hombre de pueblo, el algarrobo de Mamerto. ¿Qué personalidad puede tener, qué artista, qué héroe puede ser el hombre que en la niñez dijo árbol en varios idiomas y conoció árboles de todas latitudes? Hay que haber mamado un solo idioma, mamado todas las nociones de un Santo Domingo, para ser personalidad.
Ahora bien, tengo para mí que el primer mérito de Tomas Carrasquilla consiste en ser, por sobre todos los artistas españoles y americanos de hoy, el observador e historiador de estas nociones-típicas de su pueblo. Paréceme que Antioquia, la única patria que ha habido en Suramérica, vivirá en el recuerdo por haber tenido a Tomás Carrasquilla para que le describiera su personalidad.
Digo que Antioquia fue la única patria, porque en estas arrugas se vivió con modos, ambiciones, sentimiento y lenguaje tan característicamente fuertes, que hasta milagro parece. Y porque eso se está acabando, debido a la fusión de sangres: hoy dominan y se extienden por toda la República unos bogotanitos incapaces de esfuerzo. Bogotá hace blandengue a la República.
Para asistir al hecho milagroso que fue Antioquia hasta fines del siglo pasado, leer a Tomás Carrasquilla. Fue niño de oídos hechos para la escucha, ojos acaparadores, tacto alargado, sangre española, puesto por la naturaleza en aldea-cruce de caminos, teatro de leyendas y enredos, vecindad de minas, albergue de blancos patas de apóstol, amigos de libros de relate, y hormiguero de negros, zambos y mulatos. Sólo en Santo Domingo podía nacer el escritor-historiador del alma antioqueña y de su apariencia, el novelista de la minería, el cuentista de los hogares, el Homero de los Morenos y Olanos, marqueses de Yolombó.
Dios le dio a Carrasquilla el don de entender y gozar con la conversación de las mujeres, la rara facultad de seguir deleitadamente esos enredos alrededor de los sucesos baladíes; tiene ese don, porque las objetiva; las mujeres han sido para él conversadoras; no sé que haya tenido amores, es soltero. Carrasquilla es un genio femenino: fue sastre y es literariamente un sastre genial: su genio es irresistible, cuando pone a conversar a sus mujeres. Viejas y muchachos, negras y señoras, escueliantes y niños mimados tienen en sus libros una vida real: es creador:
Así, Dios le quitó lo que hubiérale inhibido para ser lo que es, el mejor artista, para conversaciones de mujeres y niños, le quitó, digo, la debilidad de ser esclavo de la hembra: es casto por naturaleza. Por eso hoy, a los setenta y siete años, ha dado a luz en estas memorias de Eloy Gamboa, una obra maestra con la facilidad con que pone su muchacho la campesina lozana.
En este primer volumen encuentro la descripción de cómo nacían las nociones que he llamado fundamentales, en el niño de pueblo. Sucede todo en aquellos tiempos felices en que Antioquia era un Estado, en aquellos tiempos en que se trabajaba, en que la vida giraba alrededor de amos «de pie alargado y curtido», de señoras encerradas en sus casas, «parecidas a la Virgen de la iglesia», y en que la pionada de zambos, negros y mestizos creía en muchas cosas, en la Madre del Río y en la nobleza de los amos.
En este volumen está la historia de Eloy Gamboa desde los siete años hasta los once, desde que le faltan dos mamones hasta que usa correa para tener los calzones. Está mejor que vivido lo que era un hogar de pueblo, hogar minero. Está, como en la realidad, la minería antioqueña con sus bregas múltiples, veraneos, cambios, fondas, organales, gulequeros, caballos, ilusiones, virtudes y vicios. Está toda la filosofía popular de la minería. Es Carrasquilla como uno de los zambullidores que describe: ciego y paralizado, se hunde en su pasado y sale con el diablo de oro que es esta obra, y, en premio, recobra la vista…
Pues en el curso de estos cuatro años tenemos la vida de Eloy Gamboa que transcurre en Orofino, que puede ser Anorí, luego a orillas de un río, entre mineros zambullidores, y después en Aguas-Limpias y en Morrolargo. En estos lugares ha adquirido las nociones fundamentales, cómo nace el hombre, ángel traído por la Virgen y puesto en árbol del solar, hallado allí por la mamá, que se acuesta con él para calentarlo y que quién sabe cuánto se demorará allí culequiando con el angelito…: aprendió cómo bautizan al hombre, cómo crece, qué siente, ama y teme en la niñez, cómo aman y cómo se casan; cómo trabajan, enloquecen y mueren las gentes. Tiene la noción de monte, de árbol, sabe qué sienten y piensan y ambicionan el amo, la esposa, la cocinera, los trabajadores, el cura y la sobrina, la santa del pueblo y la ramera de la mina que sabe preparar el agua de amor seguro que llaman «de los siete pelos», a saber: pelo de mozo blanco, bien enamorao; pelo de negro mozo, bien violento; pelo de chivo cachicerrao; pelo de verraco rucio; pelo de caballo padrón; pelo de perro entero, y pelo de cura en pecao mortal, sacao del propio bordito de la corona…
Este niño tiene las nociones esenciales y puede irse ya para la Villa de la Candelaria: ya tiene eco… Será el artista, el escritor de Antioquia. Eloy Gamboa es Carrasquilla, sin que los padres y parientes del autor hayan sido esos, ni esas hayan sido exactamente sus aventuras. Pero toda obra maestra es autobiografía. Todo Carrasquilla es confesión, como Tolstoy. Como éste, nació para describir a su pueblo, pero, más realista, más fiel a su gente, no sufre ataque de predicador.
