Boletín n.º 19
26 de enero de 2004

Eladio Cañas Restrepo

~ 1970 • 2004 ~

Eladio Cañas Restrepo (1970 - 2004)

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Hasta el 3 de enero de 2004 el Cine en Otraparte fue posible gracias a Eladio Cañas Restrepo, el creador y único integrante de Cine Andariego; ahora su futuro es incierto, porque Eladio es irremplazable. Durante 53 semanas se dedicó con paciente amor a regalarnos historias maravillosas en el salón principal de Otraparte. El poco dinero que recogía no lograba cubrir los costos de su admirable labor. Era una suma apenas simbólica. Los amigos del centro cultural Stultifera Navis cuentan que Eladio llamaba a Otraparte su «alcancía», y entonces se esforzaba porque creía en el futuro Parque Cultural Otraparte y soñaba con ser su proyeccionista oficial. Eladio fue una hermosa persona, de risa fácil, amable, sencillo, calmado, conversador. Un regalo de Dios y de Stultifera Navis, su segundo hogar en Envigado. El próximo miércoles proyectaremos en su honor una de las películas que ya había conseguido para este año, y también recordaremos al amigo común Jairo Eduardo Montoya Moncada, miembro de la Corporación Otraparte y de Stultifera Navis, cinéfilo empedernido, asesinado en octubre de 2003. Nuestra «venganza» consistirá en no rendirnos, en convertir en realidad este sueño cultural, filosófico y espiritual para que los jóvenes colombianos no anden matando gente por ahí.

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Eladio, el andariego

Con la muerte de Eladio Cañas Restrepo muere también Cine Andariego. Uno de los pocos proyectos que llevó cine a las tabernas.

Por Uver Valencia

El pasado sábado 3 de enero, a las 8:40 a.m., un vecino del sector de Calle Larga en Sabaneta reportó el caso de un cuerpo sin vida en la cancha Curtimbres.

Se trataba de un hombre joven, delgado y blanco, quien quedaría registrado bajo la diligencia 1 de 2004. Era el primer caso de muerte violenta en ese municipio del sur. Era Eladio Cañas, que horas antes de ser encontrado había salido a caminar.

«Lo mataron como a cualquiera. Mataron a uno cualquiera. Mataron a Eladio y quien lo asesinó no supo quién era en realidad», dice Sergio Restrepo, director del centro cultural Stultifera Navis en Envigado. Y es que la muerte de Cañas no sólo representó un caso más del duro momento de la muerte, se trataba de la desaparición de Cine Andariego, una esperanza de cine que guardaba un hombre en un proyector.

Eladio Cañas Restrepo, creador de Cine Andariego, nació en Envigado el 12 de abril de 1970. Era el séptimo de una familia de ocho hermanos y vivía con su madre y su hermana menor. «Siempre fue un ‘casasola’, era un sentimental, pero de la misma forma, un rebelde», dice su hermano Mauricio, y tal libertad se la había heredado a su padre, quien siempre les dijo que hicieran y triunfaran sólo en lo que a ellos se les diera la gana.

Así era Eladio, un hombre silencioso pero rebelde, un amante del cine que comenzó a descubrir entre máquinas de chatarra que compraba para reparar.

Eladio y el cine

Luego de su paso por la Universidad Nacional, donde comenzó a estudiar Ingeniería Mecánica y renunció, Eladio se dispuso a estudiar Comunicación Social en la Universidad de Antioquia. «Cuando se dio cuenta de que el enfoque era periodismo y de que no había posibilidad de hacer video se retiró también, cuando ya llevaba unos cinco semestres», cuenta su hermano Miguel Ángel.

Entró a un taller de apreciación cinematográfica organizado por la Corporación Región y asesorado por Dunav Kuzmaniv, tiempo durante el cual tomó la decisión definitiva: Eladio quería vivir del cine.

De esta forma conformó con un grupo de amigos la corporación Primera Mirada, institución que se dedicaría a hacer video y en la cual comenzó produciendo Cara y Crisis, un argumental sobre la redistribución de la pobreza en el caso de dos hombres solitarios, dueños de unas cantinas y sin clientes para atender.

Además de productor, llegó a ser coguionista de argumentales, camarógrafo y hasta extra en un cortometraje. Pero después de Primera Mirada, tiempo en el que sus amigos se fueron a hacer video y otros cine, Eladio tomó la decisión de trabajar en una de las labores más duras del cine: la difusión.