Y digo que esta Antioquia fue, porque el destino de Colombia es el de horno de razas y ya, en trescientos años, adelantó la fusión y cubren ahora la tierra antioqueña los mulatos que no tienen la honradez y el orgullo del blanco, la canela del negro, ni la astucia del indio. El producto racial colombiano está apareciendo tan feo y de tan malos instintos, que hace pesimistas aún a quienes predicamos el advenimiento del gran mulato. ¡Avergüenza tánto coronel Baptista, tánto jefe único!… El antioqueño de estos años del avión y la radio tiene podrida la personalidad: mulatico indecente que vende las minas a los ingleses para comprar lotería, va en aeroplano a Bogotá, llama héroe al que no sabe volar, dice indecencias a las mujeres, sensualidad rápida de enfermo, y no paga: no paga, porque es incapaz de esfuerzo; quiere saber sin estudiar; mandar sin obedecer; poseer a la mujer sin amarla, ganar la lotería y ser nombrado presidente… Ya no hay una mana Cantalicia, un Escribano; ya no hay en dónde aprender las nociones de la niñez, que son columna vertebral de toda grandeza; todos se parecen ya a don Jerónimo, jugadores, loteros; hasta el cielo quieren ganarlo con bendiciones… vive el colombiano esperando que se lo den todo, desde el amor y la sabiduría, hasta la llegada a la Villa de la Candelaria o a Santa Fe…, en avión, a ver si lo nombran…
En aquellos tiempos de Carrasquilla, para conseguir el amor…, serenos, cantos, conversas, floreos. Para llegar a la Villa, sufrir mucho, aprender letra inglesa, estudiar: llegaban a la capital viajeros nobles, transformados, llenos de nociones, de aportes para el progreso patrio. En tales tiempos, para ser rico había que zambullir en el Porce, güequiar en los organales, economizar. Entonces, todo bien se pagaba. Hoy, el mulatico no paga nada: es lotero, pide el amor en las esquinas, lo nombran diputado. Diputados son, sin pagar nadita, los Lucianitos, Saldarriagas, Aguirres, Calles… ¡Si hasta comunistas son! Como no tienen alma, niegan la propiedad… ¡Oh, mana Cantalicia, cómo se acabó todo!
Procedamos a exponer, sacándolas de esta obra de Carrasquilla, las imágenes de algunas de estas nociones que adquiere o adquiría la niñez antioqueña en las aldeas. Pueden tomarse como patrones. Son, poco más o menos las del niño Carrasquilla, pues en estas cosas no puede haber arte sino cuando hay confesión. Esas imágenes o nociones infantiles son la esencia, el eje de la psicología de un pueblo. Ellas son las que determinan el modo de reaccionar, la manera de entender las cosas durante la juventud y la edad madura. La niñez, las experiencias de la niñez determinan la conducta de la juventud y del resto de la vida. Antioquia se entiende, cuando se entienden las imágenes-mitos que se graban en sus niños. Por eso he dicho que Carrasquilla es el historiador de Antioquia, tomando como tipo de historiador a Homero. Porque el vulgo letrado se equivoca: llama historiador al cronista, al que sabe en qué día nació Córdova, y llama novelista al que nos describe a un niño nacido en Concepción y que a los siete años vio a un compañero escueliante que se amarraba los calzones de un modo heroico y que entraba en la montonera enemiga de los tirapiedras de un modo que se le grabó en la mente. El verdadero historiador es Tomás Carrasquilla, que al describir esos muchachos y sus escuelas, y sus juegos y sus emociones, etc., etc., nos hace comprender por qué apareció Córdova y por qué Gregorio Gutiérrez González y Carlos E. Restrepo…
La negra
Se llama Cantalicia, pero es un patrón y nos enseña todo acerca de lo que fue la negra Matea para el Libertador, y a mí me enseña lo que fue y significa en mi vida, en mis actos virtuosos o perversos la negra Chinca. Por eso digo que Carrasquilla es el historiador, el maestro antioqueño. Copiemos:
«Cantalicia estaba siempre en su cocina, entre los afanes del horno y del fogón. Era alta, enjuta, de cara amarillenta, ojo vivaz y diente fino. Con su montera puntiaguda, su camisa de lienzo y su saya de fula, hacía una figura harto extraña y pintoresca.