Así empezó a cristalizar su sueño de dedicarse a un cine itinerante. «Soñaba con proyectar cine en las cantinas de Envigado, en los parques, en los barrios», cuenta Juan José, su hermano.

Y lo logró. Con su máquina de 35 milímetros inició sus trabajos hasta conformarse como empresa: Cine Andariego, donde él era el técnico, el conferencista, el de las reseñas y el de los contactos.

Lo que pierde la ciudad

Con ‘Cine Andariego’, Eladio Cañas trabajó en diferentes proyectos de fomento audiovisual con la Fundación Stultifera Navis, la Corporación Fernando González – Otraparte, la Universidad Nacional, Metroseguridad, la Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín y la Corporación Festival de Cine de Santa Fe de Antioquia, entre otras instituciones.

Además, con la muerte de Eladio Cañas los proyectos de un Teatro Lido reactivado se detienen. Después de mucho tiempo de intentarlo, él había logrado proyectar allí ciclos de cine asiático y europeo, lo que significó la satisfacción de llenar la sala.

«Se pierde Cine Andariego y con eso la posibilidad de ver buen cine. Una sociedad que se vaya despojando de personas como Eladio se va volviendo fría, menos humana, invivible», dice Miguel Rivas, realizador de video y amigo de Cañas.

Otros también afirman que resulta bastante paradójico que ese sueño llamado ‘Cine Andariego’ haya muerto el día en que su gestor, simplemente, salió a caminar.

Fuente:

Centro Cultural Stultifera Navis. Especial para El Tiempo, viernes 9 de enero de 2004.

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Eladio Cañas:
Un hombre que
vivió a 24 cuadros
por segundo

Un gran personaje de una historia
maravillosa en un lugar equivocado.

Por Sergio Restrepo Jaramillo

Hay seres que se pasan la vida teniendo una insaciable sed de algo. Algunos se pasan con sed de sí mismos buscándose, otros que no necesitan buscarse porque se tienen, y entonces enfocan su sed absoluta en algo específico y cada minuto lo pasan con una avidez que los posee. Eladio Cañas no tuvo que buscarse, él era, se descubrió y se mostró en su pasión, en su oficio: el cine.

Se la pasaba hablando de cine, podía hacer un análisis técnico de las maquinas de proyección, desde las de los Lumiere hasta las de imagen digital, un recuento de los cine-clubes a lo largo de la historia de la ciudad, o un catálogo de las grandes producciones clásicas o contemporáneas de la cinematografía universal; podía quedarse horas hablando de un director, de una película, de cómo fue filmada, de los premios que ganó o de los textos que sobre ella escribieron especialistas y críticos.

A veces sus amigos, bromeando, decíamos que Eladio o «el radio», como a veces por tomarle el pelo lo llamábamos, cuando dormía no soñaba sino que veía los créditos de la película que había vivido ese día, y es probable que el 3 de enero de este año haya visto los créditos hasta el FIN. Pero no porque el rollo se hubiera acabado, sino porque alguien, seguramente ignorante de lo que hacía un extra de no haber sido por esa última y fatal aparición con la que convirtió una escena más en la última escena de la vida de Eladio, le dio por cortarle el rollo; y ya, sin empalmadora posible, nos dejó en la mitad de la proyección, expectantes, incrédulos y desconcertados.

Todos quedamos esperando verlo entrar otra vez a la nave (Stultifera Navis), con un cigarrillo en la mano y unas bobinas de cine en la otra, acompañado de Martica, su novia, a decirnos cuál era la primera película de este año, a decirnos que por ninguna razón en el mundo nos la podíamos perder y mucho menos porque no tuviéramos el dinero de la entrada.

Eladio disfrutaba como un niño pequeño del café, de la cerveza, de caminar en la noche, de un juego de parqués o de una partida de ajedrez, pero lo que lo iluminaba era el cine. Cuando proyectaba con sus máquinas de 35 ó 16 milímetros se le encendían los ojos como dos faros, y en la sala eran siempre tres las luces: los dos ojos de Eladio y la bombilla del proyector.

Algunos nos pasamos la vida buscando sosiego, a la mayoría no les importa y otros muy pocos lo tienen. Estos no lo cambian por nada. Eladio cambió la estabilidad de un trabajo seguro, el reconocimiento social que da un título o la comodidad que da el dinero por hacer lo que le daba la gana, lo que amaba, vivir del cine.