—¿Que no me lucro? ¡Ay, ay, mi Niña; qué poquito sabe usté de mis cosas! Y yo que creía que entendía algo… Mas sin embargo, usté no tenía por qué sabelas. Tan solamente le digo que si yo le sirviera de rodillas toda mi vida, nunca le pagaría lo que le debo a sus padrecitos. Mire: voy a contale bien todo, pa que vea. Mi mama no era negra ni esclava; pero era un india sometida a la voluntá de sus patrones, unos señores Zabalas que eran muy buenos y principales. De’ai me vino el apelativo de Zabala; porque los negros y los indios, ¿qué apelativo vamos a tener? Mi taita izque fue un mulato muy zarco y muy cuadrao, porqu’era hijo de una negra cera y un inglés, d’esos que vinieron a hacer los molinos d’estos laos. Era tan altanerote y buscarruidos, que izque era el primero que ponía la pelea». Etc., etc.
Y sigue describiendo y haciendo vivir a esta negra Cantalicia alrededor del niño, formándole el alma con sus heroísmos, poblándole la imaginación con sus leyendas, hasta el punto de que al terminar el volumen, exclamamos: ¡Si estas negras fueron también nuestras madres; si el Libertador se lo debemos en mucho a Matea; si la mitad de mis modos es la negra fulana!…
He aquí al papá antioqueño, serio, que no tutea a la mamá, que no habla en la casa, el amo, el blanco patas de apóstol, empobrecido en minerías y que dejaba en el niño antioqueño la imagen de la seriedad, la honradez y el orgullo de la raza blanca. Hoy ya casi no existen de esos; en el niño antioqueño queda la imagen de un papá diputado, artero, quebrado fraudulento. Copiemos:
«Mi padre sólo venía al pueblo los sábados, para volverse los martes. Era un señor alto y anguloso, de cara triste y aburrida, de barba y cabellos casi canos. Llevaba pantalones oscuros y raídos, una ruana a listas azules, con forros de bayeta amarillenta, un guarniel de piel de tigre con más peladuras que pelos, un sombrero siempre enfundado en hule, y al aire el pie, largo y curtido. Poco hablaban él y mi madre».
Ahora viene el muchacho que fue el ideal de todo niño a los siete años; aquél a quien deseamos parecernos; imagen infantil de la divinidad humana; muchacho que fue más padre de los héroes o tan padre de los héroes como el papá. Cambia en sus modos, según el niño; pero todos lo hemos tenido; fue siempre unos tres o cuatro años mayor que nosotros, y todos, a los siete años, deseamos pelear como él, tener los calzones de él, escupir como él. Veamos este niño en quien soñaba el héroe de Carrasquilla:
«A esas surge de adentro el personaje buscado. Aún lo veo: es largo al par que bronco: viene jadeante, las greñas en los ojos, la gorra echada atrás. Viste como hombre grande: unos calzones de diagonal amarrados con correa, y un poncho, tirado hacia un lado, que deja ver la chácara abultada. Todo él es mugre y petulancia; se le ve por encima que pretende ser hombre hecho y derecho. Con una voz de pollo criollo, a veces ronca, a veces chillona, gaznatea:
Ya se coló aquí este pelicandelo tan intruso. ¡Eh! Te sonsacates al crespucio de Rosita Gallego…».
Pues debido a esta impresión que le causa Antolín, durante tres años vive preocupado por tener calzones amarrados con correa, y debido a ella, después se agarra a cocas con los muchachos de Aguas-Limpias… Por mi parte, ahí en la descripción de este Antolín he visto al Mono de Marceliano, a Conrado y a Néstor, los héroes envigadeños; los que nos conducían (grandes duces que me sirvieron para comprender al Mussolini) a las guerras a piedra con los itagüiseños, orillas del Aburrá.
Los trompos y las cometas, los baños en el río, las peleas a coca limpia, la pérdida de la inocencia, todo eso lo he revivido en Antolín y en el Bizcorneto, de Carrasquilla. Otro Antolín fue el que me enseñó en la esquina de la casa de don Diego Uribe para qué servían los encantos de la Chinca que fue mi Cantalicia…
Imposible e imprudente seguir en el análisis: le quitaría la novedad a la lectura. Este primer volumen es completo, perfecto acerca de la vida de un niño de los siete a los once años en un pueblo antioqueño.