Nosotros, los espectadores de su vida, los que a veces compartimos con él escenarios, los que lo pudimos contemplar en primerísimo plano, nos negamos a aceptar que se fue. Porque, como en el cine, que las imágenes quedan un instante plasmadas en la retina del ojo para crear la magia del movimiento, a nosotros Eladio se nos quedó prendido del alma para siempre.

Eladio fue un gran personaje de una historia maravillosa en un escenario equivocado.

Él, terco como todos los Cañas, se negaba a aceptar que en esta Ciudad hubiese espacio para las grandes vallas pero no para su pequeña pantalla, que cupieran tantas máquinas pero no sus pequeños aparatos de proyección, se negó a creer que hubieran cada vez más salas de cine comercio y menos de cine arte, se negó radical y testarudo a aceptar que el cine tiene que estar atado a un teatro y él le puso alas. Llevó su proyector de 120 kilos —que sólo él creía portátil— a las calles, a los centros culturales, a las fincas de sus amigos, a las salas de las casas, a los grandes y pequeños parques, a los bares, cafés y tabernas o a cualquier rinconcito de ciudad en el que él encontrara dónde colgar su pantalla.

A Eladio se le acabó la vida antes que los sueños y se murió sin haber pensado en la muerte porque él nunca tuvo tiempo para cosas tan míseras.

Dejó pendientes muchas proyecciones y miles de palabras sobre éstas, le faltó tomarse tantos cafés como cervezas y nos dejó preñados de esa ansiedad que él era.

Fuente:

Centro Cultural Stultifera Navis.

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Eladio Cañas
En memoria

Por Festival de Cine de Santa Fe de Antioquia

Ahora la muerte nos ha tocado más cerca. Esta semana fue asesinado nuestro amigo Eladio Cañas. Lo registramos con dolor y desconcierto. Sólo sabemos que Eladio salió a caminar por esas calles que amaba y donde presentaba cine. Porque lo conocimos bien, podemos decir que era un hombre bueno y noble. Recordamos con nostalgia el hermoso proyector que él mismo restauró y con el que iba por teatros y parques presentando su Cine Andariego.

Muchas veces trabajamos juntos: ya en el Festival que hacemos en Santa Fe de Antioquia, ya en las muestras que organizamos en Medellín. Era uno de los nuestros. No sabemos y no sabremos quién mató a Eladio; no merece tener un nombre ni ocupar un sitio en la memoria de los hombres el que interrumpe con la muerte los pasos del caminante.

En medio del desconcierto, sabemos que bien vale la muerte un poco de llanto. Porque por la vida hay que jugarse todo lo demás: la risa, el amor, el hacer, la vida misma.

Fuente:

Centro Cultural Stultifera Navis.

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El hombre que se
lo llevó una película

Por José Fernando Saldarriaga M.

En uno de esos días en que a veces uno amanece como desencantado, como de tanto luchar contra la marea, me preguntaba: ¿Sí vale la pena luchar por todo esto? Pero también era el día del cine-club. Era viernes del cine francés, en El Ágora. La película se llamaba En el muelle de las brumas, de Marce Carné. Llegó el momento de la proyección y entraron tres únicos asistentes: el ajedrecista, Nando El Manguero y el hermano de Miguel, Eladio.

El ajedrecista, con figura de poeta calculador, miraba fijamente las imágenes; Nando El Manguero con su risa y sus bellos comentarios, que rompían el silencio del ritual; Eladio, como un niño hiperactivo, no dejaba de mirar cómo esa máquina —el proyector de 16 milímetros— daba imágenes y sonidos.

De repente y de forma inesperada en el momento de cambiar la cinta (parte II de la película), Eladio me dice:

—Quiero ser del Cine Club Cine Ojo, y quiero aprender a manejar el proyector.

Yo, entre asombrado y celoso, me quedé en silencio un momento y luego le dije:

—Pues bien, venga a la próxima película y me ayuda en la proyección, a organizar las sillas, a poner el telón y a cobrar la taquilla. (Bueno, nunca perdíamos la esperanza de ver lleno nuestro mágico auditorio.)

Llegó el día y la hora de la proyección, y Eladio llegó dos horas antes y me preguntó:

—¿Qué película vamos a presentar hoy?

—¡¿Vamos a presentar hoy?! —le repetí la pregunta—. ¿Es en serio?

—¡En serio! —me dijo.

La película es alemana y se llama El miedo devora las almas, del director Fassbbinder.

—¡Bien por esa! —dijo.

Llegó el día y la hora de la proyección.

Ese día, tal vez era un miércoles, Eladio se sentía como aquel niño que va por primera vez a la escuela, entre asombrado e inquieto, como el día de la película francesa, cuando lo conocí. Desde ese día, jamás se separó del proyector.

Al finalizar la película y tomando un tinto, con los mismos tres asistentes, incluyéndose él, exclamó:

—¡Qué película tan vacana!

Eladio siguió asistiendo a las proyecciones. Aprendió a manejar el proyector, a andar por las calles de Envigado con el cine. Se convirtió en un compañero fiel del reino de las sombras. Fue tanta la pasión por el cine que, como en la película de Woody Allen La rosa púrpura del Cairo, no se sabía si Eladio poseía al cine o el cine poseía a Eladio.

En una de las tantas proyecciones programadas en las calles de Envigado, a Eladio se lo llevó una película. De pronto miramos hacia atrás y la cinta rodaba y rodaba continuamente…

La intolerancia y la impunidad de
este país se llevaron un sueño más.

Fuente:

Centro Cultural Stultifera Navis.

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Eladio Cañas:
Un camino que
no termina…

Por Lucía Estrada

Eladio Cañas supo entender la misteriosa secuencia de la luz y el movimiento. Imágenes que fueron para él una certeza, un destino inaplazable, la urgencia de levantar en medio de la sombra su propio mundo a partir de incontables películas en las que su corazón acompañaba cuadro a cuadro el laberinto caleidoscópico del amor y de la muerte, de la risa y la inocencia, del miedo y de la noche, de la bondad y el espanto, de la realidad y el sueño.

En cada una de las proyecciones que a diario realizaba, él se dejaba vivir. Solo, como tantas veces, en medio de la penumbra, único testigo de un milagro capaz de romper las fronteras del tiempo. Eladio Cañas asumió con valor el riesgo de un camino interminable, el vértigo de mirarse en otros rostros, en otros gestos, en ese diálogo fantasma del espectador consigo mismo, con las imágenes que transcurren paralelas en el propio interior. Así, cuando las personas que salían de la sala, dispuestas a continuar con el ritmo que les imponía el mundo, él seguía caminando, mar adentro, hasta perderse, hasta fundirse con el último parpadeo de su proyector.

Hay ceremonias que se repiten, rituales que terminan por perder el sentido de su búsqueda. Eladio Cañas sabía que cada escena era un viaje sin retorno, que todo cuanto registraran sus ojos quedaría grabado en su alma, y que en adelante llevaría en ella el peso de su verdad.

El cine no era para Eladio un divertimento, una manera de distraerse. Por el contrario, cada imagen lo empujaba al borde de sí mismo, y le desataba una búsqueda distinta, siempre consciente y elevada.

Sus ojos eran pasto de visiones, su cuerpo y su alma el escenario donde todo esto sucedía sin pausa. Muchas veces lo vi caminar con su mundo bajo el brazo: rollos de cinta que dejaba rodar frente a nuestros ojos con la generosidad de un ángel.

Cuando en el guion cesan las palabras, ese silencio le pertenece. A pocos hombres, como a él, va dirigido ese homenaje. Momentos en los que la vida se resiste a partir, momentos en los que la muerte no tiene lugar.

Ahora sabemos que Eladio camina como siempre al encuentro de sus amigos, y se dispone a proyectar el corto más largo de su vida: su amor por el cine, su profunda convicción de andariego, su permanencia en cada uno de nosotros.

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«Hoy en el suplemento de El Espectador un colaborador escribe una carta muy hermosa sobre el Maestro, y me pone a mí siguiendo sus pasos. Ya se imagina el honor y el orgullo que sentí, pero también la tristeza que me produce un tal compromiso. No es fácil estar a esa altura, y uno tiene la incertidumbre de su destino. ¿Podré realizarlo sin claudicaciones, sin indignidad? En esto Fernando González fue un héroe y un mártir, y bebió hasta la última gota su cáliz de amargura, hasta la santificación de su espíritu. Uno, en este mundo que cada día se resquebraja más y más, no está seguro de sus fuerzas para resistir, y no está seguro de nada, pues la fe de hoy se vuelve falsa mañana, y todo ideal de perfección se hace tan imposible en un mundo que ha fundado su razón de ser en la guerra, en la violencia y en la ignominia. Todo está hoy hecho para matar en el hombre la ternura y la poesía, y en la primera fila de los sacrificados estarán siempre el poeta, el santo y el inocente».

Gonzalo Arango
Carta a doña Margarita
Restrepo de González