Más antioqueño aún es este libro por referirse a la minería: es la novela de la minería, y Antioquia es esencialmente minera. Que nos dé el Maestro la novela del café y tendremos la historia completa de nuestra patria. ¿Por qué no confesarlo? Digo nuestra patria, porque lo siento, porque durante mis viajes, cuando me preguntaban por mi nacionalidad, muchas veces respondió mi subconsciencia: Antioquia. No se ofendan mis conciudadanos de Colombia, que yo comprendo muy bien que debemos hacer y amar a Colombia, a la Gran Colombia; únicamente he querido dejar constancia de un hecho: que hemos arañado tanto estas montañas que tenemos esa limitación de creer que Antioquia es nuestra patria.
Para describir es insuperable Carrasquilla:
«Esa noche, mientras mis padres reposan en el cuarto de los blancos, nos congregamos todos, enfilados en los bancos de la cocina, en tanto que el céntrico hogar levanta la llamarada. En un cazuelón barrigudo nadan como nenúfares no sé cuántos huevos que la cocción va endureciendo. Santos los menea con el cucharón de totuma; Clotilde, a pura uña, le echa yerbas al cocido, mientras Escolástica adelgaza, entre ambas palmas, la porción correspondiente de cominos».
«Aquel revoltijo de huevos, carne pisada y chicharrones; aquel cacao de harina, con jamaica y migote de quesito; aquellos arepones humeantes, caen en los estómagos de Builes, Pulgarines y patrones como la bendición del jornalero».
Y luego:
«Cantalicia me levantaba “escuro, escuro”, para que recibiera el viento provechoso de mi Dios, lo alabase parejo como los pajaritos, y viera cómo asomaba el sol, para alabarlo con nosotros. Todos le rezábamos con muchísima devoción: los cucaracheros, por ahí en los caballetes y paredes; los toches y azulejos, en los árboles y plataneras; y más arriba, en los aires, sin que la viéramos siquiera, le entonaba la alondra sus oraciones más bellas. Pero la alondra es tal, que no he podido conocerla. “A esa no l’echa el ojo, cordero; a esa la hizo mi Dios pa que le cante siempre por la mañana, y algunas veces a media noche; de día s’encumbra a la región. Mi Dios sabe cómo l’alimenta y ónde pone”. ¡Quién conociera aquella alondra tan devota y tan cantora! Sentía que el antiguo esposo de la luna, al asomar detrás del monte, rezaba con tanto fervor como nosotros. Cantalicia entonaba, entonces, conmigo, con los pajaritos y con el sol, la salmodia medio cantada, medio rezada, que le enseñaron los abuelitos:
Bendita la luz del día
Y el Señor que nos la envía.
Alabemos a María
con gran gozo y alegría».
La riqueza del idioma de Carrasquilla es tal, que ningún escritor español o americano de hoy la posee ni en las dos terceras partes. Es la riqueza de Antioquia, casi desaparecida ya, y se compone de las maneras de todas aquellas provincias españolas que vinieron a trabajar el oro a estos Andes. De ahí la abundancia.
Carrasquilla quedará como tesoro del idioma castellano. Día a día se va empobreciendo el lenguaje antioqueño, debido a eso que llaman civilización. Parece paradoja, pero veamos: con la facilidad de comunicaciones, con la facilidad democrática, con la radio, con el periodismo, ahora cuando todos los campesinos aprendieron a leer para no leer sino «El Tiempo», todos hablan de un mismo modo; todos poseen apenas el caudal de palabras que contiene un editorial o un discurso en la Cámara. La instrucción pública, la democracia, los inventos, han traído un empobrecimiento en el idioma. Va de cuento:
El Personero de mi pueblo se me acercó a meterme conversa ayer, cuando fue al café. Me hablaba de la cédula electoral, sin lenguaje característico, muy bien, muy ilustrado; hablaba como un editorial. Yo meditaba así: «¡Este señor sí que sabe! Habla como Eduardo Santos: habla de la Liga, de Olaya, de pactos, etc. ¡Hasta para ministro que servía este tipo!». Era un hombre educado en la lectura diaria de «El Tiempo» de Bogotá, que le traen en avión para que se ilustre después del desayuno. Pues a tiempo de la despedida, me dijo esto, que me confirmó en la belleza de esa ilustración que están dando los dientipodridos de Bogotá a nuestro pueblo:
«Es que vea, es como dicen los franceses: To be or not to be».
Réstame desear que todo antioqueño, todo el que tenga sangre antioqueña, casi toda Colombia, guarde, lea y haga leer a los niños las obras de Gregorio Gutiérrez González y de Tomás Carrasquilla. Y que no lean a Armando Solano, porque se elustran mucho…
Reseña de «Hace Tiempos – Memorias de Eloy Gamboa Tomo I». Editorial Atlántida, Medellín, 1935.
Fuente:
Revista Universidad de Antioquia, abril-junio de 1999.